Breve guía sobre la subcultura ‘yankii’ en Japón: rock & roll, motos, gomina y malotes

Retomamos otra tribu urbana japonesa icónica: los rockabillys y sus descendientes, mejor conocidos por ser la imagen de facto de los pandilleros. Mucha presencia del rock & roll, tupés imposibles y motos personalizadas son elementos que definen su imagen, pero la honra al clan y la rebeldía ante la sociedad marcan sus actitudes. Por supuesto, su representación en la cultura pop nipona no ha estado exenta de ejemplos. 

Y es que a pesar de que no hay un sólo estándar, como ya veremos, todas estas tribus parten de unos cuantos nexos en común. La actitud desafiante sería una de ellas, la procedencia de clase trabajadora sería otra. Pero el principal, y donde empieza todo, es el peinado. Sí, nos referimos al icónico corte llamado regent, nombre que remitía a la idealización del estilo británico, que se puso de moda entre los jóvenes de la zona de Ginza (el epicentro juvenil y moderno del Tokyo de los años treinta). Poco después los distintos frentes bélicos de Japón que le llevaron a ser una dictadura militar hicieron que el peinado regent pasara a ser un estilo en el punto de mira por el propio gobierno, que en principio abogaba por el ahorro de suministros. De hecho, la falta de cera capilar en la época fue una de las principales razones por las que hicieron que pasara de moda.

Sin embargo, una vez acabada la guerra, una mezcla de nostalgia (que se repetiría en décadas posteriores) junto a un toque de rebeldía hizo que se volviese a adoptar el peinado regent en la juventud de la época. Aparte, la pronta aparición de los teddy boy británicos en la cultura popular, junto a la aparición de iconos como los Elvis y los Dean (y japoneses como Masaaki Hirao o Keijiro Yamashita), parecía encauzar a la población más joven en general a seguir dicha moda en el mainstream japonés. Pero poco después la amplia mayoría de la sociedad nipona dejaría de lado este peinado, con la excepción de la chavalería de clase trabajadora y/o problemática, precursora de todo lo que se va a hablar en este artículo. Durante el paso del tiempo, esta conexión con occidente se perdería al pasar de relacionar el peinado regent al teddy boy británico a ser un símil de delincuente. Sí, otro caso de evolución cultural foránea en Japón.

Los inicios: la aparición de los Kaminari Zoku

En la posguerra hubo un caldo de cultivo en el que una gran parte de personas que batallaron en los diferentes frentes (o estaban en periodo de servicio) no se contentaron con volver a la plácida vida de oficina. La monotonía no iba con sus personalidades, por lo que muchos optaron por adscribirse a bandas de moteros. Allí encontrarían la ansiada adrenalina, la sensación de peligro y cierta camaradería entre el grupo. 

Y es que en un país devastado por la guerra y ocupado por el que hacía unos meses era el enemigo, ciertos veteranos militares no aceptaron la derrota, así como tampoco se adaptaban a su nueva vida civilizada. Se dice que, en muchos casos, entrar en un zokan (lo que sería una banda) significaba una vía de escape a sus experiencias, a la vez que se buscaban compañeros de fatigas para soportar y rebelarse, dentro de lo que cabe, al ver que su país estaba ciertamente ocupado por el enemigo de antaño.

Primero fueron los Furyo que eran los matones de la posguerra, y que solían ir ataviados con una camisa hawaiana y típicas sandalias japonesas con pantalones nikkapokka que solían llevar los trabajadores. Después estos evolucionaron a los llamados Sukaman que surgieron en el puerto de Yokosuka, adoptando como uniforme la chaqueta jumper.

Coetáneos eran los Kaminari Zoku, término traducible como «la tribu del rayo» por el ruido que hacían sus motos sin silenciadores. Estos se convertirían en los precursores de lo que vendría después: motociclistas a lo rockers británicos, vestidos de cuero y amantes de la música rockabilly de la época. Poco duraron, pero los herederos de esta tribu urbana añeja a día de hoy se pueden ver cada domingo en el parque Yoyogi de Tokyo. Y digo descendientes, porque a finales de los sesenta, ya sea por haberse adaptado a la nueva sociedad japonesa o haberse metido en círculos criminales, los Kaminari Zoku dejarían paso a otro tipo de bandas sobre ruedas que nacería nada más que por rebeldía en un Japón ya próspero.

La segunda generación: Bosozoku y Yankii

Esta nueva generación de bandas juveniles llegaría a su auge en la década de los ochenta aunando muchos aspectos mencionados anteriormente. Básicamente los Bosozoku serían los grupos de moteros descendientes de los mencionados Kaminari zoku, con algunas diferencias. Mientras estos eran capaces de conseguir una moto por sus propios medios, los Yankii no se podían permitir tamaño desembolso.

A pesar que su leitmotiv era expresar el descontento y la insatisfacción con la sociedad japonesa, curiosamente también tenían (o mejor dicho, tienen) jerarquías comparables a la vida cotidiana. Un ejemplo es la utilización del keigo (la manera de hablar respetuosamente a tus «superiores») hacia el líder, que suele ser el jerarca por edad. Eso, acompañado con los códigos de honor que se tienen que cumplir, hacen que estos grupos de rebeldes compartan paradójicamente las tradiciones de la sociedad por la que se rebelan. De hecho se suelen idolatrar figuras como la del samurai y de los kamikazes. A estos últimos se les ha tomado prestado el nombre para la prenda más característica de esta tribu: el Tokko-fukku o la gabardina kamikaze llena de consignas que abogan por el peligro. Cuantas más frases lleve uno, más importante es, lo cual lleva a ser el blanco de las bandas rivales, ya que la violencia está muy presente en sus vidas.

Disturbios entre miembros de bandas y policías en la ciudad de Hiroshima.

Cabe decir que la mayoría de componentes de estas tribus las dejan de lado una vez que encuentran un trabajo (normalmente poco cualificado), o tienen críos. De hecho existía una revista llamada Yan Mama Comic (1993-1997) cuyo público objetivo eran las madres yankii y que llegó a tener una tirada de más de 130.000 ejemplares por número. Pero igualmente no dejan de lado la amistad de los componentes de la banda, quedando de vez en cuando y contando a las nuevas generaciones sus experiencias de juventud.

Sin embargo, seguramente la imagen que más nos resultará familiar son la última estirpe que apareció. Estos serían los Bancho (tanto hombres como mujeres) y las Sukeban. Ellos, con el uniforme gakuran y el peinado regent rescatado y ellas con el sempiterno uniforme escolar a todas horas que más tarde se adaptaría a otras tribus. ¿Su finalidad? Buscar bronca entre institutos con el cometido de controlarlos. Curiosamente, la versión femenina, aparte de abogar por el hermanamiento entre el grupo como hacían los Bancho, tenían que lidiar con otras reglas bastante estrictas en las que echarte novio o intentar abandonar a la banda solía tener represalias, que se representarían en el subgénero cinéfilo llamado Pinku Violence.

Dicho todo esto, está claro que a la gran mayoría de lectores les sonará haber visto a este tipo de tribus urbanas por distintos canales audiovisuales. Porque sí, su representación es bastante común en las vías culturales niponas.

La representación del colectivo en el audiovisual nipón

El mayor escaparate de la imagen de estas tribus urbanas, sin duda, es en el cine y las series. Desde los protagonistas de shonen de lucha como Yu Yu Hakusho (1990-1994), en el que varios de sus personajes son chavales problemáticos, como es el caso de Slam Dunk (1990-1996) o levemente en obras famosísimas como Akira (1988). Pero hay otras series que giran más explícitamente sobre este tema, como Gokusen (2000-2007) donde una nieta de un yakuza es profesora en un colegio masculino conflictivo. Otras a mencionar serían el estereotípico Bebop High School (1983-2003) y superventas como Great Teacher Onizuka (1997-2002) donde un ex-motero Bosozoku se hace profesor de institutos conflictivos. De hecho, cuenta con una precuela llamada SuShōnan Jun’ai Gumi (1990-1996) que trata de la época en la que los protagonistas estaban en una banda. 

Great Teacher Onizuka

Otros mangas célebres son Salaryman Kintaro (1994-2002), que cuenta la historia de un antiguo líder bosozoku y pescador que, por acontecimientos, se convierte en un salaryman, Crows (1990-1998) se ambienta en un instituto lleno de matones y Yankee-kun to Megane-chan (2006-2011) trata sobre un chaval problemático y la delegada de la misma clase, que resulta ser una yankee “reformada”. Y es que terminar en el buen camino es la finalidad común de estos mangas. Por supuesto, la mayoría de estos han tenido adaptaciones a diferentes formatos.

Curiosamente las sukeban han tenido muchísima presencia, ya sea mediante papeles secundarios o trasfondos de personajes, como en un principio Makoto Kino (Sailor Jupiter) de Sailor Moon (1991-1997), Madoka de Kimagure Orange Road (1984-1987) o el Ejército Escarlata que aparece a menudo en Crayon Shin Chan (1990-presente). Pero han habido series centradas en esta subcultura. Uno de los primeros mangas sobre esta temática, Sukeban Arashi (1975), vendría de parte de Masami Kurimada, conocido mundialmente por Saint Seiya (1985-1991) y donde nos encontraríamos con una historia sobre los dimes y diretes de una sukeban y otra chica de alta alcurnia. 

Sukeban Deka

Pero el ejemplo más célebre, posiblemente, es Sukeban Deka (1976-1982). Un shojo detectivesco en el que la protagonista es forzada por la policía para que sea una investigadora de incógnito para recabar información de actividades ilegales e impedirlos, gracias a su yo-yo de metal. Su popularidad, a pesar que el manga acabó en 1982, hizo que durante más de una década se creara material nuevo, ya fuesen ovas de anime, películas o doramas de imagen real, siendo la última de ellas estrenada en el 2006. 

Rescatando el manga de humor, mencionamos a Oira Sukeban (1974-1976) del célebre Go Nagai, que versa sobre un chico que se hace pasar por colegiala para poder asistir a un instituto femenino, con la finalidad de tratar de limpiar su nombre después de haber sido injustamente culpado. Sigue un poco la estela de otra serie suya, Harenchi Gakkuen (1968-1972), considerado como el precursor del manga ecchi. A modo general y en ejemplos más cercanos, tenemos series como Gantz (2000-2013) o Kill la Kill (2013-2015) donde podemos encontrar pandilleros estereotípicos de mayor o menor protagonismo.

Sukeban Guerrilla

Sin embargo, no solo en el manganime podemos ver ejemplos. De hecho, en la primera mitad de los sesenta empezaron a ponerse de moda las películas que estaban relacionadas con gánsteres. Concretamente, y en relación a este texto, Pigs and Battleships (1961), dirigido por Shohei Imamura, sería el largometraje que pondría los cimientos al movimiento sukaman. Otro buen ejemplo serían las películas del mencionado subgénero Pinku Violence, en las que aparecían bandas femeninas. Los ejemplos más representativos serían Sukeban Guerrilla (1972), su secuela Girl Boss Revenge: Sukeban y la saga Stray Cat Rock (1970-1971). Ya, más cercano en el tiempo, tenemos ejemplos como Kamikaze Girls (2004), que rescataba la dualidad femenina que se mostraba en ejemplos como Sukeban Arashi, entre la amistad de una lolita y una bosozoku perteneciente a una banda de motoristas.

En los videojuegos, como buenos busca-broncas, el beat´’em-up ha sido unos de los géneros más agraciados. La saga más famosa, sin duda, es la de Kunio-Kun (1984-presente). Múltiples entregas han aparecido en decenas de plataformas, en un “yo contra el barrio” bastante más profundo que la media al tener la posibilidad de interactuar amistosamente con npcs, adquirir objetos, armas y nuevos ataques al subir de nivel. No sólo eso, también han llegado a salir decenas de spin-offs, ya sean títulos deportivos como el balón prisionero o el fútbol, hasta el reciente River City Girls (2019) en el que encarnamos a las novias de los dos protagonistas de la saga para rescatarles vía puñetazo limpio con el que se cruce.

Kunio-kun

Otro título que sigue la temática sukeban es el prácticamente desconocido Ane-San (1995), juego tardío de PC-Engine en el que, cómo no, la premisa es buscar pelea por las calles. A destacar, aparte de su rejugabilidad y los desbloqueables, la música rockabilly que ameniza la acción. En la misma consola, otro juego que hacía gala de la unidad CD de la consola de NEC y Hudson, da una pista de lo que escucharemos mientras disparamos a todo lo que se mueva: Super Air Zonk: Rockabilly Paradise (1993).  

Posteriormente la imagen de estas tribus urbanas se han utilizado en juegos de lucha más explícitamente que otros, llegando a ser el tema central de juegos como Rival Schools (1998) y sus secuelas. Y ya en modo más paródico todavía tenemos al inolvidable y adictivo Osu Tatakae Ouendan (2005) título rítmico en el que los protagonistas de sus mini historias eran tres animadores de instituto (Ouendan) que comparten similitudes con los bancho en el modo de vestir. Aparte de apariciones secundarias en multitud de juegos, como en Shenmue (1999) o Yakuza Zero (2015), hay producciones que sí que giran en principalmente en la imagen del matón, como la saga conocida como Kenka Bancho (2005-actualidad). Esta última saga cuenta ya con más de una decena de títulos a la venta desde hace más de una década.

El género musical más representativo es sin duda el rockabilly. Aunque en un principio en Japón no había distinción entre las diferentes vertientes del rock, todo lo relacionado con éste atrajo a la juventud debido a que estaba mal visto por anteriores generaciones, en parte por los conciertos en los que las chicas solían lanzar medias al escenario. En esta época la caras visibles eran Chiemi Eri, Michiko Hamamura, Masaaki Hirao o el mencionado Keijiro Yamashita, que solían realizar versiones en inglés y japonés de canciones del estilo.

Pero el estilo estándar de los Bosozoku llegaría más una década después con la aparición de una banda llamada Carol. La idea de esta formación era recrear la época Hamburgo de los Beatles. Tupés, chupas de cuero y rock&roll eran su carta de presentación, imagen que llegó para quedarse debido a que dio la legitimidad necesaria al bosozoku de la época para adoptar este estilo (porque si un japonés lo lleva, es influyente para otro). La banda se separaría en 1975, tres años después de formarse y poco después de haber actuado en un desfile de Kansai Yamamoto en Paris, pero lo suficiente para convertirse en un fenómeno social. Su líder, Eikichi Yazawa ha seguido presente en el duro mercado musical japonés, llegando a vender 12 millones de discos. Curiosamente, en Yakuza 3 (2009), la canción principal corre a su cargo. 

Otro de los componentes de Carol, Johnny Okura (un zainichi que estuvo un mes desaparecido en la época del grupo para ser descubierto meses después recluido en un hospital psiquiátrico) llegó a salir en películas como Feliz Navidad Mr Lawrence (1983) y fue galardonado por mejor actor de reparto en los premios de la academia japonesa. A partir de entonces sería común verle en películas de temática yakuza.

Más tarde llegaron grupos como Cools (formada por la banda de motoristas que trabajaban como seguridad en los conciertos de Carol), Black Cats, o Magic. Ya en la década de los noventa ganaron notoriedad Blankey Jet City. Si bien es cierto que estos últimos tenían más de psychobilly y powerpop que otra cosa, no es menos cierto que las influencias rockabilly de sus trabajos y su imagen de “chicos malos» casaba bien con el estilo (no en vano, eran bosozoku en su adolescencia). Más adelante los dos componentes más famosos de este trio, Kenichi Asai y Tatsuya Nakamura, han seguido siendo tan influyentes como en los noventa, produciendo y trabajando con gente como Shiina Ringo, Masami Tsuchiya o Tokyo Ska Paradise Orchestra

Kishidan

En los últimos años la imagen de este tipo de bandas ha sido parodiada al extremo. El caso más notorio sería Kishidan, que retoman la mentalidad ouendan por los bailes en sus conciertos, ataviados con los gakuran y tomando prestados la imagen de pandilleros motoristas, mientras en mitad de sus conciertos recrean peleas con rivales de otros institutos. No son un grupo desconocido, y de hecho en los mencionados Osu Tatakae Ouendan aparecen canciones de los susodichos. Todavía más paródico era Sukeban Kyoko, el alter ego del humorista Yakkun Sakurazuka, que llegó a sacar unos cuantos singles encarnando a la imagen de una sukeban enfurecida. En tono más comercial tendríamos a Nanase Aikawa (de quien se dice que era componente de una banda femenina) que cuenta con una fanbase bastante extensa en el ya menguante movimiento bosozoku desde la década de los noventa.

Tampoco nos podemos olvidar de la moda, ya que está unida a las diferentes estéticas de estas subtribus e íntimamente ligada a la música preferida de sus componentes. Pero, aunque marcas como Cream Soda se han encargado de distribuir este tipo de conjuntos, también es normal es que las bandas se hagan sus propios retales o personalicen jumpers (que en su día procedían de las bases militares estadounidenses en territorio nipón) para convertirlos en un Sukajan

Kenichi Asai posando para Sukita

Sin olvidarnos del toque nipón, porque posiblemente el diseñador que vio antes el potencial de este estilo, convirtiéndose en eminencia para muchos, fue Kansai Yamamoto. Éste aunó los principales elementos de estas tribus (estampados yankee y de animales, kanjis y motivos del Ukiyo-e) y la apariencia ostentosa que se exportó al glam occidental con buena parte del estereotipo de tipo duro nipón y de bandas como los mentados Carol.

Más cercano en el tiempo, durante el revival rockabilly de hace un par de décadas, volvió la imagen transgresora, después de años en los que la moda japonesa era demasiado “amable”. Sobre todo debido a la popularidad de los mencionados Blankey Jet City y la utilización de su aclamado disco de debut (Red Guitar and the Truth, 1991) por parte de Yohji Yamamoto en el desfile de su colección de primavera-verano del 91 en París. 

Too fast to live, too young to die

Y bajo el eslogan de Cream Soda, acabamos. Ciertamente hemos hablado de una tipología de tribus urbanas con más sombras que luces, pero en una sociedad a veces tan uniforme como la japonesa y tan cambiante en sus reinvenciones, es llamativo que haya una pequeña parte de ella que no cambie de estilo aunque mantengan ciertos valores de los que reniegan. Si bien es cierto que su auge llegó a lo más alto hace décadas, en parte gracias a la industria cultural nipona, todavía hay una cantidad bastante importante de personas que necesitan su dosis de adrenalina, amor por las dos ruedas y peinados regent. Y, por supuesto, rock & roll.

¿Te ha gustado este artículo? Puedes colaborar con Canino en nuestro Patreon. Ayúdanos a seguir creciendo.

Publicidad