El libro de memorias del músico de Manchester podría haberse titulado ‘Cómo revolucionar el pop de vanguardia sin dejar de ser un macarra’. Una lectura irregular que recuerda cómo la música sublime surge a menudo de los lugares más prosaicos.
Los reyes del synth pop de Brooklyn vuelven a dar en el clavo con un disco menos intoxicante que ‘Something’, pero cuya angulosidad ochentera convencerá a los fans y les ganará nuevos seguidores. ¿Algo más? Sí: Caroline Polachek canta mejor que nunca.
¿A qué suena el nuevo disco de David Bowie? Pues… a David Bowie. Con su claustrofobia, su oscuridad y sus ocasionales miradas al abismo, Blackstar es un álbum en el que el mayor ingenio del pop ha hecho lo que le ha dado la gana sin atender a nada más que a sus propias angustias. Y eso es lo que lo convierte en un trabajo memorable.
A fuerza de esa pasión que tan poco se le notaba en sus entregas de Star Trek, J. J. Abrams ha dotado a la saga galáctica de un nuevo capítulo que, si bien no hará historia, sí se las apañará para mantener a raya a los cínicos.
Yorgos Lanthimos, director de… ehm… ‘Canino’, revela su propuesta más accesible y afilada: una reflexión sobre las relaciones humanas y su institucionalización y deshumanización.
Con ‘El diario gatuno de Junji Ito’ descubrimos una faceta poco conocida del autor en Occidente: la de mangaka de humor. Y así y con todo, continúa el terror.
Apenas sesenta páginas condensan a la perfección el incómodo discurso del feminismo. Lo que no parece fácil (darse cuenta de ciertas actitudes) es expresado de una manera sencilla por una de sus grandes abanderadas.
¿Echas de menos los gadgets disparatados, el humor absurdo y las guaridas malignas edificadas dentro de un volcán? Lo sentimos mucho: Spectre no ofrece nada de eso. Pero, menos mal, la nueva incursión de Sam Mendes en el universo de 007 entrega bastantes cosas a cambio.
La cinta de Sebastian Schipper tiene más atractivos que su conexión hispánica o su realización en toma única. Aquí te los contamos.
Un debut largo cuyo estudiado salvajismo es a la vez su mayor virtud, y su talón de Aquiles.
Drogas, moda, música industrial y la Puerta de Brandenburgo: en los 80, Berlín era la Gomorra de la Guerra Fría.