Thomas Ligotti y la negrura: su obra, su filosofía y sus adaptaciones

El escritor estadounidense Thomas Ligotti es ya por derecho propio uno de los escritores más reconocidos de ficción extraña contemporánea. Analizamos su estilo literario y cómo ha influido a diferentes formas de manifestación artística como el cine, las series de televisión o los videojuegos.

Ilustración de cabecera de Serhiy Krykun

Para buena parte de la crítica literaria actual, Thomas Ligotti (1953) es uno de los más grandes escritores de horror contemporáneo. Muchos le han calificado como el último gran escritor de este género, comparándole con dos ilustres, quizás los más grandes de siempre: Edgar Allan Poe (1809-1849) y Howard Phillips Lovecraft (1890-1937). Lo cierto es que Ligotti, enigmático y poco dado al brillo de los focos, como un Thomas Pynchon (1937) del horror metafísico, ha reconocido abiertamente la influencia de estos dos escritores en alguna de sus mastodónticas entrevistas presentes en el imprescindible portal alrededor de su figura literaria: Thomas Ligotti Online, fundado por el editor estadounidense John Padgett.




Podemos advertir fácilmente elementos lovecraftianos en la prosa e ideas literarias de Ligotti. Quizás también en su propia filosofía, tan abrasivamente puesta de manifiesto en La conspiración contra la especie humana (2010), obra publicada en nuestro país por la imprescindible editorial Valdemar. En el ensayo del escritor de Míchigan, podemos advertir un horror filosófico que nos habla del ser humano como poco más que una marioneta consciente de sí misma. En el discurso de Ligotti desplegado en las páginas de este ensayo, se cita a pensadores tan cáusticos como el rumano Emil Cioran (1911-1995) o el noruego Peter Wessel Zapffe (1899-1990), un reconocido antinatalista. Zapffe escribió El último mesías (1933), en donde desarrolla sus ideas y aboga por una extinción programada del ser humano, considerando que éste, mientras tenga la capacidad de ser consciente de ser él mismo y desear algo, nunca será del todo libre de las cadenas del sufrimiento existencial.

La ficción de Ligotti expresa algunas de las ideas más extremas expuestas en este manifiesto nihilista. A nivel estético y argumental, se trata de un estilo que a menudo se mueve entre lo macabro y el horror cósmico. La condición nihilista de la prosa de Ligotti es máxima en sus relatos. Pero antes de ahondar en su obra, deberíamos empezar por tratar de definir de la manera más concreta posible, desde una perspectiva eminentemente filosófica, qué es exactamente el nihilismo como forma de pensamiento y percepción de todo lo que nos rodea.

El término nihilismo proviene del latín nihil, “nada”. Lo cierto es que el término puede entenderse como la negación de cualquier forma de valor religioso y moral y en especial de dogma de cualquier tipo. En la Grecia clásica ya podemos encontrar algunos trazos del pensamiento nihilista en la escuela cínica y los escépticos. Lo cierto es que el nihilismo es, por encima de todo, una corriente filosófica que puede rastrearse desde el mundo clásico hasta nuestros días.

Friedrich Nietzsche, por Corey Mohler

El nihilismo ha sido enarbolado y desarrollado a lo largo de la historia moderna por algunos filósofos como Arthur Schopenhauer (1788-1860), Martin Heidegger (1889-1976), Friedrich Nietzsche (1844-1900) o más recientemente, Ray Brassier (1965) y Eugene Thacker. Los trabajos de estos últimos dos pensadores comienzan a llegar a nuestro país de la mano de la imprescindible editorial toledana Materia Oscura, especializada precisamente en torno al nihilismo como forma de pensamiento. Lo cierto es que una forma de entender esta corriente filosófica es que el universo, la realidad y toda su fenomenología no tienen porqué funcionar por y en torno a la figura antropocéntrica del ser humano, sino que el nihilismo aboga por una concepción de la realidad desligada completamente de una casuística que tenga al ser humano como eje. La duda, la incerteza, la incertidumbre son elementos fundamentales para entender esta corriente de pensamiento.

El horror cósmico, corriente filosófica y estética creada por H.P. Lovecraft, se sustenta sobre una base nihilista ineludible que convierte al ser humano en alguien empequeñecido, realmente casual, casi fortuito, sin ningún tipo de influencia real sobre el devenir de las fuerzas de un universo oscuro, distante y hostil. Todos los personajes de Lovecraft, siempre hombres, acaban descubriendo una realidad desconocida e inquietante frente a la que la única solución posible es entregarse a los brazos de la demencia u optar por el suicido. En este sentido, el autor de Providence efectúa un cambio de paradigma antropocéntrico que es rastreable en la historia de la humanidad desde el Renacimiento, invirtiéndolo.

Esto se pone de manifiesto si atendemos al inicio de unos de los relatos más conocidos de Lovecraft: La llamada de Cthulhu (1928): “No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes.”

Los mitos de Cthulhu, del que este relato puede suponer su piedra angular, se estructuran en torno a un pagano y cosmicista panteón de deidades, como el propio primigenio del que toma el nombre u otras entidades cosmicistas como Yog-Sothoth o el siniestro avatar Nyarlatothep. El ser humano, frágil protagonista de este conjunto de relatos, entra en contacto con este tipo de fuerzas, descubriendo que la realidad como la conoce se encuentra cerca de desmoronarse. Ligotti parte de la misma premisa de Lovecraft, pero lo cierto es que va mucho más allá con respecto a sus postulados literarios, filosóficos y estéticos. Su ideario gira en torno a una realidad tétrica en donde el ser humano ya no es paradigma de nada. De hecho, se encuentra cerca de dejar de existir como raza, cercano a la extinción antinatalista que el escritor ensalza en su corrosivo ensayo. Los escenarios en los que se desarrollan los relatos de Ligotti son fantasmagóricos y oníricos por definición. Es fiel seguidor de la idea expresada por el propio Lovecraft en su conocido ensayo El horror sobrenatural en la literatura (1927): “Una atmósfera de inexplicable e intenso pavor a fuerzas exteriores y desconocidas (…) Como si el lector escuchase el batir de unas alas misteriosas, o el chirrido de unas formas y entidades exteriores en el borde extremo del universo conocido. Cuanto mejor el relato sugiera esta atmósfera, mejor será como obra de arte de este género”.

El ambiente y contexto de los relatos de Ligotti es siempre alucinógeno y decadente. Sus personajes son bastante similares a los del propio Lovecraft, eruditos apartados de la sociedad en constante búsqueda del mayor de los secretos. Sus historias rara vez suelen tener un final feliz o compensatorio, incidiendo de esta manera en el pesimismo y nihilismo que suele caracterizar su prosa e ideario. Además de las influencias de los ya anteriormente citados Lovecraft y Poe, podemos destacar a otros escritores de ficción extraña como Arthur Machen (1863-1947), Algernon Blackwood (1869-1951) o Robert W. Chambers (1865-1933) así como algunos otros prosistas de los que el propio autor estadounidense se declara admirador, como es el caso de Samuel Beckett (1906-1989), William Burroughs (1914-1997) o Thomas Bernard (1931-1989).

Si atendemos a los libros de relatos de Ligotti, debemos destacar su ya clásico Nocturario (1994), en donde quizás coloca los cimientos de su estilo literario con relatos desasosegantes y de cierto cariz cosmicista como La Medusa o El Tsalal. En este último, se nos habla del progreso de una sociedad ocultista dedicada al culto del vacío en un pequeño pueblo esqueleto llamado Moxton, al que llegan un sacerdote y su hijo. La propia arquitectura de Moxton se revela como no-euclidiana al modo de Lovecraft en algunos de sus relatos. El mismo tipo de edificios esqueleto provistos de extrañísimos ángulos podemos advertir en Mirokaw, otro municipio perdido en mitad de esta nada donde se desarrollan los hechos de La última fiesta de Arlequín, relato dedicado al propio Lovecraft y que forma parte de Grimscribe. Vida y obras (1991).

En La última fiesta de Arlequín, podemos advertir el tipo de arquitectura fantasmagórica que se revela como un aspecto definitorio del estilo narrativo de Ligotti: “La ciudad me pareció mucho más grande cuando estuve dentro de sus límites que cuando la vi desde el promontorio a las afueras. Observe que la irregularidad del  terreno del exterior de la ciudad también era una característica interior de Mirocaw. (…) Las distintas partes no parecían encajar muy bien unas con otras. (…) Debido a que los cimientos quedaban ocultos tras la primera línea de edificios, daba la impresión de que las casas estaban suspendidas precariamente en el aire, amenazando con derrumbarse, o que habían sido construidas a una extraña altura en relación con su anchura y volumen. Esta situación también creaba una inquietante distorsión de perspectiva.”

Las marionetas y los payasos (presentes en este último relato) son entes asociados con facilidad con lo macabro y lo tétrico, pudiendo ser entendidos como figuras arquetípicas vinculadas a lo más profundo de la psique y el inconsciente colectivo, en términos que podríamos definir como jungianos. Ligotti presenta a sus marionetas como una inquietante y oscura metáfora de la propia condición del ser humano con respecto a la realidad. Para él, no somos más que la nada consciente de sí misma, idea que manifiesta plenamente en su ensayo filosófico y desarrolla con creces. El autómata es un reflejo de la consciencia humana: para el propio Ligotti, creemos tener el control de lo que somos, de nuestra propia existencia, pero tras eso, sólo somos controlados por el azar y la arbitrariedad de un cosmos vasto e indiferente a nuestra endeble condición humana.

Cine y televisión, de marionetas, nihilistas y autómatas

True Detective

El estatus de culto que ha ganado Thomas Ligotti como escritor y también filósofo ha provocado que sus macabras ideas hayan acabado influenciando en mayor o menor medida a diferentes manifestaciones artísticas y culturales de principios del siglo XXI.

Con respecto al cine y las series de televisión, el caso más flagrante es quizás el de la primera temporada de True Detective (2014), tan aclamada por la crítica. En ella se nos habla de un crimen de tintes esotéricos perpetrado en los parajes más profundos y remotos del sureño estado de Luisiana. El extraño caso cae en las manos de dos detectives. Uno de ellos, Rust Cohle, expresa durante el transcurso de la historia un ideario que parece directamente extraído de La conspiración contra la raza humana. Se sabe que el guionista de la serie, Nick Pizzolato, es buen conocedor de la obra de Ligotti. Lo cierto es que Rust posee un tipo de pensamiento profundamente nihilista e incluso antinatalista, quizás potenciado por el trágico devenir de sus propias circunstancias personales. La atmósfera presente en la serie de HBO, opresiva e inquietante, propia de la densidad enfebrecida de los pantanos sureños, se asemeja por momentos al cosmicismo rural de Lovecraft en El que susurra en la oscuridad o El horror de Dunwich y a los ambientes opresivos del propio Ligotti. También hay ecos de otros escritores de ficción extraña que influyeron igualmente al autor de Míchigan: Robert W. Chambers y Ambrose Bierce (1842-¿?), con alusiones al Rey de Amarillo y Carcosa, respectivamente.

Pero es quizás en una película más reciente como Possum (2018), dirigida por el inglés Matthew Holness, donde advertimos la influencia concreta de Ligotti con mayor fuerza todavía si cabe. Se trata de un filme de horror psicológico extremadamente opresivo, que narra el ciclo de vida enfermizo y repetitivo de Phillip, un titiritero caído en desgracia que regresa a la casa familiar, donde le aguardan viejos fantasmas. Su retorcida marioneta, con forma de araña y cabeza humana, parece directamente extraída de algún relato de Noctuario. Possum es una película que ahonda en la psique, el trauma y la psicosis de su protagonista, utiliza unos medios profundamente ligottianos para presentarnos la realidad alterada y fantasmagórica que percibe el atormentado Phillip. Se trata de una película cruda y siniestra, con una banda sonora que enfatiza estos adjetivos y unos planos angulosos, que transmiten desasosiego al espectador. 

El cortometraje The Frolic (2007), por su parte, nos ofrece una adaptación directa del relato homónimo de Ligotti, incluido en su colección de cuentos Songs of a Dead Dreamer (1989). Se trata de la única hasta el momento, quizás por la dificultad que entraña adaptar la obra de un escritor cuyas historias giran en torno a un tipo de horror conceptual. La trama nos habla de un preso llamado John Doe, paciente del psicólogo David Munck. Mediante las conversaciones entre ambos, el especialista comienza a percatarse de que una fuerza de carácter sobrenatural se encuentra presente en su interlocutor. Doe le habla a Munck de que rapta niños para llevarlos bajo tierra a una fiesta e incluso le habla a este de su propia hija, a la cual el presidario no podría conocer de ninguna manera. Mediante las revelaciones de Doe, la realidad de Munck comienza a fracturarse, su propio mundo se distorsiona. El film cuenta con la participación del propio Ligotti como guionista, que además supervisó todo el proceso de grabación del cortometraje. Como anécdota, La fábrica de pesadillas (2007) es otra adaptación de la obra del autor, pero en este caso al medio de la novela gráfica.

Sin salir de la temática de la ventriloquía, un documental en el que se reflejan aspectos ligottianos es Primal Scream (2017), cuyo director es el estadounidense Rodney Ascher. La obra en cuestión parte de testimonios de personas que tuvieron experiencias traumáticas con marionetas y otros elementos antropomórficos inanimados, recurriendo de nuevo a un tipo de inquietud arquetípica que reside en lo más profundo de la psique humana.

Videojuegos ligottianos

Si atendemos a los videojuegos, un campo tan fértil y popular hoy en día, observamos una buena nómina de títulos que de alguna manera toman referencias del universo ligottiano. Es cierto que podemos encontrar muchos más títulos influidos por la pluma de Lovecraft, pero investigando a fondo, podemos resaltar algunas obras que de alguna manera beben también de la ficción de Ligotti. Podríamos empezar por una de las sagas de terror más conocidas: Silent Hill (1999). La atmósfera de estos videojuegos es alucinógena y espectral, encontrándonos con horripilantes criaturas humanoides cuyos cuerpos se encuentran deformados y alejados de cualquier concepción antropomórfica. El propio pueblo donde suceden la mayoría de los acontecimientos de los primeros Silent Hill tiene muchos puntos en común con las localidades que Ligotti presenta en algunos de sus relatos: la misma ambientación opresiva, oscura y desasosegante.

Otro videojuego que ahonda en el ideario estético del autor de Míchigan es Alice: Madness returns (2011) que, pese a verse inspirado por el relato de Lewis Carroll, lleva el aspecto más inquietante de su obra a un nuevo límite, acercándose a ciertos postulados estéticos propios de la ficción de Ligotti. Se trata de un videojuego de plataformas y acción de estética tétrica y pesadillesca, en la que también podemos encontrar referencias al universo del autor de Michigan. Durante nuestra aventura nos topamos con autómatas, muñecas y otras criaturas ligottianas. Lo macabro en Alice: Madness returns tiene un peso definitorio que impregna cada recoveco del videojuego, algo que también ocurre con la prosa del propio Ligotti.

Pathologic (2005) es otro videojuego survival horror con ligeros toques roleros que se ve profundamente influido por la prosa de Ligotti en su trama y ambientación. Su historia se puede jugar con tres personajes distintos y se desarrolla en otro misterioso poblado llamado Town-on-Gorkhon (Город-на-Горхоне), ubicado en algún remoto lugar de Rusia. Una terrible enfermedad asola el municipio y somos los encargados de intentar revertir la situación de algún modo desde las perspectivas distintas que nos ofrecen los tres personajes jugables. Los protagonistas de Pathologic son un médico, un antropólogo y una enigmática chica de la que al principio de nuestra aventura sabemos muy poco. La arquitectura de Town-on-Gorkhon es tan irreal y absurda como la que Ligotti describe en relatos como La última fiesta de Arlequín. El mapa de la ciudad, al que podemos acceder desde la interfaz del videojuego, es cuanto poco desconcertante. En su esquina superior izquierda podemos percibir el Polyhedron, una estructura en el cielo construida sobre sus propios planos que representa el propio videojuego en sí mismo. Cuando la ciudad es alcanzada por la plaga, comienza a vtransformarse en un lugar de verdadera pesadilla, la gente desaparece de sus calles, una niebla amarillenta lo invade todo y un fuerte hedor se encuentra presente allá donde vamos. La ambientación se esmera en generarnos un fuerte sentimiento de soledad y extrañeza cuando la plaga se expande por Gorkhon y dudamos a nivel ontológico de todo lo que nos rodea, como si la realidad se volviese difusa, un tipo de sensación habitual en muchos relatos de Ligotti. Asimismo, personajes tan inquietantes como La Máscara y el Ejecutor también parecen seres habituales de su prosa.

En un momento dado, Pathologic se revela profundamente ligottiano en una mascarada final, cuando el telón cae y descubrimos que como jugadores no encarnamos a uno de los tres personajes principales de la obra, meros títeres, sino que en realidad somos nosotros mismos los protagonistas de la historia en un ejercicio de metaficción magistral. Descubrimos que nuestra misión de salvar Gorkhon no es más que una falacia perpetrada por los programadores de Pathologic. La ciudad, el pueblo, todo es una gran mentira llevada a cabo por autómatas. Cuando descubrimos esta realidad apenas insinuada en los primeros compases del videojuego, el espíritu de la prosa de Ligotti se apodera definitivamente de Pathologic. Pese a que el desenlace de la obra puede virar hacia la luz, según qué decidamos, la propuesta de la desarrolladora Ice-Pick Lodge se convierte en una de las más cercanas al universo ligottiano, por su ambientación y la revelación final, puro nihilismo que socava los cimientos de nuestra percepción de la realidad como jugadores.

Layers of fear (2018) nos cuenta los delirios de un pintor finisecular obsesionado con pintar su gran obra maestra. La atmósfera de este título vuelve a ser tremendamente fantasmagórica y nos encontramos con una realidad extraña y alterada. La geometría de la mansión de corte victoriano donde se desarrolla la acción de la historia se proyecta hasta la pesadilla, mientras recorremos sus interminables pasillos, en un recorrido que nunca acaba del todo. También podemos advertir la presencia de inquietantes muñecas flotantes, lo que refuerza su macabra ambientación. Además, incidiendo en la influencia del autor de Detroit, podemos constatar que durante todo el recorrido jugable no encontramos a ningún otro ser humano, solo las fantasmagorías que nos acechan constantemente. La desarrolladora Bloober Team nos ofrece una propuesta de horror psicológico que ahonda en lo más profundo de una psique humana trastornada y al borde de la demencia absoluta, incapaz de distinguir la realidad que se muestra ante ella.

Thomas Ligotti es uno de los grandes escritores de ficción extraña. Dejando de lado sus ideas filosóficas y centrándonos en su faceta ficcional, el estadounidense se encarga de ofrecer un horror ontológico y lisérgico que, como hemos podido comprobar, ha llegado a influir en diferentes aspectos y manifestaciones de la cultura popular. Una obra sugerente, inquietante y fantasmagórica, pura negrura y vacío, la misma nada convertida en exquisita prosa.

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