Dragon Ball es el anime más popular de los años noventa pero a su sombra crecieron fenómenos tanto o más interesantes que el de Toriyama. Ese fue el caso de Yū Yū Hakusho, cuyo fenómeno y hallazgos te desgranamos punto por punto.
Aunque el manganime más popular de los noventa fue Dragon Ball eso no significa que en Japón no tuvieran ojos para ningún otro. De hecho, fue más bien al contrario. Su brutal fuerza expansiva consiguió abrir el camino para que muchas otras series se hicieran un nombre a su sombra, algunas ellas, llegando incluso a superarla en no pocos aspectos. Ya sea por una animación más cuidada en su adaptación, una narrativa más sofisticada en el manga original o ambas cosas a la vez. Y un ejemplo de eso, del gran tapado que en parte consiguió un lugar prominente gracias a la obra de Akira Toriyama, tenemos Yū Yū Hakusho, de Yoshihiro Togashi.
Comenzando a publicar en 1986 el manga Buttobi Straight, por el cual ganaría el premio Tezuka, sus primeros trabajos se centraron en la comedia y el romance. De esos resultados saldrían obras como Ōkami Nante Kowakunai!!, una colección de historias cortas de comedia, o Ten de Shōwaru Cupid, una comedia romántica sobre un introvertido chico de quince años hijo de un yakuza que ve como su padre contrata a una sucubo para que viva con ellos y le enseñe los placeres de la carne. Siendo éxitos moderados, que nunca tuvieron gran repercusión ni dentro ni fuera de Japón, nada daba a entender que pudiera convertirse, en un futuro, en un referente del manga. Incluso si, ya en esta etapa, se puede apreciar una constante que daría forma a su primera creación importante: su interés por lo sobrenatural.
Nada más terminar Ten de Shōwaru Cupid, en 1990, la Shonen Jump estaba sumergida en pleno fenómeno Dragon Ball. Y como es lógico, se vio presionado a hacer una historia de peleas. El problema es que Togashi se sentía incapaz de escribir una historia donde las peleas fueran lo primordial. Por esa razón, decidió presentar una serie que se centrara en las cosas que de verdad le interesaban: las historias de detectives, las películas de terror, el ocultismo y la mitología budista. ¿El resultado? Yū Yū Hakusho.
Yū Yū Hakusho empieza con la muerte de Yusuke Urameshi, un pendenciero joven de catorce años que muere atropellado por un coche intentando salvar a un niño. Esto hará que las fuerzas del más allá tengan un problema con él: su muerte ha sido tan inesperada que su karma está perfectamente equilibrado entre el bien y el mal, no pudiendo enviarlo al cielo y al infierno. De ese modo, deciden ponerlo a prueba: durante un tiempo, tendrá que ejercer de detective sobrenatural para el inframundo para así poder comprobar si se merece volver al mundo de los vivos o si será mejor tomar una decisión definitiva sobre su muerte. Y de paso, sirve para que arregle algunos de los problemas que tienen en la otra vida de los cuáles no pueden hacerse cargo.
El manga sigue todos los pasos que es de esperar de un shonen arquetípico: enemigos que se convierten en aliados, un romance de fondo que nunca ocupa un espacio excesivo, un estimable ojo para el cliffhanger y una buena ensalada de hostias. Porque aunque Togashi no se sentía capaz de hacer un clásico manga de peleas, acabó dibujando el manga de peleas más importante de los noventa.
Esto último no fue imposición editorial. Aunque es cierto que es común que en el manga los editores preocupados ante las bajadas de popularidad de las series impongan cambios radicales en el manga —siendo el ejemplo más conocido el de Dragon Ball, donde la saga de Célula se vio dramáticamente recortada porque no le gustaba el diseño del villano titular al editor—, en el caso de Togashi es algo que nació de él mismo. Fue algo que estuvo planificado desde el principio de la serie.
Eso se hace notar en el modo que tiene de abordar las propias artes marciales. Siendo los primeros capítulos, enfocados en lo sobrenatural, una introducción, para cuando llegan las peleas y los combates cada vez mayores se hace bajo un mundo y unos personajes bien establecidos. Porque aquí no hay gente apareciendo de la nada o cosmologías enteras surgidas de cero. Desde sus primeros capítulos se pueden ver referencias a lo que ocurrirá más tarde, algo que se beneficia de la ligereza con la que Togashi trata la narrativa. Los arcos pueden alargarse, pero los enemigos van variando rápidamente y se van repitiendo a lo largo del tiempo, creciendo al lado del protagonista, dando una sensación constante de totalidad. De principio a fin se nos está contando la historia sobre el karma de Yusuke Urameshi y por qué los regentes del otro mundo no son capaces de juzgarlo, más que una mera sucesión de peleas sin mucho trasfondo.
Con diecinueve volúmenes entre diciembre de 1990 y julio de 1994, el prestigioso premio Shogakukan en 1993 y más de cincuenta millones de ejemplares venidos sólo en Japón -que son cifras mareantes incluso para un gran éxito-, Yū Yū Hakusho fue todo un fenómeno editorial. Y como todo fenómeno editorial japonés, fue rápidamente optado para convertirse en un anime.
Yū Yū Hakusho: Combate para las masas
La adaptación al anime, dirigida por Noriyuki Abe, director de GTO y Bleach, y producida por Studio Pierrot, encargados de producir la mayoría de títulos de la Jump, consistió en 112 episodios, sin contar OVAs ni películas, realizados entre octubre de 1992 y enero de 1995. Pero aunque fue un éxito a la altura del manga, tardó un tiempo en llegar hasta occidente. En EEUU no fue licenciado hasta 2001, donde fue un éxito a pesar del retraso, consiguiendo que llegara poco después el manga, considerado en occidente el heredero natural de Dragon Ball. Algo lógico, ya que la serie estaba enfocada todavía menos a un público infantil.
De hecho, a diferencia del anime de Dragon Ball, de calidad inconsistente y méritos artísticos dudosos, el anime de Yū Yū Hakusho fue una cantera espectacular de nuevos nombres del anime. Fue el debut como director de Noriyuki Abe, el lugar donde hicieron sus primeros pinitos como director y director de animación Akiyuki Shinbo y Atsushi Wakabayashi y tuvo grandes nombres propios de la animación involucrados como Shinsaku Kozuma, Tetsuya Nishio y Masayuki Yoshihara. El anime de Yū Yū Hakusho es aún hoy, y especialmente su arco del Torneo Oscuro, una de las cimas de la animación japonesa. Además de ser también la serie que marco el camino tanto de lo que después sería la norma tanto dentro del shonen como lo que hoy conocemos como el estilo Shinbo, cuya referencia más conocida es la serie Monogatari.
Debido a todo lo anterior, es lógico que aún hoy Yū Yū Hakusho se considere una de las grandes series de los noventa en términos de dirección y animación junto con Neon Genesis Evangelion, Revolutionary Girl Utena o Sailor Moon. Y así lo pensaron también en su época, pues la serie ganó el Anime Grand Prix de Animage, uno de los premios más prestigiosos de la animación japonesa, dos años seguidos (1994 y 1995).
Dado el éxito rotundo de la serie, hubiera sido lógico que continuara mucho más allá de los diecinueve tomos, pero Togashi se negó. Aquejado de importantes dolores de espalda que le impedían trabajar, un perfeccionismo obsesivo que le llevaba a pelear a menudo fechas de entrega y cierto agotamiento personal, según sus propias palabras, prefirió cerrar el manga cuando creía que ya no tenía nada nuevo que contar. A fin de cuentas, por popular que fuera, publicaba en la Shonen Jump. Era imposible que no lo sustituyera otra serie igualmente popular.
Y no se equivocaba. Ese mismo año se estrenó Rurouni Kenshin, dos años después Yu-Gi-Oh! y tres más tarde One Piece. Series que, independientemente de si igualaban o superaban su popularidad o su calidad, cubrieron el hueco que dejó en la revista.
En cualquier caso, Togashi no se estuvo mano sobre mano durante ese tiempo. Aunque es bien sabido que sólo duerme cuatro horas diarias y sólo tiene cuatro horas libres a la semana cuando está en plena serialización, según ha declarado él mismo, no dejó de publicar en ningún momento. Al poco de concluir Yū Yū Hakusho publicó Level E, una serie breve sobre un alien que acaba en la tierra por accidente teniendo que convivir con un chico de instituto. Y una vez acabada esta, sólo cuatro años después del final de la que hasta entonces era su opera magna, empezó la serialización del que es su actual manga y, seguramente, uno de los mejores mangas de la historia: Hunter x Hunter.
Hunter x Hunter cogerá todo lo que aprendió Togashi a lo largo de Yū Yū Hakusho y, con ello, le dará la vuelta a todos los tópicos del manga shonen. De ese modo, más que un manga de batallas, es un manga donde lo que más cuenta es el ingenio y cómo se usan los poderes, cada uno basándose en la personalidad del personaje que los porta, como sucedía en los últimos arcos de Yū Yū Hakusho. En Hunter x Hunter la fuerza bruta importa poco si el otro sabe colocarte en una posición ventajosa para él.
Si a lo anterior sumamos un dibujo mucho más sencillo, cada vez más limpio hasta llegar a las evidentes influencias de Osamu Tezuka, además de una creciente obsesión por la experimentación, es fácil entender por qué es el heredero natural de Yū Yū Hakusho. O por qué ha conseguido cosechar dos adaptaciones al anime diferentes a día de hoy.
A fin de cuentas, Togashi es un genio. Del dibujo, de la narrativa, de los diseños. También de saber hacerse a un lado para permitir que actúen los que saben, como ocurre con sus adaptaciones al anime, y cuando parar porque no puede ir a más, cuando decide no continuar una serie que estaba siendo un éxito descomunal. Yū Yū Hakusho es tanto o más importante que Dragon Ball o One Piece porque es esa clase de series que, sin haber llegado a ser absolutamente masivas, sí fueron lo suficientemente importantes e influyentes como para cambiar el rumbo y las costumbres de varios medios diferentes. Algo de lo que no pueden jactarse ni siquiera series con una importancia más radical a ojos del respetable.