Screaming Mad George: el Screamin’ Jay Hawkins del cine de terror

El cine y la música del último medio siglo no se entiende sin las puestas en escena extremas. Y si alguien sabe poner en juego lo tétrico, lo desagradable y lo fascinante ese es el artista y creador de efectos especiales Screaming Mad George.

Todos tenemos el impulso de mirar el resultado de un accidente. Cuando alguien se hace daño, cuando algo es grotesco, feo, sangriento, cuando algo sale, en resumen, horriblemente mal y desafía todas las leyes de lo que consideramos natural, no podemos evitar el arrullo interior que nos obliga a mirar. La repulsa colinda con el interés. Lo inapropiado con lo fascinante. De ahí la popularización de espectáculos como el freak show, el teatro de lo grotesco o el cine de terror. Válvulas de escape para nuestra fascinación por lo horrible. Pero ese sentido del espectáculo torcido y malsano lo encontraríamos también en no pocos grupos de rock, desde Marilyn Manson y Slipknot hasta Black Sabbath y Led Zeppelin. Y quien llevó ese sentido del espectáculo al rock no fue otro que Screamin’ Jay Hawkins.




Conocido por I Put A Spell On You, un blues cantado casi como si fuera una murder ballad gritada entre estertores, era común ver a Screamin’ Jay Hawkins vestido con pieles, huesos y un bastón con cabeza de cráneo, como una especie de extraño vampiro vudú surgido de una perturbada mente de los noventa.

Pero I Put A Spell On You es de 1956. Y no es difícil imaginar el efecto que tuvo sobre impresionables mentes jóvenes de todas las épocas. Pues Screamin’ Jay Hawkins, como padre putativo de todos los músicos que se han interesado por el terror, el mal rollo y el crimen como parte intrínseca del arte, es todo un referente hoy en día. Y lo es también para un hombre que recibió tal influencia suya que no dudó en saquear parte de su nombre artístico. Hablamos de Screaming Mad George.

Nacido en el mismo año que I Put A Spell On You, 1956, con el nombre de Joji Tani en Osaka, pronto emigró a EEUU, donde se cambió el nombre por George. Allí se graduó en la escuela de artes visuales de Nueva York, donde empezaría con su primer gran romance: la música.

Integrante de The Mad, un grupo de punk como tantos otros de la época, su interés no se reducía a la música. Poniendo mucho énfasis al maquillaje y toda la parafernalia estética que los acompañaba, sus conciertos eran tanto o más interesantes por el espectáculo visual que por las canciones. Algo que acabó llevando a sus videoclips, donde lo deforme y lo sangriento cobraban nuevas formas nunca antes vistas. De ese modo, George llamó la atención de Hollywood. Si podía replicar a una escala mayor lo que hacía para su grupo, podía ser toda una revolución para el mundo del cine.

El único problema era uno mucho más personal. Ya había muchos George en el mundo. De ese modo, en ese momento decidió usar un nombre artístico. Y dada su pasión por la revista Mad y, claro, Screamin’ Jay Hawkins, en seguida supo cuál debía ser su nombre artístico: Screaming Mad George.

Ya con un nuevo nombre, sus primeros trabajos en Hollywood no fueron precisamente pequeñas películas desconocidas. Trabajando en Golpe de la Pequeña China de John Carpenter y después de ahí saltando a Pesadilla en Elm Street 3: Los guerreros del sueño y Pesadilla en Elm Street 4: El señor de los sueños, su trabajo como proveedor de formas aberrantes y abotargadas, capaces de llevar los efectos especiales más allá de lo que la realidad dice que es posible, se convirtió en la persona indicada a llamar siempre que quisieras tener una estética decadente y extrema, colindante con la Nueva Carne, con un extra de deformidad física imposible.

Gracias a eso también se interesó por él el país que le vio nacer. En Japón se encargaría de dos películas monumentales, hoy consideradas de culto, como son Tokyo: The Last War y Tokyo: The Last Megalopolis, adaptaciones de la inmensamente popular saga de novelas Teito Monogatari, que si bien es desconocida fuera de las fronteras del país nipón, sí influenciarían una saga de videojuegos bien conocida en occidente: Megami Tensei. Eso, sumado a que trabajaría en la identidad visual del disco Jealousy de X Japan, el grupo de rock más grande de la historia del país, le convirtió en una figura de culto ya no sólo en EEUU, sino también en Japón.

Incluso aunque, para llegar hasta el verdadero momento donde se convertiría en una figura mundialmente conocida, aún tendría que esperar hasta trabajar con un director del cual ya no se separaría nunca.

Tras su viaje japonés y hacerse un nombre entre las sombras en el cine de terror de los ochenta, llamó la atención de un joven productor que iba a dar el salto a la dirección y necesitaba alguien capaz de llevar a la vida sus grotescas imágenes en un tiempo donde el CGI no lo podía todo. Ni casi nada. Ese director era Brian Yuzna y la película era Society.

Como película de terror, Society sigue siendo hoy relevante. El interés de su trama y su parodia poco sutil de los vicios de las clases altas aún siguen completamente vigentes. Pero es, de hecho, el trabajo de Screaming Mad George el que hace que la película destaque aún a casi treinta años de su estreno. Monstruos tumorales, caras apareciendo de anos, partes del cuerpo que surgen desde un interior de donde no debería salir nada y unas dosis ingentes de sangre ingeniosamente cesparcidas son todo lo que necesita nuestro hombre para conseguir que seamos incapaces de despegar los ojos de la pantalla. No por realista, sino por fascinantemente verosímil. Por cómo consigue que las ideas más desquiciadas y asquerosas resulten lógicas, plausibles y, lo que es más difícil, creíbles por la imposibilidad de ver el truco, incluso cuando se nos pone delante.

A fin de cuentas, Screaming Mad George, como todos los artistas de efectos especiales del siglo XX, era un mago. Ocultaba a simple vista lo que hacía posible lo imposible. Y era tan bueno haciéndolo que no necesitaba ordenadores para que nos creamos algo que, incluso hoy, parece irreplicable.

A partir de ahí siguió trabajando junto a Brian Yuzna en buena parte de sus películas. Películas como Silent Night, Deadly Night 4: Initiation, Faust y Beyond Re-Animator. Que si bien son interesantes, ni han envejecido tan bien ni tienen ese punto completamente desatado que hubiera permitido un lucimiento aún mayor de Screaming Mad George. Pero no podemos obviar que esta época, los noventa, también fue el momento en que Screaming Mad George dio un salto adelante. Decidió encargarse de sus propias obras.

The Guyver, conocida en España como Mutronics, fue una adaptación de un manga del mismo nombre de Yoshiki Takaya, dirigida por Screaming Mad George y Steve Wang. Resumiendo lo inresumible, la película nos hace seguir a un agente de la CIA que ha presenciado el asesinato de un investigador de la Corporación Cronos, lo cual hará que se vea inmerso en una historia de superhéroes oscuros tan del gusto de la época que a nadie sorprenderá si decimos que trata sobre cómo por accidente un hombre se encuentra un recipiente que resulta tener en el interior una fuerza alienígena que le da el poder de invocar una armadura que le confiere superpoderes.

Tan cliché y noventera como cabría esperar, su interés radica, como de costumbre, en los loquísimos efectos especiales de Screaming Mad George. Una auténtica locura de zarpas, geometrías imposibles y cuerpos transformándose violentamente en una historia que se mueve a golpe de tópico, pero que es posible disfrutar gracias a sus espectaculares efectos especiales.

Saliéndonos del mundo del cine, pero no del campo del underground, es menos conocido que también trabajó en el mundo de los videojuegos: en 1998 el estudio Mathilda publicó, sólo en Japón, su primer y único juego, Screaming Mad George’s ParanoiaScape.

Explicar este juego es imposible. Mecánicamente es un pinball 3D en primera persona, donde los flippers son huesos y la bola un fuego fatuo. Todo eso hace que, lógicamente, el escenario sea lo que cabe esperar: bumpers como orejas, obstáculos como esqueletos y criaturas del averno, bocas y protuberancias saliendo de todas partes con un aspecto cárnico, tumoral y desagradable que termina por dar forma a un juego que es absolutamente incomprensible a todos los niveles. Y por eso mismo resulta fascinante. Porque es puro espectáculo. Un llevar más allá los límites de lo posible, aunque más allá no haya nada. O sólo haya la pura apreciación estética de ese accidente brutal e innecesario que es imposible dejar de mirar.

Algo que valdría para explicar la totalidad del trabajo de Screaming Mad George.

Los noventa no fueron el fin de la carrera de Screaming Mad George, pero sí parece que empezó a tomárselo con más calma, incluso si algunos de los aspectos más culturalmente relevantes de los 00’s se los debemos a él. Ya sea el maquillaje de Marilyn Manson o las máscaras de Slipknot, toda la estética edgy post-gótica de los 00’s ha sido creada o influída por ese genio loco llamado Screaming Mad George.

Porque al final todo se resume en que nos gusta mirar en los accidentes. El hueso fuera de sitio. El metal combándose. El lecho de cristales. Son cosas fascinantes. Y eso lo sabía Screamin’ Jay Hawkins y lo sabe Screaming Mad George. Por eso su influencia es imperecedera, inmortal: siempre habrá quien aproveche esa fascinación para hacer locuras. Siempre habrá alguien que querrá ponerse por nombre artístico algo que empiece por Screaming.

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