CANINO tiene como firme propósito la promoción de los más altos valores entre nuestra juventud mediante los ejemplos más edificantes. Por ello hemos seleccionado del repertorio surrealista una serie de estrategias aberrantes para provocar el más infame impacto social. Vayan poniéndose el casco.
«Somos especialistas en la revuelta. No existe ningún medio de acción que no seamos capaces de emplear cuando lo necesitemos…». Declaración del 27 de enero de 1925
«La guerra de la libertad debe llevarse a cabo con cólera y sin cesar».
Paul Éluard, La Révolution surréaliste, nº 4.
«El acto surrealista más sencillo consiste en bajar a la calle, pistola en mano, y disparar al azar mientras se pueda a la multitud».
André Breton, Segundo manifiesto del surrealismo.
El surrealismo es bien conocido por ser uno de los movimientos de vanguardia que con más frecuencia utilizó el escándalo como forma de hacer tambalearse el orden moral burgués y como medio para llamar la atención sobre sus propuestas ideológicas de liberación personal y social. Futurismo y dadaísmo ya habían empleado estos métodos con anterioridad y desde Gérard de Nerval, que se paseaba por París con una langosta como mascota, se había ido desarrollando toda una tradición de la provocación, pero fueron los surrealistas los que elevaron estas actitudes a la categoría de ciencia.

Gérard de Nerval paseando a Boby. Recreación.
Tras la Gran Guerra ya no se trataba simplemente de épater la bourgeoisie, sino de darle una bofetada públicamente para afirmar que un hombre libre y nuevo había nacido. En CANINO no podíamos dejar de hacer un pequeño homenaje a estos ilustres cafres que tanto hicieron por lograr ese delicioso cóctel de risa corrosiva y rabia desatada que nos encanta y que otros movimientos juveniles posteriores como el de los yippies o el punk aprenderían también a elaborar.
Para empezar por el principio, habría que mencionar dos modelos directos en la formación de la beligerancia surrealista. El primero lo proporcionó un amigo de Breton, Jacques Vaché, cuya influencia en las actitudes del padre del surrealismo nunca se resaltará lo suficiente. Vaché, que murió en el año 18, siempre despreció el arte y era un maestro en no darle ninguna importancia a nada. O sea, nihilismo y diversión ante todo y contra todos. Breton contaba que solía disfrazarse de húsar, de médico o de aviador para pasear por la calles de su Nantes natal y, al recordar el estreno de una obra de Apollinaire, nos da una idea de cómo se las gastaba: «El primer acto acababa de terminar. Un oficial inglés armaba un gran estruendo en la orquesta: no podía ser otro más que él. El escándalo de la representación lo había excitado prodigiosamente. Había entrado en la sala con un revolver en la mano y amenazaba con liarse a balazos con el público». A ver quién es el guapo que supera eso.

Jacques Vaché, iluminado
El otro modelo sería Arthur Cravan, «poeta y boxeador» (no en vano, llegó a ser campeón de Francia e incluso luchó por el título mundial de los semipesados… que perdió por K.O.). Arthur Cravan, que afirmaba ser sobrino-nieto de Oscar Wilde, distribuía personalmente su insólita revista Maintenant a la puerta del Salón de los Independientes. En otra ocasión hablaremos de la relación entre este tipo de revistas y los fanzines de estas últimas décadas, pero ahora sólo diremos que la de Cravan estaba impresa en papel de carnicero.
Muy sonada fue también la conferencia que dio en Nueva York sobre el «humor moderno». La numerosa y desprevenida audiencia, que probablemente había acudido atraída por su relativa fama de boxeador, quedó escandalizada cuando el discurso de nuestro querido Arthur se redujo a un fingido ataque de hipo frente al micrófono que supo aderezar con un vehemente desnudo integral, hasta que la policía apareció para poner fin a tan interesante conferencia. En 1918 Cravan desaparecería sin dejar rastro en el Golfo de México, lo que también contribuiría a su leyenda.

Cravan recibiendo una somanta del campeón mundial de los pesos medios, Jack Johnson
Y ahora sí, pasamos a las mejores provocaciones surrealistas, aprendidas de estos dos grandes maestros del absurdo y artistas de la confrontación con la dictadura de lo políticamente correcto. Proponemos a continuación un breve recorrido por los diversos métodos de provocación que desarrollaron los surrealistas y también por sus acciones más sonadas. Agárrense bien y esquiven los porrazos:
La carta abierta

¿Ha abofeteado usted a un muerto alguna vez?
Desde el nacimiento de la prensa fue un medio clásico en la provocación de polémicas y acusaciones públicas -recordemos la famosa carta abierta de Zola, J’accuse– pero los surrealistas lo elevaron a la perfección utilizando como blanco a ilustres literatos como Paul Claudel, que en una entrevista se había permitido tildar la actividad surrealista de «pederasta». Era, además, embajador, católico y en la misma entrevista había tenido el descuido de destacar su labor patriótica durante la guerra negociando para Francia la importación desde América de «grandes cantidades de tocino».
Breton, Aragon y los demás no perdieron el tiempo en contestarle públicamente: «Declaramos que hallamos en la traición y en todo lo que, de una forma u otra, pueda perjudicar la seguridad del Estado algo más conciliable con la poesía que la venta de ‘grandes cantidades de tocino’ por cuenta de una nación de cerdos y de perros». Claudel se mantuvo en lo sucesivo calladito. Tampoco llegó a salir del armario en vida.
El panfleto y la revista

Los surrealistas fotografiados como difuntos
Al igual que con la carta abierta, los surrealistas hicieron un frecuente uso del panfleto y otras publicaciones para denostar a algún personaje intocable que resultaba especialmente nauseabundo a sus ojos. Algo parecido a lo que harían luego los Sex Pistols con forma de canción en, por ejemplo, God Save the Queen. El caso más sonado para los surrealistas fue el de Anatole France. Siendo la gran figura literaria del oficialismo francés de la época, estos no le perdonaron jamás su complaciente fama. Según Bretón, «France representaba el prototipo de todo aquello que execrábamos […]. Había hecho lo necesario para ganarse la aprobación tanto de la derecha como de la izquierda. Estaba podrido de honores y de suficiencia«. Por este motivo, cuando murió en octubre de 1924, y en plenos fastos y homenajes, los surrealistas le dedicaron un panfleto de cuatro páginas con textos de Aragon, Soupault, Delteil, Drieu la Rochelle, Éluard y Breton titulado Un Cadavre (Un cadáver). La gran gloria literaria nacional era tratada por Soupault como un «personaje cómico y completamente vacío».
Breton proponía a su vez arrojar su cadáver, junto con sus libros, al Sena y Aragon iba aún más lejos: «¿Ha abofeteado usted a un muerto alguna vez?». Toda la prensa de la época clamó a los cielos, lamentándose de que no se respetase ni a los muertos. Por lo demás, la publicación de este panfleto les costó su única fuente de ingresos a Aragon y Breton, que hasta entonces habían trabajado como secretarios y asesores artísticos del costurero y coleccionista Jacques Doucet, que no se tomó nada bien aquel asunto. Las diversas revistas surrealistas (desde Littérature y La Révolution surréaliste hasta Le Surréalisme au Service de la Révolution) también propusieron portadas, reportajes y opiniones muy polémicas sobre temas que todavía eran tabú en la época. El cuestionario dedicado al suicidio fue casi un acontecimiento por su audacia y asuntos como la sexualidad, la revolución o la muerte se trataban de forma casi obsesiva número tras número.
Actos públicos que acaban a palos

Los surrealistas en la puerta de la exposición de Max Ernst en París, 1921. Ante todo discreción
Muchos de los actos promovidos por el movimiento surrealista provocaban asombro e indignación, por lo que solían saldarse con algún lisiado. Eso era algo familiar para muchos de sus miembros ya desde la época del dadaísmo, cuando los espectáculos-provocación estaban a la orden del día. Por ejemplo, durante la representación de una obra conjunta de Philippe Soupault y de André Breton (Vous m’oublierez), interpretada por ellos mismos, hubo una reacción del público que «nos supuso una lluvia de huevos, tomates y bistecs que los espectadores habían ido a buscar precipitadamente durante el entreacto» (Breton). Casi como en un concierto punk, vamos, pero sin monedas.
De todas formas, el surrealismo fue más lejos que Dadá al echar a perder incluso algunos de sus propios actos con peleas y tumultos iniciados por ellos mismos. Una noche de junio de 1925 se representaba una obra de Louis Aragon en el Teatro du Vieux-Colombier y casi todo el grupo se encontraba presente cuando, como aperitivo a la representación, un conferenciante invitado por los ingenuos organizadores subió a dar una charla sobre el «francés medio». Apenas acababa de empezar a hablar cuando los surrealistas se pusieron a increparlo desde la platea. La atención se trasladó entonces del escenario a la sala, donde el intercambio de insultos con otros espectadores precedió a los guantazos, que no tardaron en llegar. Paul Éluard fue abofeteado y Roger Vitrac acudió en su ayuda. La policía acabó entrando en el teatro y Philippe Soupault se hizo fuerte en el escenario, al que subió de un brinco, retando a los policías a que subiesen a buscarle. A su vez, Robert Desnos sermoneaba violentamente al público corriendo de un lado al otro de la escena. El escándalo fue mayúsculo, y eso que la obra ni siquiera llegó a representarse. Todo un éxito.
Sabotaje de eventos (que también acaban a palos)

Época de tinieblas. Aragon y Breton en busca de víctimas
Los surrealistas provocaban altercados allá por donde pasaban. La mayoría de las veces se llevaban a cabo con premeditación, como aquella vez que Robert Desnos y André Breton pararon en seco un recargado discurso de Mme. Aurel, una cursilona de la época con ínfulas literarias: «¡Ya está bien! Nos lleva dando el coñazo desde hace veinticinco años pero nadie se atreve a decírselo«.
Sin embargo, otras veces eran consecuencia de las represalias que contra ellos llevaban a cabo sus numerosos detractores. En el banquete que se ofreció en julio de 1925 al poeta Saint-Pol-Roux fue quizá una mezcla de las dos cosas la que hizo que las chispas saltasen en uno de los eventos más descacharrantes de la historia de los homenajes, celebrado en la famosa Closerie des Lilas. Los surrealistas admiraban por sus imágenes insólitas y su hermetismo al simbolista tardío Saint-Pol-Roux, pero de entrada no estaban muy contentos con que la flor y nata literaria (y reaccionaria) de París hubiese preparado un banquete con motivo de una de sus raras visitas a la capital desde su aislamiento bretón. Aprovecharon que habían sido oficialmente invitados para llegar antes que nadie a la sala y deslizar debajo de cada cubierto una copia de su Carta abierta a Paul Claudel, que acababa de salir de la imprenta. Esto ya empezó a calentar los ánimos.

La Closerie des Lilas
Existen diversas versiones pero, según parece, en un momento dado Rachilde, la directora del conservador Mercure de France, se atrevió a decir en voz alta para que todos la oyesen que por patriotismo una francesa no podía casarse con un alemán. Por desgracia para ella, los surrealistas experimentaban en ese momento un fuerte apego por Alemania, y respondieron sin falta a la provocación. André Breton se levantó, muy digno, e hizo notar a Mme. Rachilde que estaba siendo ofensiva con su amigo Max Ernst, presente en el banquete y de nacionalidad alemana.
A continuación, alguien lanzó una pieza de fruta a un oficial también invitado a los ágapes y al grito de «¡Viva Alemania!» empezó la gresca. La confusión se hizo general, hubo golpes, juramentos, platos rotos y el jaleo acabó con la pretendida fiesta. Algunos comensales salieron en busca de la policía. El clímax se alcanzó cuando Philippe Soupault se colgó de la araña del restaurante y empezó a balancearse cual columpio sobre las mesas, derribando con los pies toda la vajilla.

Papa o Papisa
En el exterior del local se congregó toda una turba de curiosos, mientras que dentro el homenajeado Saint-Pol-Roux trataba de llamar a la calma. En vano. Es la ocasión que muchos esperaban para reducir a los «provocadores surrealistas«. Las proclamas en favor de Alemania y China siguieron y en plena exaltación Michel Leiris abrió una ventana que daba al bulevar Montparnasse para vociferar ante una audiencia estupefacta: «¡Abajo Francia!«. Los curiosos dieron rienda suelta a su indignación y le pidieron explicaciones. Leiris no se achantó en absoluto, bajó hasta la calle y continuó allí el escándalo. Poco faltó para que fuera linchado públicamente y esa noche acabó en el calabozo, donde la policía le obsequió con una buena tunda.
Toda la prensa al unísono se ensañó con los jóvenes provocadores y Mme. Rachilde ofreció diversas entrevistas contando su versión de cómo ese grupo de «agentes alemanes» la había golpeado y maltratado. Algunos medios como L’Action française propusieron que se les hiciera el vacío a los surrealistas en una conspiración del silencio. Otros hablaron de expulsarlos de Francia. El surrealismo se divertía.
El pastiche y la mistificación

Sesión de sueño inducido, Desnos a toda máquina.
En alguna ocasión se valieron también de la imitación burlesca para denostar a autores consagrados. Tal es el caso de un poema que apareció en Le Journal y que los surrealistas hicieron pasar por un inédito de Jean Moréas. El poema no era en realidad otra cosa que un pastiche realizado colectivamente como ejercicio lúdico.
Al descubrirse el engaño -no en vano el dichoso poema llevaba oculto el acróstico un triste sire («un triste tipo»)- los redactores de este periódico conservador amenazaron a los cachondos suplantadores y animaron a los herederos de Moréas a emprender acciones judiciales contra ellos. Los surrealistas se estuvieron tronchando de aquello durante bastante tiempo.
Derivas descontroladas

En la feria de Neuilly
Puede que no constituya exactamente un escándalo pero sí que tuvo una cierta repercusión mediática la desaparición de Paul Éluard en la primavera de 1924. Sus compañeros lo estuvieron buscando durante meses, y se llegó a hablar de él como de un nuevo Rimbaud, hasta que descubrieron que sencillamente había emprendido una vuelta al mundo a la aventura y sin despedirse de nadie. Una revista de la época lo acabó localizando en las Nuevas Hébridas y al poco tiempo estaba de nuevo pululando por París.
En realidad era la versión extrema de las derivas, que conducían a los surrealistas a descubrir distintas zonas de París, alejadas del centro o aparentemente insulsas. El ejercicio consistía en tomar un tren al azar y continuar indefinidamente en él hasta que pasase algo o la línea llegase a su fin.
Vidas ejemplares en una sociedad sana

Escuela de lobos. La Central Surrealista a finales de 1924
Independientemente de las acciones comunes, el surrealismo pretendía una liberación total del individuo frente a las represiones sociales. En este sentido los miembros del grupo emprendieron caminos de afirmación personal que atravesaban sin pudor las barreras morales con que pudiesen toparse y llegó incluso a establecerse en 1925 una Oficina de Investigaciones Surrealistas, conocida como la Central Surrealista y dirigida por Antonin Artaud, que tuvo que cerrarse al cabo de un tiempo por la ingente cantidad de curiosos, inadaptados y personajes estrafalarios que la tomaron. En cuanto a las actitudes contra corriente del núcleo de los surrealistas recordemos por ejemplo a René Crevel, que hizo gala de su homosexualidad abiertamente y escribió con inaudita libertad una de las primeras novelas francesas de temática gay, La muerte difícil.
Muy curioso es el caso de Jean Genbach, un cura expulsado de la Iglesia por su comportamiento libertino. Los surrealistas descubrieron su situación a través de una carta enviada a la revista del movimiento, La Révolution surréaliste y lo acogieron en sus filas en 1926 (por cierto, que también escribió una novelita muy curiosa, entre onírica, satánica y sicalíptica: Satan à Paris). Genbach solía ir a las reuniones y fiestas del grupo vestido con su sotana y no escatimaba poner en ella un coqueto clavel rojo. Según decía eso atraía irresistiblemente a las jovencitas. En cuanto a Artaud, es tan conocida su trayectoria que sólo recordaremos que pasó por diversos manicomios.

Jacques Rigaud con un amiguito
Distinto fue el caso de Jacques Rigaut, que desde que cumplió los veinte años mantuvo la firme determinación de poner fin a sus días, cosa que logró a los treinta tras una década de excesos. Rigaut dejó una brevísima obra, obsesiva y obsesionante, aún desconocida en España, que aborda el suicidio con un humor negro tan decidido que da hasta escalofríos. Drieu La Rochelle se inspiró de lleno en su insólita persona para dar vida al protagonista de El fuego fatuo. Ahí es nada.
Otra historia distinta sería ya la afición que André Breton y Benjamin Péret tenían por ir soltando mamporros a diestro y siniestro. Antológico fue el bofetón que le dio el primero a Elya Ehrenburg en junio del 35 tras haber acusado el ruso al grupo de Breton de dedicarse más a «la pederastia y los sueños» que a trabajar, y que supuso además la expulsión de los surrealistas del famoso Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Por otro lado, en una ocasión Péret se acercó en el metro a un cura que leía tranquilamente su breviario y le propinó una buena galleta, añadiendo para el improvisado público: «¡Pedazo de cabrón! Este cura infame lleva cinco minutos tratando de sobarme las pelotas«. Sutilezas las justas.

Exposition Internationale du Surréalisme
Georges Sadoul en cambio tuvo problemas con la justicia por haber escrito y enviado -tras una generosa ingesta de alcohol- una carta repleta de insultos y amenazas al primer alumno de la promoción de aquel año del prestigioso instituto Saint-Cyr. Este entregó la carta al director y una demanda judicial contra Sadoul resultó en una condena a tres meses de encarcelamiento. Para evitarlo, se marchó con Louis Aragon y Elsa Triolet a Moscú en el viaje que estos hicieron a la URSS en 1930.
Respecto a la indumentaria se podría escribir todo un artículo aparte así que recordemos sólo el personaje-identidad femenina de Duchamp, Rrose Sélavy o la costumbre de Dalí de vestirse con la elegancia de un dandi pero añadiéndole el desorientador detalle de siete u ocho moscas de plástico pegadas en distintas partes de su traje.

Rrose Sélavy comiéndose a Marcel Duchamp ante la cámara.
En fin, he aquí algunos de los más aconsejables métodos de agitación surrealista y los momentos antológicos de los mismos. Habría muchos más pero estos están sin duda entre los más jugosos de todos. Esperamos que hayan disfrutado de la moralizante lección y les dejamos unas cuantas lecturas sobre el asunto que recomendamos encarecidamente. Sean buenos.
Lecturas recomendadas:
Historia del surrealismo, Maurice Nadeau (Terramar Ediciones, 2008)
Entretiens, André Breton y André Parinaud (Gallimard, 1952); Parte de estas entrevistas se recogen traducidas al español en El surrealismo. Puntos de vista y manifestaciones (Barral Editores, 1972)
La Révolution surréaliste (1924-1929), VV. AA. (Reedición de los números 1-12; Éditions Jean-Michel Place, 1991)
Manifiestos del surrealismo, André Breton (Visor Literario, 2009)
El surrealismo y sus derivas: visiones, declives y retornos, VV. AA. (Abada Editores, 2013)
Diccionario abreviado del surrealismo, André Breton y Paul Éluard (Siruela, 2015)
La Rive Gauche, Herbert Lottman (Tusquets Editores, 2006)
Maintenant, Arthur Cravan (Caja Negra, 2009)
Cartas de Guerra, Jacques Vaché (Editorial Cuneta, 2012)
Rue de l’Odeon, Adrienne Monnier (Gallo Nero, 2011)
La facción caníbal, Servando Rocha (La Felguera 2012)
La muerte difícil, René Crevel (Ediciones de la Mirándola, 2012)
El aldeano de París, Louis Aragon (Errata Naturae, 2015)
¡La libertad o el amor!, Robert Desnos (Cabaret Voltaire, 2007)