[Versus] ¿Nos creemos a Rosalía?

La reina de la fusión flamenco-R'n'B despierta odios y pasiones en todas partes, incluyendo en la redacción de CANINO. José Manuel Sala Yago García diseccionan el 'fenómeno Rosalía' desde las perspectivas del fan y del no-fan. ¿Se pondrán de acuerdo? Malamente...





[A favor] Talento en tiempos posmodernos

José Manuel Sala

Qué bonita e infeliz eres, España de veinte mil stories. País donde alabamos a artistas extranjeros como Beyoncé por querer dar clases de teoría poscolonial y abrir discursos progresistas. Bendita España cultural, donde cadenas de blogs son asimiladas por grandes corporaciones y los cómicos se ríen de las minorías sin pedir perdón. País de simulacros baudrillardianos conservadores como Operación Triunfo o MasterChef.

Y en este páramo, el fenómeno Rosalía. El mal querer. Paso de gigantes desde aquel primer álbum, Los ángeles (2017) que parecía encauzar el camino de la joven catalana con la de Silvia Pérez Cruz. Pero como cualquier producto, la cosa muta. La gran maquinaria se puso en marcha. Videoclips impagables realizados por los grandes chicos de Canada Productions y Caviar. Conciertos en programas anglosajones (desde los años ochenta mucho más interesados en Los Chichos que en Alaska. Sorry, Spain). Y para rematar, actuación en los EMAs en Bilbao y concierto multitudinario en la Plaza de Colón de Madrid. Bandera española incluida (la sutilidad nunca ha sido un arma española). El principal público de esta chica, algunos hipsters y (no nos olvidemos) la generación Z, jóvenes nacidos a partir del 2000.

Porque todo esto siempre ha ido de productos y audiencias. Inglaterra tuvo su Amy Whitehouse y ahora su Adele. Estados Unidos, qué decir. Pero cuando las multinacionales deciden fijar un nuevo nicho con alguien de España… la crítica avinagrada de este país arruga la nariz. “Ella no tiene talento. Todo forma parte de una estrategia comercial”. ¿Se han dado cuenta ahora de cómo funciona la industria del ocio? ¿O acaso nos acabamos de enterar de que los mensajes y culturas de clase se han ido adoptando por el capitalismo desde siempre? ¿Aún nos ofendemos que Bruce Springsteen hable de la lucha de clases con la camiseta rota desde un escenario de Broadway? ¿Aún seguimos pensando que la Movida fue llevada a cabo por la clase obrera? ¿Pensamos de verdad que Los Javis usan estrategias de guerrilla desde su diminuto piso de Malasaña para revolucionar (codazo, codazo) la industria y representar los colectivos LGBT? ¡Edúcate, España!

No, lo que pasa es que Rosalía es de San Esteban de Sasroviras y Jennifer Lopez de Brooklyn. Y no se confundan. No seré yo quien diga que Rosalía ha venido para revolucionar el flamenco, o que es lo mejor que le ha pasado a la música española desde hace veinte años (un poco de cultura, por favor). Habrá quien critique que Rosalía esté tapando a grupos más independientes que se estén aventurando en territorios musicales igual de extraños…

… pero es que el ‘fenómeno Rosalía’ resulta positivo incluso para este frente. En un futuro no muy lejano más artistas saldrán con discursos (preferiblemente, más contraculturales) al mismo tiempo que redactores como servidor o mi compañero de página escribirán artículos hablando de ellos, o de la evolución del flamenco, o del rock progresivo de Andalucía. Con un poco de suerte, habrá quien escuche El mal querer y se adentre en Fuente y caudal, La leyenda del tiempo u Omega, o más allá. Reacción y respuesta.

Y pese a todo, pese a todo lo prefabricado… pese a todo, la voz de Rosalía resuena en el disco. Viva el quejido, el llanto y la rabia (tuneados y brillantes para nuestro consumo rápido). Viva Bagdad. Pienso en tu mirá. Malamente. Larga vida a los samples de espadas samuráis, a los tacones imposibles, a los bailes con chándal de choni… Viva La Diva. Que ya no tengo tiempo para hacer lo correcto, que decía. En tiempos de posverdades y simulacros de la realidad, Rosalía no equivoca. Bendita España y bendita ella. Si no existiera, habría que inventarla.

[En contra] Hueca por dentro

por Yago García

Cuenta la leyenda que, tras visitar la España de principios de los ochenta, el DJ John Peel volvió a Londres con dos descubrimientos de muchos quilates debajo del brazo. ¿Se trataría de los singles de Pegamoides Paraíso? ¿De los primeros elepés de Radio Futura y de Zombies? Error: eran sendos álbumes de Los Chichos Los Chunguitos, que acabaron sonando en su programa de la BBC. Mientras que en España los dos grupos rumberos más insignes eran vistos como cosa de chufla, como música desechable al margen de cualquier tipo de modernidad, hubo un momento infinitesimal en el que ambos rularon en el programa que marcó durante décadas el devenir del pop en Reino Unido. Y sin sospecha alguna de parcialidad, porque, aunque Peel tuvo muchos haters durante su vida, nadie le discutió nunca su fama de incorruptible. ¿Tuvo eso consecuencias? Ninguna, o casi ninguna.

De la misma manera, uno puede acordarse de los intentos por acercar el flamenco a un público joven, á la page y, sobre todo, payo y con poder adquisitivo que se sucedieron durante los años posteriores. A las incipientes Azúcar Moreno no les sirvieron de nada ni el concierto en La edad de oro (junto a sus hermanos Los Chunguitos, a todo esto) ni las canciones escritas por Fernando Márquez ‘El Zurdo’, Jose Maria Cano o Ariel Roth ni las producciones funk de plástico fino: con el tiempo acabaron dándose al pachangueo, que eso siempre renta. De la misma manera, el intento de la discográfica Nuevos Medios (la misma de Golpes Bajos La Mode) por convertirse en una Motown española mediante el fenómeno del Nuevo Flamenco dio muchas intentonas fallidas (Aurora, por ejemplo), una carrera que podría haber hecho historia (la de Ray Heredia, claro) y un fenómeno tan poco reivindicable como Ketama. Qué pena tan enorme.

Entonces, ¿por qué todas estas tentativas se fueron al carajo y la de Rosalía ha ascendido a los cielos de Times Square, los directos en el programa de Jools Holland y los debates de alta graduación en Twitter? Se lo digo yo: la pasta. La panoja pura y dura. Concretamente la que ha invertido una Sony Music Spain emocionada con la idea de dar un pelotazo a escala global. Cuando servidor lee esas tanganas que se arman en las redes cada vez que a la señorita Vila Tobella le sale una carrera en una media, no puede menos que sentir lástima por quienes cargan contra ella con argumentos, a veces exagerados, pero no faltos de sustancia. Me pregunto si esos detractores sabrán que su indignación también forma parte de un plan de marketing y que solo ayudan a visibilizar aún más el producto. A darle un toque edgy, incluso, enfrentado simbólicamente a la ira de los ‘ofendiditos’ y a esa inexistente dictadura de la corrección política. ¿Ha salido bien la jugada? Pues sí: solo hay que ver la estampa patética de un Pedro Almodóvar buscando el favor de la joven reina para comprobarlo.

Envuelta en estudios de mercado como en celofán de colorines, con unos arreglos y producciones pensados al milímetro para seducir a creativos de publicidad con barba, tatus y camisa floreada, la música de Rosalía no me llega demasiado en lo artístico, pero en lo que respecta a su condición de producto pop me resulta del todo antipática. Y no, las comparaciones con Beyoncé o Drake me resbalan, porque los sonidos afroamericanos llevan el capitalismo en el ADN. Gustos aparte, poco puedo reprocharle sobre estrategias de marketing a quienes participan de una tradición que incluye a bluesmen capaces de acuchillar a su madre por unos dólares, a Solomon Burke y su traje de oro y a esos Sam Cooke, Marvin Gaye Stevie Wonder capaces de conjugar vidas privadas inenarrables con odas gloriosas al orgullo de los marginados. El flamenco y sus músicas afines funcionan, se supone, en otras coordenadas. O lo hacían, hasta la fecha.

Por eso, si hay algo que el ‘fenómeno Rosalía’ demuestra, es que la industria musical española ha aprendido (a la vejez, viruelas) algo que sus primos de EE UU tienen bien interiorizado desde que los publicitarios de Adidas se acercaron por primera vez a un bolo de Run DMC hace ya treintaymuchos años. Verbigracia: que para venderle un sonido a los pijos basta con darles a entender que eso es lo que escuchan los pobres y que ponérselo en la lista de reproducción del iPhone les hará más ‘de verdad’, más ‘calle’. La iconografía manejada por los vídeos de Canada reafirma mi creencia en esto, y de rebote me confirma que la brecha entre clases en España va camino de volverse tan insalvable y tan purulenta como al otro lado del Atlántico. Lo cual, la verdad, da una rabia que te mueres.

Pero, para ir terminando, vamos a dejarnos de sociología barata y a hablar un poco de música. Porque la primera vez que servidor escuchó a Rosalía fue cuando esta publicó su versión de Aunque es de noche, el temazo con el que Enrique Morente puso por tangos a San Juan de la Cruz. Comparando el original (incluido, a todo esto, en Cruz y luna -1983-, un disco cuyo máster se ha perdido para siempre) con esa copia con videoclip a todo lujo, uno pensó que, mientras Morente exponía sus versos con la convicción de un maestro sufí, la voz de la de Sant Esteve no tenía nada que ver con ningún tipo de mística ni de pasión por otra cosa que no fuera la de ser producto. Que estaba hueca por dentro.

Así pues, servidor huyó de ahí como alma que lleva el diablo, buscando este vídeo en el que unos Pata Negra todavía jóvenes, más brutales que PIL Gang of Four juntos, se dejaban liderar por La Caita, cantaora y compositora que podría haber hecho historia pero que acabó trabajando como barrendera en su Badajoz natal y que nunca ha grabado un disco. Solo de una década a esta parte se le ha empezado a hacer caso.

Después de haber visto y escuchado esto, después de haber imaginado qué podría haber surgido si a esto se le hubiera dedicado una décima parte de los recursos que ahora se destinan a convertir a Rosalía en estrella, ¿pretenden que le de a El mal querer alguna importancia? Como diría una clásica: «¡Ja, ja, poleá!». 

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