Orgullo y satisfacción cerró sus puertas el pasado mes de diciembre, tras tres años y medio de trayectoria, en los que ha ofrecido su humor comprometido con la libertad de expresión y la situación política del país. Nacida tras el abandono de El Jueves por parte de casi una veintena de autores, esta revista digital ha superado cualquier expectativa, a pesar de que su cierre se deba a motivos económicos. Analizamos con detalle su aventura editorial.
Cuatro días que estremecieron al mundo (o casi)
La primera semana de junio de 2014 tuvo lugar la abdicación de Juan Carlos I en su hijo, el futuro rey Felipe VI. Semejante noticia motivó una reunión de urgencia en las oficinas de El Jueves, la revista satírica más importante del país desde su creación en 1977, y única superviviente del boom de estas publicaciones que tuvo lugar en la transición. En dicha reunión, celebrada el lunes 2 de junio, el consejo de redacción decidió sustituir la portada que había aprobado previamente, protagonizada por Pablo Iglesias, por una en la que, dibujados por Manel Fontdevila, aparecían el rey saliente y el entrante, pasándose una corona manchada de mierda. Pero, en lugar de ser distribuida el miércoles, como es habitual, la revista llegó finalmente a los puntos de venta el jueves 5 de junio… con la portada del líder de Podemos.
Y el resto es historia: se suceden las declaraciones y las noticias confusas, pero, cuando se asentó el polvo, quedó claro que había habido censura por parte de RBA, propietaria de la cabecera, que había ordenado destruir la tirada con la portada monárquica y volver a imprimir la revista con la anterior cubierta, y que, desde la redacción de El Jueves, se acató la orden y se divulgó que el cambio a última hora se había debido a un simple error. Además, RBA prohibía, hasta nueva orden, tratar el tema de la monarquía en la portada.
Como reacción a estos movimientos, varios autores anunciaron que abandonaban la cabecera humorística de manera inmediata. Entre ellos, algunos pesos pesados como Bernardo Vergara, Guillermo, Manel Fontdevila y Albert Monteys, responsables, estos dos últimos, de la revitalización de la revista en los noventa. La cascada de abandonos acabó con la plana mayor de la revista y sus mejores autores -con excepciones como las de Mauro Entrialgo o Pedro Vera, más algunos históricos que aún permanecían en sus páginas- fuera de la misma. En poco tiempo, este grupo de dibujantes y escritores decidió dar la réplica a lo sucedido como mejor sabía hacerlo: a través del humor. Y, dado que no había capacidad ni margen para preparar una revista en papel, decidieron preparar en tiempo récord una publicación digital que titularían Orgullo y Satisfacción, y que lanzarían coincidiendo con la coronación de Felipe VI.
El día D
El 18 de junio, tras múltiples muestras de apoyo en redes sociales y una amplia cobertura en la prensa, se lanzaba el cómic digital Orgullo y Satisfacción, bajo el sello de la editorial ¡Caramba!, la iniciativa de Manuel Bartual y Alba Diethelm. El precio mínimo era de 1,50 €, pero podía pagarse lo que se considerara oportuno. Esa misma tarde, varios de los dibujantes presentaron el proyecto en el Teatro del Barrio de Madrid, acompañados de la periodista Olga Rodríguez, con el aforo completo.
El apoyo del público se tradujo en un éxito sin precedentes para una publicación digital en España: más de cuarenta mil compras acumuladas de ese número 0, de las cuales treinta y cinco mil se produjeron en aquellos primeros días. En aquella presentación, Bernardo Vergara cerraba la puerta a una posible vuelta a El Jueves: “A mí me parece que no se puede trabajar ya con el clima de confianza que teníamos antes, donde teníamos libertad absoluta”. Sus compañeros lo secundaron: no había marcha atrás. Unos meses más tarde, en septiembre, y ya constituidos como Orgullo y Satisfacción SL, estaban listos para iniciar la aventura de una revista satírica mensual “sin dueño”.
Aun sin una verdadera estructura editorial al uso, la nueva cabecera contó con una consejo de redacción compuesto por Bernardo Vergara, Guillermo, Manel Fontdevila, Albert Monteys y Manuel Bartual, que serían también los socios de la nueva empresa. La consigna fundamental era clara: libertad total para los colaboradores una vez escogido el tema de cada número, flexibilidad en el número de páginas y un sistema de retribución que consistía en repartir ganancias de manera proporcional -en función del volumen de páginas de cada autor- una vez se hubieran cubierto los gastos técnicos que generaba la revista. Además de la posibilidad de pagar por cada número el precio deseado a partir de 1,50€, también existía la opción de suscribirse por un año.
Orgullo y Satisfacción: la revista
Todo estaba listo, con todos los focos apuntando, para que diera comienzo una experiencia editorial única en España. Pero, más allá de su importancia en estos términos, ¿qué ofreció Orgullo y Satisfacción en sus cuarenta números de vida? En las primeras entregas, la revista, siempre de unas cien páginas, fue encontrando su tono y estructura. En un primer momento se intentó que los números fueran monográficos —el número 1 trató sobre la democracia española, el 2, sobre el trabajo, etcétera—, pero pronto se decidió crear un dossier en cada entrega que tratara sobre un tema más o menos de actualidad, aunque siempre suficientemente general como para que la cadencia mensual no le restara relevancia, mientras que el resto de la revista tendría otros contenidos, más variados. Cada número lo abriría un editorial dibujado, y lo cerraría la sección de “Últimas Letizias”, conjunto de chistes inspirados en noticias más recientes, realizados al filo del cierre de la edición.
Esta estructura no varió demasiado en toda la trayectoria de la revista, pero sí lo hicieron sus contenidos. En un primer momento, se optó por abandonar el modelo de series por entregas que se había convertido en marca de la casa en El Jueves. En parte, se entiende esta decisión por el más que comprensible cansancio de unos autores que, en algunos casos, llevaban muchos años dedicados a sus series en aquella revista. Es el caso de Fontdevila con La parejita y Para ti que eres joven, que había realizado con Monteys, o el Silvio José de Paco Alcázar. Sin embargo, tras esa primera intención, muchos de los colaboradores decidieron iniciar nuevas series.
Pero, al contrario que en El Jueves, que se había vuelto bastante conservadora con lo que funcionaba comercialmente, aquí no habría ningún tipo de imposición: cada artista sería libre para hacer lo que le viniera en gana con sus series, o cerrarlas, incluso, cuando se cansara. Así, en el número 3 debutaron La gran época de Alcázar, por donde incluso se paseó Silvo José, Paco Pánico de Mel, Adonis de Fontdevila o Bienvenidos al futuro de Manuel Bartual. De ellas, solo esta última sobreviviría hasta el final de Orgullo y Satisfacción, y en mi opinión ha sido, de hecho, el mejor trabajo de Bartual: una serie de ciencia-ficción humorística llena de situaciones imaginativas y hallazgos narrativos.

Manuel Bartual
Son tiempos de ensayo y error: se intentan muchas series diferentes que se abandonan más tarde, como las mencionadas anteriormente o Vida de perros de Vergara; son conceptos que no acaban de funcionar o a los que no puede sacárseles suficiente jugo para prolongarlos durante demasiado tiempo. Eso generó, es verdad, cierta sensación de indecisión y duda en los primeros números de la revista, pero gracias a esa primera etapa de búsqueda muchos autores llegaron a series potentísimas. Fue el caso, principalmente, del autobiográfico El show de Albert Monteys y la alucinante Fábrica de problemas de Paco Alcázar -un cajón de sastre con varias tiras de temática diversa-, dos de los mejores espacios de la revista hasta su final. También aparecieron las divertidas Eva… hace lo que puede de Bea Tormo o Troll Corporation, de Laura y Carmen Pacheco. Fontdevila, por su parte, decidió recuperar a su emblemática La parejita bajo el título de Las nuevas aventuras de Emilia y Mauricio, muy beneficiada por la ausencia de restricciones de espacio.
Una vez que se se decidió dar cabida a nuevas series y secciones fijas, la estructura de la revista quedó cerrada para el resto de su andadura: Orgullo y Satisfacción se basó, en primer lugar, en las páginas libres, fuera de sección, de los autores más prolíficos y fundamentales a la hora de marcar el tono de la publicación. Normalmente de cariz político y, evidentemente, satírico, las historias y viñetas de Vergara, Fontdevila, Monteys y Guillermo fueron, sin duda, uno de los mayores atractivos. Sin preocuparse por el espacio, alguien como Vergara, siempre preocupado por estar informado, pudo hacer auténticos ensayos dibujados sobre todo tipo de cuestiones, desde la ultraderecha a los refugiados, pasando por los papeles de Panamá. Guillermo, quizás sin tanta capacidad para la exposición de conceptos o el empleo de los recursos propios del cómic, lo compensaba con una capacidad para la caricatura extraordinaria: sus retratos de Felipe González, Susana Díaz o Juan Carlos I son insuperables, y demostraban su pericia para mostrar miserias interiores a través del exterior físico, que es una de las mejores armas de la caricatura política. Monteys y Fontdevila, por su parte, demostraban que el humor gráfico puede enriquecerse mucho si lo ejecutan quienes son, ante todo, autores de cómic, sin más etiquetas: el dominio del gag y el ritmo humorístico, así como la gracia para los textos de Monteys dio grandes frutos, pero Fontdevila, en ocasiones, alcanzó cotas de obra maestra. Todas sus aportaciones en torno al procés son antológicas, aunque la más recordada creo que será siempre ¡Matar a Pujol! (n.º 2); sus viñetas sobre los refugiados son muestras durísimas de un humor negro digno heredero de la tradición de Charlie Hebdo o Hermano Lobo.

Manuel Fontdevila
Este núcleo de la revista se veía complementado con las secciones fijas y series tanto de los implicados como de autores que publicaban un número de páginas casi siempre menor. Están las aportaciones casi testimoniales de un histórico como Toni o unos viñetistas de método clásico como Malagón o Asier y Javier: su participación en Orgullo y Satisfacción es pertinente, en tanto que fueron autores que abandonaron El Jueves junto a sus compañeros, pero, independientemente de su calidad, en mi opinión su estilo nunca ha terminado de encajar en el conjunto: mientras que El Jueves es una revista claramente coral y orientada a públicos tan dispares que cabían desde Martínez el facha de Kim hasta las viñetas de Moderna de Pueblo, la sensación que se tenía leyendo Orgullo y Satisfacción era la de estar ante una revista con una orientación más clara, con estilos diversos pero encuadrados en una misma tradición, por decirlo de algún modo, amén de contar con una mayoría de colaboradores que comparten referentes generacionales.
Resultaron más integradas las secciones de Torpes, raros y bobos, una recopilación de titulares de prensa de Iu Forn -en la línea de la clásica sección que realizaba en El Jueves– que le servían de pretexto a Vergara para jugar con chistes malos de toda la vida y juegos de palabras, y la sorprendente Misterios sondables de Ágreda y Sergio Morán, una sección divulgativa sobre ciencia, de la que se ha hablado muy poco pero que resultó muy interesante. Duró demasiado poco la extraordinaria Tebeos basura de Paco Sordo, que abandonó la revista en su número 19. Ya he citado Bienvenidos al futuro de Bartual, pero, en mi opinión, hubo, además, otras tres aportaciones sobresalientes. Una también ha aparecido citada en este texto: se trata de la serie La fábrica de problemas de Alcázar, una serie de series donde cada mes encontramos un montón de tiras diseminadas en varias páginas de la revista, que muestran la versión más loca y delirante de su autor. La segunda es lo mejor que le ha pasado al humor político en los últimos cinco años: Alberto González Vázquez. Aunque no formaba parte del grupo de autores que abandonó El Jueves, se incorporó a Orgullo y Satisfacción desde su primer número. En sus manos, los políticos de todo signo se han convertido en psicópatas amorales protagonistas de situaciones siniestras o absurdas. González Vázquez es un maestro del punto de giro que provoca el humor, y satiriza a la clase política alejándose de la realidad y distorsionando el contexto. Su trabajo en Orgullo y Satisfacción fue recopilado en Todos los hijos de puta del mundo (¡Caramba!/Astiberri, 2016), y con él reventó cualquier debate sobre los límites del humor. Y el tercero en discordia ha sido Luis Bustos, un excelente dibujante cuya vis cómica ha ganado muchos enteros en sus colaboraciones con la revista: ensayos sobre un tema concreto cada mes en los que jugaba con los estilos de dibujo y los referentes pop -desde los viejos comic books a los más recientes memes- para transmitir mucha información en tan solo unas pocas páginas. Su propuesta alcanzó una cumbre de lo gonzo cuando decidió pasar una semana desconectado de internet y contarlo en una historieta (n.º 24).

Alberto González Vázquez
La revista se completaba con varias secciones de textos ilustrados, casi siempre por Ágreda o Alcázar. Pepe Colubi publicó durante los primeros números La tele que me parió antes de abandonar la revista por falta de tiempo; los más estables fueron el periodista Isaac Rosa, con una sección de humor político a veces muy certera, y John Tones, con sus páginas de crítica cultural, Sesión de control, que pasaba revista a los acontecimientos más importantes del mes, desde estrenos de cine a polémicas de redes sociales. Durante los primeros números también participó El Mundo Today, con colaboraciones en la línea de su web.
Con el paso de los meses, la plantilla de Orgullo y Satisfacción experimentó reajustes: se marcharon Malagón, Pepe Colubi, Paco Sordo o Lalo Kubala -su sección de perfiles de políticos apuntaba maneras, pero fue demasiado breve-, y llegaron las citadas hermanas Pacheco, Oroz, Miguel Brieva o Flavita Banana, una humorista gráfica de trazo expresionista y visión caústica que ha supuesto una de las sorpresas más interesantes de los últimos tiempos de la revista.
Orgullo y Satisfacción: libros y extras
Paralelamente a la publicación mensual de la revista, la editorial fue lanzando extras aperiódicos, al precio de un euro; el primero de ellos tuvo autoría coral y tenía como tema las elecciones generales de 2016, mientras que los otros cinco fueron recopilaciones de material de alguno de los colaboradores de la revista. Entre ellos, destacaron El detective de la SGAE de Bartual (2016), un inteligente homenaje a la escuela Bruguera, ¡Distorsión! de Fontdevila (2016), un conjunto de historias sobre la desobediencia civil que recupera temas y enfoque de su genial No os indignéis tanto (Astiberri, 2013), y The Funny Pages de Monteys (2017), un torbellino de humor que referencia mil estilos y épocas diferentes.
Pero, además de estas ediciones digitales, Orgullo y Satisfacción SL se alió con ¡Caramba! -convertida ya en un sello de Astiberri- para editar tres libros en papel. Concebidos como acontecimientos especiales -lo que denotaba, tal vez, que en el mundo actual el papel tiene aún una cualidad de la que carece lo digital, al menos para ciertas generaciones-, estos cómics reunían a toda la plantilla de Orgullo y Satisfacción, aunque se mantenía la proporción de páginas de cada artista. El diccionario ilustrado de la democracia española (1975-2015) (2015) fue el primero y, en mi opinión, el mejor de ellos, pues partía de un concepto crítico con la transición pero no demagogo, y se pasaba revista, a través de términos ordenados alfabéticamente, a lo que han sido estos cuarenta años… desde Adolfo Suárez a Carlos Jesús. El segundo libro, ¿Qué es el humor? (2016) respondía a la pregunta del título a través de viñetas de página completa -y apaisada-, tiene grandes aportaciones, pero parece menos denso y ambicioso que el anterior, y menos variado. El último acaba de aparecer: Orgullo y Satisfacción: Grandes éxitos (2017), y es un volumen de trescientas páginas que recopila, organizadas por temas, algunas de las mejores páginas de la trayectoria de la revista, aunque cada lector, evidentemente, tendrá sus favoritas.
El fracaso de un éxito

Luis Bustos
En enero de 2017, los responsables de Orgullo y Satisfacción anunciaron que en diciembre cerrarían la revista. El motivo fue que las ventas se habían estancado y no habían logrado el objetivo de doce mil suscripciones, el mínimo necesario para garantizar la viabilidad económica del proyecto. En los últimos meses, el número se hallaba en torno a cinco mil y el crecimiento se había detenido. Durante casi tres años y medio, la revista había seguido ofreciendo los mismos contenidos de calidad, esforzándose por incorporar a nuevas voces y mimar a los lectores. Sin embargo, el alucinante apoyo inicial no se había traducido en uno constante suficientemente amplio. Ahora bien: antes de considerar esta aventura como un fracaso, debemos ser conscientes de que nunca antes una publicación digital había conseguido semejantes cifras en España. Si un mes antes de lanzarse el primer Orgullo y Satisfacción alguien hubiera aventurado que iban a llegar a las cinco mil suscripciones, sin duda se le habría considerado un pirado: todas las iniciativas para profesionalizar el cómic digital habían obtenido unos beneficios más bien discretos hasta la fecha. De modo que, aunque Orgullo y Satisfacción no alcanzara su meta -y no olvidemos la cantidad de profesionales implicados en la revista-, su aventura ha demostrado que hay un público ahí fuera dispuesto a pagar por cómics digitales, y, muy probablemente, mucha gente se animó a comprar sus primeros tebeos en este formato gracias a esta revista. En ese sentido, es un éxito sin precedentes, aunque haya resultado insuficiente.
Por supuesto, también hay que valorar factores como la repercusión mediática que acompañó al lanzamiento, que no resulta tan sencilla de lograr, pero también y sobre todo el hecho de que Orgullo y Satisfacción aglutinó a algunos de los mejores humoristas gráficos españoles, dibujando en libertad y sin cortapisas editoriales.

Paco Alcázar
¿Por qué no ha sido suficiente para garantizar la supervivencia de la cabecera? La propia redacción ha hecho autocrítica en estos últimos meses de actividad, aludiendo al formato en pdf como algo poco práctico en los tiempos actuales, así como al hecho de que el consumo digital tiende hoy más a las pequeñas píldoras que a los tochos de cien páginas. Algo de eso puede haber: Orgullo y Satisfacción no nació como producto digital con la intención de explotar todo el potencial de este campo, sino como única opción de quienes no podían una edición en papel sin hacer concesiones. Se benefició de la rapidez en el acceso a la revista -realmente, su web era eficaz y plenamente funcional- y de la viralidad en redes sociales, pero no exploró otras posibilidades, como la interactividad o la experimentación con las herramientas digitales. Se concibió como una revista tradicional con menos restricciones, pero que seguía ofreciendo, una vez al mes, un producto acabado y cerrado. El compromiso de los autores también dejaba poco margen de maniobra, como dice la contraportada de Grandes éxitos: “Sin dinero pero también sin amo ni peajes publicitarios”. Sin la inversión de marcas que pudieran haberse anunciado en sus páginas -y a buen seguro no les faltaron ofertas-, todo quedaba en manos de los compradores; seguramente, ninguna revista distribuida a quioscos sobreviviría hoy en estas condiciones.
En cualquier caso, creo que no exagero si califico la experiencia de Orgullo y Satisfacción como un hito en la historia del cómic español. El primer intento en el ámbito digital verdaderamente sólido, además de autogestionado, por un grupo de humoristas que transmitía la misma sensación de familiaridad, unión y cercanía que los viejos tiempos de El Jueves -que, en 1982, fue comprada, precisamente, por varios de sus dibujantes-, pero con un sentido de la actualidad y una conciencia clara: combatir desde el humor la censura directa o indirecta, con un compromiso con la libertad de expresión plasmado en cada número, en cada chiste sobre el rey, en el maravilloso -y doloroso- especial gratuito que lanzaron tras el atentado de Charlie Hebdo en enero de 2015, o en su tratamiento de la realidad política sin sectarismos ni bulas para nadie. Durante cuarenta números, seis extras, un especial y tres libros en papel Orgullo y Satisfacción ha ofrecido humor de calidad y cubierto un espacio necesario que ahora queda vacío. Esperemos que no tarden en volver, de un modo u otro.