Huele a azufre en nuestro post colectivo. El Mal nos atrae sobremanera en CANINO -a diferencia del Capital, que no hay manera de que se nos acerque-, al menos como concepto: sus formas, sus recursos, sus triquiñuelas. Y como antropomorfización ya ni hablemos. Hoy nos encargamos de la más clásica. Estos son nuestros satanases favoritos.
Lo cierto es que no todos los Satanás que han escogido nuestros colaboradores tienen los perentorios cuernos y rabo, pero al igual que sucedió con nuestra diabólica lista de temazos inspirados en el Maligno, todo son formas diversas para hacer referencia a un concepto metafísico muy específico: personificar (y así explicar, y casi excusar) nuestra inevitable y muy humana tendencia a hacer la puñeta al prójimo. Los Padres de la Iglesia tuvieron que inventarse auténticos giros argumentales dignos de proto-culebrón para justificar que en su Grandísima Gracia se generó un reptil que aglutinaba todo lo malo que hay en el mundo, y el que el Hombre no es malo -cómo va a serlo si somos de inspiración divina-, sino que escucha propuestas maledicentes de un caballerete que busca nuestra condenación. Que el Mal está ahí al lado y nosotros no tenemos la culpa de nada. Semejante chivo expiatorio cósmico… ¡cómo no va a tener las simpatías de CANINO! Así que estas son sus encarnaciones más afortunadas. O algunas de ellas, porque son virtualmente inagotables. Demonios.
Leland Gaunt – La tienda (1991). En el no tan idílico pueblo de Castle Rock, en el norteño estado de Maine, el señor Leland Gaunt ha abierto una nueva tienda llamada Cosas Necesarias. ¡Y qué de cosas extrañas vende este hombre, desde luego esto no es una tienda de antigüedades! Tiene cromos de baseball descatalogados, sí, y fotos inéditas del mismísimo Elvis. Cualquier cosa que se te ocurra (y desees más que nada en el mundo) tiene un huequecito en la trastienda del señor Gaunt. Pero si hay algo interesante en este establecimiento es el precio. Una trastada por aquí para zanjar tu deuda, un asesinato por allá… ¿acaso quieres perder la maravilla que has comprado? En la novela La tienda de Stephen King el diablo no te espera en un cruce de caminos sino que está cómodamente sentado en su establecimiento esperando que llegues a él. Ahora, ¿qué es lo que más deseas? Marta Trivi.
Voland, El Maestro y Margarita (1967). El principal antagonista de la obra maestra satírica de Mijaíl Bulgakov es un diablo de muchas caras. Literalmente. Puede que se te aparezca menudo, con dientes de oro y cojeando de la pierna izquierda. O alto, con dientes de platino y cojeando de la pierna derecha. O incluso como un tipo normal y corriente. El misterioso Monsieur Voland llega al Moscú de los años treinta dispuesto a divertirse (a costa de los demás, por supuesto) y acompañado de sus fieles servidores, entre ellos el elocuente Behemot, un gato negro parlante aficionado al ajedrez, el vodka y las pistolas. Mientras que otras representaciones más convencionales se centran en el papel de Satanás como tentador, Bulgakov opta por presentarnos a un diablo despiadadamente socarrón. Voland utiliza la burla para desvelar los engaños a los que se someten las personas, la nimiedad de sus sueños y esperanzas, la mentira de la Rusia Soviética; considera que el bien sólo existe como sombra de su labor en la tierra. Impredecible, excéntrico y sádico a la vez que carismático. Si prefieres no toparte con él, recuerda: No hables nunca con desconocidos. Lewis of Peter
Boulanger – Là-Bas (1891). No recuerdo muy bien cómo llegué a la obra satánica de Joris-Karl Huysmans: fue un poco al azar, buscando un segundo libro luego de que me sodomizara la psique A Contrapelo (1884). En la investigación de Durtal -una especie de émulo del propio autor- sobre Barbazul, acaba presenciando una misa negra asaz extraña donde se pervierte el ritual católico a través de su inversión. Sí, esa frase de El día de la Bestia de”el diablo imita a Dios…” que acababa en las Torres Kio. Pues en Là-Bas se fornica con una hostia consagrada como método metafórico de vejar a Cristo y se describen escenas lésbicas impensables en la literatura de aquellos tiempos. De hecho, el capítulo de la misa fue censurado en España, donde un cura vale más que cien gendarmes, según cita apócrifa de Napoleón. Lo genial de la novela es que en el último capítulo un amigo de Durtal quita hierro al evento afirmando que aquello que vio eran solo epilépticas histéricas y erotómanos. Así, el verdadero demonio se desvela al final: el general Boulanger, que gana las elecciones en perfecta historia-ficción gracias a una demoníaca Francia ansiosa por un nuevo dictador. Julio Tovar
El Primero de los Caídos – Hellblazer (1991). Una cuestión editorial convirtió al Primero de los Caídos, creado por Garth Ennis y Will Simpson en Hábitos peligrosos -el primer arco argumental de ambos en Hellblazer– en algo mucho más interesante que la historia de un ángel caído. Porque claro, Neil Gaiman ya había presentado a Lucifer en Sandman con un ojo en la literatura y la mitología, así que Ennis tuvo que desviarse para idear un cabrón mucho más oscuro, un personaje que sólo un católico irlandés enfrentado a sus creencias y a su idea de Dios podría pergeñar. De este modo, el Primero de los Caídos es el primer ser que Dios creó, y que al descubrir que Éste estaba loco, cayó en desgracia y al Infierno, abrazando el mal. Era el antagonista que una serie como Hellblazer necesitaba para crear historias a largo plazo, en lugar del monstruo del mes, y lo más interesante es que, por muchos planes ominosos que hiciera, por muy poderoso que resultara, se le torcían las cosas y tenía que recurrir a triquiñuelas, no tanto para salirse con la suya como para lograr una victoria pírrica sobre Constantine. Ya se sabe, al final, el Diablo está en los detalles. Adrián Álvarez.
Aldermach Maggotbone – Ugly Americans (2011-12). Un mundo infestado de demonios arrogantes, nigromantes alcohólicos y zombis vagos, es decir, un mundo no muy diferente de la realidad de nuestro mundo industrializado es el escenario en el que se desarrolla Ugly Americans, una estupenda y referencial comedia de animación emitida por Comedy Central y cuyo protagonista Mark Lily es una total medianía que trabaja en el Departamento de Integración ayudandoa adaptarse a la sociedad a una gorgona, un robot, un koala que habla, un cerebro cíclope, un extraño hombre árbol y a un señor ucraniano. Mark tiene la suerte y la desgracia de salir con la escultural y volátil diablesa Callie, la hija única y predilecta de Aldermach Maggotbone, presidente de la empresa líder de intercambio de almas y jefe supremo del infierno, poseedor por tanto del título oficial de Diablo. Y por si no fuera ya bastante malo que tu suegro sea el mismísimo demonio, Aldermach es además un forofo del fútbol americano, un putero y un bebedor que desaprueba con todas sus fuerzas, cómo no, la unión entre Callie y Mark, a quien intenta sacrificar y desollar en cuanto tiene ocasión. Ah, y Aldermach le gusta reconciliarse sexualmente en público con su ex esposa Rosie, una mujer con un curioso parecido a Mia Farrow en aquella película de Roman Polanski. Santi Pagés
Ignatius Perris – Cuernos (2010) de Joe Hill. No había en la novela con la que debutó el hijo de Stephen King (El traje del muerto -2007- en la que una historia cuyo principal baza era el divertimento resultaba aburrida por un desarrollo tedioso e irregular) ningún motivo para presagiar tres años después esta pequeña joya. Sin embargo, su segunda novela (tras una buena antología de cuentos) supuso un salto de calidad y sirvió para presentar uno de esos demonios inolvidables. Su protagonista, Ig Perris, tras un día de borrachera, comprueba que le están empezando a crecer unos cuernos que, más allá del fenómeno físico, le convierten en el propio diablo cuando se da cuenta de que, gracias a ellos, consigue que cualquier persona le cuente sus deseos ocultos más oscuros. Con tal premisa, el escritor, muy ingeniosamente, se aprovecha de esta cualidad para desmontar reglas típicas de género, retorciéndolas y montando por el camino una novela policíaca donde nuestro diablillo lucha por desentrañar las causas que llevaron a la muerte de su novia. En esta atípica novela se dinamitan los convencionalismos: el pecado se convierte en vehículo para la redención del protagonista. Utilizar al diablo como ejecutor justiciero tras una trama policíaca como si de una fuerza del bien se tratara, sinceramente, no tiene precio. Mariano Hortal.
Traci Lords – New Wave Hookers (1985). «Tracy Lords as The Devil», rezaban (je) los créditos iniciales de la mítica producción de los Hermanos Dark antes de que los poderes de los hombres descubriesen el gran engaño, a saber: que la principesa del porno había rodado todas sus películas menos una antes de cumplir la edad legal para hacer diabluras delante de las cámaras. Traci aparecía caracterizada de Satanasa durante los citados créditos, bamboleándose mientras sonaba el Electrify Me de los Plugz, y en una escena donde sometía con su látigo infernal a un Rick Cassidy disfrazado de angelito. Esos momentos se perdieron como fluidos corporales en la lluvia cuando saltó el escándalo y tuvieron que ser editados fuera de la cinta, pasando a formar parte de la misma leyenda según la cual todo fue un mefistofélico plan de la Lords: la que cuenta que se habría autodelatado a cambio de inmunidad, a la vez que conseguía retirar del mercado todas sus películas… menos una. De cuyos derechos casualmente era la dueña. Ella sin embargo lo ha negado, y aquí siempre escuchamos la palabra del Diablo. Andrés Abel
https://www.youtube.com/watch?v=3X2r1KcxdG0
Satán – South Park: Más grande, más largo y sin cortes (1999). A pesar de tener un hijo biológico llamado Damien, el Satán de South Park es abiertamente homosexual. Visto en algunos episodios, su mayor protagonismo están en el extraordinario largometraje musical de Trey Parker (y Matt Stone) de hace casi veinte años. Su pareja en el film, Saddam Hussein, además de ser un fantástico bailarín, es el culpable de que el infierno sea un lugar tan poco acogedor. Por qué no iba a poder ser el gigante rojo un ángel caído arrepentido que solamente quiere vivir aquí arriba, entre nosotros, cantar temazos y tomar el sol rodeado de atractivos marineros. Kiko Vega.
Cruce de caminos (mitología popular). Eres un negro pobre, como todos los que viven en EEUU durante la Gran Depresión. Pero vives en un estado agrícola, lo que significa que, además, estás rodeado de paletos racistas que te consideran poco menos que un perro que camina a dos patas y se le entiende cuando habla. Si no te quema el KKK te disparará un campesino por acercarte demasiado a la cerca de su sembrao. En esa tesitura, tu única esperanza consiste en convertirte en un bluesman de gran talento y maestría de manera que te puedas ganar la vida tocando en garitos de mala muerte y, con suerte, grabando alguna canción suelta. El problema es logístico: no sabes tocar. Además, tampoco conoces a nadie que pueda enseñarte. Te sabes un montón de canciones de blues porque, bueno, eres un negro de EEUU durante la Gran Depresión, pero no sabes tocarlas. Así que una noche decides irte a un cruce de caminos, lugar de poderes telúricos y nefastos augurios, y esperar. En un momento dado ves a un hombre alto que hubieses jurado que no estaba ahí hace cinco minutos. Puede que sea negro, blanco, que vaya vestido elegantemente o de manera normal. Pero te tomará la guitarra, la afinará, te la devolverá y el pacto se habrá sellado: tu alma a cambio de tocar la guitarra como el mismísimo diablo. Que es quien justamente te acaba de solucionar la vida. – Alberto Mut.
Lucifer – L’inferno (1911). El rey del infierno, según lo descrito en el canto trigésimo cuarto de La divina comedia (1304-1321), se encuentra en el noveno círculo. Su aparición supone el clímax del primer y más popular libro de la obra fundamental de Dante Alighieri. En él se describe al demonio como un gigante con medio cuerpo encerrado en el lago de hielo donde yacen las almas de los condenados. Tiene alas de murciélago, tres caras y tres bocas, y con “cada una trituraba con los dientes a un pecador, como machacándolo” según el propio Dante. La estampa fue retratada en una hermosa lámina de Gustave Doré, y la película muda L’inferno le puso movimiento a ese mismo retrato. Una imagen que, como toda la película, resulta bastante atrevida e impactante, teniendo en cuenta el año de realización. Hace más de cien años. Casi nada. Jorge Loser
Billy Crystal – Desmontando a Harry (1997). El diablo es un humorista judío y tiene la cara de Billy Crystal. Me imagino a Woody Allen escribiendo esta escena con una sonrisa en sus labios de oreja a oreja. De hecho, el duelo dialéctico que mantiene Allen con el demonio neoyorquino de Crystal, que antes de ser el rey del infierno confiesa que lo intentó en Hollywood dirigiendo un estudio de cine, es uno de los momentos más hilarantes de toda su carrera. Una conversación sobre lo bien que se está en el averno (no hay nada mejor que ser tu propio jefe, según palabras del mismísimo diablillo Crystal), con un momento y yo más para ver quién es más malvado. Y es que la pareja habla de mamadas, de acostarse con ciegas, disléxicas y tullidas, y sobre ménage à trois con las hermanas Sherman. Todo esto, claro está, a ritmo de swing. Xavi Sánchez
Angelo – Dos velas para el diablo (2008). “Si le pones una vela a Dios, ponle dos al Diablo”. Basándose en este refrán de la cultura popular de Europa del este, nuestra autora de género fantástico para adolescentes más joven y prolífica, Laura Gallego, desarrollaba una novela de aventuras trepidante, compleja y tremendamente metafórica. “Si los ángeles podemos matar, ¿por qué nosotros no podemos amar?”. La visión de los ángeles y demonios que habitan nuestro mundo sin que nosotros nos demos cuenta dista mucho de aquella tierna y melancólica de Wim Wenders. Para la autora valenciana, ni los ángeles son tan buenos como los pintan, ni los demonios tan malos. Es, simplemente, una cuestión de naturalezas. Así, más cerca del superhombre nietzscheano que de la tradición cristiana, el personaje de Angelo (un “demonio menor”) no solo se encarga de proteger e instruir al fantasma de la joven Cat en una vida ya ¿imposible? de recuperar, sino de convertirse en su primer amor. Y póstumo, para colmo. Porque, igual que decíamos de El fantasma y la señora Muir (1947) de J.L. Mankiewitz, la muerte nunca fue un impedimentoen las cuestiones amorosas, sino todo lo contrario. ¿Necrofilia sentimental? Bueno, no estábamos hablando de eso, sino de demonios en cuerpos de carne y hueso (y fuego). Vamos, que si de algo puede presumir la Gallego es de saber construir un relato tan trepidante como locuaz a la hora de meter en la cabeza a esas hormonas andantes que son los adolescentes, que los extremos opuestos se atraen, que los radicalismos son muy malos (que se lo digan a los ángeles), y que los chicos malos siempre nos ponen más. Bueno, a lo mejor eso último, no. Elena Rosillo.
Lucifer – Lucifer (2000-2006). El Lucifer imaginado por Neil Gaiman para The Sandman es interesante, sobre todo, porque ha marcado el camino de las representaciones por venir o subvertir, al menos, en el cómic independiente. En The Wicked and The Divine (Image, 2014-), sin ir más lejos, cómic en el que Kieron Gillen y Jamie McKelvie juegan con las representaciones arquetípicas de un panteón de dioses y diosas, encontramos a una Lucifer (Luci) cuya imagen –rubia, andrógina y soberbia– remite poderosamente al David Bowie de mediados de los setenta.
El Lucifer protagonista del spin off de la editorial Vertigo viste traje de chaqueta y recuerda, al menos desde que abandonó el Infierno y comenzó a regentar un club llamado Lux, al Brad Pitt de los noventa; un mix mefistofélico entre Tyler Durden y el Heinrich Harrer de Siete años en el Tíbet. El guionista de este The Sandman presenta no es otro que el más que competente Mike Carey, capaz de pensar para Samael una aventura a la altura del genio estratégico de nuestro protagonista; y responsable, a su vez, de idear un personaje como Mazikeen, orgullosa hija de Lilith, siempre leal a la causa del Diablo, en apariencia. Asimismo, nuestra Estrella de la Mañana tiene sus propios planes, más allá de los diseñados por su Padre, lo que hace de este cómic una aventura que, ante todo, habla de emancipación. Comentario aparte merece Dean Ormston, extraordinario dibujante inglés responsable de los mejores episodios de Lucifer, aquellos donde el protagonista deja que todos y todas se ahorquen con su propia soga. Elisa McCausland
Crowley – Buenos presagios (1990). Un buen día, siguiendo planes inescrutables, este demonio se transformó en serpiente para tentar a unos tales Adán y Eva en el jardín del Edén. Varios milenios después, su opinión sobre los resultados del negocio es ambivalente cuanto menos: por un lado, Crowley está contentísimo de haberse pegado la vida padre durante sus milenios en la Tierra, gozando de la buena comida, de la buena música y de lo divertidos que pueden llegar a ser los humanos cuando les da por hacer estupideces. Por otro lado, eso de tentar a los mortales para que rindan sus almas al Infierno no deja de ser un trabajo. Y, si hay algo que a Crowley le gusta menos que el agua bendita, es trabajar.
Caradura, frescales y bon vivant, este diablo que, más que caer, se dio un garbeo calle abajo, es una de las mejores creaciones jamás pergeñadas por Neil Gaiman y Terry Pratchett, juntos o por separado. No sólo por detalles tan entrañables como su afición por la floricultura (amenazando a sus plantas con los tormentos del Averno si se ponen mustias) o por ese Bentley suyo, aquejado por una terrible maldición que convierte las cintas en Greatest Hits de Queen. Si asumimos que Satán y sus huestes son los epígonos máximos de la rebeldía, podemos concluir en que no hay rebeldía mayor que la de la de quien afirma que todo eso del Armagedón está sobrevalorado, que cualquier contrato de compraventa de almas palidece ante un acuerdo de licencia de usuario y que, en definitiva, es más provechoso seguir el propio camino (a poder ser, en compañía de Azirafel, ese ángel que pierde más aceite que una furgoneta de tercera mano) antes que plegarse a los designios de una abstracción, por muy inefable que esta sea. Allá vayan el Cielo y el Infierno con sus cuitas: a Crowley le basta con escuchar a Haydn para sentirse como un príncipe (de las Tinieblas). Yago García
Segundo de Chomón – Satán se divierte (1907). Aunque el título de esta joya de 1907 sea Satán se divierte, en realidad no es el demonio quien se divierte ante la cámara sino Segundo de Chomón, enfundado en un traje de esqueleto cubierto con capa. En nueve minutos escasos vemos a Satán hacer aparecer y desaparecer a unas jóvenes doncellas, provocar su levitación mientras arde la tela negra en la que han sido previamente envueltas y reducirlas hasta conseguir introducirlas en el interior de unas botellas que acabarán llenas de un líquido azuloso que, se supone, es agua. Al final, incluso una de ellas lo consigue matar y quitarle la capa. Seguramente, a diferencia de nosotros (seres del siglo XXI), los espectadores de principios del siglo XX verían al propio diablo disfrutando al desplegar su poder maligno sobre unos pocos mortales. En cambio, lo que yo veo es oro… Roser Messa.
John Milton – Pactar con el diablo (1997). Que nadie se deje engañar por el burdísimo guiño de poner a Satán el nombre del autor de El paraíso perdido (1667). Pactar con el diablo es uno de esos pequeños (escasos) milagros que dio el cine mainstream de los noventa / dosmiles gracias a un guion espléndido y finísimo de Tony Gilroy (más tarde creador de las Bourne) y un Al Pacino que, pese a estar en ese momento de su carrera tan discuctible, ahí a tope tras Esencia de mujer (1992) o Heat (1995) -aunque ojo, que un año después rodaría Atrapado por su pasado– da lo mejor de sí mismo, con un Satanás absolutamente histriónico y, a su manera, aterrador. El guion de Gilroy rebosa humor malvado e ingenioso (desde el propio concepto que ya explotaba la novela original de Andrew Neiderman de que si Satán se mezclara entre nosotros lo haría con un bufete de abogados, a su preferencia a viajar en metro o su despacho en un ático) y propone todo un rosario de tópicos sobre el Maligno que mezcla desde mitología pagana al radicalismo cristiano. El resultado es poco o nada subversivo, por supuesto (es una película de Taylor –Oficial y caballero– Hackford), pero con escenas como esa climática (y potencialmente espoileadora, aviso) de ahí arriba, rebosante de inteligentísimas blasfemias, el conjunto acaba siendo absolutamente irresistible. «Mira, pero no toques. Toca, pero no pruebes. Prueba, pero no tragues«, mientras su incestuosa hija diabla se descojona. Magnífico. John Tones.
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