Un canon de ‘Star Wars’ para cada espectador

La adquisición de la saga Star Wars por parte de Disney ha marcado un calendario de franquicia controlada, al estilo de las películas Marvel. Pero quizás esta nueva continuidad acabe por exponer lo baladí de los cánones oficiales.

En una escena de El imperio del fuego (Reign of Fire; Rob Bowman, 2002), Gerald Butler y Christian Bale recrean, ante un grupo de niños que solo ha conocido la desolación de la guerra, el clímax de El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980). El popular giro impacta por primera vez en estos niños, uno de los cuales inquiere a Butler por cómo continúa la historia a partir de ese punto, pero eso ha de quedar para otra ocasión. Estos adultos han buscado transmitir algo del encantamiento que ellos mismos vivieron a unos jóvenes con menos esperanzas en el futuro que ellos, y, al hacerlo, estaban poniendo de manifiesto las fuertes raíces mitológicas – la lectura que George Lucas hizo de Joseph Campbell – y el carácter serializado de Star Wars.

Antes de cumplir cuarenta años del estreno de la película original hemos asistido a un renacimiento, la consecuencia del paso de testigo entre Lucas y la compañía Disney que pone, en manos de un titán mediático, una de las sagas más populares e influyentes de la última mitad de siglo. Lucas, como los personajes de Butler y Bale, también partía de la transmisión y mutación de los relatos de su juventud: héroes espaciales como John Carter (1912), Buck Rogers (1928), Northwest Smith (1933) o, por supuesto, Flash Gordon (1934).

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No es difícil de entender por qué la saga mantiene vigencia, lo que hacía la concesión a Disney una situación delicada. Incluso entre los detractores de las precuelas ha habido suspicacias ante lo que suponía para el Universo Expandido, obras derivadas de Star Wars que ampliaban o incluso continuaban la saga. El Universo Expandido se organiza como canon oficial en torno a El Holocron, la base de datos que gestiona Leland Chee. El trabajo de esta base de datos era clasificar todos los elementos franquiciados en una jerarquía de canonicidad ( “G” de George para las seis películas de Lucas, “T” para los proyectos televisivos, “C” sería la continuidad válida siempre que no contradiga a “G” ni a “T”, “S” para material cuestionable como Star Wars Holiday Special y “N” para historias alternativas o “what if…”) y Disney se ha asegurado de mantener ese carácter oficial a través de Pablo Hidalgo, miembro fundador de Star Wars Fan Boy Association y nuevo brand communication manager de Lucasfilm.

Armonizar ese Universo Expandido no es tarea fácil: mi lectura juvenil de la novela El Ojo de la Mente (1978) de Alan Dean Foster me sorprendió con más incesto no intencionado entre Luke y Leia, una mujer llamada Halla en el papel de Yoda y Darth Vader siendo mutilado y cayendo a un pozo. Era básicamente un borrador de secuela al Star Wars original, una que no incluía a Han Solo porque Harrison Ford no estaba confirmado para próximas entregas. El Universo Expandido ya estaba cargado de contradicciones desde el mismo inicio. Por ello, la tarea de J.J. Abrams a los mandos de Star Wars: El despertar de la fuerza mantiene la sombra de su trabajo en Star Trek (2009) donde los guionistas Roberto Orci y Alex Kurtzman diferenciaban estas nuevas historias no como reboot, sino como una línea temporal paralela que permitía volver al canon original si fuese necesario, según lo establecido en el episodio Parallels (temporada 7, episodio 11) de Star Trek: La Nueva Generación (1987 – 1994).

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Un canon no es más que una expresión de propiedad y pureza dentro de una obra de ficción, que busca separar grano de paja pero que se realiza desde una inevitable subjetividad. Cuanto más se introducen especificaciones (fechas, mapas, linajes, midiclorianos, etc) en una historia, menos misterio y menos margen de maniobra para la creatividad, supeditada a esa coherencia canónica. Por eso, desde el 25 de Abril de 2014, Disney dejó claro que había mucha limpieza por hacer en el Universo Expandido. Se trata de elegir lo conveniente, lo que puede apelar a los fans sin alienar a los profanos.

Es inevitable la comparación con los constantes reboots de las editoriales Marvel y DC, que han terminado por producir eventos anuales con los que reorganizar décadas de tebeos y tramas cruzadas, muchas veces con resultados catastróficos. Gestionar franquicias cada vez más fraccionadas acaba siendo todo un juego de malabares, así es como hemos acabado con varios Batman en distintos formatos: el Batman de Lego tiene videojuegos y películas propias, el Batman interpretado por Ben Affleck ya tiene al menos dos apariciones cinematográficas en la recámara, David Mazouz es el Batman Antes De Batman de Gotham (2014) y en los tebeos de DC se cruzan distintas encarnaciones y cabeceras del hombre murciélago. [pullquote align=»right» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Cuanto más específica se vuelve una saga, menos espacio queda en ella para el misterio y la creatividad.[/pullquote]

El canon de Disney ha quedado expresado en lo siguiente: las seis películas de Lucas, la nueva trilogía por venir (y sus spin offs: Rogue One, precuela de Han Solo), las series de animación The Clone Wars (2008) y Star Wars: Rebels (2014), las novelas Tarkin de James Luceno, A New Dawn de John Jackson Miller, Lords of the Sith de Paul S. Kemp, Dark Disciple de Christie Golden, videojuegos como Star Wars Battlefront (2015) o Star Wars: Revolución (2015) y los distintos tebeos que Marvel ha sacado desde entonces. El resto del Universo Expandido queda etiquetado bajo el nombre de Legends, lo que permite la ambigüedad de considerar que algunas de esas historias son canónicas (¡en parte!) y otras quizás no lo sean.

No es una solución elegante y ni el ritmo ni su ambición transmedia beneficia a su consistencia. Se me ocurren ejemplos más hábiles a la hora de lidiar con ello, como es el caso de Gundam (1979), casi una prima japonesa de Star Wars, donde se plantean universos paralelos para cada nuevo reboot de la saga mientras algunos personajes mantienen características comunes. No está tan lejos del ‘multiverso’ del escritor británico Michael Moorcock, que ha tejido una red que cubre toda su obra (incluyendo su autobiografía o trabajos para otras franquicias como Doctor Who) bajo la idea de que sus personajes son avatares de un ideal platónico conocido como el Campeón Eterno.

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Estas estrategias, cuando carecen de solidez, terminan siendo banales, como el caso de Hyrule Historia, el intento de Shigeru Miyamoto de responder a fans que pedían una cronología de la saga de videojuegos The Legend of Zelda. El resultado es verdadero galimatías que deja bien claro que no había ningún interés en planificar una historia continuada tanto como sacar diferentes historias bajo una misma marca y personajes reconocibles, con algún guiño aislado y ecos lejanos de las pasadas entregas.

Pero la tentación de mantener un canon estricto como una especie de sello de calidad y catálogo de venta es demasiado grande. Cuando el crítico y teórico literario Harold Bloom presenta El Canon Occidental como un sumario de escritores imprescindibles, no solo está planteando una visión jerarquizada de la cultura, también está respondiendo ante la rebeldía de visiones más transversales y mucho menos rigurosas -que él denomina “escuela del resentimiento”-  negando un valor de debate con la rigidez de lo oficialista como arma. Bloom recurre al origen etimológico del canon como elemento sagrado y, con ello, a como nuestra idea del mismo se asemeja a la del dogma religioso que primero elige qué evangelios se ajustan a las intenciones de sus mandos (y por tanto, a su ideología) y después, dentro de esos evangelios, señala la santidad del matrimonio heterosexual tradicional mientras obvia las prohibiciones de comer marisco o tatuarse o la defensa de la esclavitud.[pullquote align=»right» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]La tentación de mantener un canon como sello de calidad y comercial es demasiado grande. [/pullquote]

Esa subjetividad en la elección canónica hace de todo panteón inmutable algo incompleto o incluso falso. La obra de J.R.R. Tolkien se representa hoy con una visión gore y espectral heredera de las películas de Peter Jackson frente a cierta ingenuidad lánguida en los originales, y muy diferente a las versiones que Led Zeppelin, Ralph Bakshi o Blind Guardian proyectaban sobre dichos textos. Pero Bloom también refleja la necesidad de acudir a las raíces de donde proviene la intertextualidad de los sucesivos autores, una propuesta mucho menos excluyente que sugestiva. Quizás por eso Neill Blomkamp proponía una secuela directa de Aliens (James Cameron, 1986), ignorando todas las entregas posteriores de la saga o Bryan Singer partió de Superman II (Richard Lester, 1980) para su Superman Returns (2006): es la fantasía de fidelidad, un falso respeto a los orígenes igual de adulterado por la nostalgia.

Sin la deformación de los textos originales, no tendríamos a los personajes de Charlton Comics paseándose primero por Watchmen (1985) y después por Multiversity: Pax Americana (2014) donde Grant Morrison y Frank Quitely conjugaban a los héroes originales con las contrapartidas ideadas por Alan Moore y Dave Gibbons. Sin esa intertextualidad, Mark Millar no habría presentado su Universo DC en Wanted (2003) como un lugar donde Christopher Reeve fue realmente Superman, Lynda Carter era Wonder Woman y Adam West ejercía como Batman pero ninguno de ellos puede recordarlo. No es extraño que Millar, el año anterior, hubiese puesto a Bryan Hitch a dibujar a Nick Furia como Samuel L. Jackson, seis años antes de su aparición como tal en el epílogo de Iron Man (Jon Favreau, 2008).

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Un canon puede ser un intento de preservar la cultura, ya sea desde motivos económicos a una postura tradicionalista, pero si algo podemos tener seguro es que no es inflexible. El canon de Star Wars con George Lucas no es el mismo que el que propone Disney, pero tampoco será el mismo para cada uno de nosotros, que seguiremos excluyendo aquellas partes con las que no estamos de acuerdo o las que, simplemente, no conocemos: la proliferación de montajes alternativos de películas, hechas por fans, plantea a cada cual el papel de editor. Lo que proyectamos en nuestro canon particular tiene mucho más que ver con nuestro propio bagaje cultural, con las características que se nos han inculcado como esenciales y que queremos proteger frente aquello que se nos impone como doctrina. Sería interesante dejar atrás la compulsión de un patrón perfecto y disfrutar más de sus constantes fluctuaciones.

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