No, de verdad. Se acaba 2015. Y seguimos repasando lo que más nos ha gustado de este año. Ni lo mejor ni lo más destacado ni lo más vendido ni lo más comentado: simplemente, los colaboradores de CANINO, cada cual hijo de su padre y de su madre, escogen sus discos más destacados de 2015.
Música, maestros:
ÁLVARO ARBONÉS – Vulnicura, de Björk.
Existe algo en el dolor, la necesidad de drenarlo, de racionalizarlo, que hace que las grandes tragedias vitales de los artistas se transformen, con cierta facilidad, en obras de gran calado. Ya no sólo personal, sino también artístico. De ese modo, Björk ha creado un disco en el cual nos invita a caminar con ella por su ruptura con el artista plástico Matthew Barney: su dolor, sus dudas, su culpa e, incluso, su renacimiento y consciencia al respecto de lo ocurrido están presentes durante todo el disco sin escatimar en contradicciones, inconsistencias o una rampante subjetividad. Porque tampoco sería posible de otra manera. Más objetividad hubiera matado el disco, por racional o por sensiblero, pero ella logra mantenerse en el punto exacto perfecto: allí donde no sólo es posible disfrutar de la música, sino también sentirnos identificados con la experiencia.
YAGO GARCÍA –Art Angels, de Grimes.
Lo dije en su momento, y me ratifico: Grimes es la estrella del pop que el mundo se merece en 2015. Porque está tan loca como él, para empezar, y porque sabe condensar influencias de los cuatro confines del mundo sin pestañear, y sin tratar de presentarlas como muestras de exotismo huero. ¿El problema? Que, vista la poca repercusión de este álbum en los medios mainstream, el mundo no se ha enterado. Pobre de él, porque con sus muchos aciertos (Flesh Without Blood, Life in the Vivid Dream) y sus escasos patinazos (Claire, hija, ¿qué falta te hacía volver a grabar Realiti?) Art Angels queda como uno de esos discos que te hacen sentir como un crío o una cría, dispuesto a darlo todo por la diva de sus amores.
ELISA McCAUSLAND – M3LL155X, de FKA twigs.
Tahliah Debrett Barnett y su obra -música, vídeos, presencia- es hito del año por transgresora, desde luego, pero también porque su directora de campaña de sí misma, es decir, ella -no se hace llamar FKA twigs por casualidad-, ha logrado introducir en lo mediático un discurso de la imagen que trasciende su música: M3LL155X puede entenderse como bofetada visual antes que como experiencia sonora, lo admitimos. No obstante, esa idea nos alejaría de lo que la hace más que atractiva dados los tiempos: su capacidad para subvertir lo heredado, e incomodarnos sutilmente.
AZUL CORROSIVO – Ten love songs, de Susanne Sundfør.
En España es una auténtica desconocida, pero Susanne Sundfør es toda una diva en Noruega. Tras su estreno internacional le salieron un par de colaboraciones que sí han dado la vuelta al mundo: el tema principal de Oblivion (2013) junto a M83 y un par de temas del The Inevitable End (2014) de sus vecinos Röyksopp. Nos cuesta creer que un álbum de pop íntimo, experimental y singular pueda convertirse en un número uno en las listas de ventas, pero ella lo consigue en el norte con solo diez cortes. Cuenta en entrevistas que quiso preparar un disco (compuesto y producido por ella misma) sobre violencia, pero su proceso creativo acabó abarcando las diferentes ondas de una emoción mucho más positiva: el amor. La canción de amor que nos viene a la cabeza con el término es algo que nunca vamos a encontrar en Ten love songs: sus odas al sentimiento humano son dance, eléctricas, bombeantes, fieras. Se pasa por el forro todos los clichés interiorizados sobre el pop, las baladas, las canciones de amor y las emociones en la música, y se marca, para mí, el disco más rico y especial del año.
CARLOS RAMÍREZ – The Mindsweep, de Enter Shikari.
El desafío de ser políticamente reivindicativo es compatibilizarlo con llegar a las masas. Puedes hacer como Muse: que tu discurso, el resultado de haber regurgitado la obra de David Icke mezclada y agitada con el documental Zeitgeist (2007) vaya acompañado de un sonido pop que asegure cierto impacto en la audiencia. A Enter Shikari se les ha acusado de perder de vista su mensaje en mitad del caos y la locura que transmiten sus canciones (escúchese The appeal & The mindsweep II o There’s a price on your head), pero discrepo: el qué y el cómo han de ir de la mano. Para mí tiene mucho más sentido un sonido iracundo que guarde coherencia con el mensaje intransigente de la banda. Llegará a menos gente, claro, pero al menos no parecerá que te has subido al carro de la resistencia por puro oportunismo.
DANIEL AUSENTE – Lo malo que nos pasa, de Francisco Nixon.
La música ligera española del tardofranquismo vio nacer un particular estilo que se bautizó como Sonido Costa Fleming, tomando su nombre de una zona madrileña de expansión desarrollista donde florecieron bares de copas, discotecas, puticlubs y apartamentos de, ejem, soltera. Francisco Nixon (Australian Blonde, La Costa Brava) escarba en esa tradición en busca de easy listening, soul ligero, melodías sinuosas o arreglos que incluso se atreven con detalles kitsch donde hay sitio para Raffaella Carrá (Chicos bajos, chicas altas) y los riffs desubicados (La empresa). Nixon es un alquimista del estribillo pero también un letrista sutil capaz de transformar palabras en música y a la vez contar historias que van del desamor costumbrista (Lo malo que nos pasa) y la fantasía erótica (Vacaciones en Grecia) a lo perturbado (Animador de crucero) y a Philip K. Dick (Médico rural). Orfebrería pop que incita al baile sutil, la escucha reiterada y el tarareo hipnótico (Juventud). Una joya.
JESÚS ROCAMORA – Mutant, de Arca.
No puede ser coincidencia que dos de los discos más estimulantes de este año, como son los de Oneohtrix Point Never y Arca, jueguen con el concepto “mutante”. Al contrario, creo que refleja muy bien el estado inaprensible de cierta electrónica en 2015, basado en la ruptura, la evolución y los cambios constantes, como una cascada digital, ruidosa y abstracta, que nunca repite las mismas formas. Algo especialmente presente en Mutant, el segundo álbum del venezolano Alejandro Ghersi, donde las melodías se convierten en ritmo solo para transformarse en texturas poco después, en un proceso condenado a mostrarse inacabado ante el oyente. Como cables que se creen cordones umbilicales, asistimos así a cómo la tecnología imita a la biología para sobrevivir. Es la ley. Apostar por Arca este año supone, además, premiarle por dos logros no menos importantes: 1) sus ganas de retorcer géneros e identidades sexuales del mismo modo que su música; y 2) su mano como productor en otros dos discos fabulosos (e igualmente mutantes) que nos ha dejado 2015: el negrísimo Vulnicura de Björk y Hallucinogen EP de Kelela, R&B high-tech tras los pasos de FKA twigs.
Víctor Navarro – 212 flores, de La Terremoto de Alcorcón.
El mejor disco del año es To Pimp A Butterfly de Kendrick Lamar. Es indiscutible. Pero me faltan talento y conocimientos para analizar esta obra como se merece. Sin embargo, me parece que lo que ha hecho La Terremoto de Alcorcón mezclando el Tanguillo de la guapa de Cádiz de Lola Flores con el 212 de Azealia Banks tiene un mérito increíble. El videoclip arranca con una premisa digna de Pedro Vera: “La primera rapera de España era Lola”. Partiendo de este enunciado, la canción homenajea la capacidad de la Faraona para hablar rápido utilizando el contagioso ritmo de 212 como base. La letra de la canción también encaja a la perfección con el crossover: presume de belleza, de éxito, de cuerpo y de orígenes humildes. Lo más gangsta del mundo. No dejéis que los prejuicios os cieguen y abrazad el choque cultural: 212 Flores es una de las cosas más divertidas que han sucedido en 2015.
JÓNATAN SARK – Hamilton (Original Broadway Cast Recording)
https://www.youtube.com/watch?v=S2LGH_qv3iQ
Si solo pudiera hablar de un impacto cultural este año sería sin duda este musical. El disco se ha convertido en todo un éxito pero el musical en el que se basa es uno de esos extraños casos de impacto en un mundo que muchas veces parece cerrado. Y un éxito que no nos lleva a los grandes momentos recientes como Matilda o a los éxitos de taquilla como The book of mormon sino a los que realmente puedes señalar como un cambio en la manera de realizarlos y entenderlos, tan grande al menos como Avenue Q, si no más aún. Hamilton, además, ofrece tanto una brillante construcción interna de personajes como en su uso de la música: así tenemos temas repetidos y frases pronunciadas de manera recurrente, y también construcciones musicales que separan a los personajes creando barreras entre ellos o definiéndoles según el estilo. Porque la incorporación del hiphop a la narrativa de Broadway solo es parte del atractivo -al fin y al cabo no es realmente ‘la primera’ tanto como ‘a la que mejor le ha salido’-, teniendo en cuenta todas las otras construcciones que va usando y contraponiendo.
Eso a la vez que cuenta una historia biográfica real (con sus licencias, por supuesto) y, de paso, la de un sistema económico y una revolución rápidamente olvidada. Todo eso y el componente racial empleado gracias al casting, que permite no solo juegos con doble asignación de papeles sino la creación de una realidad paralela con todos los actores -salvo uno- procedentes de minorías. Y ese uno es, además, el arma secreta de la función, un Jonathan Groff que quizá no sea un genio como Lin-Manuel Miranda, pero que se come con su interpretación y la capacidad ácida y despreocupada de interpretar la mala baba de sus canciones la toxicidad del papel que le toca interpretar y de la música que se le asocia. Podría escribir todo un artículo sobre ella -y debería hacerlo si tuviera tiempo- y aún y con eso me quedaría corto. Si solo puedes acercarte a una de las cosas de las que hablo en este repaso del año que sea a esto.
ELENA ROSILLO – Voces del extremo, de Niño de Elche.
Miles de leyendas y de pseudo-historias han rodeado al origen del flamenco. Desde Blas Infante y sus Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo (1929-1933) se han sucedido las teorías sobre ese grupo de indios desterrados y errantes, llevando tan solo con ellos su semilla en forma de música. Una de ellas dice que el quejío flamenco es el idioma sanguíneo de un pueblo desterrado, el único lenguaje, transmitido de padres a hijos, que le queda a una familia de desarraigados y desposeídos. Qué mejor lenguaje, qué mejor vehículo para llevar a cabo la denuncia que éste, el de los perdedores que, por costumbre, o por decisión u orgullo, siguen haciendo que su cante jondo se comprenda en cualquier lengua.
El Niño de Elche es bilingüe en este sentido. Sabe utilizar los mecanismos del lenguaje flamenco, de su quejío desgarrado. También comprende cuáles han sido las trampas del lenguaje utilizadas para hacernos creer que nosotros (todos) somos también unos privilegiados cuando el verdadero adjetivo que nos define es el de desposeídos. El Niño de Elche conoce todos estos idiomas. Y la poesía. Las voces del extremo se convierten en ecos discordantes, desesosos de hablar, de gritar sus penas -que son las de todos, los que nos creíamos dueños para re-descubrir que nunca dejamos de ser esclavos del sistema-, y es este cantaor social el único capaz de conseguir ordenarlas y hacer de su grito desesperado algo bello, sin dejar de ser doloroso. Escuchar las voces del extremo que resuenan a través del Niño de Elche es escucharnos a nosotros mismos, algo inmensamente necesario en una época en la que el ruido, la manipulación, la contaminación y el desencanto nos ha convertido en ciegos, sordos y mudos ante la injusticia de los poderosos. Un ejercicio de crítica, sarcasmo y cinismo envuelto en el manto de la poesía y de la voz de aquellos a los que nadie escucha. Un ejercicio necesario que le hace merecedor en cualquier ranking que se precie del primer puesto. Y olé los cojones del Niño de Elche. (Si se me permite el exabrupto).
KIKO VEGA – Zipper Down, de Eagles of Death Metal.
«Ce soir c’est le soir et toi avec moi Et tu viens me voir, tu viens ouh la la«… EoDM empezaron a rockear a finales de los noventa, pero no querían vender millones de discos, sólo pasar un buen rato. Entre 2004 y 2008 sacaron tres discos: un cañonazo, un muy buen disco y un tercer trabajo algo flojeras. Siete años después toca reinventarse, aunque hayan recurrido a tres temas que Jesse Hughes compuso para su proyecto unipersonal Boots Electric. Da igual: ahora esos tres temas suenan mejor que nunca, porque el single de presentación, Complexity, es uno de los temarrales del año.
Además, la versión del Save a Prayer de Duran Duran es una cosa muy bonita, aunque sea I Love You All The Time la canción que no saldrá de tu cabeza.
ALBERTO MUT – City of heroes, de Kiske & Sommerville.
Michael Kiske prometió hace muchos años que no volvería a cantar heavy metal y Dios sabe que motivos no le faltaban, porque aparte de ser él más de hard rock, es que su salida de Helloween fue cualquier cosa menos amistosa. Afortunadamente para todos los fans hace ya tiempo que volvió por sus antiguos fueros y se marcó cosas como las colaboraciones con el enorme Tobias Sammet en Avantasia y sus proyectos Place Vendome y Unisonic (con su colega Kai Hansen, nada menos). Precisamente fue en Avantasia donde conocí también a Amanda Somerville, una de las voces femeninas más interesantes del género y una tía majísima en general (basta ver su canal de Youtube con sus diarios de gira), una mujer que ha cantado en casi cualquier parte aunque el grueso de su trabajo haya sido como vocalista de Trillium.
Con estos antecedentes era inevitable que si estos dos titanes se juntaban iba a salir uno de los proyectos de heavy metal más elegante, refinado y de buen gusto que un peludo haya podido escuchar nunca. Metal europeo en la tradición de Kamelot, Edguy, Avantasia y esos grupos más cercanos al heavy inglés de la NWOBHM y al sinfonismo que al power metal de Helloween y Gamma Ray, un heavy melódico, poderoso y muy, muy inspirado. Este es el segundo disco del dúo, que ya sacaron uno con el que me dejaron con la boca abierta, y no puedo más que destacarlo por encima de todo lo que he escuchado este año.
ANDRÉS ABEL – Autumm eternal, de Panopticon.
Podría haber escogido a Deafheaven, pero como consumidor de este tipo de listas entiendo que su gracia está en descubrir cosas nuevas, y ya me llagué las manos aplaudiendo New Bermuda en nuestro artículo sobre black metal bonito. Panopticon tienen (tiene: se trata del proyecto personal de un vikingo americano llamado Austin Lunn) todo que ver con eso, y hace ya tiempo que su nombre es una referencia para los amantes de lo extremo evolucionado; como muy tarde, desde la publicación de Kentucky en 2012, donde Lunn fusionaba el post-metal de anteriores entregas y la música folk de su tierra (sí, estoy hablando de banyos y guitarras resofónicas) con unas cotas de éxito imposibles de imaginar leyendo la descripción sobre el papel. Autumn Eternal cierra la trilogía que se completa con el anterior Roads to the North de 2014 rebajando los niveles de americana, pero en ningún caso los de grandiosidad y pelos como escarpias.
JOHN TONES – Full comunism, de Downtown Boys.
Hace ya tiempo que asumí que las veleidades de la música moderna no están hechas para mí: buscando inspiración para este galardón consulto en Google los mejores discos del año elegidos por publicaciones de mayor prestigio que esta, y sus elecciones me provocan desde la sencilla y familiar repugnancia de cada año a dejarme boqueando en la más absoluta de las indiferencias. Me temo que, troglodita y obcecado en que la música pop no debería ser sofisticación ni complejidad sino primitivismo y asilvestramiento, voy a tener que buscar otras fuentes que me refresquen la memoria. Curiosamente, el Full comunism de Downtown Boys que acaba siendo mi elección y al que llegué en su día a través de un fanzine zarraspatroso también ha sido escogido como uno de los lanzamientos más notables del año por Pitchfork, así que yo que sé. Al final, yo qué sé.
De nombre curiosamente paralelo a uno de los grupos de punk-rock más injustamente infravalorados de la historia, Downtown Boys hacen evolucionar lo justo («lo justo» es «no demasiado») el hardcore punk norteamericano tradicional sumándole saxo y melodía, pero no frenándose lo más mínimo ni en cuestiones políticas, ni activistas, ni en el do-it-yourself perentorio en estos casos. El saxo otorga originalidad, personalidad y calidez a unos aullidos desesperados y bramados desde abajo, como debe ser, pero la banda no permite que la intensidad se apacigüe ni una pizca. La prueba: una soberbia versión de Dancing in the dark de Springteen que sustituye el ñoño mensaje original de lo duro que es ser un artista burgués por un Fight for your right to party para esta generación.