Después del aburrimiento de Fear the Walking Dead y con la sexta temporada de The Walking Dead a medias, es un buen momento para echar la vista atrás y comprobar, en dos partes, cómo la franquicia zombi más popular a día de hoy ha llegado a su cénit. Y es que, con doce años a cuestas, parece capaz de sobrevivir a todo.
Reanimación
Hace doce años, el guionista Robert Kirkman tuvo una idea para una serie de cómic: ¿qué ocurre después del final de las películas de zombis? Cuando alguno de los protagonistas consigue huir, sabedor de que podría no encontrar un nuevo refugio. ¿Podría ser capaz de seguir a un superviviente durante años, quizás hasta que llegara a la vejez?
Confiaba en el planteamiento, pero Image Comics no tanto. Kirkman ya había demostrado en otras ocasiones que era un guionista con buenas ideas, pero aquello necesitaba un gancho. Un relato de supervivencia no bastaba en una editorial que sí, defiende la autoría de quienes trabajan con ellos, pero tiene sus raíces en WildC.A.T.S. (íd., 1992-1998) o Youngblood (1987-)… y Kirkman les coló esta mentira, que hoy reconoce y de la que se ríe cuando tiene ocasión: detrás de los zombis se encontraría una raza alienígena que invadiría la Tierra sólo después de socavar sus estructuras sociales.
Aunque tendría que haber visto la luz antes, Image Comics publicó el primer número de The Walking Dead, con guión de Kirkman y dibujo de Tony Moore, en noviembre de 2003. En su día, Kirkman se quejaba con amargura de que las similitudes entre el inicio de The Walking Dead y el de 28 días después (28 days later…, 2002), estrenada en USA sólo cuatro meses antes, le perseguirían toda la vida, pero aquella coincidencia afortunada serviría al cómic para coger la estela de una nueva moda zombi.
El aficionado al ser creado por George A. Romero en la seminal La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead, 1968) podría despotricar todo lo que quisiera respecto a los zombis que corren, y afirmar entre lágrimas de rabia y desesperación que aquellos sólo eran infectados, porque siempre podría disfrutar del zombi de toda la vida en el cómic. Pero este aficionado no era el único comprador, porque a pesar de bajar el ritmo, The Walking Dead permanece entre lo mejor que edita Image Comics.
Tan bueno es, y sus situaciones tan impactantes, que cuando los infectados dejaron de correr, The Walking Dead aún seguía adelante para aprovecharse de la normalización del género zombi con Zombieland (íd., 2009) y de la reinvindicación de la televisión como entretenimiento noble. No nos engañemos, que buenas series de televisión siempre ha habido, pero el apelotonamiento de la producción televisiva y el uso de Internet entre el fandom para magnificar la calidad y la cantidad de sus cabeceras favoritas sirvió para que a Frank Darabont se le encendiera la bombilla: ¿y si convertía aquel cómic en una serie de televisión? Después de todo, compartía con las series del cable norteamericano el desarrollo pausado y la psicología bien torturada de sus personajes. Por otro lado, Stephen King estaba hasta el gorro de que le persiguiera para adaptarle de nuevo, así que tendría que probar del plato de otra persona.
Robert Kirkman aceptó la propuesta de Frank Darabont, y The Walking Dead llegó a la televisión de la mano de AMC en octubre de 2010. Chico, lo que estaba por venir.
Guerras intestinas
Para Robert Kirkman no bastaba con que se adaptara el material que llevaba escribiendo durante años: aquella era la oportunidad de explorar nuevas situaciones, de cambiar la psicología de ciertos personajes con los que no acabó de estar satisfecho en las viñetas y, en general, enmendar algunos de los errores que creía haber cometido durante la andadura de The Walking Dead.
El problema es que Frank Darabont también creía lo mismo… pero su punto de vista se distanciaba de Kirkman. Para Darabont era necesario contar algunas cosas con flashbacks y explicar más cosas sobre la epidemia zombi, de ahí el último episodio de la primera temporada.
Este tipo de diferencias creativas se pueden obviar. Lo que no hubo forma de arreglar fueron los problemas con AMC, que enseñó los dientes después de haber impulsado la libertad creativa y de haberse descubierto como una fuerza a tener en cuenta en el mundo del cable norteamericano. Mad Men (íd., 2007-2015) fue desde su inicio un referente y Breaking Bad (íd., 2008-203) estaba adquiriendo un estatus de culto, pero The Walking Dead empezó como un éxito y terminó su primera temporada como un éxito. Claro, que AMC sólo es propietaria de la última. La serie de Matthew Weiner, aunque emitida por AMC, es propiedad de Lionsgate, que se hace responsable de los episodios, una situación idéntica a la de Breaking Bad con Sony. Sin embargo, AMC entró en una guerra con Frank Darabont por motivos presupuestarios que terminó con la salida de éste del proyecto.
AMC quería recortar el dinero destinado a la segunda temporada, y eso después de prometer que no se haría gracias al éxito de la primera temporada. Frank Darabont, por su parte, no estaba dispuesto a que se mantuvieran las condiciones de trabajo, con el equipo técnico y artístico haciendo horas extra por debajo de su sueldo. Para colmo, AMC exigió que la mitad de la serie se rodara en interiores, más baratos, y la otra mitad en exteriores, mientras dejaba caer que a los zombis no hacía falta verlos en todos los episodios, que bastaba con oírlos.
Darabont dijo basta. Y se fue a la calle, con una mano delante y otra detrás, mientras la segunda temporada, con Glenn Mazzara como showrunner, se convirtió en lo que la cadena había exigido: The Talking Dead (y no hablo del programa de entrevistas que se emite en el canal norteamericano después de la serie). Pero AMC no sólo se salió con la suya en ese aspecto, sino que el público siguió respondiendo muy bien a la serie y se rompieron de nuevo récords de audiencia.
A The Walking Dead aún le queda camino para arrastrarse, pero no hay zombi que cien años dure. De cómo se expandió la franquicia, y de los riesgos que le quedan por delante ahora que parece haber cierta calma en la producción de la serie, hablaremos en la segunda parte de este artículo.
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