Patrick Cowley – Sexo, baile y cintas de video

Dark Entries continúa su proyecto de recuperación de los preciados archivos sonoros del malogrado productor de música disco y Hi-NRG Patrick Cowley, añadiendo una insólita faceta a su poliédrico retrato. La publicación de sus lujuriosos y explícitos diarios eróticos nos permite revivir y casi sentir en nuestras propias carnes un momento social y artístico explosivo con toda su fuerza y vigencia.

«Mientras muchos músicos del momento se dedicaban a replicar sonidos ya existentes con sus sintetizadores, Patrick les trajo los sonidos del futuro…«
Daniel Heinzmann

“Nunca juzgaba. Simplemente escuchaba los sonidos cuando le
enseñaba algo nuevo como Devo o Talking Heads y
enseguida se ponía a pensar cómo emularlos.”
Jorge Socarras

Patrick Cowley comenzó a sentirse frecuentemente mareado, extrañamente débil y enfermizo a finales de 1981. Tosía constantemente, perdió mucho peso y empezó a caérsele el pelo. Su aspecto, su salud y sus fuerzas fueron apagándose poco a poco en un proceso de deterioro implacable hasta el desgraciado final. Pero jamás perdió el ánimo, la curiosidad ni su inmenso afán y talento creativo, y continuó trabajando prácticamente hasta su último aliento, un fatídico 12 de Noviembre de 1982, victima de una misteriosa enfermedad a la que aún ni siquiera acertaban a poner nombre. Como una terrible premonición, su luz se apagó, dejando a la comunidad gay de San Francisco que había sido su hogar, su familia y su mundo durante toda la década de los setenta sumida en la oscuridad de la noche, aterrorizados por la amenaza de un virus letal que en aquel momento se decía que sólo les atacaba a ellos y había llegado para hacerles pagar todos sus pecados… Hablo del SIDA, por supuesto.

Cuarenta años después, y pese a que sus efectos se han podido mitigar en gran medida (siempre que se disponga de medios económicos para ello) sigue sin existir una cura definitiva ni una vacuna para esta terrible plaga. El daño físico y social y el pesadísimo estigma que dejó sobre la comunidad gay mundial aún se dejan notar.

Esta es una historia marcada por el SIDA. O más bien, por su ausencia. La de un tiempo previo a su llegada, un efervescente momento de liberación sexual y social, una desinhibición colectiva que dio alas a la creatividad de sus protagonistas y proporciona inspiración eterna a todo el que se asome a su legado, y especialmente a la extraordinaria obra que nos dejó Patrick Cowley. Una obra cuya diversidad, profundidad y vigencia aumenta con cada nuevo capítulo que se suma a la ya la considerable lista de reediciones y recuperación/reconstrucción de archivos inéditos que se han ido publicando en los últimos años (alimentando un culto del que me confieso devoto absoluto). Una visión única que ahora, gracias a la publicación de sus diarios eróticos bajo el nombre Mechanical Fantasy Box (2019), podemos imaginar, saborear y casi palpar en toda su dimensión. 

Portada del libro

Ha llovido mucho desde 1982. El recuerdo de Patrick Cowley se ha ido diluyendo. En su momento pasó a la historia, con letra pequeña, como un exitoso productor y arreglista de hits de Hi-NRG que ponían a cien a los sudorosos asiduos de las discotecas y antros gays de San Francisco en los setenta. Pero quedó rápidamente sepultado por la sofisticada opulencia musical de los años ochenta. Deslumbrante, seductora y en el fondo, reaccionaria, conservadora y mucho más apropiada para alimentar las ansias expansivas del capitalismo rampante que se empezaba a adueñar del planeta. La propia ciudad de San Francisco fue una de las victimas de este nuevo virus mucho más perverso, dañino y contagioso que el del SIDA. Convertida en la meca de las empresas tecnológicas dotcom y las startups, y al calor de su espectacular auge, la ciudad sufrió un proceso de aburguesamiento y gentrificación que la empujó a lo más alto en el ranking de precios de alquiler de todas las ciudades del país. 

Ha sido una nueva generación, harta de sentirse expulsada y marginada en su propia ciudad, la que ha vuelto a indagar en ese glorioso, lujurioso y apasionado pasado para hallar la inspiración que les está permitiendo desarrollar una nueva escena verdaderamente alternativa. Josh Cheon, miembro del colectivo de DJs Honey Soundsystem y capo del sello Dark Entries, es uno de sus más activos representantes y quien ha liderado la recuperación del legado de Patrick con el descubrimiento en 2009 y la posterior investigación y publicación paulatina de sus grabaciones más olvidadas o incluso inéditas. Una labor que poco a poco ha ido ganando adeptos a medida que ha ido añadiendo capas de complejidad y grandeza al personaje. Un retrato en construcción que nos ha permitido reevaluar y resituar radicalmente su posición y su importancia en la historia de la música electrónica.

Fui uno de aquellos que descubrió a Patrick Cowley con School Daze (primera reedición de Dark Entries en 2013). Una banda sonora de una peli porno gay de los setenta. Más sórdido y recóndito no podía sonar aquello, invitando a pensar que no se trataba más que de un capricho editorial para llevarse el título de rareza del año. Pese a las recomendaciones de algunos medios más o menos fiables, uno se lo compraba con la sensación de estar cayendo en la trampa de creerse el más listillo de la clase y de que acabaría olvidando el dichoso disco a las primeras de cambio. Nada más lejos de la realidad. Aquello era muy serio (en el mejor de los sentidos, puesto que humor precisamente no le falta). 

Entre sus surcos hay un impulso explorador más próximo al Kraut/Kosmiche germano que a la carnalidad del disco-funk. Los sonidos se expanden en formas más abstractas y difusas y menos sujetas a los patrones rítmicos del Disco Groove. El horizonte se llena de pequeñas sorpresas y hallazgos. Adivinamos influencias más diversas y también más lejanas en el tiempo, pero lo que de verdad nos descoloca es el sentido de anticipación, de precuela de muchas cosas llegaron mucho después, a medida que la electrónica se empezó a introducir y asimilar en la producción musical a todos los niveles y a generar nuevos estilos entonces inimaginables como el techno, house, acid… Llama especialmente la atención la forma en la que integra elementos de muy diferente textura, anómalos, extraños a modo de collage en una amalgama sonora que nunca pierde de vista ese pulso básico e hipnótico que te atrapa. En otras palabras, hip-hop en forma de abstract beatz cuando J Dilla o Madlib aún llevaban pañales.

Uno sólo puede imaginar la excitación incrédula de Josh Cheon cuando dio con este tesoro y empezó a planear la posibilidad de mostrarlo de nuevo a la luz. Pero ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Quién fue realmente Patrick Cowley? Y ¿Cómo diantre llegó Josh a esas grabaciones? De hecho, ¿quién demonios es Josh Cheon?

Foto: Cowley Subway

El caso es que, en muchos sentidos, las vidas de Josh y Patrick han llevado trayectorias paralelas y en cierta medida contar la historia de uno es también contar la del otro, pero dejémonos de marear la perdiz y pongamos orden, empezando por el principio, como debe ser.

Ayer

Patrick Cowley nació en 1950 en Buffalo, NY. Empezó a interesarse por la música desde niño y pronto aprendió a tocar la batería. Fue miembro de varias bandas de garaje con las que llegó a dar algunos conciertos y girar por las ciudades del entorno, mientras estudiaba Filología Inglesa en la Universidad de Buffalo. Pero a pesar de que sus padres le apoyaron plenamente en sus aventuras musicales, aquello se le quedaba muy pequeño. Así, cierto día, le confesó a su padre que nunca encontraría la música que buscaba en Buffalo y que había decidido mudarse a San Francisco. No tenía mucho dinero ni un plan claro de lo que haría allí, pero mostraba tal determinación que sus padres decidieron respetar su decisión y dejarle marchar. Su padre le llevó hasta la autopista en coche y allí Patrick cogió su mochila, se dieron un abrazo y se marchó. No volvieron a verse hasta muchos años después, cuando Patrick ya era víctima de los demoledores efectos del VIH.

Afortunadamente, y ese es un aspecto clave en esta historia, San Francisco ofrecía unas condiciones ideales para que un chico de provincias con pocos recursos y demasiado avergonzado aún para salir del armario en su Buffalo natal, pudiera explotar todo su potencial: alquileres baratos, ambiente tolerante, una efervescente escena cultural alternativa, infinidad de jóvenes en sus mismas condiciones y sexo, mucho sexo. Uno de esos jóvenes era Maurice Tani, con quien coincidió en 1972 en las clases que impartía Jerry Mueller en el recién inaugurado Electronic Music Lab del City College, y con quien empezó a desarrollar sus primeros experimentos y composiciones en los sintetizadores del propio laboratorio. Pronto se les unió otro estudiante, Art Adock, y juntos se lanzaron a mezclar y adaptar todo tipo de estilos a las posibilidades que aquellos nuevos aparatos ofrecían para empezar crear cuñas de radio y pequeñas piezas de pop electrónico. En el Music Lab disponían de sintetizadores analógicos británicos VCS3, más baratos que los populares Moog Buchla, pero también mucho más impredecibles y difíciles de dominar. Sin embargo, Patrick era un verdadero maestro creando sonidos impensables de una manera totalmente intuitiva. De hecho, cuando se lo preguntaban, reconocía carecer de cualquier tipo de método. Simplemente se dedicaba a probar diferentes conexiones y después recordaba los sonidos obtenidos gracias a su prodigioso oído. Hay que tener en cuenta que el proceso para construir un tema en aquellos balbuceantes días era largo, laborioso y completamente manual. Cada sonido era el resultado seguir un orden de módulos muy concreto y de manipularlos también de una manera muy específica. La secuencia de sonidos se obtenía recortando con un cutter los fragmentos de cinta grabados individualmente y pegándolos de nuevo en el orden deseado. Una pieza electrónica completa podía contener cientos de estos fragmentos.

Afortunadamente, la tecnología evolucionó y se abarató de manera vertiginosa en pocos años y gracias al dinerillo que iban obteniendo con sus creaciones pudieron comprar su propio equipo. Un sintetizador Electrocomp y un Otari ½“ de 8 pistas que facilitaba muchísimo la edición de los temas y además les permitía trabajar también desde su propia casa. De los tres, Art era quien mejor conocía el funcionamiento de los sintetizadores. Era un auténtico freak, siempre dispuesto a aportar las soluciones técnicas que precisaba la enorme imaginación de Patrick. Ambos, se complementaban perfectamente y de ese modo Patrick empezó a desarrollar remixes de temas disco extendiendo el colchón rítmico en el tiempo a las que iba aportando pistas con nuevas pinceladas melódicas. Se especializó en temas de +150bpm en plan “punto álgido de la noche”. Era la antesala del Hi-NRG que le hizo famoso. 

A mediados de los setenta, San Francisco empezó a desarrollar una pujante escena disco con clubs como Mind Shaft, I-Beam, Dreamland, Trocadero Transfer, Dance Your Ass Off, y el más popular de todos ellos, The City. Patrick trabajaba como técnico en el escenario del sótano, y fue allí donde tuvo su primer contacto con aquel excitante sonido y a pensar en incorporarlo en sus creaciones. Sylvester y su banda actuaban regularmente allí y no tenían ni idea de que aquel chico hiciera música, hasta que este les pasó unas cintas y les preguntó si les gustaría hacer acompañamientos para algunas canciones en las que estaba trabajando. Las escucharon y quedaron totalmente fascinados. Especialmente el propio Sylvester, quien inmediatamente se planteó la posibilidad de integrar aquellos extraños sonidos sintetizados en su R&B básico y muy apegado aún al modelo Motown y contrató a Patrick para llevárselo de gira a Sudamérica y Europa en 1978. Lo cierto es que en un principio el resto de integrantes de la banda no daban demasiado crédito a la técnica “alienígena” y extraña que utilizaba y se mostraban un tanto recelosos. Pero poco a poco fueron aceptándola y acabo siendo profundamente amado y respetado por todos. Junto a ellos creó varios hits que establecieron la merecida fama de Sylvester como legítima disco queen

Sus últimos y aún más exitosos temas llegaron de la mano de Marty Bleckman en Megatone Records. Murió en la cúspide de su set, como si de repente hubieran saltado todos los fusibles o peor aún, como si la policía hubiera aparecido por sorpresa, en pleno delirio del baile, para prohibir y dar por suspendida la fiesta. Pero en paralelo, Patrick había seguido experimentado con su equipo casero hasta su ultimo aliento, y ese es el lado B de su obra que aún estamos descubriendo y gozando para mantener viva una pequeña llama en nuestro interior.  

Hoy

¿Y Josh Cheon? Al contactar con él y entender cómo se fue familiarizando con la obra de Patrick no puedo evitar construirme mi propio mito. Visualizo dos historias que corren paralelas en tiempos y espacios diferentes y a la vez convergentes, en una concatenación de hechos que parecen predispuestos para que se produzca ese mágico encuentro.

Josh Cheon nació a principios de los setenta en New Jersey y vivió allí hasta los 25 años cuando un amigo le habló de San Francisco y le animó a marcharse. Probó con una visita de una semana que colmó todas sus expectativas. Y encima conoció a un chico. Tan solo un mes después, volvió para quedarse y vivir su propia aventura LGBTQ. Durante 11 años compaginó su trabajo en un laboratorio de biología con su faceta de DJ. Nunca habló de su sexualidad en el trabajo. Se limitaba a decir que ejercía de DJ los fines de semana, sin mencionar un pequeño detalle: que lo hacía para Honey Soundsystem junto a Jason Kendig, Jackie House y Bezier, pinchando disco, post-punkacid y jacking house para setecientos tíos bailando semidesnudos. Era un mundo oculto en que poder vivir plenamente su fantasía. Empezó a incorporar temas de Patrick Cowley en sus sesiones y a interesarse cada vez más en el personaje hasta que en 2007 conoció a John Hedges, en un instante que cambió su vida para siempre, aunque en ese momento no fuera aún consciente de ello.

John había trabajado en Megatone Records con Patrick y le contó que poseía una colección de tres cajas de cintas con grabaciones suyas. Aquello despertó su curiosidad, pero de momento, la cosa quedó ahí. En 2008, Josh empezaba ya a declararse fan total de Patrick y Stefan Goldman le habla entonces de Catholic Boy (2009), un disco perdido y jamás publicado de Patrick en colaboración con Jorge Socarras con el que está entusiasmado y que planea rescatar en su sello (Macro). De paso, le invita a la fiesta de presentación. Allí, el productor Chris Nijirich menciona las bandas sonoras que Patrick hizo en su día para films porno gay y aquello enciende ya todas las alarmas de Josh. Inmediatamente busca al director, John Coletti, y en los estudios de Fox hallan ocho cintas de grabaciones de Patrick. En ellas están las bandas sonoras de School Daze, Muscle Up (2015) y  las diversas piezas inéditas que componen Afternooners (2017), que Josh irá publicando poco a poco en Dark Entries. El sello discográfico que creó en 2009, abandonando definitivamente su trabajo en el laboratorio para dedicarse a su gran pasión y dar a conocer auténticas joyas de minimal wave y synth wave (o como prefiera uno llamar a la explosión de pop electrónico de los primeros ochenta) como Lena Platonos o Severed Heads

Fue precisamente en otra presentación discográfica, en este caso la de Afternooners, donde Theresa McGinley, amiga de Patrick desde la adolescencia, le propone hacer una lectura pública de algunos fragmentos de sus diarios eróticos “secretos”. Patrick temía que su familia pudiera encontrarlos algún día y escandalizarse con ellos por lo que, tras su muerte, Theresa los guardó escondidos e intactos durante todos aquellos años. En 2009, cuando el interés por su música empezó a despertar, Theresa decidió por fin leerlos e invitó a Jorge Socarras, coautor de Catholic Boy y uno de sus más íntimos amigos y colaboradores, para hacerlo juntos en el día que Patrick hubiera cumplido sesenta años. Se sentaron en uno de los muelles de Lower Manhattan que se mencionan en el diario y como confiesan en la introducción del libro, “es posible que no leyéramos todo el diario, pero estoy segura de que tocamos todas las páginas… (como sintiendo la presencia de Patrick a través de ellas)”. Aquí, ahora, tras ir conociendo esta historia y haber hablado con Josh, toco las páginas de mi copia del libro y me dejó llevar por mi propia fantasía. Es todo, música, texto e imagen tan palpable y carnal que yo también creo sentir esa presencia.

De algún modo, esa extraña complicidad me permite entender perfectamente a Josh cuando confiesa que le gusta pensar que allá donde esté Patrick, confía en él, en que sepa tratar con respeto su legado y él sólo trata de corresponderle. Cuenta que una vez publicadas las bandas sonoras empezó a buscar más material. Su compañera de piso guardaba cintas enormes de 10”, mixtapes con más de dos horas y media de capacidad en sus dos caras, pero la calidad era muy baja, con mucho ruido de fondo y transferencia de una cara a otra, y resultaban inservibles. Sin embargo, Josh no estaba dispuesto a rendirse aún, y revolviendo en el trastero, hallaron cintas con grabaciones directas originales de mucha más calidad llenas de retazos y experimentos cuidadosamente anotados por el propio Patrick. Josh cuenta que el corazón le dio un vuelco al descubrir semejante tesoro y rápidamente decidió que debía darle alguna salida. Durante semanas se dedicó a transferir y mezclar esos originales en cintas nuevas reconstruyendo y sincronizando de forma totalmente manual los fragmentos, con un método muy similar al usado por Patrick en sus tiempos y tratando de adivinar qué podría tener en mente para cada uno de ellos. El tributo definitivo de un fan y dos historias que han corrido paralelas en un mismo espacio y en dos tiempos diferentes para encontrarse en otra dimensión, fuera de nuestras coordenadas convencionales, en esa especie de interzona espacio/temporal que es la música que contiene Mechanical Fantasy Box. Unos tracks originalmente elaborados en los ochenta pero concebidos en la mente de Pat para otro tiempo y otro lugar, como un mensaje para el futuro. 

Siempre

Como he comentado, esta edición de Mechanical Fantasy Box viene acompañada de la publicación por primera vez de los diarios eróticos de Patrick. Un complemento que trasciende completamente su condición inicial de apéndice curioso para convertirse en elemento clave en la cosmogonía de este singular artista. Una vez leídos, uno comprende que es a través de sus vívidas descripciones cuando se es capaz de abarcar al personaje en toda su extensión. 

La música que suena en las películas que le excitan es la que imagina en medio de sus fantasías y encuentros sexuales y viceversa, en un loop constante. Cada página parece estar impregnada de las gotas de sudor y del aliento jadeante del goce sexual. La voluptuosidad psicodélica que evocan sus símiles y sus descripciones (aumentada por la visión un tanto cósmica de las fantásticas ilustraciones creadas por Gwendaël Rattke para esta edición) es la misma que baña su música, cerrando así el círculo de toda su visión y en última instancia de su vida. 

La osadía sexual de Patrick era de otro calibre. La psique católica convertida en mito y fetiche, una sublimación inversa del impulso religioso al través del ritual erótico”. Jorge Socarras lo describe maravillosamente en la introducción del libro, aportando una cándida y bella confesión de sus propios sentimientos: “Sexo de Baños Públicos y Cuartos de Atrás. Patrick tenía pase privado para la trastienda de la librería Jaguar. Era una experiencia sexual única, totalmente impersonal; un rito ancestral a través del cual los cuerpos encarnaban todos los roles posibles: la santidad, el sacrificio, el predicador y sus feligreses. Los movimientos de cada individuo parecían formar parte de un ritual destinado a provocar el trance con su ritmo acompasado. En muchas ocasiones, Patrick se nos quedaba mirando como si fuéramos actores en su propio teatro erótico privado: su Mechanical fantasy box. De ese modo pudo comprobar que yo había captado el mensaje y que esa sabiduría esotérica había entrado en mí. Si yo era un iniciado, el era el sumo sacerdote.

La deliciosa perversión que hace de todo tipo de íconos y ritos religiosos cristianos para narrar actos pecaminosos y absolutamente inmorales rompe todos los tabúes y supone un acto supremo de orgullo, liberación y empoderamiento, de sexualidad pura y desinhibida. En este sentido, va mucho más allá de la narración personal, para convertirse en un manuscrito histórico a modo de crónica y vivísima memoria de una época y un movimiento aniquilado sin piedad por la epidemia del SIDA (o más bien, por la gestión de la epidemia del SIDA)

Y es quizá esa identificación absoluta con un universo muy particular lo que hace que la música de Patrick sea inimitable y tan vigente. En aquellos tiempos de explosión de la música disco, muchos productores como Giorgio Moroder y tantos otros orientaron su música hacia las pistas de baile en busca del éxito. Pero Pat vivió la experiencia de baile, sexo y drogas en sus propias carnes hasta las últimas consecuencias. Su música es inherente a la propia cultura de clubs. No está concebida y diseñada desde la distancia prudencial de un observador que analiza sus mecanismos. Es parte de ella, brota de su más profundo interior. Un submundo de cuero negro hiper-masculino, carnoso, caliente, sudoroso, un tanto sucio y peligroso, pero irresistible, y, por otro lado, en el extremo opuesto al colorismo exuberante de las drag queens. Esta era la vida y al mismo tiempo la fantasía que alimentó por siempre sus canciones, derivando, especialmente en estos 4 discos rescatados hasta el momento por Dark Entries (School Daze, Muscle Up, Afternooners y Mechanical Fantasy Box), en estructuras cada vez más largas y atmosféricas, como si quisiera prolongar eternamente el placer.  

Todos ellos navegan en un complicado equilibrio entre las enormes limitaciones técnicas y estilísticas que Patrick debía afrontar y su imparable curiosidad, imaginación y deseo de aventura y experimentación que los termina haciendo absolutamente fascinantes. Cuentan que el director de las películas aconsejaba a los candidatos a componer la banda sonora que no la hicieran “demasiado interesante”. La música debía avivar la carnalidad y la lujuria del momento sin llegar a eclipsarlo ni desviar la atención de lo que realmente importaba, el puro deseo y satisfacción sexual. Ese es el acotado y minado terreno en el que debía moverse Patrick, y pese a ello, era capaz de evitar los típicos y esperables crescendos para mantener un sorprendente rigor, esperando con paciencia el momento adecuado para trufar sus piezas de todo tipo de deliciosas sorpresas. 

School Daze, Muscle Up y Afternooners recogen las correspondientes bandas sonoras y se completan con varios temas inéditos. Los tres funcionan mucho más allá del contexto para el que fueron creados y cuesta imaginar su procedencia si uno la desconoce. Especialmente en esos ecos metálicos, lejanos y difuminados, evocando paisajes desolados, soñados y extrañamente bellos que remiten a Fripp & Eno, a Harmonia o incluso a un Conrad Schnitzler. Pura ambrosía sonora, en la banda sonora de… ¿un film porno? Pues sí, ¿por qué no?

Afternooners, en particular y yendo un paso más allá, contiene temas inéditos creados más tarde, en 1982, pero es imposible discernir unos de otros. Todos pertenecen a un tiempo y un universo propio, una intersección espacio-temporal ajena a los parámetros lineales convencionales y en la que cada publicación es una oportunidad para imaginar nuevas e insospechadas asociaciones, desde Stereolab a Aphex Twin o Flying Lotus. La crítica de Muscle Up en WIRE habla de su música como “una fértil matriz de la que emana el disco mutante y el techno del mañana. Hay algo poderoso y emocionante…que justifica por si sólo la existencia de este artefacto sonoro como un capitulo crucial en la historiografía del sonido queer.” No seré yo quien lo niegue.

Por último, el más reciente Mechanical Fantasy Box es un pequeño cajón de sastre que recoge inéditos grabados a lo largo de toda la década de los setenta. Este -hasta el momento- último capítulo se me antoja como una verdadera y completa celebración del espíritu de Cowley. Ese goce íntimo e intenso que experimento al sentirme casi partícipe de sus propios descubrimientos y hallazgos, como si estuviera allí con él en estudio probando ajustes y conexiones y maravillándonos juntos con el resultado.

Epílogo

Probablemente nada de lo que ocurre en este libro hubiera sido posible en otro lugar que no fuera el Distrito de Castro en San Francisco. Es uno de esos casos en los que alguien está en el lugar y momento adecuado para dar y recibir lo mejor de sí mismo y del entorno que le rodea. La comunidad gay residente en el barrio californiano desarrolló, en gran parte gracias a la ingente labor de Harvey Milk una poderosa red autogestionada que incluía bares, servicios sociales, asociaciones empresariales y hasta nueve periódicos locales. 

En algunas de sus últimas publicaciones Dark Entries ha continuado indagando en ese fructífero ecosistema para regalarnos nuevos descubrimientos como Roy Garrett o Maxx Mann. Ambos muy recomendables y que espero no sean los últimos.

Todo lo que he ido recopilando para este artículo, tanto en el pasado como en el presente, transmite unas inmensas ganas de vivir y de disfrutar siendo uno mismo, exprimiendo al máximo los placeres a nuestra disposición, sin sentirnos culpables ni avergonzados, sin atormentarnos y sin temor a ser señalados por ello. Patrick Cowley murió en la cumbre de su modesto éxito y al mismo tiempo, en la más absoluta decadencia física, víctima de la enfermedad. Lo había dado todo, había saboreado hasta el último instante de su vida en San Francisco, y de algún modo, ese abrupto y doloroso final nos enfrenta a nuestra propia mortalidad y al modo en el que vivimos nuestras vidas. Podemos especular con lo que hubiera podido pasar si el SIDA no hubiera llegado o si se hubieran invertido los recursos necesarios para investigarlo desde un primer momento. Quizá se hubiera podido salvar su vida o prolongarla unos años más. Quizá el sueño de la comuna gay de SF no hubiera tenido un final tan trágico y drástico. Quizá… tantas cosas. Pero nunca podremos saberlo. Disfrutemos y honremos su memoria por siempre.

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