Psicodelia mutante: ‘Legión’ pone fin a su maravillosa locura

El hijo de Charles Xavier ha protagonizado en FX una de las ficciones de superhéroes más interesantes de la actualidad. Entre batallas de rap, viajes en el tiempo y comunas hippies, la tercera y última temporada de la serie ha cerrado las desventuras de David Haller por todo lo alto.

(El artículo contiene algunos ‘spoilers’ de la trama, que pueden -o no- destriparte parcialmente esta confusa serie)

En un momento en el que las historias de personas con poderes se encuentran en pleno apogeo, floreciendo en todos los medios y formatos posibles, Noah Hawley decidió aprovechar el éxito que le había dado el remake televisivo de Fargo (2014-) para hacer su propia adaptación superheroica. El elegido para ello fue el complejo personaje creado por el guionista Chris Claremont y el dibujante Bill Sienkiewicz, un habilidoso mutante de vida complicada que en su versión live action ha sido encarnado por Dan Stevens. Pero, ¿qué hace a esta serie tan fascinante? Nos adentramos en su complejo universo en busca de la clave.

El origen de todo

El punto de partida de Legión es que David Haller está interno en un centro psiquiátrico debido a los supuestos problemas de esquizofrenia que padece desde joven. Estando allí descubre que su enfermedad no es tal y que lo que sucede en realidad es que tiene poderes mentales. A partir de ahí se reproducen una serie de tropos: persecuciones de villanos megapoderosos, romances imposibles o traumáticas revelaciones familiares, pero que siempre son llevados de una manera única. 

¿Encontramos el origen de esta historia en los cómics? Sí y no. ¿Podemos hablar de una adaptación al uso? Para nada. Aunque Hawley era seguidor de la Patrulla X y amigo del guionista de la saga cinematográfica X-Men Simon Kinberg, él decide inspirarse en el personaje de Legión, pero sin adaptar directamente ninguna de sus historietas. En su lugar, opta por modificar y jugar con los elementos de los cómics para contar un relato diferente. Con cada temporada se ha ido viendo más clara la influencia de las viñetas, siendo esta tercera entrega en la que vislumbramos claros paralelismos entre ambas. Por un lado, el uso del espacio definido como no-tiempo y el protagonismo que cobran las distintas personalidades de David, siendo Amahl Farouk un homólogo del terrorista de los cómics Jemail Karami y la recién incorporada Switch una actualización de Time-Sink en vez de una versión femenina del mutante original con el que comparte nombre. Por otro, el eje de la trama gira entorno a los heroicos protagonistas evitando, viajes temporales de por medio, la muerte del villano principal -en la serie el Rey Sombra en vez de Magneto- para vencer a ese mal mayor que supone David.

Dan Stevens aprovecha sus tics como actor para crear a un complejo protagonista

Las referencias que maneja la serie son múltiples. Más allá del rico lore del universo mutante, se alimenta del onirismo de David Lynch y de la extravagancia de Terrence Malick para crear un mundo fascinante de estructura fragmentada, que se convierte en todo un viaje sensorial, un rompecabezas en el que, afortunadamente, también tiene cabida el humor. Estas decisiones no son gratuitas, ni buscan el impacto por el impacto, pues el creador asegura que quería sumergir al espectador en la forma de ver la vida de David. “El objetivo es hacer algo caprichoso, imaginativo e inesperado. No solo porque quiero algo diferente, sino porque siento que es la manera correcta de contar la historia”, afirma Hawley. De esta forma, se inspira en Breaking Bad (2008-2013) para profundizar en cómo nace el mal en nosotros y mostrarnos una caída a los infiernos en toda regla, en una historia en la que, más que discernir qué es verdad y qué no, tendremos que aceptar que todo lo que vemos, todo lo que vivimos, de alguna manera pertenece a esta realidad que habitamos.

Presuntamente, en Legión…

La introducción de los episodios, en lugar del tradicional “Anteriormente, en…” que aparece antes de cada recapitulación, incluye frases que varían desde el “presuntamente” a un divertido “evidentemente, en Legión”. Es decir, encontramos comedia y provocación en su misma esencia, un humor a veces más sutil, otras más exacerbado, que emana de su narrativa, pero también de sus personajes. Unos protagonistas enigmáticos, llenos de carisma, conflictos y dualidades, cuyos poderes son más debilidades que fortalezas. 

Syd es capaz de ver a través de las mentiras de David

Obviando a David, Sydney Barrett (Rachel Keller) se convierte en la co-protagonista heroica, nuestra mirada en la ficción y el elemento que permite la empatía del espectador. Su habilidad consiste en intercambiar la mente con otra persona tan solo tocándola. Condenada a eludir el contacto físico desde pequeña, esto le ha generado un profundo sentimiento de soledad provocado por sus problemas para intimar y abrirse a los demás. En la primera temporada aparece como una salvadora etérea, una belleza cálida caída del cielo dispuesta a salvar a David de su abismo. Ambos se conocen en el psiquiátrico, y ahí comienza una relación, tan magnética en sus inicios como tóxica en su desarrollo. Porque nada es tan sencillo como queremos, y Legión lo sabe.

Otra relación complicada es la que viven la terapeuta Melanie Bird (Jean Smart) y su marido Oliver (Jemaine Clement), un poderoso hombre que escapa del plano astral tras ser poseído por el Rey Sombra. Tras años separados, deben hacer frente a sus nuevas situaciones, a las diferentes experiencias vitales que los han afectado y curtido. Y, siguiendo con las parejas curiosas, la más interesante es el dúo formado por el científico Cary Loudermilk (Bill Irwin) y la guerrera Kerry (Amber Midthunder), dos personas que comparten recipiente cárnico, de forma que ella solo envejece cuando sus cuerpos se separan. A ellos hay que sumar otros personajes fascinantes, como el rígido funcionario del gobierno Clark DeBussy (Hamish Linklater), el elegante mutante Ptonomy Wallace (Jeremie Harris), la viajera temporal Switch (Lauren Tsai) o las androides bigotudas conocidas como Vermillion.

Cary y Kerry, hermandad mutante llevada al límite

Aubrey Plaza nos cautivaba con su maravillosa versión de una Lenny Busker poseída por el Rey Sombra en la primera temporada, en las siguientes entregas no se ha quedado atrás, mostrando una mujer perturbada y vulnerable que se ve supeditada a los caprichos de hombres más poderosos  que ella. Uno de ellos es precisamente Amahl Farouk (Navid Negahban), un mutante peligroso que adopta tantas formas como nombres, y cuyas alianzas e intenciones van evolucionando a medida que los poderes de David aumentan.

Precisamente es nuestro protagonista quien, tras librarse de la presencia parasitaria de Farouk, comienza a cambiar, a presentar aristas nunca antes vistas y personalidades diferentes que se autodenominan Legión, seguramente inspiradas en el pasaje de la Biblia, como sucede en el cómic, aunque aquí nunca se especifica. A lo largo de la serie, David se muestra peligroso y voluble, haciéndose cada vez más evidente su inestabilidad. Ve en su poder una posibilidad para escapar de su insignificancia, hasta que se convierte en una especie de Dios -tema que Marvel Cómics está explorando de nuevo en la recién estrenada House of X (2019-) y que el género ha tratado en múltiples ocasiones– que justifica sus actos escudándose en lo cruel que ha sido el mundo con él. Por desgracia, esta actitud nos suena, ya que presenta un eco aterrador con el terrorismo incel que vemos en la actualidad. “Soy una buena persona, merezco amor”, insiste David con un claro victimismo al final de la segunda temporada, antes de cometer una violación y de abrazar por completo su lado más monstruoso. 

Lenny observa la verdadera forma de Farouk

Inseguro y desbordado, muestra una violenta actitud infantil. Se ha transformado ante nuestros ojos en un villano megalómano. Uno abiertamente peligroso en su última temporada, donde rige una especie de secta hippie en la que abundan las mujeres que lo llaman “papi”, y donde todo el mundo se alimenta de la leche que produce una cerda gigante. Ya no teme usar -ni abusar- de sus poderes e influencias. David se ha convertido en un capullo. Un capullo que es una bomba de relojería a punto de estallar. 

Lejos queda aquel joven asustado que, como el espectador, no sabía si realmente padecía problemas mentales o si todo su dolor era causado por sus poderes, la incomprensión y un triste pasado. Pero, ¿acaso están estos conceptos separados? Los mutantes siempre se han caracterizado por los paralelismos que establecen con colectivos discriminados, el LGBT+ en particular, pero también puede verse cierta analogía con el estigma que tienen asociadas las enfermedades mentales. Sin embargo, esta lectura de tintes problemáticos por la que parecía inclinarse la serie en sus inicios -y que, desgraciadamente, se retoma parcialmente en su series finale a través de la figura de la madre- va quedando en un segundo plano. En su lugar, se nos dice alto y claro que los condicionantes personales no nos eximen de nuestros actos. Legión se ha encargado de mostrarnos cómo se ha gestado este cambio en David. Su pasado ha influido en su desarrollo como persona. Pero cuando se convierte en nuestro antagonista, lo es por las decisiones que él mismo ha tomado. 

Por supuesto, nada de esto sería posible sin un increíble reparto, que ha sabido captar todos los matices de sus personajes, haciéndolos humanos, interesantes y tan cautivadores como el resto de elementos que conforman la serie.

Un espacio indefinido en el que todo es posible

Y, si hablamos del impresionante equipo técnico, no podemos dejarnos a sus guionistas y directores, entre quienes encontramos un interesante porcentaje de mujeres. No hay paridad, ni mucho menos. Pero que aparezca más de una creadora por categoría es algo que, por desgracia, todavía no es tan frecuente

El trabajo en equipo permite darle una coherencia y unidad a Legión que lo hila todo, así como una ambientación cuidada y atemporal, que la dota de un aire surrealista. Es difícil definir con claridad cuándo sucede la acción. Solo el flashback de los jóvenes amantes Charles Xavier (Harry Lloyd) y Gabrielle Haller (Stephanie Corneliussen) está claramente ubicado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Después las ropas ochenteras se mezclan con espacios asépticos y luces neón, jugando con un retrofuturismo que forma parte indivisible de la identidad de la serie. Esta “belleza casi fetichista” que quería Hawley late en cada fotograma, en cada imagen que se mueve al ritmo de una mezcla de versiones de clásicos pop y la psicodélica banda sonora compuesta por Jeff Russo.

La batalla del final de la segunda temporada, uno de los mejores momentos de la serie

La cuidada escenografía, los movimientos de cámara y las transiciones que juegan con nuestra concepción del espacio-tiempo convierten el visionado de Legión en una experiencia realmente estimulante, incluso cuando te sitúa en un universo en medio de una maceta y no acabas de entender lo que está pasando. También sabe ser inquietante cuando hace falta, con un muñeco pesadillesco de proporciones irregulares y unos devoradores temporales capaces de sacarte una sonrisa, pero también un escalofrío. Por si todo este combo no fuese suficientemente explosivo, encontramos secuencias que son una absoluta fantasía: una coreografía estilo Bollywood en pleno centro psiquiátrico, una batalla telepática a ritmo de un cover de Behind blue eyes de Limp Bizkit, un duelo de baile en el plano astral o una pelea de gallos entre Oliver y un lobo feroz interpretado por Jason Mantzoukas. Atrevida y ocurrente, Legión es visualmente abrumadora.

Borrar nuestros errores para enmendarlos

La primera temporada nos situaba en el universo y nos presentaba a los personajes, centrándose en David descubriendo su verdadera naturaleza y en el intenso romance que vive con Syd, con la sombra del demonio de ojos amarillos sobrevolando todo. Después, la segunda parte se caracterizaba por el enfrentamiento entre nuestro protagonista y un Farouk ya materializado y con entidad propia; se profundizaba en la dualidad moral y se avisaba de un inminente peligro. Por último, su última tanda de episodios ha tenido los viajes en el tiempo como eje sobre el que ha girado toda esta lucha entre David -ya convertido en Legión- y el Rey Sombra, con el resto de personajes pasando de un bando a otro.

Switch, la reina del tiempo

Los viajes en el tiempo son un tropo tan común como explorado en el mundo del cómic y los superhéroes. Si hace poco Paper Girls (2015-2019) suponía un soplo de aire fresco en su trato del cliché, el cine demostraba con Vengadores: Endgame (2019) que muchos de sus tropos siguen funcionando. Sin entrar a debatir la coherencia o falta de ella que muestra el trabajo del UCM, es interesante destacar el diferente planteamiento respecto a Legión. En la serie viajar al pasado también es visto como una solución para enmendar los errores, para acabar con Hitler antes de que desencadene el Holocausto. Pero es una solución que no funciona de la misma manera. Mientras en la película de los hermanos Russo modificar los hechos anteriores elimina todo peligro, generando un mundo mejor en el que (casi) todos los problemas han sido solucionados, en la obra de Hawley ocurre algo similar a lo visto en X-Men: Días del futuro pasado (2014): alterar los acontecimientos tiene como precio nuestros recuerdos. Volveremos a vivir nuestra vida, pero no será igual. No seremos iguales. ¿O quizás sí?

En el último episodio, David se enfrenta a su pasado, a la ausencia que ha sentido por el abandono de sus padres. En el clímax emocional, canta Mother de Pink Floyd para reflejar esa relación tóxica que ha creado con unas figuras ausentes. Y se sincera con su padre, quien le promete no volver a cometer los mismos errores. Mientras, Switch está viviendo su propia catarsis emocional, al descubrir que en realidad es un ser de la cuarta dimensión. Creer en el cambio es creer en el tiempo, nos dice la serie a través de estos personajes. Y luego lleva su tesis hasta la última instancia: solo el tiempo puede cambiarnos. El tiempo, las buenas intenciones y el esfuerzo. Mientras David y Syd tienen una última conversación -en la que ella no siente la necesidad de perdonar todas sus atrocidades-, y Cary y Kerry envejecen a la par, nuestros personajes se van desvaneciendo lentamente, dejándonos con la duda de si ese nuevo mundo será mejor ahora que han modificado los acontecimientos. Un final con cabos sueltos, pero satisfactorio, donde priman el optimismo y el diálogo frente a la violencia y la destrucción.

David y Charles, hijo y padre, dispuestos a cambiarlo todo

En tres temporadas llenas de libertad creativa, Legión ha sabido contar una historia compleja, sin estirar el chicle mutante ni limitarse a jugar al despiste. Porque uno de sus mayores aciertos es que no solo se dedica a echarte en cara su inteligencia, ni presume de ser compleja a cada instante, aunque eso no quita que sea abiertamente pretenciosa. Se regodea en su confusión porque está muy enamorada de sí misma, pero también como manera de introducirnos en una psique perturbada y trasladarnos a un mundo caótico, un universo estilizado y fascinante.

Esto la convierte en una serie diferente a todo lo visto en el UCM hasta ahora. Es un rayo de esperanza en muchos sentidos. Con todos los subproductos superheroicos que se avecinan, demuestra que todavía hay hueco para alejarse de la fórmula establecida y crear algo nuevo, un viaje del antihéroe que no teme adentrarse en la mente de sus protagonistas. Pero también es una ficción optimista, que con su final afirma que siempre hay hueco para la esperanza. Porque, aun cuando el cataclismo parece inminente, Legión nos ha recordado que siempre se puede soñar con un futuro mejor.

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