¿Lo pronuncias Punc o Panc? La batalla por mantener vivos al género más polémico de la música y a la tribu urbana más vil de la era contemporánea se libra desde hace décadas. Los puristas, mojigatos y las malas lenguas quieren convencernos de que murió hace ya tiempo, pero nosotros nos ponemos de parte de los defensores y os traemos 8 largometrajes que os llevarán a replantearos el rol que ocupáis en la sociedad. Y tal vez a tirar algún que otro televisor por la ventana de un sexto piso. No nos hacemos responsables.
(Ilustración de portada de Victor Melamed).
La palabra “Punk” nace en el siglo XVII como una variación del término Spunk, utilizado para referirse a la madera podrida que servía para avivar la lumbre. Shakespeare nos regala uno de sus primeros usos constatados en Las alegres comadres de Windsor (1602), aquí como sinónimo vulgar de prostituta. De ahí da el salto a la lengua popular, convirtiéndose en apelativo desdeñoso para jóvenes descarriados, sin aspiraciones ni amor propio. Era la palabra con la que los profesores se referían a la oveja negra de clase, la que utilizaban los policías (entre ellos Harry el Sucio en 1971) para despreciar a los delincuentes. Y es por fin en 1970 cuando Ed Sanders, activista y líder de la banda anarquista The Fugs supuestamente utiliza el término Punk Rock por primera vez para describir su obra en solitario; la música, la voz y la labor de un individuo cuya vida no significa nada, un inservible, un niñato. Era una música sucia, vulgar, que habla de rebelión, pecado y decadencia. Música podrida.
Burlón, soez y agrio, marcado por el desdén y el desencanto, el espíritu del punk crece y se expande de mano de los Sex Pistols y The Clash, transciende las barreras de la música y se convierte en todo un estilo de vida para la clase media y obrera. Sus estridentes acordes y gritos resuenan con ellos, es una música en la clave y tesitura de sus vidas. Si eres punkarra, escupes en la calle, te rapas y pintas el pelo, cubres tu cuerpo con tatuajes y piercings; porque ser punk significa que tu mera existencia es un acto de rebeldía. Disonancia como mantra.[pullquote align=»right» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]En la era en que vivimos, cortés, reflexiva y desprovista de causas que perduren, el espíritu del punk agoniza pero resiste.[/pullquote]
Así es hasta que en 1978 el grupo Crass anuncia su muerte en el álbum Punk is dead, declarando que el auténtico punk ha desaparecido, se lo ha apropiado por la clase burguesa despojándolo de su significado original. Desde entonces el eslogan lo hemos oído repetido hasta la saciedad. Y tal vez sea cierto. Puede ser que algunos de los iconos más atroces del movimiento hayan quedado relegados a decorar camisetas de Zara o habitaciones de estudiantes con pretensiones subversivas. Pero aquí nos negamos a creer que esté muerto del todo. En la era en que vivimos, cortés, reflexiva y desprovista de causas que perduren, el espíritu del punk agoniza pero resiste, y para demostrarlo os traemos una colección de películas que despertarán los energúmenos que lleváis dentro.
La lista no es un recopilatorio de documentales ni biografías. Aquí no van a salir los Ramones pasándolo pipa en el cole. Aquí lo que nos interesa son las películas que mejor transmiten ese sentimiento de rebeldía, de vileza, infamia y descaro, películas que enmarquen lo grotesco, la rabia y el descontrol. Que nos provoquen resaca. Que nos dejen cubiertos de moratones. Que nos hagan sangrar las encías y nos dejen sin dientes. Balls to the wall.
1. Repo Man / El Recuperador (Alex Cox, 1984)
Qué mejor forma de abrir la lista que con la ópera prima de Alex Cox, director insignia del cine punk. Tal vez le conozcáis por su biopic Sid y Nancy (1984), o por ser el único tío lo suficientemente trastornado como para mezclar los géneros western y punk con Directos al infierno (1987). Pero es en su primera película donde el cineasta brilla y deja volar su imaginación más guasona sin ningún filtro. Emilio Estévez interpreta al prototipo punk con Otto, un joven sin planes ni ambiciones, perdido y sin un centavo, que acepta a regañadientes un trabajo como “recuperador de vehículos”. Y aquí se acaba lo normal. Lo que sigue es un frenético festival de punk-rock, conspiranoia, insultos y alienígenas, considerado como una de las mejores películas de 1984. Desde su inicio al son de Iggy Pop hasta su conclusión, Repo Man es delirante, salvaje y sobre todo muy muy divertida. Todo aquello a lo que debe aspirar una película punk.
2. Jubilee (Derek Jarman, 1977)
Punk para intelectuales. En 1977, pleno apogeo del movimiento, el Reino Unido celebra el jubileo de Isabel II y Derek Jarman, discípulo del pecador Ken Russell y provocador que pronto se convertiría en una de las voces más notables del cine británico, decide dedicar su segundo filme a la monarca. Pero no es un regalo hecho con cariño. En su película, acompañamos a la Reina Isabel I en su viaje a un futuro desolador, donde la anarquía ha triunfado. La Reina Isabel II ha sido asesinada, cientos de pandilleros están envueltos en una guerra callejera y la Iglesia se ha convertido en un club de striptease. Es la utopía punk. Filmada en los barrios marginales de la capital, que permanecían decrépitos desde los bombardeos de los cuarenta, Jubilee es una visión apocalíptica con un fiero mensaje político. Nadie está a salvo de la mirada crítica de Jarman, el tío arremete contra todos: la monarquía, la sociedad, el individuo, hasta contra los mismísimos punks. El reparto incluye a Adam Ant, la modelo/actriz/groupie/manager Pamela Rooke y al icono transexual Jayne County. Cínica y brutal, esta película es la prima chunga de La Naranja Mecánica (1971). En resumidas cuentas: anarquía, incesto, crimen y viajes en el tiempo… y si aún no estáis convencidos, echadle un vistazo a esta versión de Rule Britannia.
3. ¡Somos lo mejor! (Lukas Moodysson, 2013)
Que una película sea punk no quiere decir que no pueda ser entrañable. Klara y Bobo son treceañeras que forman su grupo de punk para fastidiar a quienes que se meten con ellas por ser raritas. No saben ni cantar ni tocar un solo instrumento, y su repertorio al completo se compone de una única canción sobre lo mucho que odian las clases de educación física. Pero todo cambia cuando reclutan a la solitaria Hedvig, prodigio musical y de familia cristiana devota. La historia puede parecer algo escueta, pero Lukas Moodysson es de todo menos simplista, y a través esta inocente fábula reconcilia la energía ácida y socarrona del punk con su lado más tierno y humano, invitándonos a descubrir el corazoncito y el niño que se esconden bajo la fiera piel del punk. Es una película para todos los que os habéis sentido excluidos por las grandes modas, para los que os negáis a seguir la corriente porque no os da la gana, una afectiva historia sobre incomprendidos que aprenden a conectar con la música y con quienes les rodean. Si esta película no os anima a cortaros el pelo vosotros mismos, nada lo hará jamás.
4. Las margaritas (Vera Chytilova, 1966)
La película de Vera Chytilova era punk antes de que el punk existiera. En su obra más conocida, la directora deja de lado las convenciones narrativas y los tópicos audiovisuales para crear esta comedia abstracta, que le valió una prohibición para ejercer como cineasta en su Checoslovaquia natal desde su estreno en 1966 hasta 1975. “Si en este mundo está todo corrompido, entonces nosotras estamos corrompidas también”; con esta filosofía tan punk en mente, nuestras dos protagonistas (Marie I y Marie II) viajan a través de una serie de viñetas poniendo a prueba el mundo que les rodea, tomando el pelo a sus mayores, boicoteando a artistas y atiborrándose de comida. Ah, y bailando ante el árbol del conocimiento del bien y el mal. Considerada un hito de la New Wave Checa, la visión de Chytilova en Las Margaritas es digna de Nostradamus, y su película podría calificarse como el proto-punk de la industria cinematográfica.
5. Trash Humpers (Harmony Korine, 2009)
https://www.youtube.com/watch?v=1W7u_MQ9VPM
Gigante del cine independiente americano y maestro de la provocación, el divisivo Harmony Korine se estrena en el mundo del celuloide con el guión de Kids (1995) a la tierna edad de 19 añitos y en ella aborda desde la drogadicción hasta las enfermedades de transmisión sexual entre adolescentes. Bien podríamos haber incluido cualquiera de sus otras películas: la magistral Gummo (1997) o el experimento Dogma de Julien Donkey-Boy (1999), o incluso las de su colega Gaspar Noé (alias “el tío que utiliza la imagen de una eyaculación como poster para su nueva película”). Pero es complicado encontrar algo más radical que un grupo de ancianos sociópatas que dedican su tiempo a liarla parda rompiendo televisores, contemplando la idea de la libertad y como no, petándose a bolsas de basura. Todo eso en el formato VHS más rudimentario. Aviso a navegantes: aquí no hay narrativa, no hay historia ni mensaje discernible. Esto es un caos meticulosamente estudiado, incoherencia sublime y profesional que seguirá dejando perplejos a los espectadores en los años venideros. ¿Qué es Trash Humpers? ¿Una respuesta personal a las interferencias de los grandes estudios durante el rodaje de Mister Lonely (2007)? ¿Una broma pesada a costa del espectador? ¿O una expresión de la libertad creativa más absoluta? Jamás sabremos que pasa por la mente de Harmony Korine, pero que me apalee un octogenario si esta película no es punk.
6. Wetlands (David Wnendt, 2013):
Abajo la higiene personal, arriba la masturbación con verduras. Helena nos invita a contemplar el experimento higiénico que lleva a cabo con su propio cuerpo. Romper tabús, derribar barreras, afrontar los límites que te imponen, esas son las intenciones de Helena y esta película. Sucia y soez hasta el extremo, este film será para muchos una prueba de resistencia. A ratos parece que resulta ordinaria sólo porque sí, pero tantear los límites de la paciencia y lo permisible solo porque puedes es la actitud más punk que existe. El éxito en su intento de reivindicación feminista está abierto a interpretación, pero es innegable que la película echa por tierra las convenciones del personaje femenino al que nos tienen habituados en Hollywood. Inestable mezcla de película art-house, melodrama y teen movie, la película pierde algo de fuerza conforme se acerca el final, pero si el catalizador de la trama es un corte en el tejido anal, se ha ganado un puesto en esta lista.
7. Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (Pedro Almodóvar, 1980)
No podía faltar una entrega de nuestro cine nacional en esta lista. Podríamos haber incluido cualquiera de las peripecias de Luis Buñuel o Álex de la Iglesia, pero el primer filme de nuestro “cineasta más internacional” y más galardonado es indudablemente el que mejor canaliza la estética y la esencia del punk más crudo. En la película (escrita por Almodóvar mientras trabajaba como administrativo en Telefónica), Alaska (que aún era menor de edad cuando se rodó), orina sobre la mujer sadomasoquista del policía que abusa de y golpea a Carmen Maura, estropeando sus planes de vender su virginidad. Es la película que dio el pistoletazo de salida a la edad de oro de la Movida. Subversión made in Spain nunca antes tan accesible al público. Habían acabado los años de censura y esta película es la trompeta que anuncia el triunfo de la revolución sexual y cultural por todo lo alto. Y el temazo Murciana marrana es de lo más punk que ha dado este país.
8. Vida y obra de John Waters (1946-actualidad)
Esto es definitivamente hacer trampa, lo sé, pero ¿cómo elegir una sola obra de entre el majestuoso y extensísimo repertorio de John Waters? El autoproclamado Papa del Trash es un poeta del mal gusto, un apóstol de la transgresión. Ha dedicado su vida y carrera a hacer lo que otros cineastas sólo intentaron. Waters les superó a todos, y lo hizo sin tomarse a sí mismo en muy serio. Ha hecho un arte de repugnar a los incautos y los endebles. Es un sinvergüenza con una originalidad y un talento innatos, aunque por supuesto sus excéntricos melodramas no son fáciles de digerir: alcanza el zénit con el tríptico de Pink flamingos (1972, también conocida como “la del travesti coprófago”), Cosas de hembras (1974, su mejor momento), y Vivir desesperadamente (1977, su obra más surrealista). Pero no se limita a la pantalla. Waters es la personificación de su obra: libertinaje, escándalo y bigotes de lápiz. No tiene rival, su única competencia es él mismo porque juega en un territorio que le pertenece en exclusiva. Los punks faroleros y postizos de las eras tardías tal vez habrían arremetido contra él por su forma de ser, pero los auténticos reconocerían en él el espíritu iconoclasta, la guasa y el desparpajo de un hermano. Dice que se libraba de las palizas de los matones de su escuela haciéndoles reír, ridiculizando a las figuras autoritarias de su entorno. Halló un arma en el humor, una que esgrime con sonrisa de pervertido: “Si utilizas bien el humor, desarmas a quienes se oponen a ti, e incluso puedes hacer que piensen como tú”. La cantidad de basura a la que nos vemos expuestos hoy día, bombardeados incesantemente, ha acabado por entumecernos, pero es una basura sin el alma que confiere John Waters a su legado. Quizás se haya destilado con el tiempo, y la madurez le haya vuelto más pudoroso, pero como el punk, el espíritu de Waters es inmortal e indomable.
9. ¿Ganas de Más?
Si quieres continuar tu orgía punkarra, si la bestia que ha despertado en tu interior aún no ha visto saciado su apetito, puedes echarle un ojo a estos otros hitos del cine punk: La chica de Nueva York (Susan Seidelman, 1982), Lisztomanía (Ken Russell, 1975), Cielo líquido (Slava Tsukerman, 1980) o Suburbia (Penelope Spheeris, 1984).
La guerra de las palabras es una guerra vieja que batalla tras batalla, palabra tras palabra, casi siempre han ganado los mismos. Puede que sea la juventud de Lewis of Peter lo que le hace no tener una visión más amplia de la realidad, la que hace que haya caído en el uso continuo de la segunda definición de la RAE de la palabra anarquía. Digo la juventud, porque cuando empiezan a caer los años, la historia se puede contrastar con la memoria, y la historia estudiada, leída y escuchada se llena de borrones desdibujados por posibles y seguras mentiras y reconstrucciones.
La historia del punk, movimiento contracultural y antisocial que propugna el nihilismo, el egocentrismo y la autodestrucción como respuesta a una sociedad que da la espalda, que pisotea y maltrata, a aquellos que sobre sus hombros, o los de sus padres, soportan las barrigas de rimbombantes apellidos. El nacimiento del punk no ocurrió en una época casual, el crecimiento económico debido a la reconstrucción posbélica se había agotado y las grandes economías capitalistas estaban encontrándose mutuamente en los límites del crecimiento y la inflación se hacía imparable. La crisis del petróleo del 73 fue un tremendo golpe a unos estados que ya de por sí se encontraban en situación de debilidad. La solución no pudo ser más funesta, la supresión del patrón oro en el 71 por Nixon y el arranque de la catastrófica carrera neoliberal que paso tras paso nos está conduciendo a una distopía cyberpunk ultracapitalista dominada por las grandes corporaciones.
En el Reino Unido o en los Estados Unidos de los setenta la batalla por el significado de la palabra anarquía hacía tiempo que se había perdido mientras que en España yacía agazapada esperando la muerte de Franco, hasta que el estado español le dió, en la Barcelona del 78, un golpe mortal por medio del caso Scala. Los golpes posteriores al anarcosindicalismo de la huelga de gasolineros de finales de ese mismo año y la escisión de la CNT de un sector favorable a los Pactos de la Moncloa en el 80 fueron el comienzo de una época introspectiva y solitaria.
Afortunadamente, la rabia de un movimiento punk apolítico se materializó rápidamente en grupos como The Clash que, curiosamente, rechazaban la etiqueta anarquista. Así pues a lo largo de los años nos podemos encontrar con canciones punk que reclaman las drogas y vomitar en las esquinas como radical acción anarquista y punk o con canciones que tachan las drogas de contrarrevolucionarias y por lo que claman es por una revolución social y de clase. Citaré lo que me dijo un Punky hace ya unos años en un festival: "Yo no creo en la anarquía porque no confío en las personas, están tan podridos como la sociedad que forman".
En la guerra de las palabras me niego a que el socialismo propugne el estado del bienestar capitalista, que libertad sea el libertinaje de los poderosos y abusones de hacer lo que les plazca, que democracia sea únicamente la representativa, o que anarquía sea caos y destrucción.
¡Primero quisiera darte las gracias por un comentario tan detallado y desarrollado, Silvano!
Efectivamente, toda palabra acarrea consigo una dimensión social, política o cultural que quedará definida por el contexto en que decidamos esgrimirla. Tanto “Punk” como “Anarquía” son términos inmensamente versátiles y maleables, y ambos tan complejos que uno no puede esperar presentar una visión coherente en un único artículo.
Mi intención aquí no es desvirtuar el contenido de una idea a través de la otra, ni mucho menos. La palabra anarquista la utilizo sólo tres veces: Primero para describir al grupo del icono contracultural, poeta y activista Ed Sanders por el simple motivo de que su co-fundador Tuli Kupferberg fue una de las voces más reconocidas del anarquismo norteamericano durante las décadas de los 60 y 70. La segunda y tercera vez la utilizo para describir la temática central en la obra de Jarman, que como buen cínico que era, y con una mentalidad muy afín a la del amigo a quien citas en tu comentario, desconfiaba de todo tipo de movimiento o ideología que no fuera inherente a su propia persona, presentando en su filme a la anarquía como una estructura sociopolítica tan irrisoria como la monarquía.
El punk, como el anarquismo, es algo que se manifiesta a nivel colectivo pero se experimenta en la esfera individual, y de ahí su volátil naturaleza. Como cualquiera que echa la mirada atrás, mi percepción del pasado se verá inevitablemente alterada por la erosión del tiempo, y este artículo lejos de presentar un enfoque estructurado del concepto, trata de reconciliar ese “espíritu” punk con la mentalidad contemporánea. El fantasma de la nostalgia por un tiempo que tantos no hemos llegado a conocer, y otros muchos casi no recuerdan.
Mis obsesiones me persiguen, je je je.
Tu última frase me ha recordado una canción de La Otra:
"Los recuerdos de una vida que nunca tuve,
el dolor de las heridas que jamás me hicieron".
Muchas gracias por tu trabajo.