¿La figura más denostada de la historia de la cultura pop? Probablemente, y también muy injustamente. Esta semana, cuando la señora de Lennon cumple 82 añazos, nosotros dedicamos un espacio a reivindicar su siempre infravalorada obra musical.
Cuando llegó a la edad del acné, quien escribe esto se vio enfrentado a una constatación tajante, de esas que le marcan a uno de por vida. No hablamos de ninguna problemática social o sexual, sino de algo (dependiendo de cómo se mire) igual de definitivo: asumir que era fan de The Beatles, y tenía todos los visos de seguir siéndolo hasta criar malvas. Como suele ocurrir, dicha realidad le llevó a buscar la compañía de otros individuos en su misma situación, y también a percibir un hecho cierto: salvo raras excepciones, las que realmente entendían del tema eran las chicas. Mientras que muchos varones mantenían un interés pasajero por los ‘Fab Four’, o en todo caso delimitaban dicho interés en términos muy estrictos (resumibles, básicamente, en la frase «el Revolver sí que es psicodélico»), cuando se quería consultar a expertas en las cosas de Lennon, McCartney, Harrison y Starr había que acudir a esas amigas capaces de recitar la letra de Cry, Baby, Cry sin despeinarse. Y dichas jóvenes le reservaban a Yoko Ono, esa mujer que ha cumplido 82 años el 18 de enero, un odio más allá de lo bilioso.
Por supuesto, dicho estado de cosas también presentaba omisiones: mientras que la mayoría de las susodichas se deleitaban metiéndose con la viuda de Lennon y su físico presuntamente poco agraciado, siempre estaba aquella que se atrevía a abogar por la detestada artista nipona. Y con argumentos sólidos, no se crean: de acuerdo con la entendida en cuestión, incluso el desbarre de ruido aleatorio contenido en Two Virgins (1969), Life With The Lions (1969) y Wedding Album (1969), los tres álbumes firmados a pachas por el cantante de Liverpool y su señora, obedecía a una razón, un orden y un concierto más allá de la mera intención de freírle el cerebro al oyente. Algo difícil de creer, todo sea dicho, y que (según admitía la propia) no excusaba que aquello resultase inaguantable. El quid del asunto es que, con los años y el acceso multiplicado a la información, uno va profundizando en el tema, descubriendo que la persona cuya firma aparece en esta cosa:
…fue también la autora de esta…
…y, sobre todo y definitivamente, de esta otra:
Resumamos lo que acabamos de escuchar. Junto a la primera mitad del siempre intragable Two Virgins, tenemos un formidable tema de synth pop fechado en 1981, cuando el género apenas estaba consolidándose. Y, más allá de eso, What A Mess es un bromazo maravilloso, con ribetes de canción de parvulario y cuya letra incluye líneas tan gloriosas como «Si sigues dando el coñazo con lo del aborto / Te diremos que los tíos deben dejar de hacerse pajas / Cada día matas miles de millones de espermatozoides / ¿Cómo te hace sentir eso, colega?». Lo que se dice una rodaja de humor feminista y cafre, bastante adelantada a su tiempo (en 1972, cuando el tema fue registrado, las componentes de Bratmobile y Bikini Kill estaban aún en el parvulario) y en cuya factura apenas se reconoce a esa Ono que la leyenda nos pinta como perpetuamente poseída por la mala leche, enredada en sus cosas del arte conceptual y dispuesta a recordarnos a grito pelado que ella, y sólo ella, fue la responsable de que los Beatles se fueran a tomar por saco.
A esto último cabe puntualizar un par de cosas: la primera, que el papel de Yoko Ono en la disolución del grupo de Liverpool es más que cuestionable. Como apuntan múltiples documentos (entre ellos, el imprescindible libro The Beatles: Revolución en la mente, de Ian McDonald) el derrumbe del cuarteto fue una labor colectiva y ejecutada a golpes de ego por todos y cada uno de sus miembros. Especialmente, quién lo iba a decir, por un Paul McCartney empeñado en que sus ex amigos no le dejaran solito y desamparado. El segundo detalle: que en este artículo no vamos a entrar en juicios morales sobre la conducta de Ono en su relación con Lennon, con la ex mujer de este –Cynthia Powell- y con Julian Lennon, su hijo mayor, ni tampoco sobre la tendencia de la artista a la demagogia hippie. En la historia de la música pop, como es bien sabido, las personas de ética intachable suelen escasear. Y, en la de los Beatles, más aún.
Pero sí que nos apetece hacer hincapié en otra cosa. Resulta que, tanto en su faceta de artista plástica como en la musical (con trece elepés en su haber), Ono tiene un currículum que se extiende desde hace algo más de cincuenta años, o de cuarenta si nos atenemos sólo a sus discos. Sin embargo, una búsqueda en YouTube sobre su obra obliga a avanzar hasta bien entrada la primera página de resultados para encontrar un videoclip, un directo o una canción. En cuanto a la búsqueda en Google, y más allá de los habituales enlaces a Wikipedia y páginas oficiales, prácticamente sólo arroja noticias de cotilleo centradas en el músico asesinado en 1980. Vale que Yoko ha sido la primera en fomentar su papel de «viuda de», pero uno echaría de menos alguna referencia a su labor como miembro del colectivo Fluxus (aquella genial asamblea de timadores de la que también formaron parte Jonas Mekas, Nam June Paik, Joseph Beuys y otros individuos de lo más interesante), entre otros detalles accesibles a cualquiera que consulte una biografía.
En cuanto a su habilidad como intérprete y compositora, facetas en las que se inició habiendo cumplido ya los 35, baste decir que ya desde su comienzo dejó testimonios valiosísimos. Como esta otra joyita, sin ir más lejos.
La producción de Phil Spector ayuda bastante, es cierto, pero también queda claro que Listen: The Snow Is Falling es una canción de subido encanto, de esas que no aparecen por accidente sobre este mundo. Si se sigue teniendo dudas al respecto, puede recurrirse a la preciosa versión de Galaxie 500, donde la voz de Naomi Yang reemplaza a la de Ono. Tal vez así pique la curiosidad, y el o la oyente se anime a indagar en los tres álbumes grabados en solitario por nuestra protagonista entre 1971 y 1973. Tres trabajos que cabe colocar entre lo más florido del rock de su época.
Para empezar, avisamos que Yoko Ono/Plastic Ono Band (71) no es precisamente la forma más fácil de iniciarse en la obra yokooniana. Lanzado como parte de una diabólica jugarreta comercial (su portada es casi indistinguible de la de John Lennon/Plastic Ono Band, debut en solitario del ex beatle aparecido ese mismo año), este elepé contiene seis improvisaciones de gran tonelaje grabadas con John a la guitarra, Ringo Starr a la batería y el fiel Klaus Voorman como bajista, más intervenciones ocasionales de Ornette Coleman y Charlie Haden. Es decir, de dos de los nombres más señeros de la historia del jazz. Repetitivos como ellos solos, los temas cuentan con Yoko en su faceta de vocalista aulladora, esa con la cual la asocia la inmensa mayoría del público y que tan lesiva puede ser para según qué nervios. Insistimos: el álbum no es para todos los públicos, pero quienes alardean de haberse escuchado de un tirón los tres últimos cortes de Tago Mago (esa biblia del rock demente que los Can publicaron también en 1971) deberían ponerse a prueba con él.
Llegados a Fly (1972) podemos afirmar que aquí empieza la fiesta. Para empezar, porque fue editado con un feliz formato de doble álbum que permite esquivar la parte más sesuda (aviso para navegantes: los collages ruidistas con mayor o menor gracia abarcan del noveno al decimotercer tema, incluyendo la pieza titular). Y, para seguir, porque en él aparecen varias muestras del poder de Ono como líder de una banda bien ensamblada. Más allá de Mind Train y sus dieciséis minutos, o de la muy denostada Don’t Worry Kyoko (pieza dedicada por la autora a su hija primogénita, arrebatada por su ex marido Anthony Cox y con la que acabaría reencontrándose en 1998), aparecen perlas de psicodelia brumosa como Mind Holes o, sobre todo, Mrs. Lennon, tema de preciosa melodía en el que Ono cuestiona con melancolía su celebridad morganática. En todo caso, quienes no hayan pillado la broma pueden hallar pistas en Toilet Piece/Unknown, corte de treinta escasos segundos consistente en un sonido de probable procedencia urinaria.
Y, con Approximately Infinite Universe, llegamos al álbum más recomendable de la carrera de Yoko Ono. Un disco de sonido mucho más accesible que los anteriores, hasta el punto de poder calificarlo directamente como un trabajo de índole pop. Un pop, por lo demás, variadísimo e interesantísimo, condimentado con los arreglos de la banda Elephant’s Memory. Canciones como la ya citada Oh, What A Mess! (aquella de las pajas), Catman (The Rosies Are Coming), Yang Yang y Waiting For The Sunrise muestran un dinamismo casi punk, entre la travesura y el cabreo, mientras que la parte más triste del elepé queda resumida en una pieza de título sencillo y efectivo: What A Bastard The World Is. Y, aunque efectivamente el mundo se porte a menudo como un cabronazo, una escucha de Approximately… permite aliviar sus rigores durante noventa minutos. Fíense de nosotros: estamos hablando de uno de los álbumes más infravalorados del rock de los setenta, y casi que del rock en general.
Nos encantaría decir que la carrera de Yoko Ono produjo más discos memorables, pero estaríamos faltando a la verdad. Al menos, en nuestra opinión: en 1973 es cuando Lennon emprende su llamado ‘fin de semana perdido’ de Lennon, en realidad un año y medio de cuchipanda vivido en compañía de su secretaria May Pang (con la que se enrolló, todo sea dicho, con la autorización de su esposa) y de Harry Nilsson. Dicha crisis matrimonial causó un frenazo en la producción discográfica de Ono, resultando en un disco sin interés (Feeling The Space) y en un trabajo inacabado (A Story) que quedaría inédito hasta 1995 y que contenía la emblemática Yes, I’m A Witch. Sobre este corte de mangas a sus detractores, poco puede decirse, salvo que suena funky como el infierno. Escúchenla, y compruébenlo.
El resto de la historia es bien conocido: en 1975, un escarmentado Lennon vuelve al hogar, atraído por Yoko mediante tretas que algunos han descrito, bien como un lavado de cerebro, bien como un acto de brujería. Tras la reconciliación, la pareja se ata en corto concibiendo a Sean Lennon, su único vástago en común, cuyo nacimiento llevará a John a describir a Julian (el crío habido en 1963 con Cynthia Powell) como «salido de una botella de whisky un sábado por la noche«. Extremadamente publicitada en su momento, esta supuesta jubilación llegó a su fin ofreciendo el capítulo menos divulgado de esta historia, y posiblemente también el más jugoso. Entre otras cosas, porque los catalizadores del retorno serán los B-52s. Como lo leen: animado por el primer disco de Cindy Wilson y compañía, que juzga (acertadamente) como inspirado en la obra de Yoko, Lennon siente el peso de la historia caer sobre sus hombros. «Ha llegado el momento de sacar la guitarra y llamar a mi señora», concluye, embarcándose junto a Ono en la grabación de Double Fantasy, el último de sus discos publicado con él en vida.
La escucha de Double Fantasy puede resultar una experiencia bastante dura para los admiradores de Lennon. Algo que se debe, fundamentalmente, a una estructura en la que las canciones firmadas por John y las firmadas por Yoko se alternan una tras otra. A resultas de esta alternancia, algunos decidirán encastillarse en el mito, sentenciando que los temas de él están bien, pero que los de la japonesa amargan el conjunto. Otros, de oídos menos prejuiciosos, asumirán que las piezas de Lennon se limitan a trillar viejas fórmulas… mientras que las de Ono demuestran que, si uno de los dos miembros de la pareja estaba en la pomada y sabía cabalgar la Nueva Ola, esa era ella. El sencillo Kiss Kiss o Give Me Something (una canción que podría ser fácil de confundir, lo juramos, con un inédito de Siouxsie and the Banshees) pueden surtir el efecto de una revelación pasmosa a poco que uno las aborde con la guardia baja. Y quizás, sólo quizás, arrojen la revelación de que la carrera en solitario de John Lennon nunca fue para tanto. Pero mejor no meneamos esto último.
Por desgracia, la posibilidad de más discos memorables quedó atajada el 8 de diciembre de 1980, cuando Lennon fue asesinado. A partir de Season of Glass (1981), compuesto como reacción a la tragedia, los lanzamientos de la artista van volviéndose más esporádicos e irregulares, oscilando entre lo simpático (It’s Alright -I See Rainbows-, su incursión synth pop de 1982), lo anecdótico y lo infumable, mientras la propia asume cada vez más su inamovible posición como custodia del legado de su difunto marido. Aun así, cabe añadir que Take Me To The Land Of Hell (2013), un trabajo rebozado en colaboraciones de lujo (desde Cornelius a Questlove y miembros de los Beastie Boys) merece una, o varias escuchas. O, por lo menos, varios visionados del videoclip que pueden ver abajo.
A lo largo de estos años, la percepción colectiva de Yoko Ono ha mejorado muchísimo: ahora que se codea con Lady Gaga (pasándoselo las dos de fábula, diríase), resulta difícil imaginarse las cotas de odio que su figura atrajo hace no demasiadas décadas. Y, a pesar de ello, los insultos siguen brotando como setas allá donde se menciona su nombre. ¿Por qué? Pues, valoraciones personales aparte, esto podría deberse a que resulta mucho más fácil encasillarla como ramera de Babilonia y Eva tentadora antes que como una figura muy singular dentro de una historia muy complicada. Una figura, además, cuyos defectos y excentricidades han aparecido (casi) siempre unidos a virtudes como el afán por innovar y el sentido del humor. Nosotros sólo podemos decir que un recorrido por lo mejor de su discografía puede hacer que el oyente le cobre, si no amor, sí mucho respeto. Y que, a falta de otros argumentos, podemos dejarlo en que uno de los mejores gags de la historia de Los Simpson nunca hubiera sido posible de no ser por ella. Algo es algo…
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