¿Qué es el vaporwave? ¿De verdad ha durado siete años? ¿Está tan muerto como dicen, o sólo está descansando? Y, si es así, ¿por qué las webs de tendencias no se desprenden del cadáver? ÁLVARO ARBONÉS y YAGO GARCÍA bucean en un movimiento (¿musical?) que ofrece mucho más que collages cutres y A E S T H E T I C S.
«Aquella estúpida canción / promesa de un verano eterno
de todas formas, es la norma / en el infierno»
Esto no es un artículo. Es una exhumación. Y una en la cual, además, ya no queda ni cadáver que enseñarle al juez, si nos guiamos por lo que se lee por ahí: el vaporwave (esa cosa que podría ser un movimiento musical y artístico) lleva recibiendo certificados de defunción desde hace más de un lustro. Los recibió justo después de su nacimiento, allá por 2010. También en 2015, cuando Sandtimer publicó el elepé Vaporwave is Dead. La MTV pudo haberle dado la puntilla ese mismo año, y, ahora que llega su séptimo aniversario, los articulos sobre su estado putrefacto ya no hacen ni gracia. Hasta en Forocoches se han repartido esquelas, no decimos más.
Al pobre vaporwave lo han matado más veces que al punk y al hip hop juntos… Pero, sin embargo, ahí sigue. Puede vérselo, vivito y coleando, en canales de YouTube, subreddits, blogs, y (lo más importante) en perfiles de Bandcamp y Soundcloud que entregan una cantidad obscena de nuevos lanzamientos al mes. ¿Qué ocurre, entonces? ¿Es que esta movida nació ya tiesa? Pues tal vez sí. Su fijación con los no-lugares (con el centro comercial como estrella absoluta) evocan su fascinación con esa anti-vida de consumidores perpetuos a la que parecíamos abocados durante los noventa, por aquello del ‘fin de la historia’. Pero de esto ya se ha escrito mucho.
Segunda hipótesis: el vaporwave no está muerto… porque nunca estuvo vivo. Al fin y al cabo, y si nos fiamos de los enterados, todo esto comenzó cuando algunas chavalas, fans de Daniel Lopatin, descubrieron que eso de alterar desechos sónicos de hace treinta años (músicas de librería, lo más tirado de la New Age, BSOs de videojuegos olvidados) daba para crear docenas de discos en una tarde: el artista que firma como 猫 シ Corp. asegura haber acabado algunos álbumes en menos tiempo aún. Súmese la apropiación de la estética noventera más plastificada, y ya se tiene un bromazo para darse el punto en Tumblr. Sobre todo, cuando los creativos de publicidad, los periodistas y otras alimañas muerden el cebo. Pero esta hipótesis ya ha sido planteada.
Venga, el órdago: todo lo anterior es cierto. El vaporwave surgió cadáver, hasta cierto punto, porque era una humorada sin intenciones de prosperar. Pese a esto, atravesó una existencia llena de vacilaciones, pero fecunda, y ahora ha emigrado al país de los géneros minoritarios, allá donde habitan el industrial, el ambient, el dark folk o el rock progresivo. O tal vez surgiera en ese limbo desde el principio, y le haya llegado la edad de ponerse comodón.
De hecho, llamar al vaporwave «género» resulta raro, porque uno de los palabros que más se repitieron al describirlo fue «microgénero». ¿Saben lo que es eso? Nosotros tampoco, pero tal vez tenga que ver con corrientes de origen internauta, que gozan de una difusión rapidísima y ajena a intermediarios obsoletos, así como efímera y ajena al mainstream. También podría deberse a esa capacidad, común a los estilos de música electrónica, de generar descendientes en cuanto a algún productor le da por alterar sus rasgos distintivos. Palabros como «hardvapour», «vaportrap» y, sobre todo, «future funk» vuelan como esporas… y, en la mayoría de los casos, se quedan mustios antes de germinar. Mira, aquí lo mismo tenemos un hilo del que ir tirando. Porque esto, aunque muchas veces se olvide, es música. Y, a veces, música muy buena.
La mujer de rojo frente a David Guetta
Todo lo anterior, claro, es farfolla. Para muchísima gente, decir «vaporwave» es mencionar la estética (perdón, e s t é t i c a: el uso de la fuente Caslon Full Width es tan obligatorio como cansino) asociada al género. Hablamos de ese look que, en su forma más desgastada, supone una inundación de colores pastel, caracteres japoneses, palmeras y arquitecturas desiertas, combinados de manera voluntariamente tosca. De hecho, uno de los que firman este artículo ha oído referirse a una composición gráfica muy chapucera como «un vaporwave». Como si alguien , al ver una de esas camisetas de Joy Division a la venta en grandes superficies, dijese: «mira, un postpunk«.
Esta asociación con lo visual, y con el postureo, irrita. Porque, más allá de la gamberrada, el vaporwave es también una reacción a un momento decisivo en la historia reciente del pop: el regreso comercial de la música de baile. A lo mejor, que sus obras fundacionales apareciesen en 2010 es casualidad. Pero ese año (cuando Daniel Lopatin saca Chuck Person’s Eccojams Vol. 1 y Vektroid, Telnet Erotica) es también aquel en el que David Guetta triunfa con One Love -el disco de I Got A Feeling, aparecido el año anterior- y Skrillex debuta con dos EPs que redefinen el dubstep como apto para estadios. Por primera vez desde comienzos de siglo, el chunda chunda ortodoxo vuelve a dar dinero. Y, sobre todo, genera beneficios en EE UU como nunca desde Fiebre del sábado noche.
¿Dónde está el chiste? Pues en que los dos álbumes que hemos mencionado están en las antípodas del Tomorrowland, festival que batió su récord de entradas vendidas aquel mismo año. Lopatin (que, no lo hemos dicho aún, también firma sus cosas como Oneohtrix Point Never) hizo lo suyo para divertirse, según confiesa, mientras que Vektroid –Ramona Andra Xavier en la vida civil- había usado el alias de Vektordrum en trabajos a los que el amor por Boards of Canada y Aphex Twin les salía por los poros. Y ninguno de ellos parecía arder en deseos de darle subidón a la peña con esos samples de Fleetwood Mac o Chris DeBurgh (The Lady in Red, nada menos) alterados hasta el límite justo de lo reconocible.
Introspectivos, carentes a posta de originalidad y menos cool que María Teresa Campos, los temas de Eccojams y Telnet Erotica parecen elaborados a altas horas de la madrugada, sin más luz que la de un monitor ni más intención que la de entretener la soledad mientras los compañeros de la facultad o del curro se ponen hasta las cejas en la rave. Y también son lo bastante atmosféricos como para que su escucha acompañe bien un bajón de estimulantes. Un regalo del cielo para ese público que, en EE UU, trababa entonces conocimiento con una señorita llamada «Molly»; la misma que (usando otros alias) había reinado en Londres en 1988 y en Valencia allá por el noventa y pocos.
Al año siguiente, el juguete está en marcha. Es en 2011 cuando James Ferraro publica Far Side Virtual, un disco (este sí) de abierta intención conceptual y satírica. Y, sobre todo, es cuando Vektroid (con el alias Macintosh Plus) da a luz Floral Shoppe. Un álbum del que ella misma ha renegado discretamente, y que dista de ser su mejor obra, pero que carga con el título de icono. Su portada es demasiado llamativa, y su música hace demasiados equilibrios entre lo hortera y lo inquietante, como para no quedar como tal. Puestos a estirar las genealogías, Floral Shoppe transmite ese mismo feeling que conjuraron Roxy Music con In Every Dream Home a Heartache: la fascinación se siente al contemplar la fachada de un chalet de lujo… aun a sabiendas de que lo que transcurre en su interior es, bien aburrido, bien horrible. O ambas cosas.
https://www.youtube.com/watch?v=YcsYSJwewWk
A partir de ese momento, la cosa se desmanda. El asunto queda oficialmente bautizado (sí, la raíz del término es vaporware) y los medios á la páge, siempre hambrientos de tendencias que vampirizar, le buscan parientes como esa cosa que se llamó «seapunk» y que, esta vez sí, fue una coña internauta sin trascendencia alguna. Cabeceras tan sesudas como el Chicago Reader se quedan picuetas ante esa grey de niñatos que hace discos por y para su escucha en internet, carentes -o eso parece- de la ambición de petarlo masivamente, mientras que esos mismos jóvenes lanzan discos a mansalva. Algunos de ellos son mierda empapelada en caracteres japoneses, sobre todo los que siguen ciegamente el presunto libro de estilo. Otros, en cambio, resultan deliciosos… y revelan conexiones insospechadas.
Sin ir más lejos, los álbumes de t e l e p a t h (y de 2814, como también firma su autor) son ambient, mientras que Surfing apuestan por una onda soleada y casi shoegaze en Deep Fantasy (2012), y lo del Hit Vibes (2013) de Saint Pepsi (ahora conocido como Skylar Spence) es, directamente, funk. Nmesh entrega con Dream Sequins (2014) una de las pocas obras maestras indiscutibles del vaporwave, y Vektroid, siempre la más original, lanza discazos como Neo Cali (2011), de tecnopop instrumental y cubista. A todo esto, la señorita Xavier también confiesa haber publicado álbumes malos a posta, con su millón y medio de seudónimos, para ver si ‘la escena’ se los tragaba. Por supuesto, se los tragó. Resumiendo: si quieren profundizar en este fondo de catálogo, acudan a las colecciones Vapor Essentials de Vapor Memory, el canal de YouTube que más se curra todo esto. Ahí, reunido en mastodónticos vídeos de 10 horas de duración cada uno, están los discos que le dieron forma a todo esto.
Del culto al cementerio (sin pasar por el mainstream)
Todo esto nos lleva tras nuestros pasos. A fin de cuentas, este muerto está muy vivo. El estajanovista ritmo de trabajo de los cultivadores del género, su constante evolución y la -aparente- búsqueda del mainstream por parte de algunos subgéneros como el future funk, hace dudoso pensar que el género se vaya a acabar dentro de poco. O que absolutos genios como Vektroid se vayan a cansar en su activismo musical.
Entonces, ¿acaso es posible hablar de vaporwave? ¿Hay algo así como un canon o un pensamiento asociado más allá de su propia ausencia de centro? Sí y no. Sí, porque estamos haciéndolo, porque hay decenas de artículos y entrevistas; no, porque recurriendo al pensamiento francés -todavía de moda, dios sabrá por cuánto tiempo-, es un movimiento rizomático: ni tiene centro ni tiene jerarquías. No hay líderes en el vaporwave. Ni siquiera intención de suscribirse a ninguna etiqueta concreta. Sólo el vaporoso devenir de un género que proviene de ninguna parte.
Para ser exactos, ese ninguna parte es todas partes. Un no-lugar. Si se prefiere, un lugar fuera de los lugares. Porque igual que el lugar (físico) favorito del vaporwave es el centro comercial, su lugar (digital) favorito es Tumblr.
No es accidental que el grueso de creadores vaporwave sean millennials. Ni que parezcan compartir todos un patrón estético común. Su obsesión con Japón, el cyberpunk, la electrónica y un goticismo entendido de una forma muy peculiar provienen todos de ese marasmo que es Tumblr. El lugar donde se dan la mano la pornografía soft, la nostalgia por las series de animación de los noventa y una obsesión rayano lo insano con la moda outsider.
Porque en Tumblr lo único que no pasa de moda a las dos semanas es lo que provenga del pasado.
Pero el vaporwave no surge de la nada. A fin de cuentas, Tumblr es el caldo de cultivo para absolutamente toda clase de locuras. Por eso, además del ya mentado sea punk, que fue mitad moda efímera mitad broma absolutamente incomprensible para cualquier espectador externo, para comprender de donde surge es necesario entender que tiene predecesores. Y entre ellos está el witch house.
Haciendo breve una historia larga, podríamos decir que el witch house es la versión oscura, e igualmente indolente con el mainstream, de lo que después sería el vaporwave. Formándose a través de pequeños cenáculos de artistas amateur, con sólo un puñado de nombres alcanzando cierta popularidad relativamente masiva, cuando el género consiguió llamar la atención de las revistas de tendencias se disolvió con la misma velocidad con la que se había creado. Su existencia dependía completamente de ser una broma privada. Algo que sólo pudieran entender aquellos que habían codificado internamente un concepto que consideraban como suyo. Un concepto que pasaba por hacer una música intencionalmente lenta y oscura, heredera del trap y las remezclas chopped and screwed, una técnica del hip hop consistente en rebajar el tempo de la canción y manipular tramos de la misma, que después el vaporwave se apropiaría para sí.
Pero nada es eterno. Todo muere. Y en tiempos de Internet, de forma fugaz. Por eso, tras el witch house, el seapunk, que ironizaba con la estética del witch house pasándola por la batidora de la obsesión glitter y por lo kawaii de cierto sector de Tumblr todavía agonizante, acabó durando tan poco tiempo que, a las revistas de tendencias no les dio tiempo siquiera a hacerse eco de él antes de que muriera.
Esa es la importancia del witch house cara a lo que nos ocupa. Su fundamento de unas bases prácticas de las cuales puede surgir el vaporwave. Gracias a la extensión de una comunidad activa creada de la nada, la generación espontánea y constante de nuevas tendencias y la demostración de que músicos amateur, tirando de archivo, pueden crear con facilidad música capaz de apelar a cierta cantidad de público, el género colocó todas las bases necesarias, tanto ideológicas como materiales, para que pudiera surgir algo más amplio y con más proyección. Algo no tan exclusivo de un grupúsculo específico dentro del propio canon millennial.
A eso, habría que sumar la cercanía de dos corrientes diminutas, que apenas han gozado de crédito salvo cuando ‘las tendencias’ han querido adueñárselas. Por un lado, la chillwave, que introduciría la contundente pasión del género por el sinte aporreado, la saturación y la atmósfera playera. Por otro, la synthwave y su gusto por mezclar el chicle kitsch con la distopía. Cuando se juntan todas estas fuentes (y vaya si se juntan: busquen en los catálogos de Illuminated Paths y Dream Catalogue), el resultado no podía ser más goloso. Un género con personalidad propia, nostálgico y con los suficientes elementos familiares como para no mantenerse eternamente bajo el radar de revistas de tendencias y el público general, pero tampoco tan abiertamente fácil como para repeler al nerd proveniente de otras modas efímeras.
De ahí que incluso el witch house acabara sucumbiendo ante la influencia del vaporwave. O sino, que se lo digan a Salem.
Pelea a muerte en el vertedero
Dado que el género ya nació en el cementerio, haciendo su particular rave íntima entre gusanos, para cuando llegaron los teóricos ya era tarde. Algo que puede comprobarse en lo perdidos que parecen en sus declaraciones. Desde Simon Reynolds, que en su libro Energy Flash: A Journey Through Rave Music and Dance Culture afirma que «hacer pastiches de géneros es una actividad de baja intensidad que provee de algo de la satisfacción de crear arte (el lado artesanal, los retos técnicos de conseguir un sonido epocal) sin los aspectos más escurridizos y retadores (la chispa de la inspiración, la revelación de algo nuevo bajo el sol)», hasta el recientemente fallecido Mark Fisher, que dijo del género que «el hecho de que el vaporwave haya sido percibido como un ejemplo de ‘música futurista’ muestra un tipo de expectativas disminuidas». Queda claro que los teóricos contemporáneos, incluso aquellos más cercanos a la vanguardia, parecen completamente perdidos ante una nueva generación que hace un sonido fuera de sus expectativas.
No es retromanía. No es hauntology. O no en el sentido en que lo entendería Fisher. No es la nostalgia por unos años noventa que toda una generación sólo ha vivido de refilón, básicamente en su infancia, y rescatada eminentemente en el presente. Es algo diferente. Es ironía.
Pero decir que el vaporwave es irónico no es del todo exacto. Nadie dedica tanto tiempo a nada si no se lo toma en serio. Lo que hace el género es tomarse la nostalgia como un aspecto irónico en sus vidas. Como la triste verdad a la cual están atados. Todo el futuro que son capaces de imaginar es regresar a los noventa, percibidos como un momento de bonanza económica e ideológica, porque es el único modo de pensar en un futuro. Porque para los millenials no existe un futuro. Es dudoso que haya nadie para pagar sus pensiones. Tener una casa en propiedad es imposible. Incluso tener hijos, perpetuar la especie, suena ridículo cuando no sabes si el año que viene podrás seguir manteniéndote por tus propios medios. De ahí que el vaporwave sea irónico de un modo que generaciones anteriores no pueden comprender. Es irónico porque quienes hacen vaporwave son conscientes de que sólo pueden vivir en el pasado. En un archivo que promete una vida a la cual no pueden aspirar.
A ese respecto, podríamos citar a un favorito de esa generación, David Foster Wallace. Éste dice, en una entrevista con Larry McCaffery para la The Review of Contemporary Fiction, que «en alguna parte hay un gran ensayo sobre cómo la ironía es el canto del reo que ha llegado a querer su jaula». Y eso es el vaporwave. La ilustración de ese ensayo: cómo el reo ha llegado a querer su jaula, porque tampoco existe para él nada fuera de ella.
En el vaporwave se remezcla contenido de los noventa. Se usa estética rota, feísta, basada en los vaivenes irónicos de un vertedero conocido como Tumblr. ¿Por qué vertedero, y no archivo? Porque en el archivo existe orden. Patrón. Jerarquía. Pero en Tumblr la gente comparte sus descubrimientos, los lanza al mundo y son los otros usuarios quienes le dan relevancia o no. No hay orden. Ni lógica. Sólo un cierto eco subyacente que sólo puede interpretarse cabalgando la ola. Siendo parte de un ecosistema que privilegia al contenido sobre el individuo.
El vaporwave es fruto de un lugar fuera del tiempo. Un lugar donde presente, pasado y futuro se fusionan en un todo ininteligible. Porque si Tumblr es un no-lugar, el vaporwave es no-música. Pena que Brian Eno, según parece, no esté ya para enterarse de estas cosas.
Por seguir citando pensadores contemporáneos que no se dan por enterados, dice William Gibson en su libro Distrust That Particular Flavor que «este perpetuo tira y afloja entre nada siendo nuevo bajo el sol, y todo habiendo cambiado muy recientemente, absolutamente, es tal vez la tensión central que conduce todo mi trabajo». Algo que pone en común las ideas del vaporwave y las del padre putativo del cyberpunk. En última instancia, ambos reflejan la tensión en que nada sea nuevo, pero todo esté cambiando constantemente.
De ahí también su producción constante. Su muerte prematura. Su irrelevancia, sin dejar de estar siempre presente. El vaporwave es como el Gomi-no-Sensei que, haciendo del basurero el lugar donde trabaja, coge todo aquello que los demás consideran desperdicios, deshechos inútiles, y dándoles otra forma consigue crear máquinas maravillosas que sorprenden y llevan al límite nuestra imaginación y nuestros sentidos. Pero incluso así siguen siendo desechos. Sigue siendo un viejo loco rebuscando en la basura para crear algo que nadie le ha pedido. Incluso si el viejo no tiene ni treinta años y el basurero es un repositorio de contenido multimedia fusionado con una red social.
Porque eso es el futuro: el pasado. Y eso es el vaporwave: ignorar lo que tenga que decir el sistema mientras puedas seguir hurgando en la basura.
Malotes y nenazas
Ya hemos visto (o, mejor dicho, intentado ver) de dónde ha salido esto, y cómo se consolidó. También hemos estudiado sus tripas conceptuales. Ahora, queda la tarea más ingrata de todas: saber hacia dónde va. Porque si bien podría pensarse que el vaporwave reposa actualmente en la morgue, lo cierto es que lleva ya un par de años atravesando varias metamorfosis que podrían ayudarlo a perpetuarse… o que podrían no llegar a nada. Los fenómenos pop son así.
Para empezar, los padres del género se han distanciado de él educadamente. Si bien Daniel Lopatin especula de cuando en cuando con una segunda parte de Eccojams, y considera encantador que su álbum generase tal sindiós («Me parece muy folkie», dice, y es verdad: cualquiera con un ordenador puede hacerlo), sus miras actuales están muy lejos de todo esto. Basta oír el Garden of Delete (2015) de Oneohtrix Point Never, y ver esos clips más allá de lo apocalíptico, para saber que el músico anda ahora en andurriales que dan mucho miedo.
En cuanto a Ramona Andra Xavier, que aparcó el seudónimo de Vektroid en 2012 para dedicarse de lleno a proyectos más vaporosos, lo retomó el año pasado… y más de uno debió de llevarse un susto al escuchar los álbumes que salieron ese año bajo su rúbrica. Midnight Run es un trabajo de hip hop realizado junto al MC Sadeeq, mientras que en Big Danger, Vektroid Texture Maps y Re•Set aguardan quebrantos ante los cuales los Autechre más encabronados exclamarían «¡Mamá, miedo!«. Si el álbum de Macintosh Plus evocaba la sensación de viajar por YouTube con el cerebro lleno de THC hasta quedarse vegetal frente a un vídeo teóricamente infame, estos lanzamientos describen una experiencia similar… pero realizada en pleno ataque de ansiedad, haciendo clics al azar en busca del fragmento de información que nos devolverá la paz. Y que, por supuesto, no está en ninguna parte.
En 2016, Xavier también usó su alias New Dreams Ltd. para lanzar Eden, un álbum de vaporwave con mucha mala uva (empezando por el título). Y también reeditó Telnet Erotica en una versión remezclada y extendida (Telnet Complete). Y aún sigue prometiendo No Earth, ese elepé que (asegura) será lo mejor de toda su discografía. Pero, en general, su trayectoria actual parece enfilada hacia el ruidismo fuera de control, lo cual apoya lo que vamos a decir ahora: al vaporwave le ha llegado la edad del pavo. Y, por tanto, le toca vestirse de negro y decir que odia todo el mundo… o renunciar a la melancolía, a ver si así pilla cacho. Veámoslo a continuación, siempre desde la perspectiva de quienes no están en la pomada y sólo se enteran por los periódicos.
La parte fiestera del vaporwave es también la más olvidable… y la que apunta más a conseguir un hueco entre el gran público. Se la conoce como future funk, y su nacimiento tendría lugar entre 2013 y 2014, cuando Architecture in Tokyo, マクロスMACROSS 82-99 y YUNG BAE lanzan sus respectivos debuts. Hablamos de colecciones de loops (con preferencia por el city pop japonés de los ochenta) sometidos a los trucos habituales del género. Los cambios de pitch (acelerándolo todo en vez de ralentizándolo), así como ese recurso a los filtros hasta que las frecuencias altas echan humo, han dado lugar a infinidad de temitas de algo que nos deja helados: el tataranieto otaku del house, obsesionado con el anime de magical girls y con hacerse selfies frente a la piscina. Pero nosotros ya tenemos una edad, y nos da palo enseñar las lorzas.
Si, pese a todo, les interesa lo anterior, exploren el catálogo de Business Casual, que allí tienen future funk para aburrir. Pero quienes firmamos esto somos, además de pollaviejas, unos lóbregos, así que vamos a lo chungo. Y lo chungo tiene el nombre de hardvapour. Se trataría de una corriente que empieza a ganarse titulares en 2015, con el ya mentado Vaporwave Is Dead de Sandtimer, y que se mira en el lado sórdido de los noventa, ese que sus predecesores prefirieron obviar. Referencias al colapso del bloque soviético y al desastre de Chernóbil se suceden en el imaginario de productores a los que uno se imagina retorciendo sus copias pirateadas del FL Studio, con la capucha de la sudadera puesta y carcajeándose como dementes… hasta que sus madres les llaman para la cena.
Musicalmente, ¿en qué se traduce todo esto? Pues, como siempre, en varias posibilidades nada concretas. O bien ambient muy áspero, o bien recreaciones intencionadamente cutres y guarras del gabba, ese techno veloz hasta lo absurdo que nació en el Benelux en los noventa. O, en una deliciosa ironía, ensayos de sonido chiptune semejantes al primer hardcore de Reino Unido, aquel que anticipó el drum’n’bass y que suponía una reacción tanto a las raves masificadas como al elitismo de Warp y sellos afines, con su mal llamada ‘música inteligente’, su énfasis en la introspección y su arrugar la nariz ante la working class sudorosa y empastillada. Acabáramos: todos estos años, todos estos cambios de paradigma y todos estos memes, para acabar redescubriendo los breakbeats y las voces de pitufo. Pero, cuando suena bien, todo esto suena muy bien.
¿El presente?
A estas alturas, tras cerca de 4.200 palabras, apenas hemos conseguido arañar intuiciones sobre qué es el vaporwave, de dónde viene o hacia dónde va. Pero sí hemos constatado que está ahí y que, mientras sigue su natural evolución, le quedan unos pocos años más dando la murga. No obstante el parasitismo de los mandarines de la comunicación (o de la opinión cool), sus responsables seguirán como siempre: componiendo temas, montando netlabels, publicando trabajos que podrán obtenerse gratis en internet (porque, como se les ocurra pedir un céntimo por ellos, les freirán a demandas por los samples no acreditados) y mostrándose enternecedoramente ajenos a la usual rutina de grabaciones y conciertos (o sesiones de DJ hiperpromocionadas) que ata a otros estilos ya fósiles.
¿Queda algo por decir? Pues, a lo mejor, sí. Porque, aunque la abrumadora mayoría de sus cultivadores y sus fans sean varones hetero cisgénero, y aunque la iconografía LGTB apenas haya penetrado en su producción gráfica, el vaporwave se nos antoja como un género muy queer. Y no sólo porque Vektroid sea una chica trans, o porque algunos de sus temas emblemáticos evoquen un erotismo polimorfo y nada agresivo (aparte de sonar a eso que los veteranos llamaríamos «música de película porno»). Hablamos tanto de su capacidad para mantenerse difuso, para resistirse a la codificación interesada, como de lo fácil que le resulta arrimarse a otras formas de la música electrónica y copular con ellas. Ah, y también porque, en ciertos círculos con mucha testosterona, se lo considera cosa de ahembrados, de manfloritas y, por resumir, de maricones.
El house de Chicago nació en las mentes de homosexuales negros y pobres. El acid británico se incubó en quienes había pasado sus infancias bajo lo peor del thatcherismo, sus depredaciones sociales y su homofobia. Y el vaporwave, este género (o conjunto de géneros) del que todo el mundo se ríe, y del que todo el mundo habla, también le pertenece a un grupo humano determinado: el de los nerds, aquellos que no son guays ni queriendo, y que son carne de cañón para este capitalismo de la producción simbólica en el que vivimos todos. Así pues, nosotros le vemos dos salidas: o madura un poco, deja de mirarse el ombligo y aprovecha su propia capacidad para hibridarse y mutar, o deja que le roben sus buenas ideas frente a sus mismas narices. Algo que, como hemos dicho, ocurre ya. Porque disfrazarse de pringado siempre es más fácil y más rentable que serlo.
Future is now
Past is now
Y evidentemente, now is now.
Muy bueno.