Tras un clásico como Skyfall, el director inglés ha repetido en la saga de James Bond con resultados algo irregulares y muy discutidos. Nosotros hemos hablado con él.
Primera observación: Sam Mendes (50 años, cumplidos en agosto) está afónico. Conforme los periodistas congregados en este salón del Teatro Real de Madrid le interrogamos acerca de Spectre, al director inglés apenas le sale un hilillo de voz. Algo que tal vez se deba a este otoño tan gris que se nos está quedando en la ciudad, a un catarro pescado en mala hora… o a la tensión que viene de defender una película como esta, su segundo trabajo al frente de una aventura de James Bond. No debe ser fácil enfrentarse a una jauría de plumillas cuando los rumores acerca de un rodaje tortuoso (empezando por múltiples cambios de última hora en el guion) circulan sin parar, cuando los críticos reaccionan ante el filme con bastante menos entusiasmo que frente su predecesor, la aclamadísima Skyfall (Íd., 2012) y cuando tu actor principal, un Daniel Craig más hosco que nunca, afirma que se cortaría las venas antes que encarnar por quinta vez a 007.
Segunda observación: a Sam Mendes se le da bien echar balones fuera. Sin ir más lejos, cuando se le menciona que Spectre es, como él ha dicho en algunas ocasiones, su último trabajo en la saga Bond, se echa un poquito para atrás. «Esta es la segunda película de James Bond que dirijo, y lo primero que me pregunta todo el mundo es ‘¿harás otra?’. Supongo que debería sentirme halagado por esa pregunta, pero imagínate que acabas de correr una maratón, te quedan los últimos 300 metros y te dicen que tienes que correr otra maratón mañana. No es algo que quieras plantearte en ese momento». Vale: los comentarios sobre el desgaste que se le queda a uno en el cuerpo tras dirigir un blockbuster forman parte del argumentario de cualquier director que se mete en este tipo de berenjenales. ¿Cuál ha sido el momento más difícil del rodaje de Spectre? «Cuando rodamos el combate en el helicóptero, en Ciudad de México. Aquello era peligroso de verdad. Yo estaba nervioso. Normalmente planifico las cosas con cautela, pero entonces pasé miedo». Asumamos que dice la verdad: al fin y al cabo, la pregunta no iba sobre el momento más difícil que no pudiera mencionarse en público. Y también cabe recordar que la película recibió una subvención del gobierno mexicano a cambio de aceptar sugerencias sobre el tratamiento dado al país azteca en sus imágenes.
Por el contrario, Mendes se siente muy orgulloso de la historia de amor entre el agente con licencia para matar y Madeleine, el personaje de Léa Seydoux. «Es algo muy delicado, inmerso en una historia muy grande y ruidosa», afirma. Aquí tenemos que darle la razón: Craig y la francesa, dos actores que destacan más por su intensidad que por su expresividad, consiguen hacernos creer que James Bond es capaz de enamorarse (y que una mujer es capaz de quererle, pese al grandísimo bastardo que es) como nunca desde 007 al servicio secreto de Su Majestad (On Her Majesty’s Secret Service, Peter Hunt, 1968) cuando el efímero George Lanzenby se quedaba prendado de Diana Rigg.
Tal vez introducir una historia con calado emocional era obligatorio para el director de American Beauty (Id., 1999). Si hace quince años, cuando esa película le convirtió en un debutante con Oscar, Mendes hubiese oído decir que acabaría dirigiendo una ‘película Bond’, ¿se lo habría creído? «Hubiera pensado que esa persona estaba loca. Me crié con el Bond de Sean Connery, y me gustaba mucho, pero después de ver unas cuantas películas de Roger Moore dejé de interesarme por la saga. Fue cuando eligieron a Daniel [Craig] que volvió a interesarme como espectador». Podemos ser caritativos, y pensar que los resultados financieros de Revolutionary Road (Id., 2008) y la posterior Un lugar donde quedarse (Away We Go, 2009) no intervinieron en el desarrollo de ese interés. Un interés recompensado, porque las cifras de taquilla de Skyfall fueron vertiginosas, y pusieron el listón muy alto. «Eso no es algo que puedas planificar. Si tu único criterio es el éxito, estás muy equivocado: eso es muy peligroso», rebate Mendes.
Más adelante, eso sí, Mendes citará algunas películas del serial Bond que le interesan, o que le han influido: «Los espectadores verán más alusiones de las que realmente hay, sin duda. Cuando acepté dirigir ‘Skyfall’ decidí no ver ninguna película anterior de la saga, y ya hace seis años de aquello, pero recuerdo muy bien películas que vi en mi infancia. Está ‘Vive y deja morir’ (‘Live And Let Die’, Guy Hamilton, 1973) en el comienzo, y también está ‘Desde Rusia con amor’ (‘From Russia With Love’, Terence Young, 1963) en la escena del tren. Pero si piensas que salen paisajes nevados como homenaje a ‘La espía que me amó’ (‘The Spy Who Loved Me’, Lewis Gilbert, 1977), estás equivocado. Con 24 películas anteriores, es fácil ver referencias por todas partes».
Uno de los periodistas presentes en la mesa redonda compara el argumento de Spectre con el Cuento de navidad de Charles Dickens. Al fin y al cabo, señala, en esta película Bond recibe la visita de todos (o casi todos) sus viejos fantasmas, incluyendo nuestra organización criminal favorita. A Mendes, esta comparación le hace mucha gracia: «Tengo que guardarme eso para soltarlo en otra parte», bromea. «Ahora que lo mencionas, puedo decir que siempre fue mi intención. Pero es un intento deliberado por que el espectador sienta que todas las películas de Daniel lleven a este momento: esa sensación de cierre, de fin de ciclo, es deliberada. No digo que a partir de ahora no se puedan seguir haciendo películas de James Bond, claro». Es cierto que, en el universo de 007, la sensación de continuidad nunca ha sido lo más importante. ¿Hasta qué punto aspiraba el director a crear un universo narrativo? «Cuando hicimos ‘Skyfall’, nos arriesgamos bastante: dejamos claro que Bond está envejeciendo, que se siente viejo, y además matamos a un personaje importante. En esta película, queríamos presentar a un hombre que a visto morir a la mujer a la que amaba [el personaje de Eva Green en ‘Casino Royale’ -Id., Martin Campbell, 2006-] y también a su mentora. Tradicionalmente, las ‘películas Bond’ han presentado siempre historias aisladas, pero al público le gustó nuestro enfoque. Por eso quise seguir indagando en esa línea».
Aquí hay un intríngulis interesante: las referencias al pasado de James Bond (no solo al del Bond-Craig, sino a toda la historia del personaje en el cine). ¿Se ha sentido Mendes atrapado en una telaraña de referencias? «Cuando hicimos ‘Skyfall’, me sorprendió lo bien que funcionaban los elementos íntimos, así que esta vez hemos introducido más: si esa película hablaba de dos hermanos que luchaban por el amor de una madre, aquí hablamos de dos hermanos que lucharon en su día por el amor de un padre. Además, en la anterior historia estaba presente el caso de Julian Assange, que me interesó mucho en su momento, y aquí hay alusiones al de Edward Snowden. Y también a la idea del legado, de la herencia: ¿prefieres haber cumplido con tu deber, o vivir una historia de amor? ¿Qué huella vas a dejar en el mundo? Son temas poco usuales en una gran franquicia, y me siento orgulloso de haberlos tocado».
La presencia de Mendes ha servido para vender Skyfall y Spectre como entregas ‘de autor’ dentro de la saga de 007. Y el director está dispuesto a seguir esa narrativa. No es sólo que los temas de fondo en ambas películas le interesen, sino que estas han estado bajo su completo control: «Todo lo que sale en ‘Spectre’ es algo de mi gusto: desde el diálogo a los peinados y el vestuario. Nadie ha interferido, nadie ha entrado en mi espacio. Ha sido algo conmovedor, y me siento orgulloso de ello». De ser auténtico ese orgullo (y no dudamos de que lo sea), ¿qué preferiría Sam Mendes para las próximas aventuras de 007? ¿Le gustaría ver cómo los futuros directores de la franquicia mantienen su seriedad, o le agradaría ver un regreso al Bond más desenfadado por el que muchos fans suspiran desde 2006? «Creo que el próximo director debe ser valiente. Bond es un mito contemporáneo, y yo he puesto dos capítulos en su mitología. Para abordarlo hace falta una postura clara, apasionada, que es lo que sentí yo. Y también tener una opinión propia, no intentar agradar a todo el mundo. Intentar agradar a todo el público es peligrosísimo».
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