Mediante falsas denuncias, un adolescente de Canadá usó a las fuerzas especiales de la policía estadounidense para humillar a mujeres que jugaban al League of Legends en Twitch. ¿Suena terrorífico? No te haces idea.
El acoso en internet tiene muchos rostros, y ninguno de ellos es bonito. Las mujeres foreras o jugonas, sus víctimas más habituales, lo saben bien. Pero en todo hay grados, y una de las formas más crueles amargar la vida del prójimo mediante la Red está volviéndose cada vez más popular en EE UU. Hemos sabido de ella gracias a un reportaje de The New York Times (vía Boing Boing), y el nombre que ha recibido por parte de sus víctimas y sus verdugos es «swatting». Algo que viene de «SWAT» («Special Weapons And Tactics»), el nombre de las fuerzas especiales de la policía estadounidense. Porque quienes la emplean consiguen exactamente eso: hacer que un equipo de agentes armados y acorazados tome por asalto el hogar de sus víctimas.
En la historia del New York Times, el villano usa el seudónimo de ‘Obnoxious’ (es decir, «molesto»). Hablamos de un quinceañero canadiense con problemas mentales cuyo modus operandi era tan sencillo como grotesco y, nos tememos, poco novedoso. Cada día, Obnoxious escogía a sus víctimas entre las usuarias de Twitch que retransmiten en directo sus partidas de League of Legends. A continuación, procedía a bloquear sus conexiones a dicha red social con un ataque DDoS, y se ponía en contacto con ellas: «Si quieres que esto pare, agrégame en Skype y hablamos».
Por supuesto, obedecerle no era buena idea: el aspirante a cibercriminal no tardaba en exigir que las chicas le hablasen sobre sus vidas sexuales, y en pedirles fotos desnudas. Desobedecerle también tenía sus consecuencias: si ellas se negaban, o incluso si se mostraban poco entusiastas al acceder, comenzaban las amenazas y, demasiadas veces, los hechos. Una de las tácticas favoritas de Obnoxious era el «doxing», o lanzamiento de información personal en internet, así como los ataques contra sus teléfonos móviles. También gustaba de hacer pedidos descomunales a servicios de comida rápida, para que las chicas se encontraran con que un pequeño ejército de repartidores hacían cola frente a sus puertas, con las facturas correspondientes en la mano.
Y, finalmente, llegaba el momento del swatting. El chaval se ponía en contacto con las autoridades de EE UU, señalando el domicilio de la chica de turno como un nido de terroristas o de traficantes de droga. La policía reaccionaba mandando una unidad de choque. Las víctimas de Obnoxious, y muchas veces también sus familias o sus compañeros de piso, se veían obligados a abandonar sus domicilios con las manos en alto, rodeados por agentes con casco antidisturbios, chaleco antibalas y armas automáticas en las manos. A continuación, se las sometía a interrogatorio mientras los artificieros o los efectivos antidroga registraban la casa en busca de un artefacto o un alijo que no estaba allí. Según lo describe el New York Times, el proceso recuerda a una versión grotesca e hipertrofiada de la falsa amenaza de bomba.
Como otros trolls que gozan cebándose con los más débiles, Obnoxious era propenso a alardear de sus jugarretas. Así pues, detenerle podría haber sido fácil de no haber mediado tres factores. El primero, que el chaval es ciudadano candiense y operaba desde el país de la hoja de arce, lo que convertía una intervención contra él en un marasmo burocrático. El segundo, que las propias fuerzas del orden parecían menos ultrajadas con él que con las chicas a las que agredía: una de ellas cuenta cómo, tras sufrir varios swattings seguidos, uno de los policías que registraban su casa la instó a «dejar los putos videojuegos y leer un libro».
El tercer y último problema consiste en que convocar a las unidades SWAT es demasiado fácil. Nacidos con la idea de mantener bajo control a la población afroamericana, tras los disturbios raciales del barrio de Watts (Los Ángeles) en 1965, estos equipos de policía militarizada pueden entrar en acción ante la más mínima sospecha de un delito violento, o de la presencia del crimen organizado. La ‘guerra contra las drogas’, primero, y el clima de paranoia antiterrorista instaurado en el país tras el 11-S, después, han hecho que sus actuaciones se multipliquen, con causa fundamentada o sin ella. El historial de sus intervenciones no está nada limpio, y en él hay múltiples víctimas inocentes, así como escenarios (el de las revueltas de Ferguson, provocadas una vez más por las tensiones raciales, es el más reciente) en el que su llegada a un barrio o un pueblo se parece mucho a una ocupación armada.
La última víctima de Obnoxious fue Hayli Metter, una estudiante de Periodismo de 23 años. Tras someterla a varios swattings, el criminal fue arrestado el pasado diciembre, e internado en un centro de menores del que saldrá el próximo mes de febrero. La duda no está sólo en si volverá a las andadas cuando se halle de nuevo en libertad, sino cuántos más seguirán su ejemplo.
Un comentario
Los comentarios están cerrados.