¿Es esto una lista? Ni por asomo: en CANINO vamos a contaros todo lo que más nos ha gustado de 2015, pero sin ránkings ni numeritos. Para empezar este repaso anual, aquí tenéis las películas que nos dejaron clavados a nuestras butacas durante este año que se acaba.
Ya lo hemos dicho, y nos mantenemos en ello: aquí en CANINO, las típicas y tópicas listas con «lo mejor del año» no nos hacen demasiada gracia. Como perros viejos que somos, tenemos claro que resultan parciales, falibles, interesadas y, en general, de poco fiar. Pero tampoco nos resistimos a compartir los mejores recuerdos que nos vamos a llevar de este 2015 que se acaba, así que os los contamos sin trampa, sin cartón y sin falsos ánimos prescriptivos. Cada una de las películas que aparecen aquí ha sido escogida desde la pura subjetividad, y defendida sin trampa ni cartón por la persona que la ha puesto en el podio. Aquí, a sinceros no nos gana nadie.
Yago García – Mad Max: Furia en la carretera (George Miller)
Qué decir que no se haya dicho ya. Ese es el problema. Y, ante ese problema, uno decide prescindir de alabanzas al magisterio de George Miller, a la fisicidad brutal de las persecuciones, a un reparto prodigioso hasta en sus carencias y a todos los demás elementos que ahora son lugares comunes. Además, servidor no puede opinar sobre feminismos reales o presuntos, ni tampoco quiere perder el tiempo sacándole lecturas artificiosas a un guión que se regodea en su ecuación de sota (Charlize Theron, la trailera samurái en busca del honor perdido), caballo (Tom Hardy, su chupa, sus gruñidos y su condición de intruso) y ese rey (Hugh Keans-Byrne, que tiraniza a sus súbditos como debieron hacerlo los monarcas de la antigua Mesopotamia). Pero sí puede afirmar que Mad Max: Furia en la carretera ha demostrado el poder de una película de acción, descendiente de una saga denostada durante décadas como purria de videoclub, para hacernos debatir, perorar, disertar y patalear con más energía que muchos títulos con marchamo ‘culto’ y derecho a premio menor en Cannes.
Ante esta película, algunos han optado por caer de rodillas y loar sus hallazgos al grito de «¡Sed testigos!». Bien está eso, aunque según se mire puede ser una ironía muy gorda. Otros han preferido condenarla, e incluso los ha habido que recurrieron a las citas de Gilles Lipovetsky y Jean Seroy para articular su ilustrado desdén. Cosas todas ellas muy respetables. Ahora bien: quien esto escribe puede añadir tres cosas a tamaño potaje de opiniones. La primera, que el final de su primer visionado le dejó hecho un puro temblor, como si aún tuviera esa edad en la que según qué filmes (según qué cómics, según qué libros) le hacían sentir como si una pesadilla ajena le hubiera sido implantada en el cráneo. La segunda, que el viejo y sabio Miller se parte la caja ahora con cada nominación, cada trofeo y cada divagación sesuda elaborada ante su trabajo: él está por encima de eso. Y la tercera, que Mad Max: Furia en la carretera podría perfectamente haberse estrenado con otro título. Y ese título es «Mad Max: Socialismo o barbarie». Ahí queda eso.
Kiko Vega – Langosta (Yorgos Lanthimos)
La soledad, el miedo (o no) a la muerte y el rechazo radical al sistema, esa malvada entidad que nos obliga a vivir como no queremos, gritan muy alto entre gestos y susurros en la mejor película del año. Es extraño que resulte emocionante, intrigante, aterradora y triste. Langosta es un acto de terrorismo romántico irrepetible. La ejecución, tanto escrita como visual, es ya la de un maestro. Sorprendentemente, por eso del presupuesto, el idioma y el tamaño, estamos ante la mejor película del griego. El lado oscuro, sexual, radical, punk y protestante de cualquier aproximación hotelera que nos haya dado el cine. Obra maestra intocable.
Andrés Abel – Everly (Joe Lynch)
Ya la definí en su momento como una coda ultrafísica a la trilogía de los apartamentos de Polanski: Salma Hayek es la nueva encarnación de la heroína interpretada por Catherine Deneuve, Mia Farrow y el propio director polaco-fancés a lo largo de una década, solo que en la versión de Joe Lynch lleva escotazo y pantalones de yoga, se le brinda la oportunidad de enfrentarse con sus demonios a tiros (cuando no de maneras mucho más gráficas, y por lo tanto satisfactorias), y aquellos parecen salidos de oscuras cintas japonesas de terror y yakuzas. Resulta difícil competir con tamaña combinación de humores negros y acción desacomplejada, pero es que además Everly es una entrañable película navideña, de modo que su presencia en esta lista, en estas fechas, está doblemente justificada.
Álvaro Arbonés – La oveja Shaun: La película (Mark Burton y Richard Goleszowski)
Si bien todo lo que sale de Aardman Animations es como mínimo interesante, en el caso de La oveja Shaun: La película podríamos estar hablando de su canto de cisne. Película completamente muda, con una oveja de plastilina como absoluta protagonista del show, sus mejores momentos nos recuerdan al Buster Keaton físicamente más irreverente, aquel que no le importaba ponerse en riesgo o dejar que la casualidad o el absurdo hicieran su trabajo para añadir otra dosis extra de humor sin tener que recurrir, por fortuna, a los rótulos explicativos o los diálogos inanes. En resumen, puro cine.
Chema Mansilla – Star Wars El Despertar de la Fuerza (J.J. Abrams)
Mi película preferida del año, aunque claro, seguramente tenga menos que ver con la calidad de la película en sí que con el fenómeno que la acompaña. ¿Cómo resistirse al Halcón Milenario, a Han Solo, a una soldado de asalto de dos metros de estatura embutida en una armadura cromada, a todas esas nuevas figuras de acción articuladas? Creo que El Despertar de la Fuerza gusta en la medida en que se está vivo o muerto por dentro. Ahora odiadme, pero a mi síndrome de Peter Pan y a mi no nos importa.
Azul Corrosivo – It Follows (David Robert Mitchell)
Follar es peligroso. Si quieres sobrevivir en una película de terror, no lo hagas. Y, quién te lo iba a decir: la vuelta de tuerca de Scream, Destino final o Sé lo que hicisteis el último verano llegaba este año. Con permiso de Babadook, It Follows es una de las propuestas más estimulantes e inteligentes de los últimos años, y nos ha regalado una de las mejores bandas sonoras del género: Disasterpeace, que ya brilló componiendo música para Fez, se marcaba una colección de piezas ochenteras de pura ambientación Carpenter. Los planos abiertos como reivindicación para generar inquietud, las tomas largas, el ambiente enrarecido y la calma incómoda salen de paseo para intoxicar la mirada del espectador. Un plus: la sexualidad femenina está retratada de forma empática, y la masculina parece una representación incisiva y mordaz de la “biología masculina” que claman algunos.
Adrián Álvarez – Marte (The Martian) (Ridley Scott)
Este año he salido del cine enfadado demasiadas veces, pero esta película de Ridley Scott ha sido capaz no sólo de alegrarme el día que la vi, también de hacerme apreciar mejor el 2015. Podría haberse convertido en un Náufrago o haber tirado de caracterizaciones gruesas, pero en su lugar tenemos un excelente guión de Drew Goddard donde no hay villanos y en el que Marte es sólo un paisaje precioso pero mortal para los humanos. Matt Damon brilla en uno de los mejores repartos del año y deberíamos dar gracias por esta película con un mensaje tan importante: que nuestra inteligencia nos permitirá solucionar cualquier problema y nuestra empatía salvarnos los unos a los otros.
Alberto Mut – La Cumbre Escarlata (Guillermo Del Toro)
Si hay algo que me gusta más que un buen cuento clásico de fantasmas es un cuento clásico de fantasmas con una visión artística detrás tan potente como la de Guillermo Del Toro. La Cumbre Escarlata mezcla una primera hora de excepcionalismo americano, de gente hecha a sí misma que trabaja con sus manos y se gana su buen dinero con el sudor de su norteamericana frente a, de la noche a la mañana, un cuento gótico con mansión decrépita, cadáveres escondidos, envenenamientos y fantasmas que más que vengativos son lo que un fantasma es, pobres almas en pena que intentan advertir a los vivos de un destino funesto. A una interpretación salvajísima de Tom Hiddleston se le une en igualdad de condiciones la de Jessica Chastain que no sólo llega a su nivel sino que en muchas ocasiones le supera, siendo la única vez que he visto en pantalla a un Hiddleston que no se merienda al resto del reparto y que nos regala duelo tras duelo de interpretación que enriquecen la película. La historia es clásica, como debe ser, y son las interpretaciones las que atrapan, las que seducen y las que perduran en la memoria, junto con esa arquitectura demente y putrefacta de una mansión venida a menos que sangra cuando llega el invierno y, en un homenaje supremo, cae al final de la historia.
Francesc Miró – El Club (Pablo Larraín)
El Club es, posiblemente, la película más incómoda del año. Y también una de las que más me ha hecho moverme de la butaca, intranquilo, avergonzado y violentado en muchos años. Una historia truculenta de curas retenidos por la iglesia en una masía en la que rezan por sus pecados. Es, también, la película más valiente y atrevida del año: no por aquello que denuncia sin sutileza alguna (todos los trapos sucios de la iglesia católica), sino su pasmosa habilidad para agarrar al espectador y arrastrarlo fuera de una zona de confort y hacer de su visionado toda una experiencia. Jodida, pero toda una experiencia.
Jonatan Sark – Turbo Kid (F. Simard, A. Whissell)
Este agradable ejercicio que recoge un estilo de cine -el fantástico ochenetero de vertiente tirando a familiar, aunque ahora nos pueda parece excesivo- y homenajea a diversos autores de la época –Brian Trenchard-Smith, por ejemplo- sirviendo además para reivindicar a algunos de sus protagonistas -o, al menos, a Michael Ironside- con un resultado que quizá no sea tan impactante como el de otras propuestas aparecidas este año, pero que sí logra ser extraordinariamente acogedora.
Elisa McCausland – Misión: Imposible – Nación Secreta (Christopher McQuarrie)
Si ha habido en este 2015 una heroína de acción capaz de darle la vuelta al héroe heredado de la Guerra Fría utilizando sus propias armas -en este caso, las de un Ethan Hunt (Tom Cruise) incapaz de dejar el tablero-, esa ha sido Ilsa Faust (Rebecca Fergusson) en Misión: Imposible – Nación Secreta. Ambigua, precisa, letal… y enfocada en lograr la invisibilidad en un sistema que ha hecho de ella un peón, un soldado, una espía. Christopher McQuarrie da forma a una de las mejores versiones de la Viuda Negra llevada al cine; no tanto por su argumento, como por su presencia, y las hermosas coreografías de las que forma parte. Porque si por algo merece ser considerada una de las mejores películas de este 2016, eso se debe al delirio, perfectamente ejecutado, que es esta quinta entrega de la saga. Un trabajo de orfebrería visual, de ritmo y fotografía que promete repetirse en la sexta entrega, en la que reincidirán tanto Fergusson como McQuarrie.
Víctor Navarro – Del revés (Pete Docter, Ronnie Del Carmen)
Cuando alguien está de bajón, lo habitual es intentar que se anime. Es difícil que alguien te dé permiso para estar triste. La vida nos exige una sonrisa y una voluntad arrolladora y rechaza por sistema cualquier actitud que se salga de ahí. Por eso es tan importante que Del revés nos diga que la tristeza es algo natural y que no hay motivos para avergonzarse de ella. Pero lo mejor de la película no es el mensaje, sino cómo lo transmite. Cada personaje, cada escena y cada detalle que aparecen en pantalla son una metáfora para explicar una parte de la mente humana y siempre tienen consecuencias inmediatas en la vida de la niña Riley. Es una película sorprendentemente compleja que deja la sensación de que necesitas verla varias veces con papel y boli para comprender todo lo que cuenta. Y sale la voz de Amy Poehler. No se le puede pedir mucho más.
Daniel Ausente – Kingsman: Servicio secreto (Matthew Vaughn)
¿Cuántas películas de espías y agentes secretos se han estrenado este año? He perdido la cuenta, y no me quejo, al contrario, son debilidad personal. Entre la generosa cosecha de este año destaca esta enorme fiesta pop, rebosante de desparpajo y buenas ideas que pone su vista en los mejores delirios sesenteros, la edad dorada del género. Rebosa sentido del humor, muestra un subterráneo ánimo subversivo, no se inmuta ni siquiera cuando se pone incorrectamente chusca y está llena de acción sin necesidad de persecuciones motorizadas, y eso que se arma a partir del entrenamiento, aunque aquí se trate de un joven demasiado chav para una secreta organización elitista. Kingsman, adaptación de un tebeo de Mark Millar, celebra con fuegos artificiales la muerte de la clase alta, tiene archivillano negro y emprendedor, gadgets de la vieja escuela, espías con paraguas, planes locos con satélites, hongos atómicos de color rosa, ortopedias afiladas, princesas sodomitas y una memorable matanza en una iglesia. Es divertida, es violenta, es cool, es pop, es cojonuda y sale Michael Caine.
Carlos Ramírez – Espías (Paul Feig)
A la espera de ver Los tres reyes malos, no se puede decir que 2015 haya sido un año de derroche en comedias. Ha vuelto Guy Ritchie, por lo que brindaremos estas Navidades. Diablo Cody, ‘la de Juno’, ha querido repetir jugada ganadora con Meryl Streep en el papel de una rockera que sienta la cabeza. Pero fuera del terreno de la animación, el género no ha dejado muchos momentos memorables. Salvo el inesperado sorpresón de Espías, una comedia zafia, malhablada y repleta de chorradas que en ningún momento se avergüenza de lo anterior. Paul Feig (vayan aprendiéndose su nombre: está terminando de peinar a su Cazafantasmas III) nos recuerda que un guion milimetrado y disfrutable no está reñido con el humor menos inteligente que uno se puede echar la cara. O quizá ese sea el verdadero humor inteligente, el que es capaz de mirarse los michelines en el espejo y doblarse de la risa.
Eva Cid – Calvary (John Michael McDonagh)
La tercera película del director y guionista (no demasiado prolífico, y quizá sea mejor así) de origen irlandés John Michael McDonagh es un drama policromo magnífico. Ambientada en la Irlanda rural y católica, Calvary hace progresar una trama que pivota en torno a la religión, la culpa, la venganza y el perdón (y cuyos tópicos los son solo en apariencia y empiezan y terminan en la sinopsis) por derroteros asombrosos, y que acaba embebida de diferentes planos de significación desarrollados con un pulso firme y una caligrafía delicadísima en esa aparente sencillez de su recorrido, en esa cuenta atrás que arranca con la promesa de asesinato al cura del pueblo por parte de uno de los feligreses, hasta el demoledor final. Calvary es cuento precioso y terrible sobre el conflicto ontológico entre la naturaleza humana y la huella indeleble que en ella han dejado sus propios constructos sociales, morales y religiosos. La película se mueve con una habilidad endemoniada entre el pesimismo existencial, el drama descarnado, la ternura más simple y limpia, y el humor negro negrísimo, algo que no sería posible sin el apabullante trabajo interpretativo de todo el reparto. Una película imprescindible.
John Tones – Nightcrawler (Dan Gilroy)
En algunos países de Latinoamérica, este Rastreador Nocturno se tituló Primicia Mortal. Ambos títulos se me antojan como más fieles al espíritu pulp y desastrado de esta insólita película de falso realismo sucio y periodismo extremo de Dan Gilroy, un versátil debutante en la dirección que lleva desde los noventa firmando guiones o historias de películas tan diversas como la soberbia The Fall de Tarsem Singh, la zarrapastrosa y divertidísima Freejack o, ehm, el vehículo de lucimiento de Erika Eleniak Misión Explosiva. En Nightcrawler, un increíble Jake Gyllenhall con el vacío absoluto reflejado en sus pupilas es un periodista sin más vocación que la de ganarse unas habichuelas explotando las miserias ajenas, grabando un desastre nocturno tras otro y vendiéndolo a canales locales de noticias. Acabará descubriendo que siempre hay un redactor jefe con el alma más hueca que él: Nightcrawler vale por cinco años de carrera, y encima te lo baña todo en una deliciosa estética angelina nocturna vista por los ojos de un hobo desbordado de ambición y vanidad. Los más peligrosos.
Ignacio Pablo Rico – El puente de los espías (Steven Spielberg)
La última aproximación de Steven Spielberg a la historia de los Estados Unidos es, bajo su aparente carácter de solvente filme middle class, de proyecto modesto resuelto con eficiencia, una de las obras más hermosas y complejas jamás firmadas por aquel viejo Rey Midas que ha de conformarse, en el Hollywood actual, con la posición más bien precaria de anciano maestro pronto a fosilizarse. La minuciosa reconstrucción de la época, en su obsesión por el detalle, vuelve a suscitar reflexiones acerca de las proezas y limitaciones por parte del medio en su voluntad por acercarse a un tiempo que ya no es el suyo; una imposibilidad que vuelve a reflejarse en la asunción de las formas de un cine añejo que, inevitablemente, ha de lidiar con una mirada actual sobre aquellos héroes intachables interpretados por James Stewart o Henry Fonda que tratan de mantenerse firmes en una América que ya es imposible radiografiar desde la candidez de antaño. Que todo ello haga de El puente de los espías un simulacro consciente de su propia condición -como ya lo fue War Horse– no impide que hablemos de una obra maestra sólida y sin fisuras, tan conseguida en su faceta de reconstrucción de los contornos de una época -recreada en la frontera entre lo documental y los modos «representacionales» entonces en boga-, como a la hora de actualizar la herencia de cierto humanismo estadounidense sin apenas descendencia genuina en el cine de hoy.
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