Pocas cosas hay más intensas que el horror de los urbanitas a la vida campestre, y no es para menos. Puede acabar uno sacrificado para asegurar la cosecha del año que viene, devorado por criaturas que no deberían existir fuera de las leyendas o maldito para los restos por no saber observar los preceptos de la superstición local. Estos han sido, al menos, los miedos que tan bien ha explotado el folk horror, un género que tuvo su momento de gloria en torno a los años setenta del pasado siglo pero que aún sigue dando guerra, como nos proponemos demostrar con esta selección.
Tras superar las estrecheces que son consecuencia lógica de haber celebrado dos guerras mundiales en un corto período de tiempo, la Europa de mediados del siglo pasado conoció un auténtico éxodo poblacional. Del campo a la ciudad; del surco al andamio y a volver a la aldea los domingos a los mandos de un flamante utilitario para envidia de los vecinos. Este proceso migratorio estaría más o menos completo hacia la década de los setenta, momento en el que, por primera vez, la mayoría de la población europea era ya población urbana.
No es de extrañar que fuera por estas épocas cuando el subgénero cinematográfico del folk horror alcanzase su máximo esplendor; al fin y al cabo nada es tan temido como el pasado que uno acaba de dejar atrás, y, al quedar desarraigados, estos desertores del arado quedaban también en libertad de fantasear a gusto sobre la vida rural. No hablamos de paisajes bucólicos y gentes que viven una vida honesta y sencilla, hablamos de cultos paganos y brujas ligeras de ropa que corretean por el bosque a las tantas de la mañana.
Las décadas transcurridas desde el estreno de El hombre de mimbre (1973) o La garra de Satán (1971) han hecho más bien poco para resolver esta tirantez entre tradición y modernidad. Como prueba os traemos estas seis películas de reciente estreno en las que la vida campestre se ve como repositorio de todos los temores del hombre civilizado. Toca ponerse las botas de monte porque os vamos a llevar de excursión por bosques sombríos, páramos brumosos y diversos tipos de monumentos neolíticos que son el orgullo de la población nativa y un auténtico motor para el turismo.
Rare Exports (2010)
La decisión de incluir en esta lista la película triunfadora en Sitges 2010 no fue fácil de tomar. Por un lado aborda el mito lapón de Krampus/Santa Claus, sobre el que no creemos que haya que dar más explicaciones porque en los últimos años se ha convertido en algo así como el turrón duro, un imprescindible de la Navidad. Pero, al mismo tiempo, la simpática tradición no está en este caso conservada por la cultura local. De hecho, los lugareños parecen demasiado ocupados por asuntos pragmáticos, como evitar que los rusos crucen la frontera para cazar renos, como para preocuparse por esas tonterías. No, en Rare Exports, Krampus está preservado (literalmente) en hielo y también en la imaginación de los niños, elemento este último que la aproximaría más bien al subgénero del terror con niño tan típico del videoclub de los ochenta.
No hay que olvidar que Rare Exports es un cuento de navidad que, por muy gamberro que quiera ser, está bastante lejos de gastar la mala leche de, digamos, Gremlins (1984). Lo que se dice una película ideal para ponerles a los niños. Y decimos bien, “niños” porque si resulta que lo tuyo son hijas, o sobrinas, o eres el director de un internado para señoritas vas a tener muy difícil interesarlas por una historia en la que no aparece ni una sola fémina.
Al final, la peli se queda por aquello de aportar una nota de color (blanco finlandés) en una lista que, a priori se intuye muy británica y porque la resolución, en la que las tradiciones ancestrales acaban disolviéndose en el folklore inventado por Coca-Cola y volviéndose inmediatamente muy rentables, tiene más miga de la que parece.
No tengas miedo a la oscuridad (2010)
La creencia en hadas, gnomos y gente pequeña que, por lo general, vive bajo tierra es común a muchas culturas. En el folklore celta, además, estas criaturas tienen la fea costumbre de interesarse por los niños humanos, normalmente para raptarlos dejando a cambio a uno de los suyos o, en el peor de los casos, un trozo de madera. Es esta mitología, mezclada con la figura de origen difuso del Hada de los Dientes (es decir, en castizo, el Ratoncito Pérez), la que da carácter folklórico a esta cinta que, por lo demás, también podría entenderse como un ejemplo más del subgénero terrores infantiles o, incluso, un creature feature de la variedad de monstruos pequeñitos.
No tengas miedo a la oscuridad es, en realidad, el remake de un humilde telefilme de los setenta. En esta puesta de largo en la gran pantalla le queda poco de esa humildad. Dirigida por el dibujante de cómics Troy Nixey y producida por Guillermo del Toro, la película es una buena muestra de la querencia del mexicano por los ambientes neogóticos de jardines encantados y arquitecturas hammerianas. El lujo, al que nuestra querida serie B no nos tiene muy acostumbrados, se completa con un reparto de actores de primera fila encabezado por Katie Holmes en el papel de madrastra buena y Guy Pearce en el de padre desafecto e incrédulo.
Outcast (2010)
En realidad, no hace falta que el urbanita vaya al campo, el campo puede ir a la ciudad como la montaña va a Mahoma. O, al menos, al suburbio más chungo de Edimburgo, que es precisamente lo que vemos durante la secuencia de créditos de esta coproducción irlandesa-escocesa. Nos encontramos en el paisaje familiar del drama social británico: torres de apartamentos alzándose en medio del páramo donde la ciudad pierde su santo nombre, pasos elevados y adolescentes sin escolarizar que quedan en los columpios. A este vecindario de ensueño llegan una madre y un hijo, refugiados, como pronto descubriremos, de una guerra mágica.
Outcast es el debut cinematográfico de Colm McCarthy, más conocido por su trabajo posterior en Peaky Blinders, Doctor Who o Sherlock, y se plantea como una versión lumpen de Crepúsculo (2008) pero con monstruos de verdad y adolescentes que dan miedo, ¿o era al revés? Sin duda el aspecto más logrado de la película es la impresión que tiene uno de estar asistiendo a ritos y ceremonias mágicas ancestrales cada vez que uno de los protagonistas traza una runa sobre las paredes de su infravivienda o destripa una paloma con fines adivinatorios. Para los aficionados a esas cosas, la cinta cuenta también con el aliciente de poder descubrir no a uno, ni a dos , ni a tres, sino a cuatro actores de Game of Thrones practicando su mejor acento escocés más allá del Muro.
The Wicker Tree (2011)
Robin Hardy tenía en mente convertir su película de culto de 1973 El hombre de mimbre en la primera parte de una trilogía. Aunque este universo expandido quedó tristemente inconcluso tras la muerte de Hardy en 2016, al menos nos queda esta secuela tardía que repite la formula de sacrificios paganos con algunas variaciones significativas: no en vano las separan casi cuarenta años.
En primer lugar, como pone de manifiesto su título alternativo Cowboys for Christ, el papel de víctima propiciatoria que tan bien representaba el sargento Howie en la cinta del 73 recae aquí sobre una pareja de misioneros evangélicos norteamericanos perdidos en tierras escocesas. Cantante de country cristiano ella, y él, simplemente, un vaquero simplón al que el anillo de purity le aprieta el dedo. La parejita le sirve a Hardy para incidir irónicamente en el largo historial de incomprensión mutua entre británicos y estadounidenses un poco en la línea de clásicos como El fantasma de Canterbury. Además, como todo el mundo sabe, a la hora de asegurarse el favor de los dioses antiguos, los cristianos renacidos puntúan doble.
Sir Lachlan Morrison, el legítimo heredero de Lord Summerisle, es aquí un adorador del sol millonetis que posee una central nuclear y se compara a sí mismo con Montgomery Burns. Y es que los tiempos adelantan que es una barbaridad. Los neopaganos de The Wicker Tree han abandonado las máscaras de animales y se decantan más por el nudismo parcial y las pinturas tribales en el más puro estilo Burning Man, pero, aunque han cambiado las formas, el balance final sigue siendo el mismo: tras una apariencia de costumbrismo amable pervive un trasfondo de magia de sangre, sexo y canibalismo ritual socialmente aceptable.
Kill List (2011)
Poco importa que Ben Wheatley insista en que la secta pagana de Kill List no es más que un red herring en lo que, durante la mayor parte de su metraje, no es otra cosa que un thriller urbano lleno de tensión doméstica y gélidos pasillos de hotel. Poco importa que los protagonistas no pongan los pies en el campo hasta el tercio final de la cinta, el impacto inolvidable de esa última media hora basta para inscribir el nombre de Wheatley entre los más certeros cultivadores recientes del subgénero, algo que, por otro lado, también es cierto de otras películas de su filmografía, como Turistas (2012) o A Field in England (2013), que podrían figurar en esta lista por derecho propio si no nos hubiéramos limitado a una única contribución por director.
Lo que no se puede negar es que la influencia de ese Santo Grial del folk horror británico que es El hombre de mimbre es la más decisiva a la hora de dar forma a esta película. Desde el tema común del sangriento sacrificio pagano perviviendo por debajo de la aparente normalidad hasta la estructura de trampa diabólica en la que el protagonista se adentra sin darse cuenta. Las procesiones de personas desnudas que recorren el bosque iluminándose con antorchas y, sobre todo, esas encantadoras máscaras de ramas también ayudan, claro que sí.
The Borderlands (2013)
La cristianización de las islas británicas debió de ser una tarea ardua, tanto que nunca llegó a completarse. En todo caso, la construcción de iglesias sobre los lugares sagrados del paganismo no fue la mejor de las ideas, como comprobamos una y otra vez en los relatos de M.R. James, Clive Barker, y, bueno, la práctica totalidad del folk horror británico, que es de lo que venimos a hablar aquí. En The Borderlands nos encontramos con una situación de este tipo: iglesia católica recientemente restaurada en la que se producen fenómenos extraños. Si esa misma fenomenología se reprodujera en el salón de tu casa, todo el mundo hablaría de poltergeist, pero, como es una iglesia, se sospecha que podría tratarse de un milagro; el mismo doble rasero de siempre. El caso es que el Vaticano envía a un equipo de investigadores para aclarar la situación y esta es la premisa de la película.
Cinta recomendable incluso para aquellos que estén hasta el moño del dichoso found footage, The Borderlands se apoya en una realización tipo Gran Hermano, o sea, con cámaras fijas, para evitar el mareo del espectador. Por lo demás, Elliot Goldner, director y guionista, acude a recursos de probada eficacia como puede ser la dialéctica crédulo/incrédulo sacada directamente de Expediente X que se produce entre los dos protagonistas. Estos personajes son, precisamente, la gran baza de la película. Deacon, el incrédulo, es un sacerdote atormentado con problemas de alcoholismo; Gray, el creyente, un técnico bocazas cuya única preocupación inicial es estar alejado de la wi-fi, la banda ancha y el cable, “es decir, básicamente en la Edad Media”. Entrañable pareja, pero no conviene que les cojáis demasiado cariño porque la acción avanza implacable hasta alcanzar uno de los finales más traumáticos que puede contemplar una persona con claustrofobia.