Star Trek ha regresado a la televisión, su medio nativo, tras más de 12 años de barbecho. Los dos primeros episodios, El Saludo Vulcano y Batalla en las Estrellas Binarias ya han establecido el tono y presentado el conflicto, pero los derroteros por los que se desarrollará la aventura aún continúan siendo una incógnita. Solo hay una cosa clara: este no es el Star Trek de tu abuelo ni el de tu madre, aunque tiene un poco de todos ellos.
Lo primero que llama la atención tras el visionado de esta extraña primera hora y media de Star Trek Discovery es lo poco que parece un episodio piloto. Lo mostrado se acerca más a un espectacular e hipertrofiado prólogo y no llega a establecer la dinámica general de la serie en ningún momento… Aún no hemos visto a la nave y tripulación que da nombre a la serie, apenas se ha profundizado en la refundación del Imperio Klingon y buena parte de las relaciones entre los personajes presentados quedan fuera del tablero de juego tras el sorprendente final del segundo episodio.
De la primera oficial, la valiente y empoderada Michael Burnham (una Sonequa Martin-Green sobrecargada de carisma) sí que sabemos bastante, y no es para menos: es la absoluta protagonista del show y su arco dramático acapara prácticamente la totalidad de un argumento cuyo mayor problema es la falta de aire. Transcurridos veinte minutos de una cómoda presentación de personajes y algún momento contemplativo memorable, los acontecimientos se precipitan y apenas hay tiempo asimilar las secuencias de mayor relevancia dramática. No hay espacio entre escenas, el silencio brilla por su ausencia y la urgencia del espectáculo se impone.
Fruto de esta situación, la relación entre el vulcaniano Sarek (James Frain) y Michael se convierte en lo más problemático de los dos episodios, no porque suponga un polémico ejercicio de retrocontinuidad, sino por cómo Michael acude en busca de ayuda de su tutor cuando su relación apenas había sido esbozada. Esta escena, apresurada y artificial, marca el punto más bajo de los dos episodios, parece una solución de guionista perezoso que remite precisamente a aquel terrible momento de Star Trek Into Darkness en la que el joven Spock encuentra la clave de la derrota de Khan… ¡preguntando al viejo Spock!
Precisamente, mal que les pese a algunos, el principal referente de Star Trek Discovery es el reboot de 2009. Tiene sentido que para dirigirse a un nuevo público, las dos líneas que conforman el Star Trek contemporáneo se pongan de acuerdo a la hora de romper con los cánones estéticos y narrativos establecidos durante la edad dorada de la franquicia (1991-1997). La película de J. J. Abrams utilizaba la excusa del universo alternativo para llevarlos a cabo sin molestar demasiado a los fans, pero Discovery abraza la modernidad sin contemplaciones y la integra en el canon clásico. Encuadres aberrantes con sus correspondientes lens flares, una cámara siempre en movimiento circular, el diseño de producción, el ritmo narrativo… Todo remite moderadamente a la película de 2009, incluso un clímax prácticamente calcado. Y no pasa nada. Es la decisión más lógica.
Porque en lo demás, en lo importante, parece muy Star Trek: hay largas conversaciones en el puente de mando, jerarquía revestida de camaradería, decisiones moralmente complejas y una encantadora diversidad cuyo principal representante es Saru (Doug Jones), un alienígena a priori cobardica perteneciente a una especie que evolucionó siendo cazada por su depredador natural, lo cual le confiere un instinto especial para evitar la muerte a toda costa. Saru es el Spock/Data/Odo/Tuvok/T’Pool de Discovery: el secundario perfecto, alma e icono de la serie. Pero hay más: a pesar de su rebeldía formal, la serie toma algo de casi todos los Star Trek anteriores. De la infravalorada Enterprise su ligereza, cercanía y el concepto de precuela, de Espacio Profundo 9 los personajes imperfectos y repletos de conflictos internos y de Voyager el reparto más diverso de la saga. Sin embargo se distancia con inteligencia de los más reconocibles Star Trek de Kirk y Picard para forjar su propia identidad, aunque esto provoque el recelo de los fans.

Los Klingons
Sí, recelo. Porque durante los últimos meses con cada nueva imagen, cada nuevo tráiler, había una reacción airada de los fans más radicales por una supuesta falta de respeto de Discovery hacia el material original. Su mayor queja se centraba en unos Klingons totalmente rediseñados, con una estética alienígena hiperestilizada muy diferente a lo visto en La Nueva Generación (y ya no digamos La Serie Original). Algunos la tomaron especialmente con un Klingon con un extraño color de piel que nunca se había visto previamente: Voq, un Klingon albino repudiado y considerado un paria entre los suyos. Sabemos poco más del personaje, pero de momento ya ha servido como una inteligente metáfora para señalar el conservadurismo e intolerancia de los propios trekkies, extremadamente desconfiados ante cualquier cambio o propuesta nueva (algo por otra parte habitual en el núcleo duro de cualquier fandom).
Por eso, aún con sus problemas, Star Trek: Discovery se siente fresca, necesaria y con potencial de sobra para convertirse en una digna heredera de un legado con más de cincuenta años de historia. Y lo seguirá siendo si continúa agitando convenciones y promoviendo la tolerancia… Yendo con audacia donde nadie ha podido llegar.