‘Territorio Lovecraft’ – No es país para negros

Escrita por Misha Green y coproducida por Jordan Peele y J.J. Abrahams, la adaptación televisiva de la novela homónima de Matt Ruff llega a HBO precedida por una avalancha de exabruptos racistas en las redes sociales. "¿Con qué me está intentando usted asustar?", responde uno de sus protagonistas. "¿Cree que no sé en qué país vivo? Claro que lo sé. Lo sabemos todos. Lo hemos sabido siempre. Es usted el que no lo entiende".

Decía el cartógrafo Gerardus Mercator que los mapas son los ojos de la historia. Un conjunto de símbolos que dispuestos de una determinada forma, nos permiten acotar el terreno que pisamos, poseer la tierra e interpretar los lazos que nos unen a ella. En nuestro afán por abarcar el mundo, el mapa es fiel reflejo de nuestro sistema de creencias. Cada cual, dispone del suyo, y lo que exista fuera de sus márgenes, permanece indescifrable: hic svnt dracones. Y ya sabemos que «el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido«.

Para adentrarnos en Territorio Lovecraft, tomaremos como punto de partida la línea Mason-Dixon, que establece el límite de demarcación entre cuatro estados: Maryland, Pensilvania, Virginia y Delaware. Recorre el país de este a oeste, desde el nacimiento del río Ohio hasta la desembocadura del Mississippi, y recibe su nombre en honor a los topógrafos Charles Mason y Jeremiah Dixon. Hasta el siglo XVI, los mapas solían usar como tope el este, por donde sale el sol, pero el estándar actual contempla que el norte es “arriba” y el sur “abajo”. Así que durante la Guerra de Secesión, su trazado imaginario dividió a la nación entre esclavistas y abolicionistas, cartografiando un nuevo estado mental: Norte contra Sur. 

El 19 de enero 1861, Lucy Bagby Johnson, una esclava fugitiva de dieciocho años, es arrestada en Cleveland por los federales. Sometida a un juicio rápido bajo la Ley de Esclavos Fugitivos de 1850, la joven es enviada de vuelta a Ohio en el tren que cubre la línea Mason-Dixon por demanda de su dueño, William Goshorn, un acaudalado terrateniente del estado de Virginia. Un siglo y medio más tarde, el 8 de febrero 2017, el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) detiene en Phoenix a Guadalupe García Rayos en el transcurso de un trámite rutinario para renovar su permiso de residencia. Madre de dos adolescentes y residente en Phoenix (Arizona) desde 1996, es deportada de urgencia y sin derecho a recurso legal, cumpliendo con el decreto antiinmigración del 25 de enero del presidente Trump

En mayo de ese mismo año y coincidiendo con las manifestaciones contra las reformas del gobierno, WGN America cancela la serie Underground después de dos temporadas y 20 episodios, aduciendo que ya no encaja en la nueva dirección de la cadena. El drama histórico con alma de pulp creado por Misha Green y Joe Pokaski recreaba la ruta del “Ferrocarril Subterráneo”: una red clandestina que brindaba apoyo y refugio a los prófugos en su huida de las plantaciones de algodón de Luisiana, atravesando los pantanos de Mississippi y las llanuras de Indiana, hasta los estados del norte y Canadá. Empleaban terminología ferroviaria para organizarse entre maquinistas y pasajeros; planeaban su itinerario por estaciones y distribuían el tránsito por carriles. Un sistema que se asemejaba bastante al empleado por Victor Green para elaborar su famosa guía para que los negros pudieran viajar de forma segura por todo el país.

Miedo a un planeta negro

Parece una serie de negros para negros. 
No la veré, no me siento representado ni incluido.

«Mi intención con la novela era escribir la clase de historia que a Atticus le hubiera gustado leer y darle la oportunidad de ser el protagonista«, declaraba Matt Ruff en una entrevista. Concebida originalmente como punto de partida para una teleserie, Territorio Lovecraft (2016) conserva la estructura episódica para dar rienda suelta a los fetiches literarios de cada uno de sus personajes, amantes de la ciencia-ficción, la fantasía y la weird fiction: «Aquellos géneros de literatura escrita sobre todo por blancos había sido causa de conflicto continuo con su padre. (…) Él siempre insistía en que simplemente quería que Atticus pensara en lo que leía, en vez de limitarse a tragárselo inconscientemente». 

Una de las fuentes más interesantes manejadas por Ruff es Shame, un breve ensayo de la novelista Pam Noles que suscitó un intenso debate en 2006 y en el que reflexionaba acerca del poder emancipador de la ciencia-ficción inclusiva: «Recuerdo que papá me preguntó por qué nunca salía alguien como yo en las historias que me gustaban. Y recuerdo haber respondido que tal vez no existiera gente negra en aquel entonces. Me dijo que siempre ha habido gente negra. Pero los negros no pueden ser magos, ni viajar al espacio, respondí; no pueden luchar contra el mal, así que no pueden salir en la historia. Como no contestó nada, me di la vuelta. Estaba completamente reclinado en el sillón, mirándome, en silencio. No dijo nada más«.

La anécdota referida por Noles no es un caso aislado y condensa la problemática recepción de la ciencia-ficción y la fantasía entre la comunidad afroamericana de la época. En los albores de la cultura pop, la segregación alcanzaba los kioskos y las bibliotecas y lo que no podía verse era, simplemente, porque no existía. De hecho, para la tía de Octavia E. Butler, pionera del afrofuturismo y figura clave junto a Samuel Delany de la Black Sci-fi de los años sesenta, resultaba inconcebible que los negros pudieran ser escritores. La reciente publicación de la colección de relatos y ensayos Hija de la sangre y otros relatos (2020), pone en valor la necesidad de explorar los confines del espacio exterior para conquistar los derechos que les eran negados en la Tierra. 

El 22 de noviembre de 1968, el capitán James Tiberius Kirk y la teniente Nyota Upenda Uhura protagonizaron el primer beso interracial de la historia de la televisión en un capítulo de Star Trek. La escena fue censurada en varios estados del sur de Estados Unidos y, a pesar de que los labios del William Shatner y Nichelle Nichols apenas llegaron a rozarse, supuso un hito para el movimiento por los derechos civiles. Semanas antes, Nichols había pensado abandonar la serie debido a la escasa relevancia de su personaje, pero fue el mismísimo Martin Luther King quien la convenció de que siguiera encarnando a la teniente Uhura, cuyo nombre proviene del vocablo sawhili uhuru, y significa “libertad”.

«Me fascina que los héroes tengan aventuras en otros mundos, que luchen junto a otros, derroten al monstruo y salven el mundo«, confiesa Atticus (Jonathan Majors). «Por desgracia, un niño negro del sur de Chicago no puede aspirar a eso. Salvo que se aliste en el ejército«. En manos del equipo creativo formado por Green, Peele y Abrams, el shock postraumático de la guerra de Corea adopta la paleta cromática de una portada de Amazing Stories: Cthulhu emerge de la trinchera y Jackie Robinson, el primer afroamericano en ingresar a las Ligas Mayores de béisbol, reivindica su condición superheroica en el imaginario de la época. La imperiosa necesidad por crear nuevos referentes, plasmada en las viñetas dibujadas por la pequeña Diana (Jada Harris), evoca el trabajo de John Jennings y Stacey Robinson en Black Kirby: In Search of the Motherboxxx Connection a la hora de establecer paralelismos entre la cultura africana y la herencia judía del creador de Pantera Negra.

«Crees que puedes olvidar el pasado, pero no puedes. El pasado es algo que vive«. Para James Baldwin, la historia no es el pasado: es el presente. Al incorporar su voz a la narración, Misha Green vincula las reivindicaciones del escritor y activista por los derechos civiles con el movimiento Black Lives Matter, poniendo en valor la lucha de los afroamericanos por encontrar su propia identidad en un país que siempre les ha dado la espalda. Sin embargo, son los personajes quienes encarnan el eco de unas palabras que aún tardarán diez años en ser pronunciadas, por obra y magia del sonido extradiegético. El recurso del anacronismo permite conjugar a la vez tres tiempos verbales y legitima la visión del protagonista del documental I Am not Your Negro de Raoul Peck (2016): «Nada se puede cambiar si no se afronta. Hasta que no aceptemos que necesitamos fijar una nueva identidad todos juntos, no habrá esperanza de alcanzar el sueño americano«.

La cultura de la cancelación

¿Solo van a salir negros? Reivindico que también haya
más actores blancos y se les dé más sororidad

En 2011, Nnedi Okorafor se convirtió en la primera afromericana en ganar el prestigioso World Fantasy Award a la mejor novela por Quién teme a la muerte. Como hija de inmigrantes nigerianos, expresó públicamente su malestar por las connotaciones del premio: un busto de H.P. Lovecraft diseñado por el dibujante Gaham Wilson. «La estatuilla de un racista es uno de mis mayores honores como escritora«, lamentaba en su blog. «Esto es algo con lo que la gente de color, las mujeres y las minorías tienen que lidiar más que los demás cuando trabajan para ser los mejores en su campo: el hecho de que muchos de los ídolos que honramos y de los que tenemos que aprender nos odian ahora o lo hacían en el pasado«. Compañeros de profesión como Steve Barnes, Jeff VanderMeer, Silvia Moreno-García y China Miéville se solidarizaron con Okorafor y abrieron el debate sobre la urgencia de resignificar unos galardones que rendían pleitesía a un supremacista blanco, misógino y reaccionario. 

En cambio, S.T. Joshi, el mayor erudito en Lovecraft y azote de la weird fiction contemporánea, se mostró profundamente indignado por considerarla «una cobarde concesión a la peor clase de corrección política y una aceptación explícita de las crudas, ignorantes y tendenciosas calumnias contra Lovecraft propagadas por una pequeña pero ruidosa banda de agitadores«. No contento con eso, devolvió sus dos premios por considerarlos «irremediablemente contaminados» y animó a sus colegas a boicotear el evento. Cabe preguntarse si al cerrar las puertas a la reconciliación, en realidad no estaría eludiendo sus propias contradicciones. ¿Qué pensaría el propio Lovecraft de que la única voz autorizada para hablar de su obra sea la de un estadounidense de origen indio? ¿Y de que dos de sus discípulos más aclamados actualmente sean un punk rocker travestido llamado W.H. Pugmire y la escritora transgénero Caitlín R. Kiernan?

«Las historias son como las personas. Que te encanten no significa que sean perfectas. Uno intenta amar sus virtudes y pasar por alto sus defectos. Pero los defectos siguen estando ahí. (…) No me enfado. Con las historias no. A veces me decepcionan. A veces me dan una puñalada en el corazón«. El conflicto interno al que alude Matt Ruff en Territorio Lovecraft es el mismo al que se enfrenta el lector desde hace décadas. A la hora de abordar el legado de H.P. Lovecraft (1890-1937), tendemos a celebrar la parafernalia del horror cósmico y omitimos el virulento discurso de odio que impregna sus relatos, por considerarlo “un producto de su tiempo”. Tal vez fuera visionario hasta para esto y, de haber nacido un siglo más tarde, estaríamos hablando del incel de Providence. Basta con echar un vistazo a su abundante correspondencia epistolar, repleta de comentarios que no desentonarían en 4chan o Forocoches. 

Argumentar que «su racismo no es un pecado tan atroz como para empañar el conjunto de sus méritos literarios«, supondría blanquear su nombre en base a un talento casi dogmático, ajeno a cualquier tipo de consideraciones ideológicas y personales. Y obviar su faceta de supremacista blanco, capaz de disculpar los linchamientos en Alabama y Mississippi porque «cualquier cosa es mejor que la mestización que significaría el deterioro irremediable de una gran nación«. Por eso, cuando el teórico ultraconservador Robert M. Price apeló a la incorrección política de la Alt-Right para legitimar su discurso xenófobo desde el púlpito de la NecronomiCon de Providence en 2015, la brecha se hizo aún más grande: «Más allá del racismo, Lovecraft profetizó el imparable avance de las hordas yihadistas que amenazan a nuestra civilización occidental. La educación se ha subordinado al poder político y la discriminación positiva manipula la verdad en base a su ideología. Puede que Lovecraft estuviera equivocado en muchas cosas, pero en esta no«.

Hic svnt dracones. Los tentáculos de la ultraderecha reclaman desde hace tiempo su propio espacio político entre el núcleo duro del fandom, ya sea orquestando campañas de odio contra las mujeres y las minorías en la industria de los videojuegos, o el intento de “contrarrestar” el sesgo liberal de los premios Hugo. N.K. Jemisin ha hecho historia al ganarlo en tres ediciones consecutivas por su Trilogía de la Tierra Fragmentada. En su nueva (y espléndida) novela, La ciudad que nos unió, “la autora de ficción especulativa más premiada de la actualidad” se sirve de un avatar lovecraftiano para representar el racismo estructural de la sociedad norteamericana y los efectos de la gentrificación en las grandes ciudades. «En el mundo real, el supremacismo blanco ya no necesita esconderse detrás de una abominación sobrenatural para liberar su odio«, señala Jemisin. «Prefieren hacerlo desde la equidistancia a través de las redes sociales, usando etiquetas como #BothSides y #NotAllWhitePeople«.

En el fondo, la repulsa de Lovecraft hacia la «hibridación maloliente y amorfa» de aquellos «mulatos grasientos y burlones» que le empujaban en el metro, y los «negros horribles parecidos a enormes chimpancés» a los que atacaba en las cartas dirigidas a su tía Lillian, reflejan los prejuicios de un provinciano mojigato y sexualmente acomplejado. La mirada de un hombre blanco obsesionado con proteger su pureza, al que le aterrorizaba descubrir lo que ocurría al otro lado del muro que él mismo había levantado.

«Por lo que a mí respecta, Lovecraft nunca será cancelado«, concluye Victor LaValle, autor de La balada de Tom el Negro (2016), reformulación de El horror de Red Hook desde la óptica negra. «Su influencia es incalculable y su aportación tan valiosa que renunciar a su obra sería como amputarte un brazo. Si combates la enfermedad a tiempo, seguramente podrás salvarlo«.

Dispuesto el escenario, Lovecraft Country explora las posibilidades del pastiche literario de la mejor de las maneras posibles: a medio camino entre la sátira y el homenaje, pero sin perder de vista que su futuro será igual de brillante u oscuro que el del propio país. Porque la historia de los negros en América es también la historia de América. Y no es una historia bonita. Por eso necesitamos seguir la lógica de las novelas de aventuras, tal y como nos aconsejan en la serie. 

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