Puede resultar poco apetecible a primera vista: otra historia más sobre monarquía e intrigas palaciegas. La corte de Elizabeth II de Inglaterra. Nada nuevo. Si esa ha sido tu primera idea, has de saber que esto es sólo una primera capa. Te explicamos los puntos fuertes de The Crown y por qué deberías animarte a verla.
“Es una chica normal con poca capacidad y sin mucha imaginación. Úngela con aceite sagrado y ¿qué tendrás? Una diosa”. Tal vez, con esta descripción de Elizabeth realizada por su tío díscolo, el que renunció al trono para casarse, tengamos la esencia del éxito de The Crown, estrenada en noviembre por Netflix. La serie no pretende contar la historia de la monarquía inglesa y sus múltiples chismes. Más bien, nos presenta las diatribas de un grupo de seres humanos a los que les ha tocado la china, el premio gordo de reinar en Inglaterra. Un deber que machaca como una apisonadora mientras percibimos cómo, entre unos y otros, se pasan la patata caliente.
Concebir el trono como una desgracia mientras se disfruta de una vida opulenta puede verse como toda una frivolidad. Sin embargo, ¿qué piensan los hijos de los reyes cuando se dan cuenta de su posición privilegiada? ¿Cómo afrontan que no son como el resto? Y lo más importante: ¿Cómo sobreviven? El espectador no puede evitar plantearse cómo reaccionaría si le entregaran a él el cetro: las tradiciones, las prohibiciones y las normas decimonónicas inhabilitan cualquier ansia por ventilar el palacio y respirar al aire libre.
Elizabeth II no se nos presenta como una soberana al uso, sino como Lilibeth, una chica a la que, al igual que una estrella de rock, la responsabilidad le cae por sorpresa. Por si no fuera complicado acceder a un trono siendo mujer, joven e ignorante, es todavía peor si no sabes de cuál de todos los consejeros fiarte. Empezando por Winston Churchill, el Primer Ministro. Que se aferra como un león al cargo mientras su salud merma a cada uno de sus pasos encorvados.
Lo primero que Lilibeth aprende es la norma fundamental del juego: distinguir entre lo público y lo privado (por eso, los soberanos, una vez que lo son, se cambian hasta el nombre). Pero Lilibeth no lo hace. “Mi nombre es Elizabeth. Para qué complicar más las cosas”. Y en el fondo, lleva razón, pues bastante tiene con asumir un feminismo que no le es natural. Puede que uno de los grandes aciertos de la serie sea haberse detenido en este punto, novedoso, sin duda: en The Crown el empoderamiento de la mujer sucede por decreto. Por una vez, la ley va por delante de la sociedad. Lilibeth tiene el deber de ser feminista. Por mera supervivencia. Muy a su pesar. Cuánto daría ella por caminar a la misma altura que su marido. Obedecerle sin más y no calentarse la cabeza. Sin embargo, el deber obliga, y la responsabilidad en la que la han educado, la de la corona, pesa más que las costumbres machistas en las que todos han sido educados.
Deteniéndonos en el aspecto técnico, nos topamos con una realización soberbia. La batuta de todo la lleva Peter Morgan (guionista de The Queen -2006-, donde Helen Mirren daba vida a la reina) y nos da la impresión de que cada juego de palabras que pronuncian sus personajes estuviera bien cosido a cada línea de diálogo (paladéenla en inglés, por favor; es un crimen no verla en versión original). The Crown es otro ejemplo de que cuando hay un buen guión, poco importa el dinero. Aunque, en este caso, es muy apreciable. De hecho, todo a lo que alcanza la vista aporta al resultado: desde la planificación milimetrada, con un claro aporte narrativo, hasta los gestos de los personajes. La factura es magnífica y elegante y recuerda a los maravillosos tiempos de Breaking Bad, donde la confianza en la narrativa era tal que nos permitía el placer de dejarnos llevar.
Un ejemplo de gramática audiovisual y de este simbolismo apabullante tal vez sea el capítulo titulado Fuerza mayor, el mejor de toda la temporada. Inspirado en los acontecimientos verídicos de 1952 en los que La gran niebla de Londres mató a 12.000 ciudadanos e hizo caer enfermos a otros 100.000 (otro punto a favor de The Crown: cuida con precisión británica los hechos históricos), el capítulo podría ser por sí mismo una película de catástrofes. El ambiente opresivo que se respira en toda la serie alcanza su cénit en este cuarto episodio. No es de extrañar que se haya puesto el foco en que casi todas las muertes acontecen por enfermedades pulmonares. Quien muere o merece morir, está ahogándose. Quien quiere matar a alguien, fuma a su lado, o lo que es peor, le ofrece un cigarrillo. Y quien consigue zafarse, vive en un campo oxigenado que ejerce como contraste. Todo muy metafórico. La tensión dramática es delirante mientras la tragedia sirve como escenario para mostrar la cara más extrema de los personajes. Y de sus negociaciones. Porque The Crown es, también, una serie política. Una lucha de poder. Todo un House of Cards envuelto en lazos de seda. Cada vez que un personaje pide algo, ha de entregar otra cosa a cambio: el quid pro quo es una máxima en las relaciones. Todo es tragicómico, burocrático, como esas conferencias telefónicas que pasan por decenas de sirvientes y se eternizan hasta el absurdo.
Sin embargo, la serie no sería nada sin el peso de las interpretaciones. The Crown tal vez sea la serie donde mejor se congelan las miradas. Donde más cosas se nos cuentan sin palabras. Los actores son tan solventes que el Globo de Oro de Claire Foy sabe a poco. Mención aparte merece el trabajo de John Lithgow y su encarnación de Winston Churchill. Un papel soberbio que quedará identificado para siempre con su 1,93 de estatura.
Tras devorar los diez episodios y sufrir un verdadero síndrome de abstinencia, una no puede evitar preguntarse cómo habrá caído esto en Buckinham Palace. Si la Reina se sentirá indiferente, indignada o tal vez agradecida de que alguien la presente como un ser humano. Con sus luces y sus sombras. A veces entran ganas hasta de compadecerla. Si algo se entrevé de toda esta jauría es que es difícil escapar viva de su acecho.
Excelente crítica.
Patetico, la reina de UK esta muy ocupada contando sus millones, en cuanto el feminismo esta claro que esta muerto cuando se usa una serie sobre una privilegiada desde su nacimiento como «avance» del emponderamiento femenino.
Pero claro hablamos de una panda que defiende el disparate de «discriminación positiva» algo tan lógico como «racismo guay», «esclavismo emprendedor» o «genocidio regenerador».
Por cierto hasta las mujeres que no las «enponderadas sorbe paguitas» abominan del feminismo
https://www.youtube.com/watch?v=yKMc7X_aC_U