[‘Saw’ pieza a pieza] Comienza el juego: los orígenes de Jigsaw

[Arrancamos una revisión entrega a entrega de una de nuestras franquicias de terror favoritas. Saw, creada por James Wan, se ha convertido en una de las sagas de horror moderno más influyentes de la historia. Su estructura, su violencia y su estética dieron pie al subgénero conocido como torture porn. En esta serie de artículos analizaremos su influencia y su historia]

Para debatir sobre ella, cogen los serruchos nuestros dos expertos en ultraviolencia y griterío en sótanos ANDRÉS ABEL y JOHN TONES. Cómo se hicieron, qué significan, dónde van, por qué nos gusta tanto. Hoy es el turno de la primera entrega, Saw (2004)

JOHN TONES (JT): Supone para mí cierto desafío que nos sentemos a hablar de cada una de las entregas de la franquicia Saw, sobre todo porque no tengo muy claro qué las hace tan especiales, aunque estoy convencido, como fan, de que sin duda algo hay. ¡Pero no soy capaz de verbalizarlo, más allá de lo mucho que molan los inventos, las torturas y los puzles! Espero que estos diálogos nos sirvan para aclarar también mis ideas, porque creo que tú lo tienes mucho más claro.

Así que supongo que una buena forma de arrancar es poner sobre la mesa qué creeemos que es lo que hace diferente a Saw (la franquicia, pero sobre todo a la primera película), porque hay unos cuantos precedentes muy claros, ¿no? Veo Seven (1995), por supuesto, una película cuya influencia aún creo que no está del todo calibrada, y está todo lo que a su vez influyó en Seven (un tema que si se me permite la cuña publicitaria, conozco bien: de eso trataba el capítulo que escribí para el libro colectivo sobre la película de David Fincher que publicó el festival de Sitges en 2015): es decir, que remontándose a lo que originó Seven, veo en Saw la influencia clara de películas como las dos entregas de las tropelías del Dr. Phibes (1971 y 1972) y de uno de los mejores derivados de éstas, la gran Matar o no matar, ese es el problema (1973). Es decir, asesinos con un marcado sentido de la teatralidad, cuyas escenas del crimen son casi tableaux mourants de víctimas y complejos engranajes homicidas. ¿Es eso todo lo que ofrece Saw, una versión aún más retorcida y frívola de las propuestas pseudo-humanistas de Seven?

ANDRÉS ABEL (AA): «¿Es eso todo lo que ofrece Saw, una versión aún más retorcida y frívola de las propuestas pseudo-humanistas de Seven?«. Como decía la madre de Regan en El exorcista cuando el doctor le preguntaba si guardaba drogas en casa: ¡por supuesto que no! Las comparaciones con la historia de Seven estuvieron ahí desde el principio, pero los creadores de Saw (presentémoslos ya: el director James Wan y el guionista Leigh Whannell, que también interpreta el personaje de Adam) siempre han negado haberse inspirado en ella, aunque es evidente que hay un montón de similitudes entre ambas películas (incluso más allá de los retablos macabros; ya hablaremos de su feísmo, o de su banda sonora). Sin embargo yo diría que la semejanza más importante no se encuentra en el carácter “temático” de las carnicerías, que en efecto se puede rastrear hasta esos clásicos de Vincent Price que nombras —o, si nos centramos en la cuestión estética, hasta Del asesinato considerado como una de las bellas artes de Thomas de Quincey (1827)- , sino en el hecho de que esa teatralidad nazca del deseo de transmitir un mensaje.

Ese es el gran punto en común, y de él surge también la diferencia fundamental: mientras que el John Doe de Seven pretende aleccionar al mundo a través del sufrimiento de sus víctimas, castigándolas por sus pecados, la intención de Jigsaw es, a su muy retorcida manera, salvarlas, haciéndoles apreciar una vida que en su opinión están desperdiciando. Él sí es un humanista, su mensaje no es ninguna mierda puritana o metafísica, y si te lo explicase con una cerveza en lugar de escondiéndote una llave detrás del ojo, tendrías que darle la razón. Eso no lo convierte en un héroe, ni siquiera en un antihéroe, pero lo sitúa más cerca de un justiciero loco que del típico asesino en serie iluminado (también porque, ya sabes, él no asesina; solo te mete en el juego). La motivación de Jigsaw siempre me ha parecido uno de las aspectos más interesantes de la película y la serie, tanto como sus métodos, que recuperan las “trampas de templo” y los aparatos de tortura para el terror moderno, y por supuesto el giro final (que curiosamente fue la idea de la que partió todo).

JT: Una de esas ideas de las que partió todo es el corto protagonizado por Leigh Whannell, que se rodó más que como una minipelícula con entidad propia, como una prueba para enseñar a posibles inversores de la película. De ahí que parezca más un trailer que un cortometraje destinado a seguir los circuitos habituales de explotación del formato. Dos cosas me llaman la atención de él: por una parte su exagerado feísmo, que ya has mencionado muy acertadamente como constante de la serie, que no podemos achacar únicamente a las cuestiones presupuestarias, y que particularmente me obsesiona. Si te parece lo trataremos más adelante al hablar de la película: no hablo, por supuesto, de un feísmo cool y estudiadísimo a lo Rob Zombie, hablo de un feísmo al nivel de un episodio especial navideño de Santa Barbara.

La otra cosa interesante del corto es ver cómo reduce la franquicia a sus señas de identidad, cómo si tuviera muy claro qué va a definir a una película que, por fuerza, debería incluir muchos más personajes y situaciones: el muñeco, ridículamente gratuíto y fascinante en el corto, ridículamente gratuíto y fascinante en las pelis; el gadget macabro; el gore grandguignolesco (que, esto sí, se disparataría hasta la gloria en las pelis); los decorados industriales; y el mensaje vitalista -a su manera- de Jigsaw, aquí reducido a lo más esquemático. Todo junto en menos de diez minutos, con aún menos sentido global que en las pelis, da pie a un retablo abstracto, que reduce los elementos más aterradores de la película casi a una lista de la compra de miedos cervales y chiflados.

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AB: Sí, el corto pretendía demostrar que Wan podía dirigir la película y Whannell protagonizarla, no querían vender el proyecto y que se lo encargasen a otras señoras, y está claro que fue una gran idea. Quizás el único elemento definitorio que se queda fuera es precisamente el elemento sorpresa, esa parte de culebrón y giros locos que terminaría caracterizando a la saga, y que antes comentaba que dio origen a todo lo demás: el planteamiento original de la película era el de los dos extraños encerrados con el cadáver, que al final terminaría levantándose y revelándose como el auténtico maquinador, porque era una idea que molaba y que pensaban que podrían rodar con poco dinero; las trampas, los juegos, la esencia de Jigsaw, nacieron alrededor de ese escenario e hicieron crecer el proyecto animándolos a buscar más financiación, con los felices resultados que todos conocemos.

Así que es llamativo que justamente esa parte no esté presente en el corto, aunque sea totalmente lógico, dada la intención con que se rodó. Que el muñeco, Billy, sí esté presente, resulta por otro lado bastante significativo, no solo porque acabase convirtiéndose en un símbolo de la saga -mucha gente llama Jigsaw al muñeco, en un moderno caso de metonimia frankensteiniana-, sino también como primera señal de la querencia del director por otra clase de horrores, menos terrenales y más enraizados en los miedos infantiles que en los adultos: la conexión con su fantástica historia de monchitos Silencio desde el mal (2007) es obvia, pero en general el payaso de juguete no deja de ser también un símbolo de esa otra vertiente del género que remite directamente a Poltergeist (1982 y, por desgracia, 2015) y que marcaría el rumbo posterior de su carrera con las series de Insidious (2010, 2013, 2015) y Expediente Warren (2013, 2016). Incluso puede que su nervio a la hora de filmar a Billy en el triciclo le consiguiese el encargo de Fast & Furious 7 (2015), no sé cómo lo verás tú.

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JT: Ya está, hemos encontrado el nexo con Vin Diesel. Todo esto ha servido para algo. El caso es que la sensación que tengo viendo Saw es que, por encima de sus aciertos y errores, estoy ante una de esas pelis-milagro en las que intenciones y limitaciones solo sirven para reforzar sus puntos fuertes. Wan ha declarado más de una vez que él y Whannell vieron El proyecto de la bruja de Blair (1999) y Cube (1997) para asimilar cómo aprovechar al máximo un magrísimo 1’2 millón de dólares que tenían de presupuesto, y ahí fue donde decidieron no salir apenas de un solo escenario: una especie de retrete from hell que parece un rincón de una cárcel turca, más que parte de un almacén abandonado. Otra opción que acariciaron fue el de rodarlo todo en un ascensor con una cámara de seguridad, pero francamente, me alegro de que no lo hicieran: habría añadido un componente de claustrofobia extrema que creo que no habría beneficiado a la película, donde mola que estén encerrados, sí, pero que sus confianzas y sospechas sean como una montaña rusa y tengan tiempo tanto de confiarse como de enervarse.

Como siempre con las producciones de serie B tirando a C que consiguen sus propósitos, me pregunto qué habría pasado con más dinero a su disposición: Wan declaró que le habría gustado rodar todo con un estilo de suspense elegante y hitchcockiano, pero las restricciones prespuestarias se lo impidieron. ¿Qué habría pasado si Danny Glover no hubiera tenido que rodar todas sus escenas en solo dos días? ¿Y si Wan no hubiera tenido que tirarse en plancha en postproducción al impacto visceral de las luces estroboscópicas y los sonidos del infierno que fue, según la MPAA, el auténtico motivo de que cuando presentaron el montaje original a la comisión, pretendieran cascarle un prohibitivo NC-17 (actualización de la X)?

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AA: Ignoraba ese berrinche de la MPAA con los flashes epilépticos, que es verdad que mayormente se usaron para aderezar decorados casi vacíos, y son un magnífico ejemplo de hasta qué punto la escasez de dineros contribuyó a moldear la estética de la primera película (y por lo tanto de la saga, que se mantuvo fiel a ella hasta el final). Otro ejemplo sería el de las fotografías y los recortes de periódico que Wan y el editor Kevin Greutert -a la postre director de las dos últimas entregas- utilizaron para rellenar los huecos que se encontraron durante el montaje; o esa apoteósica persecución del final, que NO es una de las dos o tres escenas que se grabaron en exteriores, y se rodó a base de menear los coches en el garaje mientras les pasaban lucecitas por los lados (más credenciales para Furious 7).

Un presupuesto más rumboso nos hubiera permitido ver la trampa original que aplastaba al detective Sing (Ken Leung) o quizás disfrutar más tiempo de Dina Meyer (eso tendremos que agradecérselo a las secuelas), pero también nos hubiera privado de esos hallazgos. Por supuesto hay soluciones visuales que no tuvieron nada que ver con esquivar problemas crematísticos e igualmente se mantuvieron en la imaginería de la serie, incluso con los cambios de director, como esas transiciones entre escenas tan chulas en las que la cámara baja hacia el suelo para entrar por el techo de la siguiente, o el desplazamiento de un coche que introduce el nuevo decorado. Estoy seguro de que existe un universo paralelo en el que Saw se rodó con diez veces más presupuesto que en este -y otro en el que la versión española se tituló Retrete From Hell-, pero no estoy seguro de que sea un universo mejor.

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JT: Hay franquicias de cine de terror que cuando son conscientes de lo que son (normalmente a base de añadir humor, autoparodia y metanarrativa; no es el caso de Saw) se convierten en otra cosa. No necesariamente en algo peor, que es la (perezosa) opinión más extendida, sino en otra cosa. Es el caso, por ejemplo de las Elm Street: Pesadilla en Elm Street 4 (1988) es un tipo de bestia completamente distinto a la primera entrega, y exige ser disfrutada de otra manera. Saw no hace exactamente eso: su táctica con las secuelas es ir descubriendo lo que sugerían entregas anteriores y girar violentamente los potenciómetros al 11 (o más allá).

Por eso, entiendo Saw como un buen thriller psicológico (a veces a pesar de sí misma, porque la persecución automovilística o la interpretación de Cary Elwes son muy de respirar hondo), pero uno cuya mayor virtud está en apuntar lo que está por llegar. Por ejemplo, como es lógico (porque nadie confiaba en su éxito), no está el espíritu de serial que tanta fuerza da a las últimas entregas (y tanto exaspera a algunas almas de cántaro) y no está la inmersión en el melodrama telefílmico imposible de tomar en serio pero que consigue, a fuerza de tópicos y personajes de una pieza, explicar mucho con muy poco. Le tengo un gran cariño a Saw porque, eh, el muerto que lleva ahí toda la película levantándose y arrancándose la cara como un personaje de Clive Barker es oro, pero lo cierto es que aún queda lo mejor.

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AA: Nunca olvidaré lo alucinado que salí del cine, y eso que me llevé una pequeña decepción: cuando derriban a Jigsaw disparándole por la espalda me convencieron de que se lo habían cargado, así que al ver cómo se levantaba de nuevo pensé que por fin volvían los asesinos sobrenaturales, después de años de abortos de Scream… y no. Aunque enseguida supieron compensármelo. Esta primera película me parece maravillosa por sí misma, y seguramente habría disfrutado de unas secuelas que se limitasen a presentar trampas nuevas, con un Jigsaw eternamente enfermo, pero siempre amaré a sus responsables por ir un paso más allá y componer con ellas un señor serial (¿“sawp opera”?), incluso permitiéndose finales de continuará entre entregas.

Sé que hay fans de la original que odian esa reconversión en folletín y que hubieran preferido que Saw, la película, no se hubiese transformado en Saw, la franquicia, y de verdad que no puedo entenderlos: cómo no amar ese progresivo engorilamiento de los efectos (a partir de unos comienzos que en realidad no son tan gore como se recuerdan), o la colección de pósters resultante, con su creciente carga simbólica (del literalísimo pie cortado de la primera al Jigsaw gigante de la última), o cada nueva revisión de Hello Zepp, sonando durante cada revelación final (ah, lo que comentaba al principio sobre la conexión musical con Seven: aquella se abría con una canción de Nine Inch Nails, y el prohombre tras la banda sonora de Saw es Charlie Clouser, quien solía colaborar en el proyecto de Trent Reznor y gusta de los mismos soniquetes industriales). En definitiva, si todo se hubiera quedado aquí atesoraría el debut de Wan y Whannell como un preciado abalorio, pero no encuentro menos hermoso el collar de orejas del que pasó a formar parte.

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