#SOSBRUTALISM: el brutalismo vuelve a lo más alto

El brutalismo ha sido un movimiento arquitectónico denostado durante décadas. Hasta hoy. pues las redes sociales y #SOSBRUTALISM tienen un propósito común: que el brutalismo vuelva a molar.

La arquitectura moldea cómo nos relacionamos con nuestro entorno. No es lo mismo vivir en un espacio diáfano que en uno plagado de paredes, en 20 metros cuadrados o en 80, y ya no digamos la diferencia de dinámicas que crea algo tan sencillo como una cocina americana. Pero hubo un tiempo donde todas estas cosas no se pensaban. O se pensaban de otra manera. Porque tras la Segunda Guerra Mundial, la arquitectura de moda tenía un nombre muy sugestivo: brutalismo.

Sacando su nombre del béton brut, el nombre que le dan los franceses al hormigón crudo, Hans Asplund utilizó el término por primera vez para definir Villa Göth, una preciosa casita de ladrillo en Uppsala, diseñada en 1949 por Bengt Edman y Lennart Holm. Ahora bien, ¿qué define al brutalismo? La funcionalidad sobre el adorno. El hormigón elevado a la posición de dios en forma de majestuosas edificaciones. En un puñado de casos, también el ladrillo. Todo con la intención de, siguiendo las enseñanzas de Le Corbusier, crear edificios baratos, fáciles de construir y que su belleza radique en su funcionalidad. En ser espacios amplios, majestuosos y que definan una ciudad moderna, nueva, donde todo pueda ocurrir de puertas para adentro de esas majestuosas edificaciones.

De ese modo, el brutalismo se extendió por el mundo. Inglaterra, Alemania, Italia, Eslovaquia y Bulgaria fueron los principales promotores del brutalismo, algo lógico teniendo en cuenta la necesidad de reconstruir lo derruido tras la Segunda Guerra Mundial, pero también se dejaron por ver por otros lugares menos desolados, como Francia, Japón, Canadá y los Estados Unidos. Gracias a su aspecto particularmente sólido y amenazador, se ha convertido en el estilo favorito de instituciones políticas y grandes corporaciones, además de su uso natural en centros comerciales y edificios de viviendas, que era para lo que fue concebido en su origen.

Ahora bien, estos edificios tendrían varios problemas que hubieran sido muy fáciles de prever si se hubiera pensado en algo más allá de su funcionalidad. El primero, es que eran fríos. Grises. Totalitarios. No daban el aspecto de ser parte integral de la ciudad: parecían lugares extraídos de una pesadilla fascista. Algo potenciado porque, de hecho, favorecían esa clase de vida; tendentes al muro e integrar tiendas en el interior de los edificios, se pretendía crear alternativas habitacionales en las cuales sus habitantes no tuvieran que salir jamás al exterior de la ciudad. Algo que en última instancia lo hacían sentir más como prisiones o fortificaciones que comunidades humanas.

Otro de sus problemas, este ya de índole técnica, era su mantenimiento. El hormigón envejece mal, su aspecto liso favorece el vandalismo y su tendencia al muro alto y los grandes espacios vacíos sacaron la vida de las calles al concentrarlas en el interior de sus fortificaciones, potenciando así la delincuencia. Un efecto secundario no pretendido, pero que ha sido bien estudiado por el urbanismo contemporáneo. Todo esto ha hecho que el brutalismo sea un estilo tremendamente impopular durante las últimas décadas.

Hasta que, definitivamente, algo ha cambiado.

Por alguna razón, el brutalismo se ha puesto de moda en redes sociales. Y si bien puede tener un evidente componente irónico, hay quien le profesa un amor sincero. Ese es el caso de #SOSBRUTALISM, una página web creada por la Deutsches Architekturmuseum y la Wüstenrot Stiftung que sirve como base de datos para mantener un registro de todas las creaciones brutalistas y concienciar a los gobiernos y la gente de la necesidad de su conservación y cuidado. Al menos, más allá de las fotos en redes sociales y las irónicas soflamas sobre su más que obvio origen infernal.

¿Pero de qué valdría un artículo sobre brutalismo sin una brutal cantidad de fotos de edificios onerosos, funcionales y grises como la porra de un policía sobre las costillas de un joven inocente? Efectivamente, nada. Por eso os dejamos aquí con una buena ristra de fotos (todas extraidas de las extensas galerías de #SOSBRUTALISM) para que os concienciéis de lo que ya deberíais saber: el gris también es bonito. Incluso aunque lo sea de un modo que en Europa nos gustaría volver a olvidar.

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