Rave: la respuesta química al capitalismo

Europa comenzó un gran declive social en los primeros años ochenta. Mientras en España la juventud, muy al loro, se dedicó a ejercer la dictadura de la fiesta (para mayor felicidad de una élite acojonada por las luchas sociales y la militancia roja en los barrios obreros), en el Reino Unido, la demolición del Estado del bienestar fue liderada por una 'dama' capaz de reprimir incluso las ansias evasivas de una juventud sin futuro, que en vez de bailamer pogo y escupir a los cantantes punk, se dedicó a buscar nuevas sensaciones bajo dosis depastillas y acid house. Unos nuevos contestatarios con píldora en la lengua acababan de surgir, al principio en discotecas, después, en las ilegales raves.

Imagen de cabecera: los Stone Roses dándolo todo en la huerta valenciana. Fuente

Los últimos años de la década de los ochenta en el Reino Unido estuvieron dominados bajo la máscara del parlamentarismo por una dama de hierro de corte fascistoide. Se llamaba Margaret Thatcher. Por primera vez en la historia, la respuesta juvenil ante el destrozo social impuesto por su Partido Conservador fue otra dama, pero en forma de pastilla. Le llamaban éxtasis, aunque su nombre correspondía a las siglas MDMA. Posiblemente fue el arma principal para una generación que respondía a los ataques de la casta británica con amor y hedonismo en forma de fiestas ilegales, donde el dominio de los bombos electrónicos mediante géneros como el house, el acid, y posteriormente el happy hardcore, fueron más contundentes que las broncas de los hooligans en los partidos de fútbol.

Los hermanos mayores de la Generación X

Subversión, pastillas, y sudoración bajo los estroboscopios

Un reflejo de la importancia de aquel fenómeno social (además de las camisetas con el smiley en las vestimentas de medio país) fue la canción What Time Is Love (1988) compuesta por KLF (uno de los mejores nombres de grupo de la historia: ‘Frente de Liberación del Copyright’). Eran el reverso tenebroso y anticapitalista de otros productores comerciales (insulsos y lobotomizantes) llamados Stock, Aitken y Waterman, unos «caudillos de una cadena de montaje de superventas», tal y como señala Víctor Lenore en su artículo El gran fiestón del milenio.

Y entonces llegó la masificación

Lo cierto es que el amor, por los efectos de dicha nueva droga, y la reducción casi total del macarreo entre la clase obrera más desclasada y lumpen, tuvo mucho que ver con la recién incorporación de las masas a la fiesta ácida surgida en EEUU (pero importada a las islas desde otras isla, la mediterránea Ibiza). Así lo plantean muchos críticos estudiosos del tema desde diversas ópticas sociológicas. Y lo cierto es que comparto alguna de esas visiones, al igual que la reflejada en uno de los libros del irreverente escritor británico Irvine Welsh, Trainspotting (1993). Aún me sorprende que casi todos los eruditos del tema oculten o apenas mencionen uno de los hechos realmente clave para la difusión geométrica de la música electrónica de club: las radios piratas. Por falta de espacio vamos a obviar información al respecto. Eso sí, simplemente mencionaré a Jazzy M, de la LWR, uno de los grandes culpables de que el jackin´ (esa forma de baile tan peculiar) inundara las discotecas y raves británicas bajo el efecto de losnuevos estilos discotequeros. Incluso colaboró con el mítico Bam Bam en laproducción del tema Living In A World Of Fantasy (1988).

Las radios piratas de Londres

El fenómeno rave fue de tal envergadura que tuvieron que legislar ya en los primeros años noventa, cuando ya todo se iba de madre con las cuantiosas fiestas incontroladas. Al principio, con el acid, se produjeron fallecimientos de
adolescentes por ingesta de éxtasis. Casos como el de la joven Leah Betts le pusieron en bandeja a la prensa y a los políticos la ocasión de hacer su agosto represivo. Tiempo después llegó una especie de Ley Mordaza antifiesta. Su nombre oficial era ‘Acta de justicia criminal y orden público, 1994’, pero los colectivos más politizados de la escena electrónica la llamaron Criminal Justice Bill. Y es que relacionar música de baile con complacencia, hedonismo y pasotismo nada tiene que ver con la realidad. Y si dudan, investiguen el trabajo de colectivos subversivos como Spiral Tribe, o proyectos como Dread Zone y D*Note para comprender el significado antisistema que tanto caló en parte de los jóvenes británicos de aquellos años.

Manifestaciones contra el Criminal Justice Bill

Finalmente todo fue cortado de raíz a mitad de los noventa. Los travellers (denominados despectivamente como crusties, una especie de perroflautas de la electrónica) fueron perseguidos como si fueran auténticos piojosos,
convirtiéndose para las autoridades y los medios en un auténtico peligro para la comunidad. Triste pero cierto. Y mientras tanto, desde hacía años, algunos se empeñaban en no comprender la situación actual, el nuevo cambio estético de la sociedad que ya no solo disfrutaba y/o luchaba con música pop y rock de fondo.

Travellers, los feriantes del techno.

De ahí la proclama reaccionaria de un icono de los ochenta, el cantante de los gloriosos The Smiths, Morrissey, culminando el tema Panic con el célebre cántico de «cuelga al DJ». A mi juicio, una de las peores frases de la historia de la música popular, empatada a puntos con la vomitiva «Disco Sucks». Desde ese momento, el cantante británico se convirtió para mí en un dinosaurio de tamaño similar a Tom Petty (otro tiranosaurio incapaz de asimilar nuevas realidades, como la cultura del sampling). Obviamente el tiempo les ha puesto en su sitio. Únicamente revisando a sus coetáneos y paisanos de Manchester, los Happy Mondays, aquel eslogan mamporrero queda literalmente triturado: la banda con el tío de las maracas (Bez) abría sus conciertos con una sesión de DJ previa.

Nueva vida en una nueva ciudad: Madchester

Aquella época de fiestas, gente colocada durante días y sonidos excitantes, no era una única forma de diversión escapista: era una reacción natural a la falta de respuesta de una socialdemocracia dislocada y tibia y a unos políticos nada revolucionarios (los que lo eran bebían, no todos, de un fascismo bajo bandera roja, apoltronada tras el infame muro berlinés) que permitieron que el rodillo capitalista de la escuela de Chicago impusiera sus asignaturas más salvajes en todo un país. ¿Cuál fue la respuesta? La de crear una realidad paralela, de auténtica evasión, donde las hostias de la policía a los huelguistas mineros desaparecieron y fueron suplantadas por redadas contra jóvenes empastillados. Lo grave del asunto era que los políticos no les dejaban recrear ni eso, un Estado alterado alternativo ajeno a los conflictos sociales que les alejaba durante algunas horas de ese motor de la historia que era la lucha de clases. De ahí la rebelión de muchos ante tal acoso represivo del aparato policial británico.

Esencia Rave

La era del jackin´

En España, se vivió de otra forma la necesidad de evacuar toda la rabia incontrolada de una juventud desmovilizada por culpa de los agentes sociales cada vez más domesticados e inanes ante las tropelías y traiciones constantes de un gobierno socialista que estaba finalizando la liquidación -posiblemente el mayor desde el fin de la II Guerra Mundial- de la
industria de un país en suelo europeo. Antes de que existieran los afters en Europa, en Valencia ya estaban de vuelta de todo esto, y con sonidos más contundentes y arriesgados, aunque es verdad que también sonaron algunos éxitos de acid house en las discotecas del sureste y el levante. Y no necesitaban de planes ilegales para celebrar una fiesta salvaje: las discotecas cerraban a las 5 de la mañana y abrían a las 6 hasta mediodía, por no hablar de los domingos vespertinos. Las drogas consumidas también marcaban la diferencia: aquí, la reina de la noche se llamó mescalinaun combinado de cafeína con MDA  (pariente cercano del éxtasis) cuyo intenso reinado concluyó sin avisar, como por arte de magia.

No hacían falta raves. Las discotecas eternas.

En las últimas décadas han surgido festivales como el de los Monegros, demonizado por el clasismo creciente de una cultura hipster venida del indieque infectó los ideales de la electrónica con todo tipo de tics poperos y
rockeros, aunque esto ocurrió en todo el mundo. Por ejemplo, en Reino Unido se experimentó el clasismo de quienes identificaban las formas más finolis del house y el techno como un artículo de lujo. De esta manera, rehuyendo la sudoración y la fraternidad ebria en favor de la ropa de marca y el elitismo, la reacción le plantaba cara a esos jóvenes humildes y de la clase obrera que se apiñaban en discotecones en busca de su dosis de acid.

Muy irónico todo, en realidad: como explica Matthew Collin en su Estado alterado, el apocalipsis ‘chunda chunda’ que tanto alarmó a los conservadores británicos durante el cambio de siglo jamás hubiera surgido sin las excursiones de amigotes de baja extracción social a Ibiza, en busca de la vida padre que se pegaban las élites que entonces veraneaban en la isla. De regreso a su país, aquellos zagales tan avispados (entre ellos, Paul Oakenfold Danny Rampling) descubrieron la fuerza de un hedonismo de nuevo cuño basado en el disfrute de sonidos amables, tirando a hippies y repletos de música house, como los que pinchaba el argentino DJ Alfredo. Con dominio de un subgénero house, por otra parte: el latino. Así fue como se gestó lo que todos conocemos como balearic, término acuñado por los guiris para intentar explicar, no ya un estilo musical, sino de vida.

Himno baleárico

¿Y qué fue de todo aquello? Simples reminiscencias y atomizados núcleos de resistencia rave pero con un marcado carácter revisionista de poca calidad, salvo excepciones que marcan una evolución (que también existe con muchos seguidores en fiestas masivas) pero desde una óptica más experimental y moderna.

Post Rave

Tal vez todo lo que han leído suene a pretérito, a mundo viejuno para fiesteros cebolletas, ya que en la actualidad lo dominante son propuestas realizadas en auténticos bunkers a cielo abierto como el festival Tomorrowland, con un público que permite que le pongan una cinta para evitar que se cuelen los que no pagan sus caras entradas. Y todo bajo el patrocinio oficialista de las élites políticas y las empresas multinacionales, que hacen su agosto año tras año en esa Florida europea llamada España, el nuevo y mejor parque de atracciones del continente. Incluso ya con cierta retromanía, por el poso histórico, se realizan conferencias sobre estos temas, y se publican libros, unos mejores que otros, sobre la historia (oficial y demasiado anglófila) de la música electrónica, un género ya nada underground ni minoritario, sino todo lo contrario: masivo y nada efímero. ¡Danzad, malditos!

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