Recordamos al recién fallecido director de animación de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, revisamos su carrera y analizamos el alcance de la que fue su misión vital: adquirir y perpetuar un conocimiento que, sin él, seguramente se habría perdido.
Una mañana iba Richard Williams (1933-2019) con su coche y parado en un semáforo vio pasar a un hombre gay detrás de un seto alto. El semáforo se puso en verde y 100 metros más tarde se paró en seco y se dijo: «un momento, si sólo le he visto la nuca… ¿por qué sé que ese tío es gay?» Dio la vuelta, lo buscó y, efectivamente, su modo de caminar y vestir era propios del San Francisco de la época. El hombre no lo ocultaba, pero el seto sí. Sólo viendo el desplazamiento de la cabeza por detrás, ya había intuido el tamaño de sus pasos elongados, el modo de compensar el equilibrio con sus brazos y, en consecuencia, aspectos muy relevantes de su personalidad. Parecería un prejuicio si no fuera un experto.
Ser experto como Williams significa dominar muchas áreas de conocimiento distintas. No basta con saber dibujar muy, muy, muy bien. Hay que saber adaptarse a cada estilo, porque el animador no suele ser el creador de un personaje. Hay que saber de física: óptica, gravedad, aceleración y frenada… También hay que ser un experto en musculatura y flexibilidad humana. Una vez se domina todo eso, hay que empezar a explorar cuánto dura un sentimiento en la mirada, cuánto tardamos en reaccionar ante una mala noticia, cuántos fotogramas producen la mejor versión posible de un gag visual… o cómo camina alguien según los problemas que le han asolado a lo largo de la mañana. Un buen animador, como todo buen artista, debe aprender a bucear en áreas del alma humana que a los demás nos pasan desapercibidas. Y ellos son los únicos artistas que la llevan en el nombre.
A todo esto hay que añadirle la capacidad de previsión. Por muy rápido que se dibuje, el proceso de animación es tan lento que cada dibujo equivocado es una pérdida tremenda de tiempo y dinero. Por eso, más vale que los efectos que te has imaginado en tu cabeza luego se cumplan al ver el resultado en movimiento.
Se busca mentor. Razón aquí.
Williams, fascinado por los cartoons de su infancia, tuvo edad para llamar a la puerta de Walt Disney al final de los años cuarenta, justo cuando de la edad dorada de la animación llegaba a su fin. Llegó dispuesto a llevar cafés o lo que fuera con tal de que le permitieran conocer el proceso de creación de aquellos milagros, y allí dio sus primeros pasos de la mano de no sólo de los maestros en la materia, sino de sus inventores. No contento con lo que aprendió allí, tras varias vueltas del destino acabó fundando su propio estudio en los años sesenta. Fichó a animadores jóvenes y aprovechó para contratar a los maestros de Disney y otros estudios que se iban jubilando. Su oferta para ellos: pásate por la oficina cuando quieras, echa un vistazo a lo que hacen los animadores, dales consejos, cuenta anécdotas de los viejos tiempos… y si te apetece animar una escena, adelante, vía libre.
consigue imitar a Groucho, Chaplin y Mickey Mouse. Y hace que parezca fácil.
Cualquier inversor vería como una locura que un estudio recién abierto se llenara de sueldos vitalicios a empleados ancianos que no trabajan, pero él sabía que los mayores, entre jóvenes admiradores, encuentran energía para retomar su talento. Y por su parte los novatos, como lo había sido él, no podían tener mayor motivación para hacer las cosas bien que saber que un animador de Pinocho iba a opinar sobre su trabajo. Muchos de esos novatos acabaron fundando sus propios estudios.
Esa sed perpetua de recibir y regalar conocimiento marca su obra: todos los encargos que tuvo en su estudio, desde el más soso anuncio de cereales hasta los títulos de crédito de La pantera rosa, suponían un reto para él que le invitaba a aventurarse en nuevos terrenos que a otro ni se le hubieran ocurrido que estaban ahí, listos para explorar.
Un cursillo permanente
Richard Williams comenzó El ladrón y el zapatero por 1964. Su estudio la estuvo desarrollando en sus ratos libres durante décadas y cuando Roger Rabbit se convirtió en una cima de la historia del cine, los grandes estudios acudieron a su puerta. Warner se llevó el gato al agua. El desarrollo se aceleró pero con un cambio en la junta directiva llegó un cambio de rumbo que le presionó para acabarla precipitadamente. Williams se negó y Warner se llevó el material. La acabó rematando Fred Calvert en 1993, el responsable de los dibujos de He-man, y el resultado es la animación más compleja que se ha hecho nunca… mezclada con parches de calidad He-man. Hoy en día entre los aficionados a la animación (y los animadores profesionales) se sigue traficando con el copión inacabado de la película, porque ver una copia en vhs de tercera generación de los dibujos a lápiz de Williams es mejor que ver el destrozo que le hizo Calvert en alta definición. Williams estuvo mucho tiempo negándose a hablar de ella de puro dolor, pero acabó reconciliándose en sus últimos años. CANINO le vio presentarla en Sitges.
La banda sonora está colocada por fans que la han tratado de… remendar.
Ya he hablado largo y tendido sobre este gran proyecto inacabado de Williams. Pero tras la reflexión de estos días con su pérdida, ahora lo entiendo como lo que verdaderamente era. La responsabilidad de un director de animación es asignar trabajos a cada animador según sus fortalezas y sus debilidades. Pero la misión de un mentor está ligeramente enfrentada a esa idea, porque sentía que debía reducir las segundas. No tenía nada de malo que los chavales se especializasen, pero su objetivo era convertirse en un todoterreno y quería ayudar a sus empleados. Y en esa tensión se movió el desarrollo de la película. El ladrón y el zapatero era la escuela del estudio. El sitio donde se podía probar a trabajar en una escena fuera de las presiones de fechas de entrega que tiene el exigente mundo de la publicidad y no pasaba nada si salía mal.
Así, en ella colocaba a alumnos que necesitaban mejorar en ámbitos concretos del vasto mundo de la animación o querían indagar otros, como pueden ser la perspectiva, los efectos físicos del agua o los movimientos de cámara. A veces se encargaban ellos y a veces colaboraban con los mentores contratados, dibujando los fotogramas intermedios. Era su manera de aprovechar y potenciar todo el talento disponible.


Si eres capaz de animarlas bien en un plano, no habrá mano que se te resista el resto de tu carrera.
El regalo de Roger Rabbit
La gente que no conoce El ladrón y el zapatero puede pensar que Roger Rabbit es su obra magna. Los que le conocen mejor saben que para él no era más que otro encargo, lo que ocurre es que algunos profesionales tratan cualquier encargo como si fuera su mejor obra. El guión y la dirección de la película no son suyos, y los animadores directamente no existen en ese universo, pero hay un detalle que le confiere cierto valor autobiográfico: ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988) está ambientada justo en la época en que Williams pidió trabajo en Disney. Esta obra le dio la oportunidad de dirigir un cortometraje de la edad de oro de la animación cuatro décadas después de que se acabase.
a los que rinde homenaje. Todo lo contrario.
Tuvo que trabajar con prisas y presiones y el estrés casi acaba con él, pero a cambio pudo animar a Mickey, Donald, Lucas y Bugs en su mejor época, poner en práctica las décadas que pasó estudiándolos y de alguna manera insertarse en el imaginario colectivo de esa edad de oro, como él inserta a Roger Rabbit en las escenas de imagen real.
Y, ojo, Roger Rabbit está mejor animada que todos los cortos de Disney y Warner juntos. Y no lo digo con desprecio, lo que ocurre es que Williams pone en práctica los conocimientos posteriores a la época al servicio de la época. Su regalo a la edad de oro fue sacarle brillo. Y consigue que nuestro recuerdo de esos cortos sea mejor, porque al verlos nos sentimos como cuando éramos niños y nuestra imaginación compensaba todas las carencias.
tan bien animados ni volverás a verlos.
Cuando por fin sabes bastante
Afortunadamente Richard Williams no se ha llevado sus secretos a la tumba. Tras ir recopilando los conocimientos necesarios con paciencia monacal, los juntó todos y sacó The Animator’s Survival Kit, manual que hoy sirve de punto de partida para todos los profesionales de animación del mundo. Incluso si la animación 2d acaba desapareciendo, las claves que da Williams en su libro sirven para el 3d y cualquier cosa que esté por llegar en el futuro. Porque no son de dibujo, son de movimiento, de relación con el entorno, de percepción humana y transmisión de sentimientos.


Llegada la edad, no necesitó que alguien le sobornase con un contrato de jubilado como hizo él con sus mentores. Pasaron los años y siguió trabajando, enseñando, y animando. Convirtió el libro en un curso en vídeo (el primer vídeo ahí arriba viene de ahí) y convirtió en animaciones los ejemplos que tenía puestos sobre el papel. En sus últimos meses ha estado supervisando las distintas versiones internacionales (la española salió en mayo). Y hace no tanto tiempo, al cumplir ochenta años, se embarcó en un cortometraje con la idea de realizarlo completamente solo. ¿Y por qué le dio por ahí? Pues porque ya era el momento, ya sabía bastante.
«Muchos profesionales son excelentes en una cosa, pero yo quería dominarlo todo. Era artísticamente egoísta. Tenía que dominarlo todo para poder hacer cualquier cosa que quisiera. Con 15 años tuve una idea y me preguntaba si algún día sería lo bastante bueno para ponerla en práctica. Y algo me pasó hace unos tres años, después de tanta experiencia, de tanto enseñar, me pasó como en el yoga, de pronto tuve una revelación y hoy por fin lo he conseguido: soy capaz de hacerla exactamente como la tengo en la cabeza.», decía Richard Williams en la presentación de su obra final. No os la perdáis, está sobre estas líneas.
Extras
Quiero dar las gracias a Garrett Gilchrist, el responsable de la mejor restauración que existe hoy de El ladrón y el zapatero. Le llevó ocho años, cogiendo piezas de aquí y allá.
Además, Gilchrist ha ido recopilando con los años una colección de materiales relativos a Williams que no tiene desperdicio. Aquí una extensa colección de sus anuncios.
Si quieres imaginar cómo habría sido Roger Rabbit sin Williams, aquí tienes un intento temprano de Disney en el 83 con otro equipo.