Oliver Frey: píxeles, tinta y chulazos

¿De dónde salió la estética que definió los videojuegos de 8 bits? Pues, en buena medida, del porno gay. Te contamos la increíble historia de Oliver Frey, un señor con mucho talento que llenó el Spectrum de bigardos en paños menores.

La realidad esta ahí: por más que se intente corregir la situación, el mundo de los videojuegos sigue siendo masculino, cisgénero y heterosexual en su gran mayoría. Si bien las desarrolladoras y las usuarias traten de movilizarse, se las trata de lapidar en cuanto dan un paso al frente. Y, aunque el tema de la diversidad de orientaciones y géneros se gane titulares de higos a brevas (bien debido a Bioware, Undertale o a una visual novel sobre tiarrones cohabitando), el cariz general de la cuestión sigue siendo más monótono que una final de la Copa del Generalísimo. Así pues, la historia que vamos a contar ahora en CANINO no es sólo divertida. También lleva consigo una ironía deliciosa.




Todos estamos de acuerdo en que la década de los ochenta fue cuando todo esto de los juegos cobró pujanza, ¿verdad? Y también sabemos que, en aquellos años de píxeles como puños, la mejor forma de que un programa presentase buena cara ante el público era adornarlo con una ilustración bien chula, tanto en las tiendas como en la prensa. Pues, ¿y si les dijéramos que uno de los dibujantes más importantes de la historia de los videojuegos, si no el que más, fue y es un hombre gay? Y si, además, señalamos que el señor de marras se había curtido ilustrando pornografía de tiarrones, un género cuyos códigos infiltró en su producción jugona, la cosa se pone aún mejor, ¿no? Pues dejen de buscar: a continuación les presentamos la tórrida historia de Oliver Frey, un artista para quien una buena tableta de abdominales tenía tanto atractivo como un power up o una vida extra.

Esta Vice City no es la de Rockstar

Aunque demasiado fáciles de idealizar ahora (sobre todo por quienes no los vivieron), los ochenta fueron una década bastante horrible. Por si no bastase con la deriva neoliberal de EE UU y Europa, o con una de las épocas más calientes de la Guerra Fría, estamos hablando de una época pletórica de sexismo y homofobia institucional. Esta última, además, azuzada por la pandemia del sida. Así pues, que Oliver Frey (Zurich, 1948) viviera sus años de esplendor mainstream durante esta época parece, visto con distancia, una venganza de esas que se sirven frías. Máxime si contamos con que la vida de nuestro héroe está más llena de tópicos rosas que un álbum de Frankie Goes To Hollywood.

Oliver en la mili, luciendo uniforme.

No se trata sólo de que, según él mismo cuenta, la infancia de Oliver (a caballo entre Suiza y Reino Unido) se atuviera a lo esperable en un chaval gay de su época, sin más solaz que su tablero de dibujo, sus películas de gladiadores y sus revistas de culturismo. Es que, para colmo, antes de optar por la vida artística, Frey anduvo cumpliendo su servicio militar obligatorio: sabiendo lo que sabemos de él, es fácil que sus fotos de esa época nos recuerden a las ilustraciones de Tom de Finlandia, aunque ese dibujante no sea precisamente su favorito. También estudió cine, un campo en el que (¡ay!) nunca acabó de meter cabeza, pero que le permitió trabajar como diseñador en los títulos de crédito de Superman (1979).

Pero el destino metió baza. Primero, en forma de encargos como dibujante profesional, tanto en el campo de la ilustración como en el de los tebeos (Frey trabajó en Dan Dare y en El imperio de Trigan, clásicos británicos donde los haya). Además, en paralelo a su actividad ‘respetable’, nuestro héroe también era el ilustrador estrella de Lespen, una editorial especializada en guarradas para la cual empezó a colaborar en 1975. A sueldo de dicha firma, Oliver firmó las portadas de innumerables novelas pulp cuyos títulos (Boys of Vice City, Mississippi Hustler) dejan el espacio justo a la imaginación. Para las páginas de la revista HIM Magazine también ideó a Rogue, un priápico chulazo que se convirtió en el personaje más popular del cómic gay británico gracias al buen humor y el descaro de sus viñetas follarinas.

‘Pulp fiction’.

Así pues, aunque la censura no le permitiese dibujar penes «con una elevación superior a 45 grados» (de penetraciones, ni hablamos),  Oliver Frey encaraba la llegada de los ochenta con una sonrisa de oreja a oreja. Los avatares empresariales lo habían convertido en dueño de su propia empresa, Street Level, con Roger Kean (su novio de toda la vida) en funciones de socio. Su recién estrenada posición de jefazo, así como la búsqueda de tretas para ahuyentar a la censura, permitieron que Oliver experimentase con una narrativa gay más allá de lo erótico en The Street, un cómic al que el mismísimo Russell T. Davies considera precedente de su serie Queer as Folk, por su costumbrismo.

Demasiado bonito, ¿verdad? Pues sí. En 1981, una redada policial lo mandó todo al carajo. Aunque se libró por un pelo de dar con sus huesos en la cárcel, Oliver tuvo que mudarse junto a Roger a Ludlow, una ciudad de 11.000 habitantes en la que su hermano, Franco Frey, se había embarcado en un negocio que el dibujante encontró de lo más exótico: la venta por correo de videojuegos para Spectrum.

El Spectrum en paños menores

Crash Micro Games Action: así se llamaba el catálogo que Oliver, Franco y Roger empezaron a publicar allá por 1982. Un catálogo que triunfó a lo bestia gracias a su pulido aspecto visual. No importaba que los Spectrum renqueasen en el lado gráfico (y en casi todos los demás), o que sacar capturas de aquellos juegos fuese un suplicio, si allá estaba Oliver para llenarlo todo de astronaves, explosiones, monstruos tentaculados y algún astronauta sexy que otro en las portadas. Tan bien funcionó el invento que los tres socios quisieron ir más allá: ellos fundarían una editorial, que acabó llamándose Newsfield, y lanzarían una revista en condiciones, capaz de darle en los morros a publicaciones tan estiradas como Computer and Video Games o, sobre todo, su odiada Sinclair User. 

El producto de aquella intuición genial se tituló Crash, y las historias sobre su origen (llegó a los quioscos en 1983) darían para una de esas películas inglesas en las cuales el hormigón churretoso, el cielo nublado y las dentaduras de los actores no son óbices para que te partas de risa. Imagínenlo: esos Oliver y Roger que tiran de agenda, llamando a antiguos asociados en el negocio del porno para conseguir imprenta. Ese Franco Frey que acude al instituto local para reclutar chicos y chicas que ejerzan como críticos y reporteros. Y esas risas de Oliver al ver cómo las páginas de la criatura van llenándose de tíos buenorros en paños menores gracias a su lápiz.

Esto último es una exageración, la verdad. Lo cierto es que Oliver Frey se tomó su labor como director de arte en Crash (y en su revista hermana Zzap! 64, dedicada a los juegos de Commodore 64) con extrema seriedad, hasta el punto de ser un pionero en lo suyo. Mientras que el resto de publicaciones del ramo parecían guías técnicas, las revistas de Newsfield se mostraban a las claras como destinadas al adolescente jugón. Y, para hacer esto posible, nuestro héroe se mataba a currar, dibujando desde las portadas a caricaturas de los redactores, pasando por cómics, mapas de los juegos e innumerables ilustraciones que no siempre mostraban anatomías sugerentes. Aunque solían mostrarlas.

Los personajes de ‘Gauntlet 3’ (1991) retratados en el número 85 de ‘Crash’.

Según ellos mismos declaran, Frey y Kean aplicaron varias lecciones aprendidas en las revistas guarras a su trabajo en la prensa de videojuegos. La primera de ellas venía en forma de experiencia en offset, fotocomposición y otros recursos con los que dotar de vistosidad a sus páginas. La segunda, comenta Frey, estaba en el tono: trabajando en HIM, el dibujante y su chorbo se habían dado cuenta de que el buen humor, el descaro y la irreverencia eran muy útiles para conectar con un público minoritario y marginado, como el de los hombres que vivían su sexualidad a hurtadillas… o como el de los chavales (y no digamos las chavalas) cuya forma favorita de ocio les condenaba a ser los raros de la clase. A ese segmento del público apuntaban Crash, Zzap! 64 y Amtix!, la cabecera de Newsfield para usuarios de Amstrad CPC. Y, gracias a ese esfuerzo, las tres revistas gozaron de una difusión de unos 100.000 ejemplares cada mes.

Pin ups sin camiseta (pero con joystick)

Así pues, y sin saberlo, las autoridades les habían hecho un favor a Oliver Frey y a Roger Kean: tras renunciar por narices a su carrera como pornógrafos, la pareja había acabado poniéndose a la cabeza de un sector editorial joven y prometedor, forrándose con ello y convirtiéndose (¡ironía enorme!) en unos modélicos emprendedores del thatcherismo. Pero la línea editorial de sus revistas no era nada acomodaticia, algo que les granjeó disgustos cuando sus sátiras y sus críticas cabreaban a los anunciantes o a la competencia. Por otra parte, y sin que casi nadie se diese cuenta, la labor visual de Frey le hacía la peineta a una de las asunciones más básicas de la industria: que los videojuegos eran coto privado de la heterosexualidad masculina.

Los referentes de Oliver Frey (la ilustración de fantasía y ci-fi, los cómics, el cine de acción) podían ser similares a los de Bob Wakelin, el otro gran ilustrador británico de juegos. Pero, a diferencia de Wakelin, Frey miraba con entusiasmo el objeto de su trabajo: aunque nunca llegó a convertirse en un gamer con todas las letras (quien no soltaba el joystick ni para dormir era Roger, su santo esposo), el dibujante se molestaba en entender y celebrar aquello que plasmaba en imágenes. Sumando a esto la actitud de la censura, más pendiente de las curvas y los bultos que de las musculaturas heroicas, entendemos cómo Frey pudo meter sus goles por la escuadra.

‘Beyond the Ice Palace’ (1988) en ‘Crash’ nº 53.

En general, las ilustraciones que aparecían en Crash! Zzap! 64 apenas dejaban ver por dónde tiraba su autor. En su momento, un hipotético lector español podría haberse percatado de que las figuras femeninas lucían menos piel al descubierto que en los dibujos de otras revistas británicas, y no digamos que en las ilustraciones del añorado maestro Azpiri para Dinamic Topo Soft. Asimismo, los chicos dibujados por Frey distaban de ser sacos de músculos schwarzeneggerianos, mostrando tanto unas formas flexibles y estilizadas como una interesante tendencia a pasearse por ahí sin camiseta. A veces, incluso prescindían de los pantalones.

Pero, junto a estas subversiones de perfil bajo, aparecían a veces auténticas rupturas del statu quo de las que no se percataba casi nadie. Una de las favoritas de quien escribe esto es la portada del número 18 de Crash, dedicada al Dun Darach de Gargoyle Games (1985). Un juego cuya importancia histórica es enorme, como antepasado del género sandboxy a partir del cual Oliver Frey hizo una de las suyas. Porque, si el héroe de la aventura aspira rescatar a un amigo en lugar de a la princesa de turno, y si la secuestradora del mismo es una pérfida hechicera… ¿qué de malo hay en dibujar una escena como esta?

Efectivamente: tanto por su gesto como por su postura y por su detallado físico, la figura masculina aparece, no victoriosa, sino pasiva y, por qué no decirlo, erotizada. Mientras que la bruja en cuestión (envuelta con los colores del logotipo del Spectrum) le devuelve la mirada al espectador con un gesto que no resulta sugerente, sino desafiante: «Ven a por él si tienes pelotas, guapo», parece decir.

Otras ilustraciones en esta misma línea, como la dedicada a Renegade (1987) apostaban directamente por convertir al protagonista del juego en un pin up. Pero el acabose de los atrevimientos de Frey llegó de manos de uno de los juegos de 8 bits más polémicos de la historia. Y le costó un disgusto… aunque no por las razones que podría habérselo costado.

¡Qué barbaridad!

El juego en cuestión era Barbarian (1987), claro. Con aquel programa de lucha a espadazos, Palace Software había dado la campanada a base de bien, tanto por su calidad técnica como por varios aspectos que diríanse (ejem, ejem) calculados a posta para irritar a la censura y ganar titulares: el contenido del programa resultó escandaloso por su violencia, mientras que su continente hizo lo propio debido a la modelo Maria Whittaker, que lucía formas en la carátula junto a un aspirante a bárbaro cimmerio (Michael Van Wijk). A resultas de estas objeciones, Barbarian estuvo a punto de ser retirado de las tiendas en Reino Unido, mientras que en Alemania sólo podía adquirirse en sex shops y otros comercios para adultos. Y también se convirtió en un superventas, claro.

‘Barbarian’ (Palace, 1987): versión hetero.

Habiendo levantado semejante tremolina mediática, y siendo además un señor juegazo, Barbarian tenía que llevarse por narices la portada de Crash. Y, efectivamente, gozó de tal honor, sólo que de una manera que nadie se esperaba. Porque, si la portada original del programa iba dirigida a un target masculino, heterosexual, adolescente y probablemente fan de Manowar, la ilustración que Oliver Frey puso en los quioscos en junio de 1987 parecía más bien orientada a aquellos chavales que se veían presos de ignotas pulsiones en presencia de los malotes de la clase.

En tanto que fan de la fantasía, y en tanto que profesional de la imagen sicalíptica, Frey conocía los códigos de ambos géneros. Y, aquí, los combinaba de una manera que equivalía a preguntarle a los lectores si habían estado alguna vez en una cárcel turca. Observen el perfilado torso del protagonista, lo escueto de su braguero de piel o la forma en la que sostiene la cara de su contrincante junto a su entrepierna, como si, en lugar de a degollarlo, fuese a imponerle actos de naturaleza NSFW. Se podía decir más alto, pero no más claro. Y, sin embargo, la razón que pusieron cadenas de quioscos como WH Smiths para no aceptar el número 41 de Crash fue… que les resultaba violenta.

‘Barbarian’ (1987): versión Frey.

El resquemor por la censura a su Barbarian le duró mucho tiempo a Oliver Frey. Tanto, que existe una versión de este mismo dibujo retocada para incorporar a un efebo en traje de Adán. En cualquier caso, este pequeño escándalo fue un hito en la carrera de una editorial que, como suele pasar, murió en parte por el derrumbe de los 8 bits a comienzos de los noventa. Y también, en parte, de éxito: los afanes por diversificar la producción llevaron a cataclismos como el de LM, una publicación generalista que sólo duró cuatro números, o el de la revista sobre cine de terror Fear, a la que le fue un poco menos mal (pero no demasiado). Y Thalamus, el sello de juegos fundado por Kean y los Frey, tampoco tuvo suerte pese a haber publicado shooters tan morrocotudos como Delta (1987).

Los intentos de engancharse al mercado de las consolas mediante una nueva cabecera, The Games Machine, tampoco tuvieron éxito. Los tiempos estaban cambiando, y no sólo por la evolución del hardware: una industria cada vez más concentrada y poderosa le tenía poco apego a aquellas revistas de lenguaje tan agresivo y que no se plegaban ante las presiones publicitarias. En 1991, una auditoría declaraba que Newsfield era inviable. Un año después, la editorial cerró sus puertas. Una era en el periodismo de juegos tocaba a su fin.

El amanecer del ‘gaymer’

Y, tras esta debacle, ¿qué fue de Oliver Frey? Pues él, a lo suyo, con sus lápices y sus chulazos de papel. Durante la primera mitad de los noventa siguió trabajando de forma esporádica como ilustrador de juegos. Un trabajo éste cuya demanda se reducía a ojos vista, nunca mejor dicho: las mejoras en el hardware gráfico iban volviendo prescindibles a los artistas capaces de darle vistosidad a un mazacote de píxeles. Aun así, esta etapa de su carrera dio trabajos tan inesperados como un álbum de cromos y un cómic de Super Street Fighter 2 (1993). Y algunas páginas que demuestran cómo los productos de Nintendo, Sega y compañía también podían leerse en clave homoerótica.

Todo un señor gamepad, vaya que sí.

En cualquier caso, había que comer. De modo que Frey volvió a dos sectores que conocía muy de cerca: la ilustración de libros de historia (un territorio en el cual es un hacha, y donde nunca le ha faltado trabajo) y, claro, al porno. Con el nuevo seudónimo ‘Zack’ (un subterfugio para no espantar al resto de sus clientes), nuestro héroe empezó a perpetrar publicaciones calentorras para una revista titulada Meatmen. 

Pero aunque los tebeos y los pin ups le parezcan un medio muy digno para estimular el bajo vientre («en ellos es más fácil escenificar las fantasías y mantener el control creativo», señala) Oliver Frey decidió apearse también de ese carro. El estipendio que recibía por sus cómics eran unas miserables 15 libras por página, y sus editores le presionaban para que mantuviera los guiones al mínimo para hacer hueco a las escenas de bombeo. Sin historias divertidas que contar, limitarse a dibujar un falo erecto tras otro no valía tanto la pena.

En la actualidad, Oliver Frey es una figura querida y respetada para el mundo de la nostalgia jugona, al menos en Reino Unido. La revista Retro Gamer recurre a él cada cierto tiempo para ilustrar sus cubiertas, mientra que publicaciones como Edge reconocen la influencia de Crash y las demás cabeceras de Newsfield. Por otra parte Roger Kean y él son entrevistados de cuando en cuando para documentales sobre la época dorada de los bedroom coders, los sellos pequeños y las críticas sin pelos en la lengua. Asimismo, su labor en el arte gay también ha recibido discretos reconocimientos: cuando el hombre que resucitó Doctor Who confiesa deberte unas cuantas gayolas en su adolescencia, qué menos que eso. Aun así, todavía falta una reivindicación en condiciones de Frey y Kean (quienes, por cierto, pudieron casarse al fin en 2007) como antecesores de la presencia LGTB en el mundo jugón. Si la movida gaymer tiene pioneros, está clarísimo que son ellos.

Por lo demás, ¿qué opina Oliver Frey sobre el estado de los videojuegos en la actualidad? Pues, aunque nunca han sido mucho su rollo (Roger Kean es quien reconoce echar mano del emulador, para recuperar sus títulos favoritos) tiene declaraciones muy interesantes sobre el particular. Así se expresaba en The Newsfield Yearsun documental disponible en YouTube: «La simplicidad de los juegos antiguos es muy noble. Pero los modernos cuestan tantísimo dinero de hacer que nadie se atreve a publicar algo que parezca sencillo. Me parece un descanso jugar a algo que sea claro y directo, en lugar de verte bombardeado todo el rato por la pirotecnia visual». Palabras de alguien que sabe de esto.

Fuentes de las imágenes:

The Fantasy Art of Oliver Frey

Crash Online

Paul Gravett

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2 comentarios

  1. E. Martín dice:

    ¡Típico revisionismo progre! En realidad la gran influencia en el portadismo de videojuegos de los años 80 proviene de los posters del cine de acción de la época. ¿Y qué tienen de estética gay los de las sagas de Rambo, Conan o Mad Max? ¡Nada! ¡NADA HE DICHO!

  2. masajes Madrid dice:

    Gran artículo para saber más sobre la época y ver la evolución de este.

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