Episodio once de la última temporada de House of Cards. Justo antes de salir de escena Claire Underwood (Robin Wright) te mira a ti, espectador. “Sólo para que quede claro, no es que no siempre haya sabido que estabas ahí”, nos revela Claire. “Tenía sentimientos encontrados. Cuestionaba tus intenciones. Pero no te lo tomes como algo personal. Respecto a llamar la atención, soy ambivalente”.
La escena no dura más de cinco segundos pero tampoco pillaba desprevenido al seguidor de la serie. Por otro lado, que el remake de la serie inglesa fuera uno de los primeros productos originales de Netflix no dejaba de tener una cierta ironía. En una era audiovisual basada en la inmediatez y el déficit de atención, la serie apostaba por romper la cuarta pared y hablar directamente al usuario, llamándole la atención a base de monólogos interpretados con más que gracia por Kevin Spacey.
Porque como decía Frank Underwood al espectador en su último discurso (conectado intrínsecamente con la atención): “Ya no importa lo que diga ni que lo haga, ya no importa ni siquiera que entiendas mi última y espectacular maniobra política. Estás aquí porque sólo quieres verme a mí, ahora, haciendo lo que sea. Da igual que tenga razón o no. Bienvenido a la muerte de la era de la razón”.
El anuncio del abuso sexual perpetrado por Kevin Spacey hace veinte años ha puesto en duda el futuro de la propia serie (por otra parte, que el actor aprovechara para usar el déficit de atención general para anunciar que es homosexual fue cuanto menos, de gusto dudoso). Por otra parte, algunos medios han empezado a señalar la constante repetición de noticias de este tipo, quitándole importancia al asunto. “Estamos asistiendo a una caza de brujas”. “Hollywood es un lugar complicado”. “En los setenta y ochenta el ritmo de vida era diferente”. “Dustin Hoffman, Kevin Spacey… ¿Quién será el próximo? ¿Jack Nicholson?”.
Establecer paralelismos con la realidad es complicado, sí. Sin embargo, es curioso cómo el despido de Kevin Spacey puede (en la ficción) explicarse.
Me explico: al final de la quinta temporada, Claire Underwood es la Presidenta de Estados Unidos, y Frank Underwood está aislado en un apartamento lejos de la Casa Blanca, arrinconado por diferentes investigaciones que están sacando a la luz lentamente todos sus crímenes. En la última escena Frank intenta llamar a Claire, pero esta, embelesada con la bandera en el despacho oval, vuelve a mirar a la cámara y responde con un lacónico “Mi turno”.
Tal y como ya ha apuntado en las redes sociales, si Netflix termina realizando una sexta temporada con una propuesta centrada en Claire, prescindiendo así Frank Underwood, los guionistas lograrán crear (estoy seguro) una tanda de excelentes episodios, con diálogos llenos de ingenio sobre el poder y la corrupción. Muchos alabarán que por fin Robin Wright tenga total protagonismo (sin duda, merecidísimo, siendo productora y directora de muchos de los episodios, además de una actriz excepcional). Y finalmente, algunos alabarán finalmente Netflix como adalid de la equidad y el feminismo.
Los más cínicos seguiremos pensando en esta avalancha de denuncias, cuya importancia pronto quedará olvidada por nuevos trending topics y posverdades varias. Pensaremos en qué pena que todas las voces humilladas y silenciadas sigan ahí, en una realidad (la nuestra) que no se arregla con un mero cambio en los créditos. Y sobretodo, qué lástima que sólo en la ficción seamos capaces de encontrar una suerte de justicia poética y sentirnos a salvo. Ahora tú, Robin. Bienvenidos a la era del déficit de atención. Sean felices.