The Mo Brothers. El cine de Indonesia más allá de ‘The Raid’

Aprovechando que Netflix ha añadido a su catálogo Headshot, hemos elaborado un repaso por la filmografía de sus directores, los Mo Brothers. Porque existe vida más allá de The Raid. Porque en Indonesia también los locales saben hacer cine donde cada hostia cuenta, porque cada hostia duele.

Para muchas personas no existe nada fuera de EEUU. No artísticamente hablando. Salvo la mínima deferencia televisiva que se tiene hacia los países nórdicos con el género noir y hacia Inglaterra con el histórico, todo lo que se nos ofrece suele estar cortado por los gustos hegemónicos de la colonia gobernada por el hombre del peluquín de oro. Porque la época del post-colonialismo, de la imposición cultural vía capitalismo neo-liberal, está muy lejos de haber concluido.




Pero eso no implica que no haya alternativas. Cualquiera con interés sabe dónde debe dirigirse. Con el cine europeo en cabeza del interés de los amantes del cine, con India, Japón y Corea siempre en el punto de mira en lo que corresponde a Asia, los países capaces de levantar pasiones, por minoritarias que sean, se pueden contar con los dedos de una mano.

Pero si algo es seguro es que Indonesia no es un ejemplo de ese interés.

The Mo Brothers

O no lo estaba hasta hace poco. The Raid logró para la cinematografía de Indonesia lo que Ong-Bak hizo por la de Tailandia: crear un héroe de acción que, sin ser ni blanco ni anglosajón pudiera apelar a un público internacional. Y es que si bien el salto de Iko Uwais, protagonista de The Raid, al cine occidental ha sido discreto -con papeles secundarios en Man of Tai Chi y Star Wars: Episodio VII, además de haber sido confirmado en la poco esperanzadora Beyond Skiline-, este maestro del Pencak Silat, un arte marcial tradicional indonesio, ha aportado un soplo de aire fresco al anquilosado campo del cine de acción. Algo en lo que tiene mucho que ver su director, Gareth Evans.

Con dos películas de The Raid en su haber, la tercera ya en el horizonte y planeando el salto a EEUU, Evans le debe mucho a Indonesia. Pero no es el único. Joshua Oppenheimer, director de los aclamados documentales The Act of Killing y The Look of Silence sobre las masacres en Indonesia entre el 65 y el 66 del pasado siglo, han vivido tanto tiempo en el país que sería absurdo no señalar que son parte importante de la cinematografía local. De su cultura. No cuando han trabajado con equipos totalmente compuestos por indonesios. Pero, más allá de ese par de cabezas visibles más fáciles de vender al público occidental, todavía prejuicioso sobre lo oriental, ¿qué clase de cine se hace en Indonesia? Depende de la época.

Rápida historia del cine de Indonesia

La industria cinematográfica de Indonesia ha cambiado de forma radical a lo largo del tiempo. Pero, para sorpresa de muy pocos, el cine indonesio, en todo momento, ha estado muy influído por las fuerzas coloniales. Siendo un país ocupado por los Países Bajos primero, Japón después y, tras la Segunda Guerra Mundial y su posterior independencia política, por la generalizada influencia neo-colonial de los EEUU, su cultura siempre ha estado a caballo entre sus raíces propias, la imitación del cine americano y la copia de los rasgos particulares del cine japonés.

Toda esa influencia fue, de todos modos, fruto del contrabando. Eso se debe a que, hasta bien entrados los años noventa, el gobierno prohibió toda forma de importación de películas extranjeras. ¿Con qué fin? Con el único lógico: incentivar la producción de una cultura fílmica propia del país. Algo que demostró ser muy efectivo: con una gran diversidad de géneros, que va desde las películas de acción con pretensiones populares del prolífico Arizal hasta un más que notable cine independiente que en los ochenta prometía invadir Cannes de forma regular, Indonesia parecía destinada a ser una gran potencia fílmica. O al menos lo parecía hasta que, con el levantamiento de la prohibición de la importación de cine extranjero, su producción interna se vino abajo.

Cut Nyak Dhien (1988)

Cut Nyak Dhien (1988)

Siendo imposible para la industria local competir contra las producciones de Hollywood o Hong Kong, todo el tejido empresarial que se había ido conformando en el país acabó deshaciéndose en menos de diez años. Y con ello, también su diversidad. De ahí que, para los 00’s, Indonesia sería conocida, en esencia, por producir cine exploit de aires occidentales. Y si bien el cine independiente logró resistir a duras penas, en el mercado exterior se asentó la idea de que Indonesia era un productor de cine de terror de bajo presupuesto al estilo ochentero.

Algo que produjo el caldo de cultivo perfecto para hacer algo diferente. Para hacer cine de terror que fuera algo más que un rip-off de producciones japonesas u occidentales.

En otras palabras, sólo era cuestión de tiempo que surgieran nombres propios como el de los Mo Brothers.

Cinefilia hermanada

The Mo Brothers

Los Mo Brothers, nombre artístico tras el que se encuentran Timo Tjahjanto y Kimo Stamboel, han sido durante años la joya de la corona del terror indonesio. Con un cine crudo, violento, pero no desprovisto de cierta querencia por el humor, sus influencias proceden, como cabría esperar, de las dos fuerzas coloniales más importantes en el país: EEUU y Japón. Pero incluso con la influencia de ambas fuerzas coloniales, en su cine es más fácil apreciar los ecos estadounidenses.

Auto-declarados fanáticos de Psicosis y La matanza de Texas, todas sus películas tienen ramalazos de este par de clásicos. Especialmente del de Tobe Hooper. Su uso del sonido y de la elipsis, su capacidad para mostrar sin enseñar, nos remite constantemente hacia el mayor mérito estético de la primera película de la famosa saga de familias disfuncionales: el valor de que el terror ocurra no sólo fuera de plano, sino a través de elementos no visuales. A través del sonido.

Si además sumamos que los Mo Brothers también sienten una desaforada pasión por la idea de que la familia que mata unida permanece unida y que les gusta un slasher más que a un tonto una motosierra, no es difícil imaginar cómo debe ser su cine. Porque es exactamente lo que cabe imaginar. ¿Y qué es lo que cabe imaginar? Gore. Violencia. Cierto sentido estético sucio que nos haga hormiguear todo el cuerpo. Exactamente lo que nos ofrece Macabre.

Siguiendo una idea cercana a la de Dara, el cortometraje inmediatamente anterior a este su primer largometraje, nos encontramos con una pareja, Adjie y Astrid, que, acompañados de sus amigos, se dirigen hacia el aeropuerto para dejar el país al haber conseguido un nuevo trabajo en Sidney. Un plan que se torcerá cuando, de camino allí, encuentren a una chica llamada Maya en mitad de la carretera y, debido al tiempo restante que tienen por delante, decidan acercarla hasta su casa. Una casa donde las normas de hospitalidad obligan a recibirlos, y con el pequeño inconveniente de que la familia acabará estando formada por caníbales inmortales.

Aunque la película parece seguir todos los patrones clásicos del slasher americano, es imposible negar que lleva su influencia más allá de la mera copia. Transforma su obsesivo parecido con La Matanza de Texas en algo diferente.

Macabre

Con irreverentes toques de humor negro, cierta obsesión con los conflictos familiares y la paternidad que rescatarían en posteriores producciones y un distintivo toque personal en el modo de abordar la violencia -no sólo haciendo que el peso recaiga sobre el sonido, sino también sobre un juego de cámaras más cercano al del cine de acción-, Macabre es el tipo de película inconcebible en Occidente. No es un slasher paródico. Tampoco alguna clase de acercamiento enamorado o irónico, las dos caras de la moneda del cinismo. Sólo un slasher clásico con toda su alma, personalidad y tripas.

Y no hablamos sólo de las que se esparcen por el escenario para dar la sensación de que hubo más violencia de la que se nos supo mostrar.

V/H/S 2

Tras el éxito y la acogida internacional de su primera película el camino seguro para los Mo Brothers era repetir. Seguir haciendo slashers, más o menos canónicos, con los cuales agrandar su leyenda o caer en la irrelevancia junto con el cada vez menor peso de un género en decadencia. Y si bien otros directores hubieran elegido hacer eso, ellos prefirieron mantenerse en silencio.

Tras dejar pasar un tiempo sin grandes movimientos, Timo Tjahjanto reaparició en escena con un cortometraje entre brazos para V/H/S2, una antología de cortos de terror found footage. Pero al igual que en sus anteriores trabajos no estuvo solo, esta ocasión no fue la excepción. Salvo porque su pareja no fue Kimo Stamboel, sino Gareth Evans.

Safe Haven nos hace seguir a un grupo de periodistas de investigación, cámara en mano, en su pretensión de descubrir qué oculta una extraña secta que ha estado creciendo a pasos agigantados. Al menos hasta que todo se sale de madre.

La pericia visual con la que hacen uso de los juegos de cámaras que permite el found footage, lo perturbador de su argumento -que acaba en un chiste, a la vez el último clavo del ataúd en lo ocurrido- y la brutalidad general que inunda todo el metraje hace de este corto lo mejor que han firmado hasta el momento los miembros de los Mo Brothers. Un puñetazo en el estómago del cine de terror encapsulado en lo que, en apariencia, no es nada más que un corto de trasfondo exótico.

Tras eso, con Gareth Evans volviendo su mirada hacia The Raid, Timo Tjahjanto ya estaba en disposición de volver al largometraje. Y esta vez, con él, regresaría Kimo Stamboel.

En Killers, estrenado el 2014, dos hombres -uno en Japón, otro en Indonesia- descubren que hay algo que los une: el asesinato. El problema llegara cuando uno de ellos malinterprete los actos del otro, creyendo que fueron conscientes y premeditados y no un terrible accidente, convirtiendo entonces su incipiente amistad en un intento de demostrarle que, aunque no lo crea, dentro de él también existe el mismo placer por el asesinato. Sólo que hasta ahora se lo ha estado negando.

Todavía con un pie bien asentado en el terror, Killers es una singularidad dentro del cine de los Mo Brothers, mucho más centrado en el drama, con una paleta estética cercana al thriller con innegable influencia de David Fincher. En esta ocasión el despliegue de violencia, todavía extremo, se ve puntuado por momentos más reflexivos y un desarrollo más dramático que permite dar empaque a una película que se mira más en el cine contemporáneo japonés, desde Kiyoshi Kurosawa hasta el lado menos pop de Tetsuya Nakashima, que en la fórmula clásica del slasher americano que parecía alimentar de forma más obvia su carrera.

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Y aunque el resultado es irregular, especialmente en un último tercio que intenta ser un medido descontrol a la coreana que no termina de tener el punch necesario como para elevar por su propia fuerza la resolución del conflicto, Killers es un ejemplo excelente de cómo el thriller más interesante se está haciendo hoy en día en Asia.

Por fortuna, tras Killers no hubo que esperar otros siete años para que se produjera su regreso al largometraje. Con la influencia de Gareth Evans siempre presente, y cambiando otra vez radicalmente de estilo, Headshot, su última película hasta el momento, es una pequeña delicia de la acción más descerebrada y sin sentido.

Con una trillada historia de protagonista amnésico enfrentándose contra un pasado tan turbio como traumático, en la película tenemos al campeón del cine de acción contemporáneo, Iko Uwais, haciendo lo que mejor sabe hacer: soltar hostias. Pero no nos equivoquemos. Esto no es The Raid. Ni para bien ni para mal. Sin el refinamiento visual y la capacidad para representar el espacio de Evans, los Mo Brothers demuestran que, poseen un acercamiento diferente a la hora de rodar acción. Donde Evans hace de la hostia algo significativo por su disposición seca y certera, los Mo Brothers hacen de la hostia algo significativo por su conexión con la realidad física. Con el dolor. Que cuanto más elevado, mejor.

Porque todas las peleas de Headshot duelen. Cada arma, cada golpe acaban siempre impactando contra las zonas más vulnerables del cuerpo del rival. Zonas blandas, articulaciones, mucosas. Todo objetivos válidos para Uwais & Co, que se lo pasan pipa jugando con puños, machetes y herramientas de oficina a dislocar, romper o directamente mutilar o extraer partes del cuerpo de sus rivales.

No es ya la poética de la hostia seca, la belleza de rivales moviéndose de un modo inconcebible para el común de los mortales. Es el efecto de cada hostia. Cada cuerpo ensangrentado, roto y en disposición de ser tratado como un cerdo en el mostrador de una charcutería. En otras palabras, lo que hace grande a Headshot es el tratamiento de película de terror. Que las hostias importan, porque sirven para retratar toda la sangre y el dolor.

Headshot

De ahí que, tras la más pausada y centrada en la resolución de la trama Killers, Headshot sea su reverso absoluto: aquí lo que cuenta es la expresión del dolor. ¿Y el romance genérico, la trama de un párrafo y el tema, coherente, sobre la necesidad de los cuidados personales antes que la preocupación sobre los otros? Algo secundario. Algo que está ahí, que no molesta si no se piensa mucho, pero que sirve para dar algo de coherencia e hilo a lo que realmente importa: hostias tan enormes que nos hacen transpirar de más mientras hacemos algún que otro aspaviento para evitar que alguna nos llueva también a nosotros a través de la pantalla.

Si algo queda claro tras Headshot es que no es The Raid. Igual que los Mo Brothers no son Gareth Evans ni el cine de Indonesia se acaba en este segundo. Porque, aunque a veces lo olvidemos desde occidente, existen otros países, otras culturas y otras perspectivas acerca de cómo abordar el medio.

Headshot

Ahora bien, ¿qué será lo próximo de los Mo Brothers? No podemos saberlo si todo depende de que estén juntos. Timo Tjahjanto está grabando The Night Comes for Us, un thriller de acción donde un sicario de la mafia tendrá que enfrentarse a las triadas para volver a su casa. Y Kimo Stamboel tiene en cartera One Good Thing, con guión de Todd Brown -también autor, porque todo es circular, del de The Raid-, donde un sicario de la mafia y un oficial de policía tendrán que unir fuerzas para proteger a una chica de bandas rivales y policías corruptos por igual.

¿Afectará está separación al trabajo de ambos? Parece dudoso. Ambos ya trabajaron por separado en Safe Haven y L is for Libido, un corto presente en la antología The ABC of Death, con resultados que van de lo excelente a lo notable. Por extensión, es difícil creer que, con sus respectivos largometrajes, nos vayan a dar menos de lo que ya nos han ofrecido hasta ahora. Ese es el resultado. No perdemos un dúo: ganamos más producción. Porque ambos están de sobra capacitados como para llevar adelante sus planes.

nightcomesforus

Y eso nos hace pensar en otra cosa. En la posibilidad de que Indonesia, mirando hacia Corea, esté construyendo otra forma de abordar el thriller; y mirando hacia el sudeste asiático en general, otra forma de abordar la acción. Algo que no podemos saber todavía, no cuanto la sombra de The Raid y nuestro conocimiento de la cinematografía del país es tan tenue y dependiente de occidente. Pero ahí queda la posibilidad, para nada remota, de que los Mo Brothers sigan espoleando nuestras imaginación con mundos brutales y desquiciados donde, para variar, las hostias sí duelen al verlas venir.

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