Peter David y los superhéroes que no pueden ganar

Injustamente clasificado a veces como autor humorístico. Relegado a clásico de los que siguen jugando a la continuidad en lugar de intentar reinventar la rueda. El Inmortal Hulk de Al Ewing y el Aquaman del cine son sus nietos bastardos.

Los héroes de Peter David están condenados a vivir atrapados en su propia tragedia para siempre. Es el destino de cualquier superhéroe, por la vía de la franquicia, que solo ha roto recientemente en el cine la lógica de la edad -y los sueldos- de los actores. Sin embargo el héroe de David sabe desde el principio, igual que Edipo, igual que Áyax -por cierto, presentes más o menos en la obra del guionista de Maryland- que está condenados y de qué tipo será su condena. Es el caso de Hulk, quizás el héroe Marvel que más al extremo ha llevado que su poder sea su castigo -y el Inmortal Hulk (2018- ) de Al Ewing no existiría sin David-. Es el caso de Aquaman. Es el de Spider-Man, ‘actual’ o 2099. El de su breve Supergirl (1998-2003). Y el del más antihéroe de todos, su hoy olvidado Capitán Marvel (1999-2004).

Peter Allen David (Fort Meade, Maryland, 1956) es el autor más longevo de Hulk, el apagafuegos de Spider-Man y el último que fue capaz de dotar de relevancia a Aquaman. En los ochenta y noventa se adelantó a todas las revoluciones recientes del género de los superhéroes en historias que aparentaban un corte clásico. Aunque no es una estrella, se ha mantenido como referente durante décadas, y en su momento hasta Comics Forum le dedicó un volumen recopilatorio. Sin dejar de trabajar nunca para las dos grandes ha sido uno de los mayores críticos de los vicios de la industria del cómic estadounidense. 

Todo para una concepción de su trabajo como artesanía más que autoría y un respeto a la tradición dentro de la que lo realiza, lo que hace que en su web se siga definiendo como writer of stuff. Allí sobrevive su columna But I digress…, nacida 1990 en la revista Comics Buyer’s Guide y que desde los primeros 2000 pasó a formato digital. En ella, además de desahogarse contra los editores y explicar su proceso creativo, empezó a darle leña a lo que hoy hemos bautizado como el ‘fandom tóxico’ o ‘los talifanes’. Y escribió comics de Star Trek, sabe de lo que habla.

“Anda, eres Peter David. Los guionistas de Spider-Man sois mazo graciosos, cuéntate un chiste”.

David es, ante todo, un autor trágico, que concibe al superhéroe, en un giro posmoderno que escritores posteriores han elegido subrayar más, como un personaje condenado a perpetuarse en su propia desgracia. Con el espíritu Marvel bien aprendido, la mayoría de los protagonistas de David cumplen con el mismo ciclo, trágico más que heroico. Aquí solo vamos a repasar algunos de los ejemplos más conocidos y un par olvidados.

Hulk, el doctor Sísifo y Mr Ulises

Se podría decir que Hulk pasa por los oscuros años noventa sin verse muy perjudicado por el macarrismo reinante gracias a David. De su trabajo en aquella época bebe directamente Al Ewing, ya que las historias del de Maryland establecieron las diferentes personalidades de Hulk, las ordenaron -”creando” en la práctica a Joe Arréglalo- y establecieron al padre maltratador de Banner como su peor enemigo, al que nunca vencerá jamás. Esto último, por cierto, lo toma directamente del trabajo de Bill Mantlo, al que no está claro si no se le permitió desarrollarlo.

De hecho, David “cierra” la historia de Hulk con la que podría considerarse su aventura definitiva, Futuro imperfecto (1992), en la que se cumple el peor miedo del héroe: convertirse en Brian Banner. En el momento precisamente en el que Bruce consigue reconciliarse consigo mismo y aspira a tener una vida normal con Betty es cuando más claro se le indicará que su destino es perder el control, ceder a la rabia y perderlo todo. Y, dado que David es más optimista que Ewing, la resolución es que prefiere suicidarse para no convertirse en villano.

En ese Hulk de los noventa se abordaban temas con los que hoy no se atrevería la Marvel cinematográfica y que a la impresa le han costado polémicas tan tristes como el Comicsgate. El VIH, la homosexualidad, el adulterio, el feminismo… En la etapa de El Panteón los personajes de Rick, Ulises y el propio Banner son una constante crítica a la masculinidad tóxica, y la subtrama de Héctor se atreve a mostrar a un héroe -aunque sea secundario y anecdótico- que no es que tenga que salir del armario, es que nunca estuvo en él.

Gennis-Vell nunca será Capitán Marvel

Ya nadie recuerda al pobre Gennis-Vell, pero hubo un día que el título de Capitán Marvel fue suyo. Luego lo heredaría su hermana Phylla-Vell, por lo que fuese, y finalmente se lo quedaría Carol Danvers para ser consagrada por el cine. Es adecuado, porque la base del propio personaje de Gennis y el tratamiento que le daría David es que no merece el título, ni nunca lo iba a merecer.

La novela gráfica La muerte del Capitán Marvel (1982), de Jim Starlin, fue una piedra angular del Universo Marvel durante décadas, aunque hoy no sea tan recordada. Starlin tuvo el privilegio de poder acabar con su héroe fetiche de manera considerada completamente anticlimática para la época y en una historia épica dentro de su intimismo. Es la única muerte que nunca nadie se ha atrevido a tocar. No se puede deshacer sin frivolizar con el cáncer y consagró al personaje como mito, hasta el punto que en una visita de Silver Surfer al más allá su figura aparecía como la encarnación ideal del heroísmo. Su sombra era tan alargada que durante décadas anuló a cualquier otro personaje de su universo, incluida la ya mencionada Danvers.

Por eso, la base de Gennis-Vell como nuevo Capitán Marvel es… que nunca lo será. Nunca estará a la altura de su padre. Tiene como mentor a Rick Jones, el sidekick más veterano de Marvel, que se dedica a bromear con todos los tópicos del género que les van ocurriendo mientras comprueba que su pupilo no sirve para esto. Entre 1999 y 2004, en paralelo al boom de Matrix (2000) como consagración del héroe de acción narcisista y vacío de contenido, David se mofaba de la retórica de ‘el elegido’ y afrontaba con pesimismo antropológico la idea de que el poder corrompe llevándolo hasta sus últimas consecuencias. A efectos prácticos y por casi veinte números, la serie era protagonizada por un villano psicótico y genocida a gran escala, del nivel de la Fénix Oscura de los X-Men. 

Este Capitán Marvel sería cancelado tras cinco años y dos volúmenes con un total de 60 entregas, pero las ventas bajas no deberían ser extrañas con un protagonista tan antipático. Gennis no es interesante en el sentido de un Walter White, no hay descenso a los infiernos porque venía con tara de casa. No es un antihéroe. Simplemente es un capullo. Es lo que iba a ser Kylo Ren pero en el último minuto se arrepintieron: un niñato cabreado con el mundo porque nunca será como la idea (falsa) que le vendieron de su papá.

Aquaman, maldito por los dioses

El Aquaman (1994-1998) de Peter David es una tragedia griega, y en este caso no es una forma de hablar. El de Maryland fue el primer autor en tomarse la molestia de hacer algo con el patito feo de la Liga de la Justicia en los tiempos posteriores a la Crisis en las Tierras Infinitas (1985). Primero reconstruyó toda la mitología que lo acompañaba en las Crónicas de Atlantis (1990), y luego tomó las riendas de la serie regular para cambiar el aspecto, las motivaciones y el entorno del personaje. 

Hasta que las diferencias creativas con DC lo hiciesen salir de la serie -como le ocurriría en Supergirl-, creó una mitología trágica para el personaje sobre la base de la continuidad establecida que ha seguido a Aquaman hasta el cine. Era una época en que la moda eran ‘las mujeres en el frigorífico’ y darle un aspecto más ‘agresivo’ a los protagonistas, David salva a la reina Mera de ser una simple víctima mientras aprovecha el cambio de imagen del personaje para convertirlo en el trasunto del Thor de Marvel, un príncipe shakespeareano destinado al fracaso. Al retocar sus orígenes, lo enfrenta a Poseidón y lo emparenta con Ulises, para desvelarnos que Arthur Curry nunca logrará ninguno de sus objetivos porque así lo han determinado los mismísimos dioses.

PETER DAVID es uno de los grandes guionistas del mainstream estadounidense desde los años noventa. Ha reformulado a los clásicos del panteón superheroico con modestia y sin necesidad de estridencia. Revisamos algunos de sus hitos.

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Al igual que ocurría en paralelo con Bruce Banner y posteriormente con Gennis-Vell, no estamos hablando de un ciclo del héroe a lo John Campbell en el que finalmente el protagonista encontrará las herramientas para superar las dificultades y volverá con el elixir. Aquí se trata de un destino inevitable del cual el personaje es consciente desde que comienza la historia y que es su condena, al que le veremos ir cayendo poco a poco y sin remisión. Con muchos chistes por el camino y luego deshecho por escritores posteriores en virtud de los universos compartidos, pero un destino trágico y sin remedio al fin y al cabo.

Ángel Caído: los buenos nunca ganan

Obra propia, publicada entre DC e IDW Comics, cocreada junto al español David López y recopilada en España por Norma, con la que aprovechó para cerrar cabos sueltos de otras. La protagonista de El ángel caído (2003-2008) es Liandra, Lee, una ángel de la guarda que perdió sus alas por castigar al pederasta que asesinó a una de sus protegidas. Ahora vive en Bete Noir, una ciudad situada más o menos donde podría estar Nueva Orleans y trasunto de la misma, pero al mismo tiempo encarnación en la Tierra del Purgatorio, donde convive con descendientes del mismísimo Caín o con la versión humana de la serpiente que tentó a Adán y Eva en el Paraíso. El bar de referencia de Lee, en el que los necesitados la buscan para contratarla como matona a sueldo, es el Furor’s, regentado por un viejo y gruñón austriaco llamado Dolf.

En Bete Noir es imposible que gane ‘el bien’ y es la misma esencia de la serie. En los primeros volúmenes veremos cómo Lee se enfrenta a la situación y se convierte en la antiheroina cínica que es capaz de darle equilibrio la ciudad. Pero pasada la mitad de la serie aparecerá su hijo, Jude, un sacerdote bienintencionado con el que David se dedicará a restregarnos por las narices las imposibilidad de un bien ‘puro’.

Pero el colmo del cinismo es que el ‘villano’ al que debe enfrentarse Jude y del que es aliada reticente la misma Lee es el ex jefe de esta. Es decir, Dios. Harto de la fe de la Humanidad, de su dependencia, de que no deje de rezarle, Dios se dedica a atormentar a las débiles personas para que hagan el favor de dejarlo en paz para que pueda descansar y perderse en el olvido. Un alegato ateo que deja a Ricky Gervais por un señor prudente y moderado.

Peter David, combatiendo al fandom tóxico desde mucho antes de Los últimos jedi.

David, con su entendimiento disfrutón de los superhéroes y de la vida, es el último superviviente de otra Marvel y otra DC, y también de otra forma de entender la ficción mainstream, que hereda solo en parte el UCM y algunos escritores actuales, como Greg Pak, Jason Aaron o G Willow Wilson. Un enfoque que, sin renunciar a hablar de algo más que señores en mallas alicatándose la cara a leches, es capaz de plantearlo sin estridencias, con formato popular y populachero, consiguiendo que el humor y la tragedia se mezclen como solo pueden hacerlo en la vida real o en las obras maestras de cualquier arte.

La profundidad temática o de caracterización de los personajes de David no tiene nada que envidiarle a ningún clásico del cómic en general o del género de los superhéroes en particular. Pero la presentación nunca se realiza deseando reinventar nada, solo disfrutarlo desde y para el propio mundillo, componiendo sus historias como parte de un todo, un continuo más grande que él mismo. Peter David es el último mohicano y el penúltimo artesano, un señor que sabe que su nombre es lo de menos siempre que respete a los lectores y la mitología de sus personajes.

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