En marzo de 1986, Link se aventuró por primera vez en el país de Hyrule. Recordamos lo que ha cambiado desde entonces en la saga de Shigeru Miyamoto, para bien y para no tan bien...
Imagen de cabecera: Arashi-H
¿Parece que fue ayer? Pues no exactamente: afirmar eso nos llevaría a olvidar todos los cambios (tecnológicos, y también sociales) que pueden modelar un videojuego ‘desde fuera’. Pero sí es cierto que enterarnos (vía Kotaku) que la saga The Legend of Zelda ha cumplido 30 años puede llevarnos frente al espejo, a contar las arrugas. Hace tres décadas ya que Shigeru Miyamoto, inspirado por las excursiones que emprendía de pequeño en torno a su pueblo natal de Sonobe, embarcó a un sprite marrón y verde en una aventura de desarrollo abierto, que tomaba muchos elementos de los juegos de rol (la posibilidad de mejorar al personaje, el énfasis en la exploración) simplificándolos y dotándolos de ganchos capaces de atraer al jugador menos dedicado. El sprite en cuestión se llamaría Link, ya que su misión era la de servir de enlace entre usuario y programa. El entorno por el cual se movería (todo él bosques, montañas y mazmorras de diabólico trazado) recibió el nombre de Hyrule, que resultaba muy atrayente. Y el macguffin que habría de motivar la exploración sería, cómo no, una princesa. Una princesa bautizada, además, como la desgraciada esposa de Francis Scott Fitzgerald, un personaje real del cual Miyamoto no sabía demasiado, pero cuyo nombre le parecía eufónico.
En Japón, The Legend of Zelda llegó al mercado contenida en un floppy disk, como parte de ese Famicom Disk System al que podían acudir los usuarios nipones si querían tener juegos de carga más lenta, pero con facilidades a la hora de cargar las partidas. Los usuarios occidentales (sobre todo, los estadounidenses) que poseían una Nintendo Entertainment System (NES) tuvieron que llevarse a casa un cartucho ‘especial’ de color dorado, en su primera edición, que privaba al juego de algunas de sus prestaciones sonoras y de interfaz. Porque el Famicom Disk System llevaba incorporado un sintetizador de tabla de ondas que no sonaba nada mal, y los mandos de la consola japonesa llevaban un micrófono incorporado: en la versión del Sol Naciente, los Pols Voice sólo morían si uno le hablaba al susodicho micro. Por lo demás, las versiones eran casi idénticas.
¿Qué es lo que más nos flipa cuando pensamos en el Zelda original? Pues allá cada cual, pero a nosotros nos pasma la sensación de salto al abismo que debía embriagar al jugador. Hablamos de un juego muy complejo (incluso para los estándares actuales) al que uno se enfrentaba en la era pre-internet, sin walkthrougs ni consejos a un clic del ratón. Los usuarios estadounidenses, al menos, gozaban de publicaciones especializadas como Nintendo Power, que ofrecían documentación sobre los juegos de NES, o incluso una guía de estrategia oficial. Los españoles… ni siquiera eso, porque aquí los que mandaban eran los ordenadores de 8 bits. Así pues, menudo papelón si uno quería saber junto a qué árbol colocar una bomba, o qué armas afectaban a los dodongos.
En estas tres décadas, la saga Zelda ha tenido 19 entregas, y llegará a la veintena este mismo año con su nuevo título para Wii U. A lo largo de este período hemos visto a Link de todos los colores (aunque su favorito siempre ha sido el verde), desde el blanco y negro gameboy de Link’s Awakening (1993) hasta la policromía de Four Swords Adventures (2004). También hemos observado un cambio en la narrativa de la saga, que ha pasado de dejarnos solos ante los moblins a lastrarnos con una cierta sobreexplicación en sus entregas para consolas de sobremesa. Por otra parte, la forma en la que Ocarina of Time (1998) llevó sus mecánicas del 2D original a las tres dimensiones sigue siendo un ejemplo de buena implementación, y recientemente hemos visto cómo puede seguir motivando discusiones (estériles, lo sabemos) sobre si es o no el mejor juego de la historia. Eso sí: los «¡Hey! ¡Listen!» del hada Navi siguen poniéndonos de los nervios.
Pero, en la evolución de The Legend of Zelda, hay algo que a nosotros nos gustaría destacar: cómo la propia Zelda, princesa de Hyrule, ha pasado de ser una excusa argumental a tomar protagonismo en su propia historia. Las dinámicas de género dentro del serial pueden dar lugar a más de un conflicto, pero quién nos iba a decir que aquella figura lastrada por enaguas y pollerines que vimos hace treinta años dibujada en un manual de instrucciones iba a convertirse en un personaje tan carismático. Conforme la tecnología, y la sociedad, iban cambiando, Zelda se ha convertido en una figura capaz de cambiar de género (en Ocarina of Time) o de capitanear un barco pirata (en The Legend of Zelda: The Wind Waker, 2002). Incluso Twilight Princess (2006), una de las entregas más flojas, la revestía de majestad. Y, por supuesto, no podemos olvidar todas las veces que ha acribillado a Ganondorf con flechas de luz antes de que nosotros le diéramos el golpe de gracia. Así pues, esa revisión inocentona de la que era objeto en Skyward Sword (2011) no nos termina de hacer demasiada gracia. Y nos da bastante rabia que no haya habido todavía un juego (aparte de las entregas de Super Smash Bros. y de Hyrule Warriors) que nos permita convertirla en nuestro álter ego.
¿Cuántas horas hemos pasado «echándonos un Zelda»? Imposible saberlo. Así pues, mil gracias a Miyamoto-sama (y a Takashi Tezuka, y a Eiji Aonuma, y al compositor Koji Kondo, y a todos los currantes que han echado también sus minutos incontables quemándose las pestañas frente a un monitor para proporcionarnos nuestros viajes a Hyrule. Es el momento de soplar las velas y exclamar «FELIZ CUMPLEAÑOS, ZELDA Y LINK». Y ahora, que se preparen, porque esas puntiagudas orejas hylianas se prestan mucho a los tirones…