Segundas partes nunca quisieron ser buenas: las desventuras de DisneyToon Studios

Una de las costumbres más hilarantes adoptadas por la Casa del Ratón a lo largo de su historia es la consistente en etiquetar como “clásicos” cada film exitoso salido de su factoría. Los “Clásicos Disney” aglutinan desde los hits más impepinables hasta las cosas más terribles (como Zafarrancho en el rancho). Pero hay un grupo de películas, lanzadas directamente al mercado doméstico, que nunca ha tenido este honor… porque juegan en su propia liga. Bienvenidos a DisneyToon Studios.

Y ya que se os ha dado puntualmente la bienvenida, lo mejor es que ahora vayáis saliendo en orden y sin excesivos sollozos. Si os suena de algo el nombre de este estudio lo más probable es que sea por haberlo leído hace unos cuantos días, y no porque asociéis los mejores recuerdos de vuestra infancia a su producción: tras casi 30 años en activo, 47 películas y un legado gozosamente cochambroso, DisneyToon Studios ha cerrado sus puertas. Deberíais, llegado este punto, considerarlo una mala noticia, aunque sólo fuera por los 75 currantes que se han quedado de patitas en la calle, y de los que aún no se sabe si serán reubicados en otras áreas de la compañía.




Porque sí, la historia de cierto cine ya nos ha habituado a multitud de secuelas infaustas destinadas a vídeo y DVD; subproductos sacacuartos nacidos al rebufo de películas que en (casi) ningún caso se merecían algo así. American Psycho 2 (2002). S Darko, la secuela (2009). Ace Ventura Jr (2009). Las dos continuaciones de El efecto mariposa. Los cientos de secuelas que ha facilitado la marca En busca del valle encantado. Aquellos casos excepcionales que se las apañaban para hundir la obra inaugural aún más en el fango, como ocurrió con American Pie (1999) y esos derivados empeñados en destrozar la única cosa no completamente deleznable que nos había dado la saga: el padre de Jim (Eugene Levy). Sin embargo, de entre toda esta antología de la picaresca destaca The Walt Disney Company, y su fiel secuaz DisneyToon Studios como el único conglomerado que ha conseguido profesionalizar la secuela pocha, y acabar haciendo de esto un arte. O una especie, muy exótica, esquiva y traviesa, de arte.

Al principio le costó, claro. Los Rescatadores en Cangurolandia, estrenada en 1991, fue la primera secuela de un éxito precedente (Los Rescatadores, producida catorce años antes) acometida por la Casa del Ratón, y como tal se depositó un esfuerzo inmenso en que la cosa saliera bien. Fue la primera película rodada cien por cien en formato digital. Sus escenas de acción, inspiradas en los pasajes aéreos de las películas de Hayao Miyazaki, requirieron un esfuerzo tremendo, y acogieron un poderío visual nunca antes saboreado. Se optó, por primera vez en toda la historia de la compañía, por acabar con el recordado doblaje “neutro” en los países hispanohablantes, decantándose por una localización más variada y exclusiva. Incluso se prescindió, atentos a esto, de las canciones. Los rescatadores en Cangurolandia era una cosa seria. Ambiciosa. Destinada a trascender su estatus de secuela.

Los Rescatadores en Cangurolandia fue también un fracaso en taquilla, y ha pasado a la memoria popular como la oveja negra de ese Renacimiento de Disney iniciado por La sirenita (1989) y extendido a lo largo de la década de los noventa. Los Rescatadores en Cangurolandia marcó el camino, en definitiva, que DisneyToon Studios no debía seguir.

Crecer pegados a la televisión

Antes de que la debacle de Los Rescatadores en Cangurolandia demostrara que el esfuerzo está sobrevalorado, el estudio que nos ocupa ya había hecho sus primeros pinitos, pero dentro de un marco muy diferente. Y es que, originalmente, DisneyToon Studios fue creado como una división de Walt Disney Australia, empresa satélite que en la década de los ochenta se dedicó especialmente a las series de televisión. El pato Darkwing, La tropa Goofy, Chip y Chop: Guardianes rescatadores… Con gran economía de medios, y cierta habilidad para sacar capítulos y tramas de la nada, esta empresa ayudó a Disney a mantener beneficios e imagen de marca durante una época convulsa en la que sus propuestas se saldaban con cifras discretísimas y Don Bluth, un viejo conocido de la compañía, desafiaba su reinado.

A partir de la iniciativa de Walt Disney Australia, la Casa del Ratón pronto empezó a nutrirse de talentos extranjeros más allá de los límites de California, siendo inaugurados organismos como Walt Disney Animation Japan y Walt Disney Animation France, y desarrollándose la producción de sus obras, ocasionalmente, en varios lugares a la vez. DisneyToon Studios, que por entonces se llamaba Disney MovieToons, empezó a trabajar en un entorno laboral diversificado, urgente y forzosamente caótico, donde por encima de visiones artísticas o avances en la técnica primaba el “dámelo ya”. Este aparatoso cúmulo de circunstancias acabó originando Patoaventuras, la película: El tesoro de la lámpara perdida, estrenada en 1990.

La primera película producida en el seno de esta filial, como no podía ser de otro modo, estaba estrechamente relacionada con una de las series animadas que más éxito había ido acogiendo a lo largo de los últimos años: Patoaventuras, protagonizada por el Tío Gilito y sus sobrinos, y centrada en las peripecias de éstos a lo largo del mundo en busca de todo tipo de hallazgos arqueológicos. El tesoro de la lámpara perdida fue concebida como la culminación de esta serie, y por ello sus responsables aprovecharon para afianzar el tono Indiana Jones que por otro lado ya había sido omnipresente durante el show. La película dirigida por Bob Hathcook no sólo compartía la tipografía del célebre aventurero -mostrando por primera vez el desprecio que en DisneyToon albergaban hacia cualquier tipo de propiedad intelectual-, sino que también exhibía unos primeros minutos rotundamente similares a los de En busca del arca perdida (1981), en torno a una elaborada escena de acción que precedía la trama principal… para que a continuación ésta se convirtiera en un melodrama familiar bastante genérico donde lo único interesante era que hablaba de genios y lámparas maravillosas dos años antes del pepinazo que fue Aladdin.

En lo que respecta a El tesoro de la lámpara perdida, lo cierto es que no fue ningún pepinazo, contando con una recaudación mediocre y varias críticas centradas en lo pedestre de la animación; una constante para DisneyToon a partir de entonces. Sin embargo, lo escaso de su presupuesto logró que nadie se sintiera demasiado alarmado, al contrario de lo sucedido con Los rescatadores en Cangurolandia un año después. Y así, no fue necesario pensárselo mucho para que el estudio se abalanzara en 1994 a por su siguiente film, que esta vez tendría la precaución de ser estrenado directamente en vídeo, sin pasar antes por los cines.

El retorno de Jafar no sólo pretendía beneficiarse del éxito de Aladdin, sino que también tenía un vínculo muy nítido con la televisión, al suponer una especie de piloto de larga duración para la serie animada que comenzaría a emitirse ese mismo año y llegaría a abarcar 86 episodios. Aladdin y el rey de los ladrones, en 1996, compartía vínculo y medio, pero además pudo beneficiarse de que Robin Williams, tras las discusiones sobre los beneficios del merchandising de la primera Aladdin (y que habían provocado que el Genio de El retorno de Jafar hiciera gala de una sosería inédita), para entonces ya había hecho las paces con los productores, y pudo participar dando voz a su personaje fetiche. Vistas en perspectiva, estas secuelas se revelan como obviamente inferiores al clásico de 1992, pero atendiendo al devenir de DisneyToon, que no tardaría en caer en una desidia militante, sorprende el arrojo de los guionistas a la hora de redefinir personajes e inyectarle giros a la trama. La redención de Yago, las dificultades como pareja de Aladdin y Jasmine o, sobre todo, el descubrimiento de la identidad del padre del protagonista, poseen una naturaleza culebronesca inherente a la serie televisiva de la que parte, pero por eso mismo resultan entretenidos, y hasta emocionantes. Y si encima tienes a un Genio absolutamente desatado, pues igual no es tan difícil que Aladdin y el rey de los ladrones se convierta en una obra clave de tu cinefilia, ¿verdad? ¿No es cierto? ¡¿Hola?!

En cualquier caso, la película más interesante que sacó DisneyToon durante estos tímidos primeros compases fue otra que, como El tesoro de la lámpara perdida, clausuraba una exitosa serie. Es el caso de Goofy e hijo (1995) con respecto a La tropa Goofy, un film en el que se invirtió bastante dinero y que llegó a estrenarse en salas con éxito moderado, cimentando con sorprendente convicción un drama paternofilial que no sólo nos dejaba un par de números musicales muy apañados y una escena estupenda con Big Foot: también servía como sorpresiva humanización de un personaje, Goofy, al que hasta ahora sólo habíamos visto recibir golpes entre carcajadas de lerdo. DisneyToon, desde luego, no había empezado nada mal, y a mediados de los noventa se perfilaba como una empresa de prestigio menor pero trabajo constante, sobradamente capaz de seguirle el ritmo a la compañía matriz entre clásico Disney hiperambicioso y clásico de Disney hiperambicioso. A partir de 1997, no obstante, la situación empezaría a experimentar cambios.

Un buen negocio

Ese año lanzaron un cortometraje titulado Redux Riding Hood, y nominado posteriormente al Oscar, que nadie podía creer que hubiera salido del mismo taller que El retorno de Jafar –cuyo éxito, por cierto, confirmó que el mercado doméstico era un filón por explotar-. Y no se debía a que fuera totalmente original, sino al riesgo y excentricidad del que hacía gala, centrándose en un lobo deprimido que trata de acabar con Caperucita Roja con una máquina del tiempo mientras suena una insistente música de jazz. Lo que se dice una rareza, a la que nadie supo muy bien cómo reaccionar, y que en caso de abrigar la intención de otorgarle al estudio una pátina de respetabilidad fracasaba miserablemente porque casi nadie entendía qué corcho estaban haciendo. Dado que por entonces también fueron lanzados los VHS de La gran aventura de Winnie the Pooh y La bella y la bestia 2: Una Navidad encantada, a DisneyToon acabó de quedarle claro que el futuro no estaba en jugársela, sino en aprovecharse de los que ya se la habían jugado previamente.

Empezaron, así, los años de mayor éxito -y de aún mayor desprecio crítico-, de la compañía, cuando sus trabajadores se lanzaron voluntariosamente a la producción en cadena de secuelas de “clásicos Disney”, con presupuestos cada vez más exiguos y ganancias cada vez más cuantiosas. Se llegó a estimar que, por cada 15 millones (o normalmente menos) que DisneyToon se gastaba en sus productos, las ventas y el alquiler les acababan deparando unas ganancias de hasta 100 millones de dólares, un estándar que condujo forzosamente a que los creativos cada vez se lo curraran menos. Y ya era decir.

Esta sangría de los “clásicos Disney” se sucedía, para más inri, a medida que el Renacimiento de la compañía quedaba atrás y a lo largo de los 2000 se lanzaban medianías como Atlantis: El imperio perdido (2001), Hermano Oso (2003) o Chicken Little (2005), dibujando un panorama realmente desolador para el estudio, donde los mayores derroches de creatividad se empleaban en justificar las génesis de los sucesivos largometrajes. Así, DisneyToon se valió de hasta tres estrategias principales, de desvergüenza variable, a la hora de plantear sus propuestas. La primera de ellas era la secuela, digamos, “pura”, que seguía cronológicamente la acción de los films saqueados, y que normalmente se articulaba en torno a un relevo generacional. Son los casos de La Sirenita 2: Regreso al mar (2000)La dama y el vagabundo 2 (2001) o 101 dálmatas 2 (2003), donde los hijos de las parejas formadas al final de cada película original vivían sus propias aventuras, casi siempre reminiscentes a las de la primera generación. Se trata de un modelo, salvo excepciones, muy plano e insuficiente que se aleja de la inventiva de otras secuelas al uso, pero no necesariamente mejores, como la insufrible Mulán 2 (2004), Lilo y Stitch 2: El efecto del defecto (2005, en serio, ése es su título, y lo peor es que la película no está nada mal), o El libro de la selva 2 (2003), que incluso tuvo la osadía de estrenarse en cines. El caso de Pocahontas 2: Viaje al Nuevo Mundo resulta especialmente cachondo porque es con mucha diferencia la secuela más odiada por el público, y todo por culpa de una resolución —con Pocahontas cambiando de pareja— y de un supuesto rigor histórico que a DisneyToon sólo llegó a importarle si valiéndose de él podía defecar sobre unas cuantas infancias.

La segunda estrategia es inseparable de la historia en común del estudio con el medio televisivo al fundamentarse bien en series existentes, bien en series que nunca llegaron a existir, y consiste en dividir la acción en varios segmentos, o “capítulos”, cuya suma acabe superando la hora de duración. Es sin duda el mecanismo más vago, tramposo, e incluso el más dudosamente legal, pero también ha sido uno de los más socorridos durante la trayectoria del estudio. El mundo mágico de Bella (1998), segunda secuela de La bella y la bestia, fue el primer exponente, juntando cuatro historias pobremente animadas sabiendo de antemano que nunca existiría una serie que las albergara e hiciera algo menos grave esta mediocridad; y luego le siguieron Mickey descubre la Navidad (1999) –dándole protagonismo a Mickey, Donald y compañía por primera vez en décadas, algo que se agradece-, la denostada Cenicienta 2 (2002), Atlantis: El regreso de Milo (2003) –sí, en efecto es la peor idea de la historia, pero de verdad que hubo planes para sacar una serie de Atlantis– o El emperador y sus locuras 2: La gran aventura de Kronk (2005), que antecediendo la emisión de la serie Kuzco: un emperador en el cole colocó al noble Kronk de protagonista de tres historias únicamente sostenibles porque, pues eso, las protagonizaba Kronk.

Y finalmente, mi estrategia favorita, y una que es muy posible pertenezca a la propia invención de los campeones de DisneyToon: la “midcuela”. Una película que sigue la acción desde un punto concreto en el desarrollo de la película de partida, permitiéndose encontrar a Tarzán aún niño en Tarzán 2 (2005), a Tod y Toby aún sin dilemas existenciales en Tod y Toby 2 (2006), y a la Bestia sin haber adquirido aún forma humana en La bella y la bestia 2: Una Navidad encantada, y logrando por mero automatismo que el número 2 de sus títulos sea, básicamente, una mentira. Lo más curioso de la midcuela, al margen de reforzar nuestro argumentario para denunciar a estos bastardos, es que el concepto mismo es un suicidio creativo, al tener definidos de antemano tanto el comienzo como el final de tus personajes, y contar con muy pocas opciones de hacer que a alguien le importe un carajo. La bella y la bestia 2, que por cierto fue lanzada en 1997 inaugurando la etapa oficial del oprobio, al menos lo intentaba con cierta gracia al sacarse de la manga un villano hecho por CGI que se llamaba Forte y era un órgano, pero a los impresentables de Tod y Toby 2 no se les ocurría otra cosa que meter a Toby en un maldito grupo de perros aulladores que se iba de gira por las ferias de los pueblos. Es que es muy fuerte lo de esta gente, de verdad.

Pero, ¿se salva algo?

Ya hemos dejado caer que sí. La producción de DisneyToon Studios es enormemente copiosa, y era inevitable que alguna de sus ocurrencias tuviera algún pase, más allá del hecho de que nunca se esforzaran en esconder que allí estaban por la pasta. Por ejemplo, lo realizado con Winnie The Pooh es bastante bonito, ya que no sólo le ofrecieron sus primeras películas de larga duración después de años y años en los que los personajes de A.A. Milne prácticamente redujeran su protagonismo a mediometrajes, sino que también le dejaron protagonizar hasta tres films destinados a las salas de cine, y todos ellos muy apañados: La película de Tigger (2000), La gran aventura de Piglet (2003) y La película de Heffalump (2005). Sí, también tuvimos que aguantarles especiales episódicos de Navidad (destacando uno llamado Unas vacaciones MegaPooh -2002- porque sólo con el título ya es el más susceptible de albergar fiestas salvajes con drogas y sobredosis), pero en general podemos decir que, con los habitantes del Bosque de los 100 Acres, DisneyToon se portó.

Por otro lado, tras una primera secuela que no convenció a nadie, Cenicienta: Qué pasaría si… (2007) se erigió como una de las propuestas más locas al utilizar los viajes en el tiempo para desestabilizar el hábitat de sus personajes, inyectando diversión y sorpresa a una franquicia que hasta entonces parecía no conocer el significado de esas palabras. Y Peter Pan en Regreso al País de Nunca Jamás (2002), pese a recaer en la estrategia ya reseñada de relevo generacional, elaboraba un discurso de lo más lúcido y autoconsciente sobre su naturaleza de artefacto nostálgico, al colocar a un protagonista que no había envejecido ni un ápice frente a una Wendy adulta que tenía que insistirle, ante su mirada recelosa, que no ha cambiado tanto. Un gran logro que por supuesto debía estrenarse en cines, y que sólo era ensombrecido por el hecho de que Steven Spielberg ya hubiera ensayado antes algo parecido, en la injustamente vapuleada Hook (1991).

Sin embargo, es El rey león la franquicia que ha salido mejor parada de las jugarretas de DisneyToon, al ser sus dos secuelas películas muy notables, y por motivos radicalmente distintos. En El rey león 2: El tesoro de Simba (1998) nos encontrábamos por primera vez con ese cambio a protagonistas más jóvenes que posteriormente acabaría dándonos tanta pereza, pero que aquí servía a las mil maravillas para dar forma a una historia diferente, que además de los personajes sólo tenía en común a su ideólogo primigenio: William Shakespeare. En efecto, así como El rey león (1994) era una reformulación de Hamlet, El tesoro de Simba hacía lo propio con Romeo y Julieta, dándole el protagonismo a la hija de Simba, Kiara, que vivía un amor imposible con Kovu, descendiente del mismo león que mató a su abuelo. Con una historia que se toma muy en serio a sí misma y juega a una sobreexposición emocional muy parecida a la de la obra original, El rey león 2 pasa por ser una de las pocas secuelas de DisneyToon que realmente tienen valor por sí mismas y deciden tratar nuevos temas, sólo contando con un hándicap que siempre le impedirá erigirse como “clásico Disney”: una animación que está muy por debajo de lo que requería la historia.

Luego está El rey león: Hakuna Matata (2004), que en inglés recibió el título de El rey león 2 ½ . Sí, como si fuera una entrega de Agárralo como puedas (1988)Una rareza dentro del canon DisneyTooniano tanto por su curiosa cronología —básicamente, se ambienta de forma paralela a la primera El rey león— como por su carácter abiertamente humorístico, no pudiendo ser de otra forma al contar Timón y Pumba con todo el protagonismo. El rey león 2 ½ cuenta una historia ya conocida por todos a través de los ojos de éstos, y sólo por la secuencia en la que descubrimos cuál era el verdadero motivo por el que los animales se desplomaban ante el nacimiento de Simba en la primera escena de El rey león (SPOILER: Pumba se había tirado un cuesco), ya merece la pena que DisneyToon haya entrado en nuestras vidas.

Siempre llega la decadencia

Sí, incluso para una compañía que nunca tuvo nada parecido a una época de esplendor. De forma significativa, DisneyToon Studios empezó a tambalearse justo en el momento en que su incesante maquinaria era cuestionada desde dentro. Hasta 2006, los trabajadores de esta compañía siguieron manufacturando productos en cadena, sin más implicación de la necesaria, y sin que el público levantara la voz para quejarse por quimeras como la calidad o la decencia. Vamos, que se comió lo de las midcuelas con patatas, y cabe preguntarse si, de no ser por un tipo llamado John Lasseter, este acuerdo de consumo -que llegó a dar a luz a la producción de más de cuatro películas por año- no se habría prolongado bastante tiempo más.

En 2006, sin embargo, Pixar fue adquirida por The Walt Disney Company, y lo que al principio se anunciaba como un trato beneficioso para todos, pronto empezó a quedar claro que dejaría a DisneyToon escaldado. A resultas de la compra, John Lasseter, mandamás de Pixar, se hizo con una gran parte del control creativo de la compañía, y le faltó tiempo de arremeter contra las actividades del estudio que nos ocupa, diciendo lo que básicamente todos los consumidores pensábamos poco antes de pasar por caja: que estas películas eran cutres, mediocres, y no le hacían ningún favor a la reputación de la Casa del Ratón. Dos años después de la venta, la accidentada producción de Campanilla, una de las primeras tentativas de DisneyToon con la animación 3D, supuso la coyuntura ideal para que Lasseter iniciara oficialmente su cruzada.

Este spin-off de Peter Pan desencadenó una de las mayores crisis de la empresa, al alargarse tanto y hacer perder tanto dinero que acabó desembocando en el despido de Sharon Morrill, responsable de DisneyToon Studios desde 1994, y su sustitución a manos de Lasseter. La llegada del ideólogo de Toy Story (1995) consiguió acelerar los trámites y Campanilla vio finalmente la luz, pero los ejecutivos tuvieron en adelante que hacer caso de sus exigencias. Así, se congelaría la producción de secuelas destinadas directamente al mercado doméstico, y DisneyToon tendría que empezar por primera vez a nutrirse de ideas frescas y originales, para pánico de todos los involucrados. No obstante, y como atestigua el hecho de que, por muy prestigiosa que sea, Pixar también tiene sus secuelas como todo hijo de vecino, Lasseter acabó permitiendo que, segundas partes no, vale, pero que spin-offs podían permitirse todos los que quisieran. Por eso surgió Aviones (2013) –estando a bordo el turras que hizo Cars se antojaba inevitable-, más su secuela, y por eso llegaron a hacerse hasta cinco películas más de Campanilla. Hasta que todo acabó.

Campanilla y la leyenda de la bestia (2014) ha supuesto el último largometraje producido por DisneyToon Studios, y no se han dado a conocer causas oficiales. Hay quien habla de que, tras la espantada de John Lasseter, nadie le ha visto alicientes a continuar con una empresa tan drásticamente cambiada, y con una reputación tan nefasta. También, por supuesto, está el hecho de que el mercado doméstico ya no es el que era, y que pocos “clásicos Disney” quedan ya por ser secuelizados. De hecho, Aviones 3 era la siguiente película programada por el estudio, pero parece que nunca verá la luz.

Quizá, el hecho de que una empresa como DisneyToon Studios haya llegado a los treinta años de antigüedad tomando sistemáticamente por tonto al espectador no diga nada bueno de nosotros como sociedad. Es muy probable. Y más probable aún es que DisneyToon, con su abierta desfachatez, su ley del mínimo esfuerzo, y sus ideas de mierda, acabe con el tiempo adquiriendo un halo de fenómeno entrañable, e incluso despertando la nostalgia de consumidores aún más idiotas que nosotros en el futuro. De hecho, esta nostalgia ya está empezando a tomar forma; incluso este artículo podría venir directamente alentado por ésta. Lo único seguro, en cualquier caso, es que puede que DisneyToon nos estafara a todos, pero yo qué sé. Al menos no producía remakes en live action. Podría haber sido peor.

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