‘The Twilight Zone’ en los 80: destellos en la oscuridad

La CBS anunció hace unas semanas una nueva versión de The Twilight Zone, la más legendaria de todas las series que el mundo ha conocido -y por una vez, esto no es una exageración- a manos de Jordan Peele y los chicos de Blumhouse. Pero no será la primera vez: los años ochenta conocieron una segunda encarnación de la serie en la que el nivel bajó de forma algo estrepitosa, y aún habría una tercera versión todavía más calamitosa en 2003. Aun así, de entre los agotadores 110 segmentos que compusieron las tres temporadas de aquel revival ochentero, hemos rescatado veinte joyas que no desmerecen de las temporadas originales.

La nueva Twilight Zone surgió en 1985 tras el estreno de En los límites de la realidad (1983), la sabrosa versión cinematográfica de la serie en la que directores como Joe Dante y George Miller brillaron a gran altura. Pese a los discretos resultados en taquilla, la CBS decide dar una nueva oportunidad a la serie antológica convocando a guionistas como el gran escritor y especialista en fantástico Harlan Ellison, J. Michael Straczynsky -más conocido en las últimas décadas por su labor a los mandos de cabeceras comiqueras como Spiderman– o incluso un tal George R. R. Martinnuff said-. Y entre los realizadores de los capítulos encontramos un buen puñado de sospechosos habituales de esto del fantástico, auténticos fans de la serie original, a quienes debió pillarles en plena infantoadolescencia, cuando todo deja una marca. Hablamos de nombres como Wes Craven, Joe Dante again, Tommy Lee Wallace, Peter Medak, Gus Trikonis y hasta Atom Egoyan o William Friedkin -que firmará el que será el episodio más memorable de este revival y uno de los mejores de Twilight Zone en toda su historia-, acompañados de todo un star system en horas altas y bajas, que aportan oficio y algo a lo que agarrarse en los momentos difíciles.




Las cinco temporadas originales de la serie de Rod Serling (1959-64) en glorioso blanco y negro, permanecen como una cumbre televisiva inalcanzable: las historias, pese a unos cuantos patinazos -sobre todo en lo que concierne a la cuarta temporada, en la que los episodios doblaban la duración y dividían por la mitad la diversión y el ingenio- eran de un nivel general superlativo y fueron el germen de prácticamente todas las buenas ideas que caracterizan al cine de terror y de ciencia-ficción contemporáneo. En la versión que nos ocupa no podemos ser tan optimistas. En España conocimos esta etapa en los videoclubs antes que en las TV autonómicas, en gloriosos VHS renombrados con el interminable título de Más allá de los límites de la realidad. Esta etapa se divide en tres temporadas caóticas en las que los episodios cambian de duración de una semana a otra de manera random y pasan del capítulo con una única historia de una hora de duración a episodios contenedores con dos o tres segmentos de nueve, quince, veinte minutos…

En líneas generales, aunque hay diversos ramalazos de genio, la mayor parte de los episodios caen en las garras del infierno conceptual de los ochenta: bandas sonoras que basculan entre el sintetizador escacharrado y la música de ascensor interpretada con un órgano Casio, realización plana y desaliño formal hasta la desesperación -lo de “el mejor cine está en la TV” era un chiste sin gracia en aquella época-, iluminación entre antro de burdel y flous a lo David Hamilton, y efectos especiales del inframundo -aunque esto último lo digo más como un halago que como un defecto, harto ya de tanto CGI clónico-.

Pero lo maravilloso es comprobar cómo hasta en el más duro asfalto audiovisual pueden crecer brotes verdes. Si la historia es buena y el realizador no es un destripaterrones, a veces surge el milagro y, como dirían en Parque Jurásico, la vida se abre camino. Ha sido duro, pero hemos revisado entera esta Twilight Zone de los ochenta y hemos rescatado del horror vacui, del abismo estético, del humor triste y del sopor televisivo, veinte fragmentos poderosos: unas buenas cucharadas de caviar iraní y otros cuantos platos más bastos pero igualmente reconfortantes.

Así que enchufad la propia cabecera, que supera en espíritu eerie a la original -y además, son los Grateful Dead quienes interpretan la nueva versión de la mítica sintonía-. Denle al play, que esto empieza ya.

A little peace and quiet (S1E01)

El primer capítulo de la reentré se compone de una dupla de segmentos firmados por uno de los reyes indiscutibles del horror en los ochenta: Wes Craven. En el segundo de ellos, el cineasta dirige con oficio y sin sobresaltos la atribulada vida diaria de una ama de casa interpretada por una fantástica Melinda Dillon, que sobrevive como puede a un infierno de niños gritones, televisiones a todo volumen, radios que braman noticias sobre guerras y desastres, electrodomésticos ruidosos, obras infernales y un marido heteruzo que solo sabe protestar por sus camisas.

Cuando descubre que tiene la habilidad de mandar callar a todo el mundo -y pararlo de paso-, no duda en utilizar su poder a la más mínima ocasión para encontrar la paz y tranquilidad que anuncia el título. Lástima que la última vez que usa su “don” sea en el preciso instante en el que el caos se ha adueñado del mundo. En un fantástico plano secuencia, nuestra protagonista recorre una ciudad histérica congelada en pleno “sálvese quien pueda”. La cámara sube y sobre la marquesina de un cine que proyecta -guiño, guiño, codazo, codazo- ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), contemplamos un enorme misil atómico de bandera rusa a punto de explosionar -en una imagen fija que hay que ver para creer-. Los créditos, esta vez, van sin música. Genial alarde de coherencia interna.

Dreams for sale (S1E02)

Antes de que existiera Matrix (1999), aquí hay un fallo en Matrix: un idílico picnic campestre se convierte en algo completamente distinto. A partir de un momento, las situaciones y los diálogos empiezan a repetirse. La máquina de sueños falla y cuando la soñadora despierta a la realidad, descubre una auténtica pesadilla. Diez minutos con saborazo a Philip K. Dick pilotados con eficiencia por Tommy Lee Wallace, el director entre otras de IT (1990) y con una estupenda Meg Foster, actriz inolvidable en títulos como Clave: Omega (1983) o Están vivos (1988).

Nightcrawlers (S1E04)

Un policía llega a un diner en medio de la noche. Allí solo está el barman y unos cuantos clientes adormilados, pero un personaje con muy mal aspecto entra un par de minutos más tarde. El extraño parece poseer extraños poderes que acabarán por convertir el local en un infierno auténtico en un vertiginoso crescendo de locura y violencia.

Todos de pie. William Friedkin is in da house para subir el nivel, y vaya si lo sube: Nightcrawlers es uno de los mejores episodios de todas las encarnaciones de Twilight Zone. Un prodigio de narración concentrada, tensión sostenida y progresión brutal. Basado en una historia del novelista Robert C. McCammon, la historia coge el tópico de veterano del Vietnam con secuelas y lo sublima. La realización, la duración de las escenas, el ritmo y el paso de un plano a otro está a años luz del resto. El episodio es una apisonadora. El capítulo coincidió con un adelanto horario, por lo que la violencia gráfica de Friedkin debió convertir la cena en muchos hogares yanquis en algo en verdad memorable. Momentos que marcan a una generación de futuros cineastas.

Examination day (S1E06)

Un chico debe pasar -o no- un examen gubernamental. El nerviosismo de los padres nos transmite que el chaval se está jugando algo más que una buena nota… Un pequeño divertimento con bastante mala leche que recuerda a futuros totalitarios como La fuga de Logan (1976) o El juego de Ender -la novela de Orson Scott Card, por favor, no la película-. La juventud amenazada.

The burning man (S1E08)

Otra de las cumbres absolutas de la serie. Una pieza mínima y enigmática, salida de la pluma de Ray Bradbury -que consideraba el episodio como una de sus mejores adaptaciones- y con la querida Piper Laurie Carrie (1976)- dentro. Un anciano alucinado es recogido en coche por una mujer y un niño. El extraño habla de forma siniestra e incoherente sobre el sol que le persigue, la genética del mal y seres que nacen del lodo, aterrorizando a sus pasajeros hasta que lo expulsan del vehículo. Más adelante la pareja se encuentra con un chico vestido de blanco… De una fuerza poética y abstracta considerable que puede recordar hasta a Jodorowski, el segmento finaliza con un inolvidable plano final nocturno en el que las luces se apagan. Tan sencillo. Tan aterrador. Lo desconocido.

The shadow man (S1E10)

Joe Dante at his best: nuevo hit absoluto. Un chaval apocado, gafotas y víctima propiciatoria de bullying -y pese a todo, antipático, con lo que se desactiva cualquier tipo de riesgo de convertirse en una lección moral o un episodio de denuncia- descubre con horror que debajo de su cama vive un “hombre-sombra”, un demonio sin rostro y posible causante de la desaparición de varios niños en la zona. Pero el ser diabólico le anuncia que está a su servicio y nuestro débil protagonista decide aprovecharse de ello…

A todos los que miréis con condescendencia o ironía resabiada esta Twilight Zone de aspecto naif con más de treinta años de antigüedad y de estética desfasada, os recomiendo encarecidamente el visionado de este capítulo en concreto: aunque por lo general se hayan subido los límites de la representación en TV, decidme qué serie de hoy en día se atrevería a finalizar SPOILER con la imagen de un ser de oscuridad estrangulando a un niño en un parque en medio de la noche.  ¿Oís esos gritos? Es lo políticamente correcto, que pide socorro.

The uncle devil show (S1E10)

Otra pequeña malevolencia con un niño como protagonista: unos padres despreocupados no advierten que su hijo de corta edad ha pedido un VHS que parece un amable programa infantil pero resulta ser algo más diabólico que los vídeos de The Ring y Channel Zero: Candle Cove juntos… bueno, quizá no tanto. Quizá lo que sucede es que el diablo se aburre y quiere un poco de caos. Como todos los niños del mundo.

Monsters! (S1E15)

La entrañable amistad entre un chico y su vecino el vampiro -es imposible no acordarse al verla de Noche de miedo (1985) o Phantasma II (1979)- tiene un giro tan, pero tan loco y divertido que hay que verlo para creerlo. Baste decir que estamos ante una ensalada de referencias que haría las delicias de la mítica Famous Monsters of Filmland, y que el anciano vampiro interpretado por Ralph Bellamy nos deja una frase para la posteridad: “en la noche hay cosas mucho más aterradoras que yo”.

A matter of minutes (S1E15)

La historia de la que parte este episodio se basa en un genial cuento del gran Theodore Sturgeon: Ayer era lunes. Una pareja se despierta inexplicablemente en una realidad a medio construir por laboriosas figuras vestidas de azul: ha habido una descompensación temporal y son los privilegiados testigos de cómo se construye un mundo nuevo cada minuto. No hay nadie más porque es demasiado pronto. Esta tramoya gigantesca tiene una traslación en imágenes que podríamos definir como lo que haría Michel Gondry con el director de arte de José Luis Moreno. Aún así, la premisa es tan fantástica que es difícil no enamorarse de este A matter of minutes.

The elevator (S1E16)

El guion de este capítulo podría ser el grado cero de escritura del fantástico: unos jóvenes entran en un almacén y al final les espera una araña gigante. Si nos pusiéramos estupendos, pondríamos The elevator -basado en una narración de Ray Bradbury, ojo- como Obra Cumbre de lo conceptual en el terror, puro arte moderno minimalista. Pero el bestial desaliño formal, unos cuantos diálogos estúpidos y la pereza de la realización nos lo impide. Aún así, se agradece la concisión. El Señor de los Anillos (2001-03) necesitó más de nueve horas para mostrar la araña gigante, y Stephen King, 1200 páginas de It. A esta pieza le bastan ocho minutos.

To see the invisible man (S1E16)

Me he resistido, pero al final me rindo y añado un capítulo a la lista que encierra una lección moral -a fin y al cabo, una de las especialidades de la serie original-. Nuestro protagonista comete el pecado de ser poco empático y emocionalmente frío, por lo que la “buenista” sociedad del futuro en la que vive le condena al ostracismo: nadie podrá hablarle durante un año y la sociedad entera deberá tratarle como un ser invisible.  Lo que parece en principio una bendición para nuestro asocial protagonista -adiós a odiosas interacciones sociales y molestas conversaciones con el prójimo-, pronto se convierte en un problema que da lugar a desagradables situaciones.

En una escena particularmente perturbadora, el “apestado” se introduce en un vestuario femenino para aprovecharse de la orden de silencio hacia él y la obligación de tomarlo por invisible. Pero lo creepy de la situación y el odio y asco indisimulable en los rostros de las mujeres, hacen verdadera mella en el protagonista, que sale de allí vencido y humillado como el ser despreciable en que se ha convertido.  La historia original es de otro de los nombres fundamentales de la literatura scifi: Robert Silverberg. Quizá por eso el episodio bordea la gazmoñería y se convierte en un relato poderoso y emocionante en su trecho final.

Gramma (S1E18)

Guión de Harlan Ellison e historia original de Stephen King: nos encontramos ante otra oda a la sencillez expositiva. Un chico se queda a solas con su abuela moribunda, que yace en su lecho al final del pasillo de la casa. El temor del nieto a la anciana está más que justificado cuando descubrimos que ésta es aficionada a leer el Necronomicón y más que una tierna yaya, es un enorme, malvado y purulento ser que arde en deseos de “abrazar” a su nieto antes de morir. Este simpático episodio no pasará a la historia, pero el tono infantil y macabro acerca la narración a un Roald Dahl más que al escritor de Maine.

Button, button (S1E20)

Otra cima de la serie gracias al malévolo guion de Richard Matheson -aquí con seudónimo por culpa de un cambio al final del capítulo con el que no estaba de acuerdo- que adapta un relato propio, y a la fantástica pareja protagonista que forman Mare Winningham y Brad Dourif. Alguien deja una misteriosa caja en la puerta del apartamento de un bloque que es pura white trash. La caja tiene un botón y al día siguiente un desconocido les anuncia que si lo pulsan, recibirán al instante 200.000 dólares… y alguien que no conocen morirá.

El capítulo se transformó hace unos años en The box (2009), realizada por Richard Kelly, el inclasificable autor de Donnie Darko (2001) o la recomendabilísima e infravalorada Southland Tales (2006). El director recoge el imposible punto de partida y lo desarrolla hasta el absurdo más absoluto y gozoso: la loca premisa de Matheson acaba en la estratosfera. Porque Richard Kelly está loco. El mundo necesita a Richard Kelly.

Need to know (S1E21)

Los habitantes de un pueblo se están volviendo locos, como si fuera una película del David Cronenberg de los años setenta, y la razón es maravillosa: una frase susurrada al oído que pasa de habitante a habitante y que supuestamente revela el sentido de la existencia. Se nos ocurren unas cuantas historias sobre este tema, desde el sketch de los Monty Phyton del chiste capaz de provocar la muerte, hasta el final de la tremenda -y tremendista- Martyrs (2008), de Pascal Laugier, donde tal secreto es revelado a su vez… en un susurro. Lovecraft también trufaba sus historias de palabras prohibidas que volvían loco al que las escuchaba, aunque el pueblo de este capítulo es mucho más mundano que Arkham, Dunwich o Innsmouth. El desarrollo no está a la altura de la premisa, pero un final excelente -que anticipa el momento de la estación de radio en el ya legendario episodio 8 de Twin Peaks: The return (2017)- y las actuaciones de la imbatible dupla protagonista, William Petersen y Frances McDormand, convierten este episodio en inexcusable.

Take my life… please! (S1E22)

Este episodio sirve como venganza anticipada sobre todos los malos monologuistas que asolan nuestro día a día desde hace décadas. Aquí, el protagonista roba sin rubor los gags de otro cómico -en una situación con ecos de El rey de la comedia (1982), de Martin Scorsese– y acaba en el infierno, que se asemeja a una sala de fiestas triste y decadente. Allí tiene que representar una y otra vez su número cómico. Pero el público del Averno es muy duro y solo se ríe cuando el comicastro recuerda con pesar las calamidades de su vida anterior. Y así por toda la eternidad en una suerte de castigo low-fi, como un pianista en un crucero. A Andy Kaufman le habría encantado.

The storyteller (S2E03)

Todos necesitamos al menos una brizna de esperanza para querer continuar en este valle de lágrimas. Bajo esta máxima se esconde uno de los segmentos más poéticos de la serie, en la que un niño se convierte en un moderno Scheherezade y cada noche, cuenta a su anciano abuelo una historia inconclusa con la promesa de continuar la noche siguiente y así mantenerle con vida un día más. La historia termina con una estupenda coda final acorde con la lógica interna del relato. ¿Y qué somos todos los espectadores sino oyentes de historias? Rod Serling fue el narrador de nuestras particulares Mil y una Noches.

The toys of Caliban (S2E05)

Calibán, el personaje salvaje y materialista de William Shakespeare toma aquí la desconcertante forma de un joven deficiente mental con el extraordinario poder de materializar todo lo que ve en libros o revistas. Uno de los relatos más brutales y desesperanzados de toda la serie, con ecos del mítico relato de terror La pata de mono (1902), y basado tangencialmente en uno de los mejores episodios de la historia de Twilight Zone, It’s a good life (1961) -que también revisó Joe Dante para su segmento de En los límites de la realidad y tendría una pocha continuación en la Twilight Zone de 2003-. El don del chico es en realidad una maldición al no poder hacer un uso correcto de sus poderes y sus padres son sometidos a un cruel via crucis que terminará de la peor de las maneras. Gran guión de George R. R. Martin, pleno de malevolencia y genio.

Something in the walls (S3E19)

El escenario de una clínica psiquiátrica siempre da mucho juego en materia de horror. En este caso, una de las internas está obsesionada con que las paredes que le rodean sean lisas: de lo contrario, está convencida de que los patrones del papel pintado se convertirán en algo aterrador e incontrolable. Aquí es la propia Twilight Zone la que fusila sin rubor una de las mejores escenas de Pesadilla en Elm Street (1984) en uno de los capítulos de terror más puro de la serie. El final, marca de la casa, está a la altura.

Rendezvous in a dark place (S3E25)

François Truffaut dirigió en 1978 La habitación verde, una olvidada película sobre un tema con poco tirón comercial: la muerte. A pesar de que era una cinta muy bella, el fracaso fue considerable, claro. Tampoco creo que la emisión de este capítulo tuviera mucho éxito en su día: la historia de una anciana adicta a los funerales y que no deja de cortejar a la propia muerte para que se la lleve, no es edificante a ningún nivel. Pero ello no es obstáculo para asistir a una poderosa historia de sutil ironía e interpretada con dulzura por una ajada y eterna -de nuevo, todos en pie- Janet Leigh. Una muerte dulce.

Love is blind (S3E27)

Este arrollador episodio es algo más que problemático: su protagonista es violento, machista, celoso y posesivo: imposible empatizar con él. Está convencido de que su mujer la engaña y bebe para olvidar en un bar. Pero ya sabemos cómo se las gastan los bares de la Twilight Zone y éste en particular tiene como músico residente a un cantante ciego -interpretado por el genuino vocalista de country Sneezy Waters- que desgrana en una canción bella y melancólica el triste destino al que se ve abocado el infeliz y brutal personaje que interpreta Ben Murphy.

Lo que le ofrece es una oportunidad para redimirse y abandonar el mal camino, pero los celos son poderosos, la tragedia se consuma y asesina a su mujer en un terrible error. Mientras huye por los bosques de la espiral de violencia que él mismo ha creado, escuchamos la canción del countryman ciego en una escena plena de patetismo y sórdida belleza que nos lleva en volandas al mood del descomunal penúltimo episodio de Twin Peaks: The Return. Un engañoso final feliz que no esconde la sordidez total del relato. Se hace tarde y Sneezy debe marchar a otros lugares para cantar más canciones de desamor y muerte. El bucle que no cesa.

Restos de serie

Aquí hemos reseñado los veinte capítulos más destacables de las tres temporadas de la serie en la década de los ochenta, pero eso no quiere decir que todo lo demás sea detritus inservible. Tras una intensa maratón de 110 historias, vuelven a la mente ideas, imágenes, fogonazos y destellos de genio o, al menos, de inteligencia. Lo ideal sería crear con todos esos retazos un episodio-monstruo de Frankenstein sin ningún sentido narrativo pero que recuperase todo lo que se nos ha quedado en el tintero.

La cosa sería algo parecido a esto:

– Esai Morales juega una desesperada partida de billar en un remake superior al capítulo de la serie original con un final mucho más amargo –A game of pool (S3E20)-

– La desolación de un hombre cuando pierde sus recuerdos más amados al ponerlos a la venta, en un claro precedente de Días extraños (1995) y Olvídate de mí (2004) –The mind of Simon Foster (S3E22)-

– Ladronas de juventud que operan en el interior de una mansión victoriana que será pasto de las llamas –Our selena is dying (S3E8)-

– Un imitador de Elvis Presley viaja en el tiempo y mata accidentalmente a su ídolo antes de que éste sea famoso, por lo que no le queda más remedio que repetir cada gesto hasta el fin de sus días para que la mascarada no se descubra –The once and future King (S2E1)-

– Bruce Willis llama por equivocación a su propia casa y le contesta… él mismo. Lo que sigue ya no es tan interesante –Shatterday (S1 E1)-

– Un hombre descubre desesperado que todas las palabras han cambiado su significado: “almuerzo” ahora es “dinosaurio” y “perro” es “miércoles”. La semiótica se ha vuelto loca. ¿A que ahora ya no os parece tan ingeniosa Canino (2009)? ¿Eh? ¿Eh? –Wordplay (S1E2)-

-El barman le grita riendo a un cliente muerto por conducir borracho, que ya puede beberse todo el bar si quiere: It’s all yours! It’s all yours!Kentucky rye (S1E3)-

-Adrienne Barbeau se convierte en una diabólica gárgola viviente. ¿De verdad que hay que añadir algo más? –Teacher’s aide (S1E7)-

-En un fantasmal pueblo costero, la luz de un faro señala la casa de alguien que va a morir –The beacon (S1E11)-

-Un dóberman de porcelana cobra vida cada vez que su dueña va a sufrir malos tratos, en un temprano episodio sobre el empoderamiento –Acts of terror  (S3E11)-

-Un anciano mantiene el equilibrio del mundo y lo salva de inundaciones y terremotos a base de combinar trastos viejos –The curious case of Edgar Witherspoon (S3E1)-

-Un extraterrestre es capaz de imitar cualquier forma, incluso la de una bomba atómica. ¿Sus razones? “Simple curiosidad” –Chameleon (S1E2)-

La curiosidad, efectivamente, parece el motor que movía esta segunda etapa de Twilight Zone, con más sombras que luces pero con un enorme campo temático para jugar con los géneros por puro placer. Charlie Brooker haría bien en liberarse un poco del rígido corsé que él mismo se ha construido en Black Mirror y optar por la libertad absoluta sin miedo al “qué dirán” de la serie a la que en el fondo de su corazoncito se quiere parecer.

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