El dibujante Seth, uno de los grandes autores del cómic alternativo norteamericano de las tres últimas décadas, ha visitado Madrid, Bilbao y Barcelona para presentar su última y monumental obra: Ventiladores Clyde. Publicada por Salamandra Graphic, supone la culminación de veinte años de trabajo. Aprovechando esta visita, repasamos las obras y los temas más importantes de su trayectoria.
A menudo, los críticos y periodistas se han referido a Gregory Gallant (Clinton, Ontario, 1962), más conocido por Seth, como el dibujante de la nostalgia. Viendo su obra, ambientada en el pasado casi por completo, parece una definición adecuada para el canadiense; pero, en realidad, la cuestión es más compleja que eso.
El personaje que Seth se ha construido, con su impecable traje de los años cincuenta y el sombrero, el bastón y los guantes a juego, ha contribuido a ello, desde luego. En su reciente visita a España ha sido interrogado muchas veces sobre su querencia por el pasado, y sobre las cosas que le disgustan del presente. En realidad, como él mismo ha explicado, no solo le preocupa el presente —especialmente en lo que respecta a la política—, sino que es bien consciente de que el pasado no fue una edad dorada. La madurez lo ha alejado de las posiciones radicales de su juventud con respecto a esto y ya no sueña con aislarse del mundo actual, aunque siga sintiéndose muy atraído por los usos sociales formales y, sobre todo, por la estética de los años cincuenta.

Toda su obra rezuma de ese diseño, y no hablamos solo de sus cómics, sino también de sus esculturas, sus cortos y su gigantesca maqueta de la ficticia ciudad de Dominion, siempre en crecimiento y donde transcurren muchas de sus historias. Pero no es la nostalgia, en sentido estricto, lo que define su trayectoria. Y no lo decimos solo porque, en realidad, esté hablando de una época que él nunca vivió, y difícilmente podría añorarla más que como postura artística, sino porque los ejes sobre los que giran su cómic son otros: la realidad, la ficción y la memoria. En las siguientes líneas vamos a intentar explicar cómo han dialogado entre sí en todos sus cómics.
La primera obra larga de Seth, La vida es buena si no te rindes (1993-1996), estaba ambientada íntegramente en el presente de entonces, los años noventa. Tras varias historias cortas en un registro autobiográfico muy directo y ortodoxo, con el que recuperaba sucesos de su adolescencia —dos de ellas están recogidos en Un verano en las dunas (2016)—, Seth serializó en su propia cabecera, Palooka-Ville, un relato que parecía transcurrir en su presente, en el que podíamos ver también a su gran amigo Chester Brown, y en el que el propio Seth iniciaba la búsqueda de un olvidado viñetista de The New Yorker, Kalo. El propio Seth dice que hoy en día le cuesta mucho volver sobre aquella obra, y es cierto que tanto formal como narrativamente ha acabado por parecernos algo ingenua, demasiado juvenil. Es una obra primeriza que, sin embargo, tiene muchos valores. Nos demostró a toda una generación que podía hacerse un cómic interesante en el que no pasara “nada”, en el que simplemente viéramos a un tipo ir de un lado a otro pensando en sus cosas. Pero lo más interesante de esta historia lo descubrimos tiempo después: en realidad, ese dibujante cuyas huellas seguía Seth nunca existió.

El engaño, que incluía una foto de Kalo falsa, mediante la que se jugaba inteligentemente con la carga de veracidad que tiene siempre la fotografía, y varios chistes dibujados supuestamente suyos, en realidad, por el propio Seth, más allá de resultar una sorpresa o incluso un enfado para los lectores que habían seguido la historia durante años, abría la puerta a un interesante y desconocido territorio. Si eso era mentira, entonces todo lo que se contaba en ese cómic tenía que ser reconsiderado y puesto en cuarentena. Al usar los códigos de la autobiografía que los lectores están acostumbrados a interpretar en clave de “verdad”, Seth ponía en tela de juicio la veracidad de cualquier relato confesional, y planteaba algo aún más importante: una historia “real” no tiene por qué encerrar más verdades que una ficción.
No te fíes de un narrador que no conoces
Mucho antes de que se popularizara el término “autoficción”, Seth comenzaba así a mezclar su propia vida con elementos ficticios. La memoria es siempre una construcción. Hoy, como contó en su visita a Madrid, lo asume conscientemente: los recuerdos se moldean de forma constante, y reelaboramos el pasado para crear un relato de nuestra propia vida, que se convierte, a todos los efectos, en la vida en sí. Los hechos no importan tanto como la manera en la que los contamos. Cuando terminó La vida es buena si no te rindes, el Seth treintañero ya había intuido esto, hasta el punto de que, en sus siguientes obras, se alejaría de los códigos de la autobiografía —que solo recuperará en fechas recientes, con la aún inconclusa Nothing Lasts, una memoria sobre su infancia— para entrar en un terreno nuevo. No solo comienza a trabajar en Ventiladores Clyde (2019), obra que tardará veinte años en terminar, sino que, con sus primeros libros autoconclusivos, encontraría nuevas maneras de tensar las relaciones entre realidad y ficción.

La hermandad de historietistas del gran norte (2011) es uno de los mejores ejemplos. En este librito, que reproduce el tamaño de la libreta de dibujo donde Seth desarrolló la obra, despliega toda una historia completa del cómic canadiense, a través de la visita que hacemos de la mano de Seth a la sede de una de las ramas de la ilustre sociedad que aglutina a todos los prestigiosos dibujantes de cómic del país. El tono documental es, en este caso, el que nos sitúa en un punto en el que vamos a tender a creer lo que Seth, como narrador, nos cuente, aunque esta vez el artificio está más claro, ya que el lector va a saber que, por supuesto, la historia del cómic canadiense carece del glamour y la pompa que se relata aquí.
Pero la duda aparece cuando Seth cuenta con tanto lujo de detalles las biografías de los autores más ilustres, y describe sus obras con una gran habilidad para reproducir el sabor de cada época. Él mismo nos confesaba que hay gente que le sigue preguntando si tal o cual autor existió realmente, y es lógico, porque en esta historia todo es falso… salvo un par de nombres, el del histórico Doug Wright, autor de Nipper, y Chester Brown. Nos movemos así en un terreno resbaladizo, en el que el público se ve obligado a volver a dudar de todo. Al final, incluso el Seth que nos ha hecho de guía nos confiesa que ha exagerado muchas cosas e inventado otras, que la historia no fue tan maravillosa como nos la ha contado.

Es un recurso que después usará en una de sus mejores obras: George Sprott (1894-1975) (2009), aunque varíe su aplicación: en esta ocasión, será un supuesto narrador omnisciente el que rompa varias veces las reglas para hablar directamente con el lector y pedirle disculpas por no estar contando bien las cosas o desconocer algunos datos. Cuestionar la información que nos da un personaje o incluso el narrador, como aquí, responde a una intención que Seth reconoce, y que incide más aún en la distancia que hay entre los hechos y los recuerdos. De hecho, en este cómic se repasa la vida de un olvidado presentador de televisión local y aventurero de medio pelo a través del relato de su último día de vida y de los testimonios de la gente que lo conoció. Las diferentes versiones, muchas veces contradictorias, permiten saber muchas cosas de él, pero no emitir un juicio definitivo, porque, como en la vida, en función de a quién preguntes una persona podrá ser un excelente ser humano o un miserable.

Wimbledon Green (2005), un libro “gemelo” de La hermandad de historietistas del gran norte realizado con la misma técnica rápida, juega también a recrear una biografía ficticia, pero, en este caso, lo hace de forma deliberadamente inverosímil, y, para ello, recurre no solo a las técnicas documentales, sino también a los códigos de las películas de espías y agentes secretos. Se trata de la loca historia del mayor coleccionista de cómics de todos los tiempos y sus aventuras para seguir engordando su colección. Como sucede en George Sprott (1894-1975), nunca queda del todo clara la altura moral de un personaje al que muchos otros coleccionistas cuestionan, sobre todo porque parece que parte de su nutrida colección —compuesta en gran medida por revistas que aparecen mencionadas en La hermandad de historietistas del gran norte— proviene de estafas o negocios un tanto turbios. Aunque Seth afirme que Wimbledon Green es el único de sus personajes por el que tiene verdadera simpatía, también lo cubre una sombra de duda, que tiene que ver igualmente con cómo escoge contar su historia.
Ventiladores Clyde
Y así llegamos a Ventiladores Clyde, la obra cuya aparición lo ha traído a España recientemente y su libro más largo. Una vez terminado, tras veinte años de elaboración intermitente y prepublicación en Palooka-Ville, Seth reconoce que es su obra más ambiciosa. Para un autor que, como casi todos aquellos artistas relevantes, se ha centrado durante toda su carrera en unos pocos temas, su gran obra tenía que ser, casi por obligación, la mejor de sus aproximaciones a dichos temas. En ese sentido, cumple con creces.
El dibujante SETH es uno de los grandes del cómic independiente actual. Su obra siempre habla del choque entre recuerdos y presente: aprovechamos su reciente visita a España para revisar este aspecto de su obra.
En su superficie, se trata de la historia de dos hermanos, Abe y Simon, que heredaron la tienda de ventiladores de su padre y tuvieron que afrontar la decadencia del negocio, que no supieron modernizar. Abe es extrovertido, un animal social con más de un esqueleto en el armario; Simon, por el contrario, es un solitario patológico con ansiedad social, que, en cuanto tuvo oportunidad, se recluyó en la seguridad de su despacho y su colección de fotografías trucadas. La relación entre ambos y, a su vez, con su padre y con su madre, es el núcleo central de una historia que recorre gran parte del siglo XX, y que muestra por tanto a los personajes en diferentes momentos de sus vidas.

Seth ha explicado que, en cierta medida, ambos hermanos son aspectos de sí mismo, y que en el libro hay elementos de sus propias relaciones familiares. Esto no quiere decir que haya una traslación directa de su biografía a las páginas de Ventiladores Clyde porque, de hecho, si por algo destaca es porque el autor ha alcanzado en él un nivel superior de sofisticación. Ya no es tan sencillo como contar hechos enmascarados en otro contexto o con otros personajes. Sin embargo, es inevitable pensar en la peculiar relación con su hermano que reflejó en La vida es buena si no te rindes. Lo que allí era poco más que un alivio cómico, aquí se torna en algo mucho más complejo.
Ventiladores Clyde también es testimonio de la radical evolución del estilo narrativo de Seth: de la línea liviana y el aire literario de sus primeras obras, su forma de presentar la información y de dibujar va mutando a algo mucho más sintético e icónico, en parte debido a la idea de que el ritmo es el elemento más importante en un cómic. Además, reduce drásticamente el número de palabras para dejar que el dibujo se explique por sí mismo y entrar en un campo más abstracto, de mayor calado emocional. El dibujante que remata la última página de este libro es mucho más sabio y consciente de lo que hace que el que comenzó a dibujar la primera. Por eso es capaz de profundizar mucho más y no quedarse en la superficie de las cosas: en esta ocasión, podemos dar por hecho desde el principio que los personajes son ficticios, así que, aparentemente, no existe el juego entre realidad y ficción de otras obras, pero, al mismo tiempo, tenemos la sensación de estar leyendo algo mucho más “auténtico”. La relación entre estos dos hermanos y todo lo que les sucede es universal, y cualquier lector se podrá sentir identificado. La sutileza con la que Seth maneja los mecanismos emocionales, la maestría para escribir los diálogos y los monólogos y el aire melancólico que está siempre presente son herramientas perfectas para que la experiencia lectora sea totalmente inmersiva.

Pero, si estamos atentos, nos daremos cuenta de que, aunque sea de una manera más subrepticia, las incongruencias y contradicciones están tan presentes como en George Sprott (1894-1975). El discurso de Abe, que se presenta a sí mismo como el vendedor de ventiladores definitivo, pronto entra en contradicción con lo que vemos que sucede, porque, en otros momentos, más bien parece una persona bastante acomplejada y un poco cantamañanas. Simon, que en su primer capítulo como protagonista parece alguien con serios problemas sociales y con un espíritu muy débil, parece después un hombre que, simplemente, ha decidido apartarse del mundo. ¿Es todo lo que nos cuentan cierto? ¿No están engañando deliberadamente si no es así, o se debe a la poca fiabilidad de los recuerdos?
Ventiladores Clyde es la mejor demostración de que la memoria es una ficción. Y no una inocente, por supuesto: sepultamos en el fondo del armario lo que no nos gusta, maquillamos lo que apenas podemos tolerar y construimos excusas que sustituyen a los hechos para explicar nuestros fracasos. Aunque sea inconscientemente. Puede que Simon, por su propio carácter, recorra el camino inverso y se machaque más de lo que merece, pero es evidente que su hermano Abe tiene una capacidad para autojustificarse infinita. Al final, lo que parece decirnos este libro es que da lo mismo. Todos intentamos vivir y podernos mirar al espejo cada mañana, y cuando uno envejece, el peso que se carga siempre es mayor. El tiempo es el vector que importa en la obra de Seth: como él mismo, sus personajes parecen querer escapar de su paso y congelar un momento para habitar en él para siempre. La imposibilidad de hacerlo es, no puede ser de otra forma, una fuente de insatisfacción que se une al dolor inherente a vivir permanentemente en los recuerdos que nos hemos inventado.
