Una de las firmas más interesantes de la cultura popular reciente, Valeria Vegas (Valencia, 1985) escribió hace pocos años un honesto y notable libro de memorias de ese fenómeno mediático llamado La Veneno. Vuelve ahora con una obra más reivindicativa: Vestidas de azul, una genealogía del tiempo y el lugar del documental Vestida de azul dirigido por Antonio Giménez-Rico en 1983. FOTOS: Julio Tovar.
Vestida de azul, estrenada el 6 de septiembre de 1983, empezó siendo un intento de Giménez-Rico de construir una ficción sobre la vida transexual en el Madrid de inicios de los ochenta. En su lanzamiento resultó un documental honesto, nada retórico, sobre la vida y obra de transexuales y transformistas en plena Movida.
Vegas, en Vestidas de azul: Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición española, ha realizado una minuciosa investigación sobre esta obra a través de fuentes de la época y entrevistas. En esa publicación reconstruye los prolegómenos del documental, cómo fue recibido y el destino adverso de muchas de las protagonistas. Además, repasa la marginación del transexual en el tiempo, condenado casi siempre a un papel erótico, y los progresivos cambios sociales del país que han permitido una mayor aceptación social. CANINO tuvo el placer de charlar con la autora a propósito del libro y de la época.
JULIO TOVAR (JT): Nos fascina cómo llegas al conocimiento de Vestida de azul: a través de la cinta usada de Cristina, La Veneno, que era amiga de una de las protagonistas en sus tiempos de prostituta. Cuéntanos, si es posible…
VALERIA VEGAS (VG): Es totalmente En busca del arca perdida (risas). En 2006, cuando yo conozco a La Veneno, una de las veces que voy a su casa me dice: “te voy a poner una película donde se matan vivas, ¡tienes que ver esto!”. Era una copia de la tele, en una caja de cartón con un título en boli donde ponía “Vestida de azul: película de travestís”. Me dijo “¡Esta cinta perteneció a Tamara la Gitana!”. Y esta última, en la película, era compañera de la calle de La Veneno en los 90. Fueron sus últimos años, antes de fallecer en el año 1995. Cristina decía que “no era una copia cualquiera, ¡era una copia de las protagonistas!”


JT: Ella atesoraba esa cinta como un “artefacto cultural” perdido, un fetiche…
VG: Sí, sí: ella era consciente. Gran parte del colectivo trans, de la generación de los 70 u 80, tienen muy considerada esa película. Presenta la problemática de sus vidas, sus intereses. Al ser un mundo muy cerrado, se acaban conociendo unas a otras.
JT: Es una película, de hecho, muy poco sexual: muy doméstica y costumbrista. Presenta a las protagonistas realizando tareas comunes, humanizándolas…
VG: ¡Totalmente! En aquella época, con el cine de Ozores, podían haber recurrido a los desnudos, pero apenas hay: dos momentos con unos senos, pero casi nada. Ese cine ya está en decadencia, a mediados de los ochenta, pero todavía tenía público. Ni siquiera hablan de relaciones sexuales…
JT: ¿Cuál es la razón de que el filme no tenga tanta repercusión en estos tiempos de liberación trans?
VG: Es una película que se quedó perdida en distribución: al no ser los productores (Jaime de Armiñán y Teo Escamilla) realmente profesionales de la producción, dejó de moverse. Esto lo cuenta Giménez-Rico, el director, y es por eso que deja de aparecer en televisión, aunque hoy en día la tiene Enrique Cerezo. No la editan, creo, porque carecen de una copia de buena calidad. Incluso, la única copia en celuloide presentable es con subtítulos, la que se puso en el extranjero. Las que tienen sin estos están k.o.
JT: ¿Se podría pasar esa copia con subtítulos a formato digital?
VG: Sí, imagino que sí, aunque no domino el tema.
JT: ¿No tienen una copia limpia, sin subtítulos, en fotoquímico, en celuloide…?
VG: No, es raro, porque entonces estaría en la plataforma de Cerezo, FlixOlé. Es raro. Te digo lo que sé, porque la editorial está en contacto con ellos para quizá hacer una edición especial con el libro. Están viendo qué copia encuentran, que además sea aceptable. No está en plataformas digitales por eso mismo, porque fue perdiendo fuelle con el tiempo…
JT: Pero había reproducciones en VHS…
VG: Exacto. Lo que había eran copias ripeadas en VHS, que luego se subieron a Youtube.
JT: Es una pena esa baja calidad: es una película preciosista, sobre todo la parte del Palacio de Cristal en el Retiro…
VG: Además, el director de fotografía es Teo Escamilla, que ha sido de los mejores operadores de España. Tiene una parte estética muy bonita, fuera de que la historia te guste o no.


JT: Volviendo al tema principal del filme, ¿Existe alguna firma en la Transición que delimitara bien los términos entre travesti y transexual?
Salieron muchos libros, de editoriales potentes, y era más una cuestión de explotación que de información. No había una delimitación clara en ese momento: el transformista era travesti, la actriz de turno era travesti ¡todo era travesti! Y periodísticamente, sólo los cirujanos o médicos utilizaban el término transexual en la Transición. Luego esa pelota fue creciendo hasta los noventa; no estaba bien fragmentadas las definiciones…
JT: Terenci Moix fue el primero, ya en 1978, en hablar de la «comercialización» del travesti y recordaba que “la nostalgia del andrógino ideal pierde puntos cuando se la encuentra colgada semanalmente en un quiosco» ¿No forzó esa demanda de sexualidad divergente a que los transexuales se hipersexualizaran? ¿Fue en contra del colectivo?
VG: Esa reivindicación que hace Terenci hay que contextualizarla en que él vive en Cataluña y en Barcelona fue realmente la explosión trans antes que Madrid: había muchas más salas, mucha más libertad. La ley de escándalo público era la misma en toda España, pero digamos que “hacían la vista gorda”. Puede ser, entonces, que el transexual se hipersexualizara por esas publicaciones, pero también diríamos que la mujer cis se hipersexualiza con el porno.
JT: Eso también fue una realidad en los setenta…
VG: Sí, es una realidad.
JT: Revisando publicaciones eróticas del tiempo, incluso satíricas, algo que llama mucho la atención es que estaban todas dirigidas por hombres: no existía pornografía con perspectiva femenina o dirigida por mujeres…
VG: Revistas del destape en aquel tiempo, exceptuando Interviú (que no saca trans en la Transición), como Lib, Papillón siempre sacan mujeres si eran guapas. Al transexual se le perdonaba si era guapa. ¿Por qué son hipersexualizadas? Aún sin generalizar, porque buscan esa aceptación: la mujer elevada al cubo. Lo que se entiende por la mujer en aquel tiempo…

el reportaje del transexual titulado de manera claramente tremendista.
JT: Es una visión estrictamente masculina
VG: Sí, sí: lo es para todas esas firmas o editoriales, mundo quiosco o revista. Pero para ellas es un método de aceptación social.
JT: Incluso las revistas de humor…
VG: El Papus, incluso antes del atentado, en su dirección, en toda su jerarquía, eran hombres. Constantemente salían mujeres. A estas siempre les faltaba una pieza de ropa y normalmente había un hombre, casi siempre muy gañán, quitándole ropa. Esto se repitió, más en ilustración, en El Jueves: eran chicas siempre tetonas…
JT: La “Chica del viernes” …
VG: Claro.
JT: También esa hipersexualización de transexuales y mujeres era fruto de una brutal represión: en la actualidad es difícil ver contenidos así; más realizados por gente joven.
VG: Exacto. Incluso la gente joven, hoy en día, vería una mujer atractiva en Jane Birkin. En los setenta ese tipo de mujer no se vería atractiva: menuda, pecho plano, etc. Los franceses estaban curados de espanto; aquí tenía que ser el modelo americano de playmate.
Hablamos con VALERIA VEGAS, autora del libro VESTIDAS DE AZUL, un profundo estudio sobre la transexualidad en la Transición elaborado a partir del documental de culto ‘Vestida de azul’.
JT: Realizas un excelente repaso en el libro sobre las leyes, ya desde 1933, que perseguían la divergencia sexual en España ¿Condicionaron al colectivo a la marginalidad? ¿No existió «una conllevancia» de la diferencia en algún círculo elevado?
VG: Si lo había en algún círculo, tampoco les daba voz. Personas, por ejemplo, como Carla Antonelli ya estaban a finales de los setenta haciendo reportajes en Lib súper cutres, ya que no le quedaba otra. Aunque alzaba la voz, no la tomaban en serio: la querían como carnaza. Tenían que llegar los dosmiles, los finales de los noventa, para que alguien con una mayor inteligencia pudiera denunciar eso o contar ciertas cosas. Por otra parte los límites legislativos hasta el año 1986 acrecentaban la marginalidad. Esto obligaba, así, que ante la dificultad del cambio de sexo muchas tuvieran que acudir a operaciones clandestinas o irse al extranjero.
JT: Tan tarde como en 1984 Manuel Vázquez Montalbán incluye a alguien que poco podría ser «inquietante» como Bibi Andersen en Mis almuerzos con gente inquietante. Llega a titular a su escote «inquietante» ¿La intelectualidad del tiempo estuvo por detrás de los cambios sociales de la calle?
VG: Tanto Vázquez Montalbán, que todavía tenía la mano más suelta y era más liberal, como Paco Umbral, como tanta gente se recreaban en algo que no era. Es decir, las reivindicaban con una especie de justicia poética…


JT: Es puro paternalismo, revisados los textos
VG: Sí, paternalista y con una gran dosis de morbo. El titular, en Interviú, siempre tenía una segunda intención. Eso llega un momento en los noventa que queda anticuado: tratar así a Bibiana en los noventa quedaba anticuado. No quería estar dentro de un cliché y ha luchado por ello. Quien siguiera con esta idea no solo atacaba su libertad individual, sino que caía en un tópico que estaba muy sobado. “Mis almuerzos…” solo entrevista a dos mujeres y una es Bibiana Anderson y otra una Marquesa; no sé si Pitita…
JT: Es a Carmen Romero, mujer (ahora ex mujer), de Felipe González. Lo más sorprendente de la entrevista de Montalbán a Bibi Andersen, a pesar de tener la mano más suelta como afirmas, habla de que tiene la planta “de Ingrid Bergman” sin venir realmente a cuento. Es muy perverso el enfoque…
VG: Claro, la trata como un fenómeno. ¿Por qué la incluye? La incluye como la trata, como un fenómeno.
JT: Ese lirismo que esconde perversión…
VG: Es que ellos eran muy perversos, es la perversión de la represión como has dicho antes. Todos ellos eran muy pajilleros, con perdón por el término…
JT: Tu repaso al cine rijoso de los setenta, con el «mariquita» como ardid cómico, es demoledor ¿Existe alguna comedia que humanice al colectivo? Defiendes el drama de Cambio de Sexo, Aranda, pero cuesta recordar comedias…
VG: La homosexualidad iba por delante de la transexualidad: en el franquismo se consiente la homosexualidad siempre que sea como mofa. El mariquita gracioso de No desearás al vecino del quinto de inicios de los setenta. Con la Transición sí aparecen películas donde se humaniza al homosexual como El diputado, Un hombre llamado flor de otoño (dentro del travestismo y en la época prefranquista). Ahora, la transexualidad no ocurre en las películas. Tiene que llegar Almodóvar para que aparezcan personajes transexuales por encima de esto, en comedia. Hay también una excepción, que merece la pena ser revisitada, que es Perras callejeras de José Antonio de la Loma, donde aparecen un grupo de prostitutas que son trans. En una trifulca con la policía aparece el actor Luis Cuenca interpretando al abogado de ellas y da un discurso buenísimo sobre la hipocresía social. Es una película entre cómica y quinqui, tiene toques de comedia. Es una obra, además, que se ríe con ellas, no de ellas.
JT: Entrando en el documental, fascina que Giménez-Rico fuera capaz de no juzgar, aunque se le escapa un «complicarse la vida» sospechoso en tu libro, en ningún caso por decisiones de las entrevistadas. ¿Fue una decisión consciente de él o dejó improvisar buscando un remedo de la fórmula reality de El Desencanto?
VG: Se le escaparon muchas más cosas en mi libro, no te puedes imaginar. Sí, conecta con El desencanto. Yo no sé hasta qué punto Giménez-Rico era consciente de que su filme no era prejuicioso. Yo creo que él no pretendía serlo, pero al final no sé si fue consciente del todo de que el documental carece de la mínima moralina.


JT: Ahora que sacas el cine de José Antonio de la Loma, su obra suele ser muy paternalista, muy cristiana…Por eso Vestida de azul es tan interesante: nunca las juzga.
VG: Claro. Él deja la cámara, pero nunca llega a ser una obra de busto parlante. Las filma duchándose, en el espejo, las partes de El Retiro que comentabas, los paseos por el pueblo, con la familia, etc. Es acción sin guion. Giménez-Rico siempre cuenta que su intención inicial era hacer una ficción y contactó con ellas para documentarse. Yo creo que si llega a hacer una película de ficción le habría salido una patata.
JT: Habría entrado en modo paternalista, con final redentor…
Así es. Documentarse en ese mundo, no es entrar solo en ese mundo o verlas en el cabaret. Es tener cierta sensibilidad y conocer casos de primera mano. Le habría quedado algo muy impostado, seguramente.
JT: ¿Crees que Giménez-Rico llegó a ver Let Me Die a Woman (1977) o Et il Voulut Être une Femme (1978)? ¿Conocía al menos el filme de Ocaña de Ventura Pons o las producciones de John Waters?
VG: No sé si es el tipo de cine que Giménez-Rico consumía, puesto que es otra vertiente del cine a lo Garci, pero creo que sí lo conocería: la película de Ocaña de Ventura Pons tuvo mucha relevancia, fue al festival de Cannes del 78. Ya solo por eso, lo vería como un precedente. No me consta, con todo, porque no se lo he preguntado… La película de Pons abrió la puerta a muchos casos como esta, sin ser transexualidad, ya que Ocaña es un travesti. Ocaña no te habla de exclusión, sino de marginación: él trabaja como pintor. No necesita prostituirse, por ejemplo.
JT: Es una exclusión que parece reivindicar su papel de artista: Pons filma la casa de Ocaña como una cripta, con las vírgenes pintadas. Es una película más feliz que dramática…
VG: Es lo que tiene en común con Vestida de azul: ellas tampoco hacen drama, algunas salen de la cárcel y no dejan de hacer chistes.
JT: El drama suele esconder una condición paternalista en estos filmes.
VG: Pero es que esa no es nunca la intención de los actores, sino de los directores. Ocaña te cuenta su vida, su verdad, pero tiene sentido del humor: tiene ese andalucismo metido. Es lo que pasa a algunas protagonistas de Vestida de azul: en lugar de realizar un testimonio duro sobre lo mal que la trataban en la mili, lo hace contando chistes una y otra vez.
JT: De hecho, es muy honesto el testimonio de Loren de los «pueblos como lo peor del mundo», especialmente ahora en tiempos neorrurales. ¿Las ciudades eran un espacio de libertad para los transexuales tal como lo cuentan? La vuelta de Eva al pueblo es muy devastadora en el filme, muy fría…
VG: La intolerancia es la misma: la ciudad sigue siendo intolerante, pero no es un reducto. En un pueblo la habladuría se repite constantemente y donde además a tu familia le haces pasar un mal trago. La ciudad es como treinta pueblos juntos y ellas se pueden invisibilizar, sin dejar de ser invisibles, tienen ese “paso” que en el pueblo no tienen. Creemos que en los pueblos esto ya no pasa, pero sigue siendo así…


JT: En el documental se habla de la ciudad como libertad, pero ¿no fue también territorio de perdición? Muchas de ellas tuvieron finales trágicos, propios de un filme de Paul Schrader…
VG: Seguramente sí: la ciudad tiene algo de perversión. Es donde está la droga, donde está la prostitución, donde está el sexo, donde está el cabaret. Si se hubieran quedado en el pueblo, no se hubieran feminizado, pero seguirían siendo marginadas. Pero también el mundo de ellas era enfrentarse a quienes querían ser: no toda esa generación ha muerto, aunque han caído muchas. No creo que sea culpa de la ciudad únicamente, sino también de las circunstancias personales. Que alguien sea autodestructiva consigo misma pasa cuando nada está a tu favor (ni la familia, ni lo laboral, etc.)
JT: ¿No te sorprenden las ambiciones burguesas de muchas de ellas en el documental? Algo que chocaría con el mundo activista de género radical actual, en el sentido de lo que teorizó Shangay Lily en su libro póstumo. La anécdota de cómo una de ellas robaba sillones en los portales para tener un hogar “presentable” …
VG: ¡Y era un mobiliario que no les cabía en la propia casa! Lore vivía en una casa de Carabanchel que era pequeñísima y tenía un sofá grandísimo, no había sitio para pasar de un lugar a otro. Esa mentalidad burguesa, ese “yo tengo joyas, yo tengo pieles, yo tengo pisos”, es porque ellas necesitan reafirmarse por la falta de autoestima…
JT: Carencia creada por la sociedad, realmente
VG: ¡Claro! Es una carencia creada. Pero es verdad que ellas se sienten rechazadas; su baja autoestima lo suplen con lo material. Esto sigue pasando hoy en día. Tengo un análisis muy hecho, que sacaré con el tiempo: hay prostitutas de medio lujo que ven que la forma de sentirse bien es comprarse un bolso caro. No es tanto un juicio moral, como psicológico: es lo que ella necesita para sentirse superior porque algo en la sociedad le hace sentirse inherentemente inferior. Algo se lo dice. Es el materialismo, es lo que les pasa a ellas en documental.


JT: Es un gran contraste con otros documentales del transexual como elemento de “ruptura» en la sociedad, algo que llega a divinizar Nazario en sus tebeos…
VG: El Anarcoma de Nazario o los libros de Shangay Lily en su mayoría no dejan de ser ficción: han puesto lo que les apetece, su fantasía personal. En el documental de Giménez-Rico lo esencial es que ellas eran así. Si preguntas al entorno, a la familia o amigas, te dicen que ellas eran así hasta el día de su muerte. Estaban compitiendo por las pieles, por lo que tengo, y por las apariencias. Ellas tenían, en fin, una aspiración burguesa, desde luego.
JT: Pero esa aceptación social tiene sus límites: cuentas una anécdota síntoma, en pleno año 1983, donde no dejan entrar en el Reina Victoria de San Sebastián -festival donde se presentaba la película- a una de las protagonistas por llamarse José Antonio ¿Demuestra que la Movida fue una cosa elitista?
VG: Es un poco de nuevo el tema de Barcelona: había provincias mucho más avanzadas que otras. Eran barreras burocráticas: esto le sucedió a una de las invitadas al Festival, además. Depende, más bien, del recepcionista que te toque, el panadero que te toque, el casero, etc. Un casero puede no alquilarle la casa, mientras que otro sí… porque no se ha enterado de que eres transexual. Depende, a veces, más del individuo que de toda una sociedad o una provincia.
JT: Tu trabajo de fuentes en periódicos y revistas es excelente ¿No encontraste ningún semanario o diario que se refiriera a las protagonistas como «ellas”?
VG: No, ninguno. Ni siquiera lo que entendemos por más progre, véase El País o Diario 16. Este último era más complaciente; ABC olvídate. Todos las trataban en masculino. Aunque no creo que fuera una cuestión de mala intención, sino de mala costumbre. Era normal: no se atrevían a tratarlas como mujeres, las trataban biológicamente, eran para ellos hombres. Me sorprendió que El País no lo hiciera, que se supone que estaba más adelantado…


JT: ¿Y en revistas culturales?
VG: Nada. Es que incluso la revista Party, que era una revista del destape con temática gay (salían señoritas, pero existía una mínima temática gay camuflada), las trataban con ese juego ellas/ellos. ¡No se salvaba nadie!
JT: Hemos visto los problemas con la copia del filme, pero quiero incidir con el tema ¿Por qué la película no ha vuelto a salir? ¿Cerezo no considera que tenga relevancia social o económica? Es un documento del tiempo y se han vuelto a editar obras de riesgo como El desencanto en Blu-Ray…
VG: Quizá puede ser, aunque no conozco a Cerezo, que no haya visto el potencial que tiene la película. Aunque me consta que ahora, con el libro, se han enterado del filme y de sus adeptos. Muchas veces con las obras de culto pasa eso: el que la tiene no sabe lo que tiene entre manos y es el público el que sabe leer entre líneas. El que sabe darle un valor. Con El desencanto también ocurre, aún siendo fuertecita, que es más políticamente correcta que Vestida de azul donde se filma una operación de pecho, donde acabas viendo que ellas dicen palabrotas…
JT: La operación de pecho es casi gore y llega a recordar al filme francés de terror Los ojos sin rostro.
VG: Es una escena brutal. Ayer la estaba viendo, hubo un pase en la Academia de Cine, y la gente lo pasaba mal. No son veinte segundos, no es un plano recurso, son dos minutos de una operación de mamoplastia: ves cómo meten la prótesis, cómo la sacan. De hecho, fue una secuencia muy criticada en prensa: “…se ha recreado demasiado”. Volviendo al lanzamiento, solo sobrevive esa copia subtitulada que te comento además de un Betamax, pero ninguna escena eliminada. Giménez-Rico cuenta que él tiraba película en 16mm, inflada luego a 35 mm, y todo ello se ha perdido: de existir, habría documentos excepcionales, algunos delirantes. Lo que pasa es que todo se tuvo que reducir a una hora y media, pero no se conservó todo esto porque no se le dio valor.


JT: Curiosamente, no tuvo malas reseñas…
VG: No, no las tuvo. Y superó los 200.000 espectadores en el año 1983. Solo se ha puesto en contadas veces en RTVE, Canal Plus -en algún especial temático- y creo que en 8Madrid, hace tres o cuatro años. No creyeron en el producto.
JT: Cuentas que Giménez-Rico pretendió realizar una secuela, pero no se atrevió a hacerla por ser los finales demasiado trágicos, ¿no?
VG: Un productor, diez años después, le ofreció hacer una secuela con esos descartes del año 83 e insertos de ellas en los novebta. Él se puso a investigar, junto a su equipo de producción, por las calles, por los cabarets, y vio un panorama desolador: el SIDA estaba haciendo estragos desde hace algunos años y algunas de ellas estaban enganchadas en la droga hasta el punto de estar perjudicadas (algo que se veía en el rostro). Desechó la idea porque dijo, textualmente, que habría sido “patético”. Ves Vestida de azul y te diviertes; en esta posible secuela no estarían alegres, no serían divertidas o chisposas. Ya no había futuro.
JT: Después de este libro y el anterior de La Veneno, ¿Qué podemos esperar de Valerie Vegas? ¿No te interesa adentrarte en la ficción?
VG: Me lo llevo planteando hace semanas, pero es como hacer una película: hay que marcar un arco, los tiempos, escribirla correctamente. No te descarto que hablemos en un futuro sobre algo que he escrito de ficción (risas). También me apetece escribir un libro que rescate esos otros personajes, fuera del LGBT, que dominaban la cultura popular cuando no había televisión: la trapecista Pinito del Oro, La Mujer Forzuda, etc. Creo que si estuviéramos en otro país se habían hecho mini biografías o ensayos recopilando esas cosas: personajes históricos del Freak Show. Todos ellos antes de la televisión, cuando había circos, cabaret ambulantes, etc. Muchos no eran dóciles para la tele, no funcionaban en pantalla, y su popularidad se esfumó…