Desde la llegada de nuestros antepasados al Nuevo Mundo, la búsqueda de tesoros y reinos perdidos agrandó las ambiciones de personajes tan dispares como Pizarro o Lope de Aguirre. Percy Fawcett fue el último de los exploradores que se adentró en territorios desconocidos animado por fantásticos relatos y manuscritos antiguos. Nunca regresó para contarlo.
El febril deseo de encontrar riquezas en tierras ignotas se remonta a la conquista de Perú allá por el año 1532. Pizarro, acompañado tan solo por 180 soldados, entró en Cajamarca y aprovechó la única oportunidad que tenía de vencer a un ejército muy superior al español. La batalla fratricida entre Atahualpa y Huáscar ofreció un resquicio de esperanza a las famélicas tropas de Pizarro, que ni en sus mejores sueños habrían imaginado hacerse con un imperio tan vasto y lleno de riquezas.
Los incas, sorprendidos por el aspecto de los españoles, alarmados al verlos montando los caballos que hacía siglos se habían extinguido en sus tierras, hicieron caso de las señales que anunciaban la llegada de los dioses y llevaron a Pizarro ante su líder. El español, consciente de sus limitaciones, secuestró a Atahualpa, que ofreció a cambio de su liberación dos habitaciones de plata y una de oro. Después de que sus súbditos entregasen el generoso rescate, el conquistador español ejecutó al emperador inca que, además, tuvo que convertirse al cristianismo adoptando, antes de morir, el deshonroso nombre de Francisco. Quedaban sentadas las bases del expolio y también los destinos de decenas de aventureros ambiciosos ávidos de tesoros.
Aguirre y El Dorado
Décadas después, un enloquecido Lope de Aguirre emprendería la búsqueda de El Dorado, una legendaria ciudad perdida en la que según los testimonios de algunos indios existían inmensas minas de oro. El tirano Aguirre quería casarse con su hija para formar un imperio puro, se proclamó Príncipe del Perú, Tierra Firme y Chile y le declaró la guerra al Imperio Español. No tardarían sus hombres en amotinarse. Aguirre moriría disparado por varios de sus expedicionarios después de haber asesinado a su hija porque “no quería que se acostase con personas ruines”. El Dorado se desvanecía a la vez que Aguirre reía histriónicamente en su lecho de muerte.
Al igual que Lope, numerosos exploradores perderían la vida anhelando hallar el mítico reino de oro escondido entre la espesura de la jungla en los siglos posteriores. Aun hoy en día, según mis propias experiencias en Perú me confirman, la leyenda sigue latente y se cuenta que El Dorado podría estar situado en alguna parte de la amazonia donde habitan pueblos no contactados y en los que el acceso está prohibido para el hombre blanco.
El aventurero Percy Fawcett
Brasil fue también terreno fértil para los buscadores de reinos perdidos. Allá escribió su leyenda uno de los expedicionarios más celebres del siglo XX, el inglés Percy Fawcett, un coronel de bigote imposible, acompañado en las escasas fotografías que se conservan por una alargada pipa, un sombrero protector y unas botas al más puro estilo cowboy. El rastro de sus pasos nos llevará hasta Z, una ciudad que comparaba con la Atlántida, similar en sus características a El Dorado.
La historia de Percy Fawcett comienza en 1906 cuando la Real Sociedad Geológica le pide que establezca una frontera entre Brasil y Bolivia en una época en la que Sudamérica era todavía un continente por explorar. En aquellas primeras expediciones, además de catalogar especies animales no acreditadas por la ciencia como la araña gigante venenosa o el perro de dos narices, el inglés empezaría a desarrollar un profundo interés por lo desconocido.
Obsesionado con lo oculto, convencido de la existencia de una raza de gigantes que habría vivido con anterioridad en la Tierra, el hallazgo de un documento del siglo XVIII en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro conocido como el Manuscrito 512 acrecentó su necesidad de aventurarse en una arriesgada expedición.
El Manuscrito 512
El Manuscrito narraba el encuentro de unos bandeirantes brasileños (hombres que penetraban en los interiores del continente sudamericano partiendo de Sao Paulo) con una gran montaña brillante que atrajo su atención. Al acercarse observaron una gran ciudad que confundieron con alguna ya colonizada. Inspeccionándola detenidamente notaron importantes diferencias arquitectónicas y tramos arruinados. El documento describe su revelación con las siguientes palabras:
“Columna de piedra negra de extraordinaria grandeza y sobre ella una estatua de un hombre común con el brazo derecho extendido, señalando con el dedo índice al Polo Norte; en cada esquina de la plaza hay una columna, imitación a las que usaban los romanos, algunas maltratadas y partidas por rayos…”
El lugar parecía abandonado y no había señal de presencia humana. Hallaron, eso sí, una moneda en cuyo anverso aparecía un muchacho arrodillado y en el reverso, una corona, una flecha y un arco. La expedición continuó hacia los ríos Paraguaçu y Una sin darle al asunto mayor importancia. Fawcett, por su parte, alentado por sus investigaciones y algunos testimonios que le confirmaban la veracidad del escrito, se convenció de la existencia de aquella ciudad perdida y decidió encontrarla por sí mismo.
Adentrándose en territorio desconocido
Así, en 1925, Fawcett viaja a la región brasileña del Mato Grosso con su hijo Jack, de veintiún años, y su amigo Raleigh Rimell además de varios porteadores, ocho mulas y un par de perros. La expedición estaba financiada por varias sociedades científicas y un periódico interesado en publicar los escritos de Fawcett. Comienzan el 20 de abril en Cuiabá y les lleva catorce días alcanzar los 320 kilómetros que les separaban del río Xingú.
La presunta ubicación de la ciudad de Z estaría, según sus cálculos, en las latitudes 11º 30” Sur y 42º 30” Oeste, en algún lugar de la región de Bahía, en aquel entonces absolutamente inexplorada y habitada por tribus salvajes. El 29 de mayo se adentran en la selva tras haber proclamado Fawcett: “Saldremos de esta región dentro de unos días… No debemos cometer fallos”. Su rastro se pierde en territorio hostil.
Teorías sobre su desaparición
Hay muchas conjeturas acerca de la desaparición de Fawcett. Una afirma que encontró El Dorado y vivió rodeado de lujos hasta el final de sus días. Otra, más inverosímil, asegura que halló el reino espiritual que andaba buscando en las fantásticas ciudades subterráneas de la Serra do Roncador. Hay quien dice que fundó una asociación teosófica en la que adoraba a su hijo Jack. En los años posteriores a su desaparición, la familia intenta averiguar su paradero y surgen las primeras pistas.
En 1928, aparecieron un anillo y una brújula a orillas del Xingú que podrían haber pertenecido al explorador. Es entonces cuando su hijo Brian se decide a realizar varios viajes para tratar de esclarecer lo sucedido. En uno de ellos, los Kalapalo (pueblo que habita hoy en día en el Parque Indígena Xingú) aseguraron haberlo asesinado y le mostraron un esqueleto que supuestamente sería de Fawcett o de su hijo. Otro explorador, Orlando Villas Boas, confirmó la teoría diciendo haber sabido del destino de Fawcett por boca de su asesino. En 1951, el portugués recibió unos huesos que hizo analizar para intentar demostrar que pertenecían al expedicionario. El resultado fue negativo.
La teoría que sostiene el asesinato por parte de los Kalapalo se sustenta sobre la idea de que Fawcett y sus acompañantes, al intentar viajar extremadamente ligeros de equipaje, habían olvidado la importancia de ofrecer regalos a la tribu. Los Kalapalo cuentan con una serie de reglas morales y éticas que pueden resumirse en el ifuitsu, o lo que es lo mismo, la ausencia de agresividad pública y la predisposición a la hospitalidad y a compartir posesiones materiales.
No obstante, se trata de un pueblo orgulloso que elige a los líderes de sus comunidades a través de lo que denominan las peleas Huka Huka, una batalla simbólica entre el jaguar y el mono que se asemeja a la lucha grecorromana. Tanto es así, que para ellos podría haber resultado ofensivo que Fawcett y sus acompañantes hubiesen pretendido obtener alimento sin rendir el tributo exigido tácitamente. Si a lo anterior le añadimos que, desde la época de los conquistadores, los buscadores de oro han representado un peligro ostensible para los pueblos originarios, parece muy posible que Fawcett pagase su ambición y osadía con la muerte.
Fawcett en el cine
La última de las teorías sobre el destino del explorador inglés viene recogida en el libro La ciudad perdida de Z (2009) del escritor norteamericano David Grann. Según ella, los Kalapalo transmitieron al autor que cuidaron de los expedicionarios hasta que éstos optaron por dirigirse al este. A pesar de que les advirtieron en repetidas ocasiones que no tomaran aquella dirección por el peligro que representaban los indios feroces, Fawcett y los suyos hicieron caso omiso de sus indicaciones. La tribu del Xingú está convencida de que fueron asesinados por un pueblo salvaje que no contemplaba la hospitalidad de la forma que lo hacían ellos.
La novela de Grann ha sido adaptada a la gran pantalla por James Gray. La fecha de estreno de la película, protagonizada por Charlie Hunnam, está fechada para este mismo año. Veremos si el director de Two Lovers es capaz de aportar algo de claridad a la confusa y fascinante travesía de un aventurero que soñó con El Dorado y desapareció en terrenos aún desconocidos por el temible hombre blanco.
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