La historia del cine ha relacionado la ciudad de Casablanca con el romance entre Bogart y Bergman, siendo los habitantes de la ciudad un telón de fondo. Razzia y Sofia, dos películas marroquíes estrenadas este año en España, sirven para analizar este tipo de procesos y le dan una voz propia a los habitantes del lugar.
En una de las escenas finales de Razzia (2017), uno de los protagonistas descubre que, a pesar de lo que había creído durante toda su vida, ni Humphrey Bogart ni Ingrid Bergman ni Michael Curtiz estuvieron en Marruecos. Sus vecinos no habían coincidido con Bogie. Ni las grúas y cámaras llenaron las calles de la ciudad. Porque para hacer Casablanca (1942) no hacía falta Casablanca. Hacía falta un estudio en Los Ángeles. A kiss is just a kiss, a sigh is just a sigh y Casablanca es para la historia del cine el marco exótico en el que transcurre el drama amoroso de Rick e Ilsa.
En los últimos meses han llegado a las salas de cine españolas dos películas marroquíes ambientadas en la misma ciudad en la que Bogart se ponía melancólico. En concreto, el 4 de enero la mencionada Razzia, dirigida por Nabil Ayouch, y el 8 de febrero Sofia (2018), de Meryem Benm’Barek. Para la directora, que debutó tras las cámaras con esta cinta, el motivo por el que ambas películas eligieron el icónico enclave es tanto social como económico. «Casablanca es la ciudad en la que convergen todos los marroquíes, una ciudad extremadamente dinámica donde todos vienen a construir sus sueños para el futuro. Esta ciudad no tiene mucho atractivo para los turistas, pero es bastante representativa de dónde se sitúa Marruecos hoy«, explica Benm’Barek.
La historiografía ha estudiado procesos similares al del rodaje de Casablanca, fruto de la visión eurocéntrica, que sitúa las tramas fuera de las propias fronteras para alimentar el imaginario colonialista. El teórico francés de origen martiniqués Frantz Fanon sostenía en su obra Los condenados de la tierra (1961): «El colonizador hace la historia; su vida es un hito, una Odisea (…) Frente a él, unas criaturas aletargadas, devoradas por la fiebre, sumidas en costumbres ancestrales, constituyen un telón de fondo casi inorgánico para el dinamismo innovador del mercantilismo colonial«. Casablanca, la ciudad, es el telón de fondo en la película de Curtiz, el lugar donde unos cuantos personajes viven un episodio trascendental de su vida, atravesado por el momento histórico, en este caso la Segunda Guerra Mundial. El momento perfecto para las heroicidades.

Sofía
En Razzia y Sofia —ambas producciones marroquíes con colaboración extranjera— la ciudad sirve para entender a los personajes, al país. La obra de Nabil Ayouch es un retrato coral de la sociedad, que se muestra diversa gracias a un conjunto de individuos que buscan exponer su identidad sexual y su deseo de libertad: ya sea un joven homosexual, repudiado por la sociedad, que está obsesionado con Freddy Mercury, o una mujer que no quiere depender de su marido a la hora de vestir, fumar o bailar.
Por su parte, Benm’Barek se centra en una joven que se queda embarazada estando soltera, lo que, según el artículo 490 del código penal marroquí, está castigado con la cárcel. La directora de Sofia, que con su primera obra quería generar debate dentro de su país, no exclusivamente en Europa, confiesa que ajustó el contenido y las imágenes. «En Marruecos, no son tanto los temas que abordes lo que puede causar problemas, sino más bien la forma en que lo hagas. La cuestión de la censura y la autocensura existe, solo hay que ser consciente de ello«, explica.
Al pensar en estas dos cintas, o en tantas otras, se tiende a taxonomizar de tal manera que este cine nunca es un cine sin apellido. El cine del Tercer Mundo, definido por Robert Stam en Teorías del cine (2001) como el realizado por las naciones colonizadas, neocolonizadas o descolonizadas, no se ha considerado parte de la historia de la teoría cinematográfica universal, sino una herramienta para expresar inquietudes locales. Para Benm’Barek, la diferenciación entre las obras que han configurado el cine y aquellas que han constituido un cine del mundo es excluyente y paternalista. Según apunta la directora, las cintas de los países ajenos al sistema de producción de Occidente tienen como principal problema no ser autosuficientes en términos de producción y financiación. «La mayoría de películas ‘del mundo’ necesitan financiación extranjera para existir. Tal vez si este cine existiera de una manera mucho más independiente, los cineastas y los productores serían completamente libres y autónomos y las películas serían más numerosas. Ocuparían más y, sobre todo, de manera más visible el panorama cinematográfico mundial y ya no se hablaría más de cine del mundo, sino simplemente de cine», reflexiona.
De esta manera lo entiende Nabil Ayouch, que en una entrevista en La Vanguardia con motivo del estreno de Razzia, afirmó que su obra no hablaba únicamente de Marruecos, sino del mundo en la actualidad, inmerso en un avispero de odio. «En la película hay cinco historias, pero al final se reducen todas a un mismo tema contado de diferente forma: el de la incapacidad de las personas a expresarse como son y a la necesidad de aceptar y respetar al prójimo tal y como es para una buena convivencia», asegura Ayouch, cuya receta para evitar los conflictos sociales es la educación, capaz de transformar la sociedad.
Cuando el personaje interpretado por Maha Alemi, protagonista de Sofia, tiene a su hijo por primera vez entre los brazos, envuelto entre sábanas azules, sentada en las escaleras de un oscuro callejón de Casablanca, piensa en abandonarlo entre cajas de cartón. Algo que Lena, su prima, quiere evitar. «En la película también propongo a través del personaje de Lena una crítica al feminismo burgués, similar al feminismo blanco, y que consiste en dictar a las mujeres sus opciones, pero de una manera totalmente etnocéntrica», dice Benm’Barek, que pretendía no quedarse en la condición de género, sino que también buscó mostrar cómo la clase económica afecta a las mujeres. Desde una perspectiva occidental, es difícil entender las acciones de la protagonista, ya que la representación femenina se ha dividido entre femme fatale o mujer-víctima. «La violencia y la crueldad de los personajes femeninos siempre suscitan dudas porque el espectador está más acostumbrado a los personajes femeninos conciliadores y suaves, cuyos actos de violencia deben justificarse de manera sistemática«, apunta la directora, que, a pesar de las críticas recibidas por feministas en Marruecos, buscaba que cada personaje fuese víctima y verdugo, idea que nació con el fin de crear una representación de la mujer no explorada en el mundo árabe.
Las dos obras, con sus carencias, ayudan a entender una ciudad –y un país– situada en una zona liminal entre la tradición y la modernidad. Ayouch y Benm’Barek realizan con sus dos piezas un puzle que, por fin, es propio. Junto al discurso y la localización geográfica, Razzia y Sofia comparten una reflexión final pesimista, amarga. Algo en lo que sí coinciden con la película de Michael Curtiz. Y es que cuando Bogart y Bergman renuncian a su amor nos llenan de tristeza. Aunque, en el caso del primero, al menos ganó una hermosa amistad.